Las lecturas de Martín Fierro pueden clasificarse en varios tipos: la de sus lectores contemporáneos, las posteriores, las de las personas más cultas, las de aquellos cuya posición social y lingüística se asemeja a la de los personajes, las argentinas, las extranjeras.
Las lecturas cultas, especialmente las argentinas, señalaron en general “defectos” de la obra, con rasgos que no satisfacían sus gustos o necesidades. Los primeros juicios que reconocieron que el Martín Fierro era una obra de arte no fueron argentinos. El prestigioso escritor y profesor universitario español Miguel de Unamuno y el filólogo e historiador, también español, Marcelino Menéndez Pelayo, pusieron de relieve los valores estéticos de la obra, de la historia narrada y del lenguaje en ella empleado, que se negaban a ver lectores cultos argentinos.
En 1910, se cumplía el centenario de la Revolución de Mayo. La época estaba signada por una euforia ligada a la realización de la Argentinas planeada en 1853 y 1880, un optimismo nacional por el futuro progreso que sucedería a ese presente y por una exaltación de lo local. La Argentina se definía oficialmente como un pacífico “crisol de razas” en el que se diluían diferencias y tensiones, raciales y sociales. La percepción de que las diferencias podían ser amenazantes para el poder liberal tradicional que venía gobernado el país hacía lindar la exaltación nacionalista en xenofobia oficial. En ese contexto, la obra de Hernández ya no circuló como folleto sino como libro, adquiriendo otra importancia y otro reconocimiento.
En 1913, Lugones propone el Martín Fierro como poema épico nacional. Para él, la épica expresa la vida heroica de una raza, en nuestro caso, la de los gauchos que lucharon por la libertad y por la reivindicación de los derechos que le fueron arrebatados. En sus esfuerzos por exaltar un tipo de personaje y una obra que de hecho habían sido despreciados por la elite dirigente, Lugones señaló que ese personaje representaba un tipo social que ya no existía, no a causa de determinadas políticas económico-sociales, sino por su inferioridad racial, pues, según su concepción, por el hecho de ser mestizo estaba destinado a desaparecer..
Ricardo Rojas, profesor titular de la primera cátedra de literatura argentina, parece distanciarse de Lugones al advertir que aunque indios y gauchos han desaparecido, ellos formarán parte del argentino, señalando que esa herencia debe asumirse con orgullo, especialmente porque los gauchos han desaparecido por haber derramado su sangre en las guerras de la patria.
La importantísima revista Nosotros, en 1913, frente a los juicios de Lugones y Rojas, realizó encuestas que fortalecieron la polémica, con preguntas como “¿ Es el poema de Hernández una obra genial de las que desafían los siglos o estamos creando una bella ficción para satisfacción de nuestro patriotismo?. La mayoría de las respuestas disintieron con los juicios de Rojas y Lugones y llegaron a ridiculizarlos con ironías y parodias de los altos elogios que se habían prodigado a Martín Fierro con expresiones como la siguiente: “ Inconcebible es que poseyendo nuestra literatura el poema de Martín Fierro, no sepamos apreciarlo. Yo prepondría a ese efecto los siguiente: Levantar en la Plaza del Congreso una estatua a José Hernández. Se lo representará vestido así: bota de potro, chiripá, calzoncillo desflecado; es decir, de la cintura para abajo, de gaucho; de la cintura para arriba, en traje burgués, de americana, cuello duro y corbata; en la cabeza, sombrero de copa. De esta manera, la estatua será como un símbolo del pueblo argentino, que surge de la tierra en el gaucho y termina en capitalista y señor.”
En la década de 1940 Martín Fierro fue revisado por la crítica literaria una vez más, buscando en él una definición de nuestro ser nacional y las explicaciones a nuestros problemas. La sociedad argentina había entrado en crisis nuevamente y estaba conmovida porque la nueva participación política de la masa de asalariados, de los humildes, desestructuraba las representaciones sociales hasta entonces vigentes. A esta época pertenece la obra de Ezequiel Martínez Estrada, Muerte y transfiguración de Martín Fierro, en la cual señala convincentemente que la obra de Hernández, su escenario, es la frontera, lejos de la civilización y la barbarie, del dominio del gobernante y del cacique y que el gaucho luchó en ella contra el salvaje pero no a favor de la civilización.
Jorge Luis Borges leyó Martín Fierro con pasión, quiso promover su lectura porque para él era un placer que debían agradecer los hombres de ciudad y destaca que, Martín Fierro no es un poema épico sino una novela, porque su héroe no es un hombre distinguidísimo de la sociedad, como los de los antiguos poemas épicos, sino un personaje imperfecto y complejo, en el que palpita la esencia argentina.
Martín Fierro es una gran obra, una especie de calidoscopio que posibilita múltiples interpretaciones, con un personaje que nunca querremos olvidar.
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