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24 de julio de 2008

El pozo de Juan Carlos Onetti:elementos para su análisis


Análisis -Resumen de El Pozo
Juan Carlos Onetti

Eladio Linacero escribe sus memorias durante una noche. En ellas, cuenta que vive en una pieza de pensión, que comparte con Lázaro, un obrero militante del Partido Comunista. Está divorciado, y sus relaciones con las mujeres se limitan a encuentros ocasionales. Ha sido periodista.
En un relato fragmentario, recuerda a algunas personas y evoca fantasías a las que llama" aventuras". Asegura que son muchas, pero sólo cuenta una: la de la cabaña de troncos, con variantes. Lo que se mantiene sin cambios en estas aventuras es que él es el protagonista y que se llevan a cabo en lugares exóticos.
Está solo, se lleva mal con Lázaro, a quien desprecia, y se siente incomprendido incluso por Cardes, un poeta a quien admira y con el que intenta compartir, sin éxito, sus fantasías.
Poco antes del amanecer, cada vez más solitario y cansado, deja de escribir.

La obra de Onetti podría considerarse anacrónica, porque se anticipa a lo que se llamó la "nueva novela latinoamericana". Si bien durante décadas no recibió el reconocimiento general, hoy es considerado un clásico, por­que, al modificar las reglas vigentes, inauguró un estilo que alcanzó legiti­midad y permanencia.
En la época en la que Onetti escribió sus primeras obras, la novela era un género poco cultivado en lengua española. En el Río de la Plata, podían encontrarse, principalmente, dos tipos de novelas: las europeas, de temática realista, que buscaban imitar fielmente la naturaleza y la realidad; y las lo­cales, que presentaban temas fantásticos.
Sin embargo, Onetti no adhirió a ninguna de estas categorías: no imitó la realidad exterior, sino que la fragmentó y distorsionó, pero sin entrar en lo fantástico. Es decir, no introdujo lo extraño para alterar lo conocido o cotidiano, sino que retornó a la técnica de la ficción dentro de la ficción, de antigua tradición en la narrativa. Inició esta modalidad en su novela El pozo (1939), con la inclusión del ensueño como un plano distinto del de la realidad.

Onetti convirtió las ciudades rioplatenses (Buenos Aires y Montevideo) y a sus habitantes en personajes centrales de su narrativa. Su obra marcó una eta­pa decisiva en la literatura latinoamericana: la del hombre urbano, violentamente inmerso en una modernidad caótica, angustiante. Además, se desta­ca por concebir la novela como un universo regido por leyes propias y fatales.
Perteneció a la generación de 1940, marcada por el desencanto político y por el nihilismo, es decir, la negación de toda creencia política, religiosa o social que desembocó en un individualismo tendiente a evitar el dolor im­puesto desde fuera.
Onetti propuso una narrativa en la que dos fuerzas operaran en equiIibrio: el mundo y la interioridad. Destacó la interioridad que, como fuerza centrípeta, atrae el exterior: el mundo físico está presente, pero sólo con la fi­nalidad de instalar en el mundo real la interioridad del personaje. Lo externo, entonces, se manifiesta profunda y sutilmente. Por un lado, es profunda la huella que deja en el individuo; por el otro, es sutil la referencia a él.
Sus criaturas son una presencia absoluta en torno a la cual gira el relato.
Son seres conscientes de su soledad que intentan sobrevivir en un mundo hostil. Pero el destino los vence a corto o a largo plazo: por un ca­mino de fracasos, llegan a la muerte. En su caída hacia lo inevitable, aceptan la realidad y se escapan hacia su interior mediante confesiones o ensueños que los conducen cada vez más a la soledad y al aislamiento.
Son pesimistas, han perdido los ideales y sus sentimientos están degra­dados. Emprenden bajas acciones sin cuestionamientos éticos, y la amistad y el amor pierden autenticidad. Esta situación de encierro moral se traduce en encierro físico: en la ciudad, en distintos habitáculos, en la oscuridad de la noche. El humor no alivia el clima opresivo, sino que es tenso y cínico.
De esta manera, la narrativa latinoamericana presenta al hombre urba­no: escéptico, melancólico, alienado por la ciudad, es el retrato del rioplaten­se. La angustia existencial de una vida sin sentido clausura toda esperanza.

El pozo -Análisis


Eladio Linacero está por cumplir cuarenta años y, a pesar de admitir que no sabe hacerlo, se sienta a escribir su historia. Así se plantea el comienzo de la novela: se trata de un balance, es decir, el análisis de los hechos positivos y negativos que conforman una vida. En el caso de Linacero, poco es lo que sa­brá el lector de acontecimientos, pero podrá reconocer los sentimientos.



El protagonista asegura que escribe sus memorias, aunque el relato es una confesión, casi en el sentido religioso del término. Por medio de una extensa retrospección (un examen de su pasado), se exhibe descarnadamen­te: "Pero ahora quiero hacer algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma/ de ella sola/ sin los sucesos en que tuvo que mezclarse/ queriendo o no/.

Si el alma es pura espiritualidad capaz de entender, querer y sentir, su historia no está hecha de sucesos, sino de sentimien­tos provocados por el mundo exterior. Eso se exhibe en El pozo.

Para "contar" el alma de Linacero, inicialmente se construye un cli­ma. El protagonista está inmerso en un ambiente pesado y sórdido: calor agobiante, un espacio sucio y miserable. Su apariencia coincide con el entorno: también él está sucio, sin afeitar y medio desnudo; los vecinos son seres desagradables. Este clima es el resultado de la per­cepción que el personaje-narrador tiene de la realidad. A través de la descripción del exterior, lo que el lector percibe es su interior: /Tengo asco por todo/ ¿me entiende? Por la gente/ la vida/los versos con cuello almi­donado. Me tiro en un rincón todas las noches//, le dice a Cordes.
Linacero vive lo externo como una imposición, entonces le resta importancia a lo que sucede en el mundo: es indiferente al inicio de la Segunda Guerra y a la ciudad alienante; desprecia a sus habitantes empequeñecidos por sus vidas intrascendentes.

¿A quién le escribe la historia de su alma? /Es cierto que no sé escribir/ pero escribo de mí mismo//, declara Eladio. Él es el autor, es el tema, pero al mismo tiempo, es el destinatario: se escribe, describiéndose. Por ese motivo, no impor­ta si sabe escribir, ya que no hay ninguna señal de un posible lector, de un destinatario diferente de él mismo. No logra abrirse al exterior, no toma contacto con nadie (Y ahora que todo está aquí, escrito/ la aventura de la cabaña de troncos/ y que tantas personas como se quisiera podrían leerlo ... /). Se encuentra irremedia­blemente solo en medio de la vida, pero está cada vez más fuera de ella.
La actitud vital de hastío es la respuesta que encuentra Linacero a ese mundo del que busca escaparse mediante el ensueño. La recurrencia de es­te método de huida da testimonio de lo insoportable que le resulta enfrentar la realidad. Replegado hacia su interior, intenta sobrevivir inventando historias, pero ni siquiera en ellas puede escaparse de su modo de ser y existir: sigue sien­do un observador, no un actor, un ser inactivo que sólo siente. Sus aventuras son incomunicables, suceden en lugares exóticos; sus personajes están toma­dos de la realidad, pero mejorados. Él es el protagonista, dueño de una vida in­teresante, propia de los héroes literarios, pero que sólo se presenta en forma de flashes o como la enunciación de conflictos que nunca se desarrollan.

El hombre que está solo

Cuando Linacero decide escribir sus memorias, elige una aventura como la más importante y representativa: la de la cabaña de troncos, aunque aclara que no es ni la más completa ni la más interesante ni la mejor ordenada. Pe­ro, sin ser explícito, la prefiere porque marcará su modo de relacionarse con el mundo para siempre.
La aventura de la casa de troncos se inspira en un episodio de la vida real; en este caso, el vivido con Ana María en su adoles­cencia. En esa oportunidad, Eladio prepara todo para humillarla y lo consi­gue: ella cae en su trampa y esto lo desilusiona, pues confirma que es infe­rior: "[. . .] para tomar impulso y disparar. Si lo hubiera hecho, yo tendría que quererla toda la vida. Pero entró, yo sabía que iba a entrar y todo lo demás". Linacero actúa de la misma manera que lo hará en el futuro: el contacto que establece con el afuera es intelectual y termina replegándose aún más hacia adentro.
Cuando recuerda el episodio, su crueldad se ve multiplicada por la indife­rencia con que lo evoca: compadece a Ana María por estúpida y ridícula. De allí en más su relación con los otros se fundará en el desprecio y en la lástima.
La aventura narrada por Eladio es una recreación de ese suceso (en ella, no hay engaño, él es el elegido, y el lugar donde sucede está idealizado), pero todo se reduce a observar el cuerpo desnudo de la joven sin que se manifies­te ningún conflicto, elemento esencial de toda narración y toda vida. Esta aventura es el modelo de su existencia.
Al recordar episodios de su vida, nada de lo que pertenece al mundo real es rescatado: desprecia la amistad, los ideales políticos, el trabajo, el amor. Creyó ser feliz siendo un escéptico, pero también esto dejó de tener sentido. La vida lo desconcierta, el acontecer se le presenta ajeno a su volun­tad, por lo tanto es inaprensible. Ahora sólo deja que el tiempo pase. Se aísla porque se sabe diferente, y los demás lo aíslan, porque no lo comprenden. Pe­ro no le importa. En medio de la noche real y simbólica de su existencia, la soledad es lo único cierto. Ninguna esperanza es posible. Sólo le resta fumar, estar tirado en una cama y repetir una y otra vez la misma "aventura".

Poco a poco, Linacero va perdiendo todo vínculo con la vida y con la realidad. No hay lugar para él, es un extraño en un mundo hostil. Enton­ces, va cayendo en una degradación cada vez mayor, simbolizada por el pozo.
Lo paradójico es que el estar apartado de su mundo y de su época lo con­vierte en un representante de ese mundo y de esa época. Así, la historia de un alma sola deja de serlo y se vuelve la de muchas. Es más, lo que se lee de­ja de ser la expresión del puro sentimiento de un alienado: en su trasfondo, también se leen las causas de tal desvinculación. Linacero es un solitario que no está solo, lo acompañan muchos latinoamericanos inmersos en una reali­dad política y física que los excede. Además, es el prototipo de los melancó­licos rioplatenses ajenos a la tierra en donde viven (sus raíces americanas han sido exterminadas), con los ojos puestos en Europa (la tierra de sus ma­yores destruida en la Primera Guerra) y sufriendo la experiencia de un mun­do que continúa tambaleándose.
Eladio Linacero es el uruguayo o el argentino de los años 40: pesimista, escéptico, desengañado y cínico.

Fuente: Literatura Argentina y latinoamericana



Ed.Puerto de Palos- Bs.As., 2001