POESÍA DE INTIMIDAD - LÍRICA DEL DOLOR. - La expresión de un sentimiento de dolor o de melancolía, ocasionado por alguna pérdida o desgracia, recibe el nombre de elegía.
Las elegías religiosas desarrollan un tema triste o melancólico de carácter devoto.
Así, por ejemplo, sobre la Pasión del Señor, como el famoso Stabat Mater o los trenos, que, como los de Jeremías, en la Biblia, lloran la desgracia de su pueblo.
Hay elegías amorosas, que cantan la pérdida de un amor.
Así las que el gran poeta Fernando de Herrera dedica a lamentar el desvío de su amada, la Condesa de Gelves.
Hay también elegías patrióticas que evocan alguna desventura nacional. Hay, finalmente, elegías históricas que cantan la melancolía del paso del tiempo.
La siguiente es una de las más bellas poesías elegíacas de la lengua española: la dedicada a cantar la tristeza que le produce al poeta español Rodrigo Caro la contemplación de las ruinas de Itálica, ciudad romana que existió junto a lo que hoy es Sevilla.
ELEGÍA PATRIÓTICA "A España"
¿Qué era, decidme, la nación que un día
reina del mundo proclamó el destino,
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?
Volábase a occidente
y el vasto mar Atlántico sembrado
se hallaba de su gloria y su fortuna.
Do quiera España; en el preciado seno
de América, en el Asia, en los confines
del África, allí España. El soberano
vuelo de la atrevida fantasía
para abarcarla se cansaba en vano;
la tierra sus mineros le rendía,
sus perlas y coral el Océano.
Y donde quier que revolver sus olas
él intentase, a quebrantar su furia
siempre encontraba costas españolas.
Ora en el cieno del oprobio hundida,
abandonada a la insolencia ajena,
como esclava en mercado, ya aguardaba
la ruda argolla y la servil cadena.
¡Qué de playas, oh Dios! Su aliento impuro
la pestilente fiebre respirando,
infestó el aire, emponzoñó la vida;
la hambre enflaquecida
tendió sus brazos lívidos, ahogando
cuanto el contagio perdonó; tres veces
de Jano el templo abrimos,
y a la trompa de Marte aliento dimos;
tres veces ¡ay! los dioses tutelares
su escudo nos negaron, y nos vimos
rotos en tierra y rotos en los mares.
¿Qué en tanto tiempo viste
por tus inmensos términos, oh Iberia?
¿Qué viste ya sino funesto luto,
honda tristeza, sin igual miseria,
de tu vil servidumbre acerbo fruto?
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?
Volábase a occidente
y el vasto mar Atlántico sembrado
se hallaba de su gloria y su fortuna.
Do quiera España; en el preciado seno
de América, en el Asia, en los confines
del África, allí España. El soberano
vuelo de la atrevida fantasía
para abarcarla se cansaba en vano;
la tierra sus mineros le rendía,
sus perlas y coral el Océano.
Y donde quier que revolver sus olas
él intentase, a quebrantar su furia
siempre encontraba costas españolas.
Ora en el cieno del oprobio hundida,
abandonada a la insolencia ajena,
como esclava en mercado, ya aguardaba
la ruda argolla y la servil cadena.
¡Qué de playas, oh Dios! Su aliento impuro
la pestilente fiebre respirando,
infestó el aire, emponzoñó la vida;
la hambre enflaquecida
tendió sus brazos lívidos, ahogando
cuanto el contagio perdonó; tres veces
de Jano el templo abrimos,
y a la trompa de Marte aliento dimos;
tres veces ¡ay! los dioses tutelares
su escudo nos negaron, y nos vimos
rotos en tierra y rotos en los mares.
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