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15 de junio de 2008

Ficciones regresivas y crisis del positivismo

Guillermo García
Facultad de Ciencias SocialesUniversidad Nacional de Lomas de Zamora (Argentina)

Aplicado al dominio específico de las ciencias naturales, el mito positivista del progreso ilimitado recibió el nombre de evolucionismo. De este modo, una vez más le correspondió a la literatura ensayar y poner en circulación toda una serie de relatos de sesgo ‘contramítico’ que, tomando al primero como punto de partida, viniera a representar, en última instancia, su reverso más acabado y perfecto.
En el horizonte de la modernidad adulta, entonces, comienza a perfilarse hacia mediados del siglo XIX toda una gama de historias destinadas a ‘des-contar’ el ascendente optimismo del saber científico dominante al develar su costado más sombrío y perturbador.
A este respecto, y moviéndonos siempre en los fluctuantes territorios sobre los que habrán de cimentarse las diversas especies de la ciencia ficción en Occidente, bien podría establecerse un paralelismo entre la construcción de los relatos que en otra oportunidad hemos denominado ‘de catástrofes’ con aquellos que, a falta de mejor designación, provisoriamente rotularemos como ‘de monos’.
El paralelo no resultará forzado en tanto ambas series se inclinan hacia un mismo lado: la negación de las tesis evolutivas. Las ficciones catastróficas apuntarán a minar el aspecto temporal-histórico de aquéllas, mientras que las ‘fábulas regresivas’ se orientarán a corroer su costado estrictamente biologicista.
Descontando la temprana y sugestiva presencia de un antropoide como figuración central -y cuidadosamente elidida- en el fundacional “Los crímenes de la calle Morgue” [Edgar Allan Poe, 1841], será sobre todo a partir de la novela breve El extraño caso de Doctor Jekyll y Mister Hyde [Robert L. Stevenson, 1886] que la máscara de optimismo fraguada por la ciencia positiva comience a agrietarse.
En el Río de la Plata contamos con una extensa serie de narraciones cuyo tema, variantes aparte, pareciera rondar ámbitos similares: cuestionarse una y otra vez acerca de las fronteras (siempre imprecisas) que median entre el hombre y la bestia. En otras palabras, relatos que de distintas maneras y por vías disímiles ponen en tela de juicio el lugar del hombre en la naturaleza. Entiéndase: un lugar considerado, al gusto decimonónico, como preponderante y central. Y no de cualquier hombre: los protagonistas de estas historias serán de común occidentales blancos, con preferencia versados en alguna ciencia ‘positiva’ o bien poseedores de una vastísima cultura, vale decir, completos exponentes de la razón considerada como único fundamento del edificio del conocimiento humano.
En 1897 se publica en la revista Filadelfia de Buenos Aires, órgano de la Sociedad Teosófica (dato significativo al que no debiera restársele ninguna importancia), “La licantropía”, un cuento que, a nuestro juicio, debe ser ubicado entre lo mejor de la narrativa fantástica rioplatense. Su autor, Leopoldo Lugones (1874-1938), lo incluirá en 1906 en el Las fuerzas extrañas, volumen integrado por cuentos fantásticos y de ficción científica, bajo el título de “Un fenómeno inexplicable”. Allí se narra el extraño caso de un inglés versado en las diversas disciplinas del ocultismo quien vive retirado en un solitario paraje de las serranías de Córdoba, en el interior de Argentina, y que, en su juventud, militó como soldado del Imperio en la India. El mismo padece de un singular ‘desdoblamiento’ de la personalidad originado en prácticas de ‘proyección’ de su ‘yo astral’. Lo notable es que ese ‘yo proyectado’, doble del personaje, se representa en el relato a través de la forma de un antropoide que, igual a una sombra, lo persigue y obsesiona. “Té verde”, un cuento del escritor irlandés Joseph Sheridan Le Fanú (1814-1873), quizá constituya el directo antecedente del texto de Lugones al narrar la atormentada existencia de un clérigo, estudioso de las antiguas culturas orientales, constantemente perseguido por la diminuta figura de un mono que sólo él puede ver.
Lo cierto es que el citado relato de Leopoldo Lugones establecerá una serie de nexos con otro de su autoría, aunque algo posterior en el tiempo. “Yzur”, en efecto, ve la luz en 1906 con motivo de la publicación de Las fuerzas extrañas. Si en “Un fenómeno inexplicable” se postulaba la eventualidad de que en un mismo ser convivieran ‘simultáneamente’ la criatura racional (‘evolucionada’, en términos positivistas) con facetas de la personalidad mucho más arcaicas o primitivas, poniendo en crisis, por lo demás, la noción moderna de sujeto unitario, en “Yzur” de alguna manera se juega con el riesgo contrario: sacar a la luz el componente humano que pervive dentro de todo mono. Y, lo que es más importante, la representación de lo humano por excelencia toma cuerpo en el texto por medio de un factor fundamental: la capacidad de desarrollar un lenguaje en tanto instrumento a través del cual la razón se manifieste.
“Un fenómeno inexplicable” e “Yzur” guardan, a nuestro entender, una relevancia inmensa en lo que respecta al imaginario del cual se nutrió un gran sector de la literatura de especulación científica de finales del siglo XIX y principios del XX en el área rioplatense.
Sobre todo si las ponemos en relación con algunas de las ficciones primerizas de Horacio Quiroga (1878-1937): “Historia de Estilicón” [1904] y “El mono ahorcado” [1907]; bien mirados, estos dos cuentos no dejan de constituir versiones alternativas (¡¿y previas?!) de “Yzur”, ya que sus conexiones resultan innegables. Años después Quiroga reincidirá, bajo el seudónimo de S. Fragoso Lima, con la publicación por entregas en el semanario ilustrado Caras y Caretas de la nouvelle El mono que asesinó [1909].
Pero la huella de estas preocupaciones de corte regresivo-antropológico incluso se encuentran en una pieza tan frecuentada por las antologías como “El almohadón de pluma” [1907], en la cual, a través del delirio de una mujer agonizante, la representación del protagonista masculino (su flamante marido) cobra cuerpo por medio de la figuración de un antropoide.
Todavía al promediar la década de 1920, un largo relato de aventuras escrito por Carlos Beadle especialmente para Caras y Caretas, “El orangután”, retoma aquellas preocupaciones. De nuevo aquí la totalidad de la narración gira en torno a la cuestión de si los monos son o no capaces de desarrollar un lenguaje. Por lo demás, el narrador da una curiosa etimología del vocablo ‘orangután’ que no deja de ser significativa: orang (=hombre) y utan (=salvaje), según evidencian los anteriores vocablos procedentes de un ignoto -e inverificable- dialecto malayo.
La temática regresiva tampoco resultará para nada ajena a la veta imaginativa de Roberto Arlt (1900-1942), en gran medida nutrida, como ya se tuvo ocasión de comprobar [GARCÍA, 2004: http://www.ucm.es/info/especulo/numero26/arlt.html], de una literatura de sesgo marcadamente popular semejante a la que medios gráficos masivos como Caras y Caretas venían divulgando desde las postrimerías del siglo XIX. En su caso puntual, resulta notorio que la serie de los 'cuentos africanos', elaborados a partir de su viaje a Tánger en 1935 y algunos posteriormente agrupados en El criador de gorilas [1941], contribuiría profusamente al desarrollo de las posibilidades que aquella vertiente temática ofrece. Así, se evidencia incuestionable la tesis regresiva en "Los hombres fieras" [1940], truculenta historia de canibalismo contada utilizando un procedimiento bastante complejo en tanto se apela, por lo menos, a tres instancias narrativas superpuestas, las cuales vendrían a figurar el intrincado proceso de extraer a la superficie -del texto, del sujeto- un cúmulo de elementos que anidan en las capas más profundas de la conciencia humana. Todo ello, además, adornado con varias pinceladas de inocente racismo.
Opina el narrador, sacerdote negro de Liberia:
Nosotros hemos conceptuado siempre un error el nombrar negros nacidos en tierras extrañas para regir los destinos del país de una manera u otra (...).
(...)
Yo he sostenido siempre que el hombre de color, extranjero en este país, está desvinculado del clima de la selva y de la tierra. Y cuando menos lo espera, se encuentra enganchado por el engranaje del misterio bestial que en todos nosotros ha puesto el demonio, siempre en acecho del alma animal de estos pobrecitos salvajes.[ARLT, 1996: 526. Énfasis nuestros].
En “La factoría de Farjalla Bill Alí” [1940], por su parte, se narra una historia bastante retorcida de odios y venganzas en el corazón de África, donde el leit motiv del relato parece radicar en las equiparaciones reiteradas entre hombres y monos. Por cierto no son los primeros los que llevan la mejor parte. Resumimos la historia a modo de ejemplo: a Tula, una negra empleada en un criadero de gorilas, uno de éstos le estrangula a su hijo recién nacido. El marido de Tula decapita al mono asesino. Sin pronunciar palabra, el musulmán dueño de la factoría (el Farjalla del título) le descerraja a aquél seis balazos en la cabeza para cobrarse de alguna manera la pérdida sufrida. La viuda adopta al hijo del mono muerto y lo empieza a criar como a uno propio. El narrador, por su parte, un ser degradado hasta los umbrales de la bestialidad, planea asesinar al citado Farjalla, cuya maldad pareciera no tener límites y quien, en el final del relato, muere devorado por miríadas de termitas junto al cuerpo de un gorila muerto. Y podríamos seguir... [Cf. ARLT, 1996: 548-553].
Antes de concluir estos exiguos apuntes que en otra ocasión habremos de ampliar debidamente, consignaremos la glosa que el crítico e investigador Omar Borré hace al que fue el último cuento publicado en vida por Roberto Arlt, “Los esbirros de Venecia”, en el periódico Mundo Argentino el 1-VII-42:
Último cuento publicado por Roberto Arlt, poco antes de su muerte, ocurrida el 26 de julio de 1942. Escrito con lápiz en una edición de Kim de Rudyard Kipling, se encontró el siguiente borrador de un cuento inédito: “La mujer, el marido y el orangután. Casa del orangután. (Prólogo/ La hija del cazador de monos, cuando se va el novio se arroja a los brazos del orangután.) La noche del casamiento del orangután se encierra. Enferma el orangután. El marido se queja y dice que no puede mantener al orangután y su mujer. El orangután con celos. Y asesinato del orangután”. [ARLT, 1996: 625-626].
La trascripción del bosquejo argumental de ese relato que no llegó a ser nos exime de todo comentario.



© Guillermo García 2005
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero31/monos.html

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