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6 de septiembre de 2008

Análisis de La colonia penitenciaria de Franz Kafka

Análisis-resumen de La colonia penitenciaria de Franz Kafka

A fines de 1914, Kafka escribe "La co­lonia penitenciaria" y comienza la re­dacción de El proceso. El tema de la justicia resume todos los sentidos que había concretado en sus relatos anteriores.
Kafka ya ha decidido que su li­teratura se situará en el límite de un universo donde el absurdo y lo arbi­trario se convierten en normas funda­mentales; pero un absurdo y una arbitrariedad minuciosamente legisladas para que asuman las apariencias de lo verosímil y lo posible, a la vez que se constituyen en principio inapelable frente al cual fracasan trágicamente todos los intentos de la razón o el buen sentido.
En última instancia, es­te proyecto kafkiano es sólo una tras­lación simbólica del mundo enajenante y en crisis en el que estaba viviendo. Así como se han hecho innumerables exégesis de Kafka según las variadas claves espirituales, místicas y teológicas, nada puede desautorizar una in­terpretación que acerque su obra a los términos de realidad e historia.

Dentro del proyecto kafkiano existe, en prime­ra instancia, el objetivo de definir ló­gicamente aquello que por su natura­leza misma es irracional, inhumano, con frecuencia salvaje: conocía bien la burocracia de la monarquía austríaca, ese enorme aparato simulador de jus­ticia, de jerarquías cristalizadas e in­mutables. Esas mismas jerarquías son las que Kafka define, en su literatura, como una pirámide en cuya cúspide reside el inapelable y desconocido Tri­bunal Supremo. Y en esa postulación de existencia -la del Tribunal Supre­mo- residen los resortes y las tram­pas de la arbitrariedad y el absurdo.
En el relato "La colonia penitenciaria", el condenado ignora que ha sido juz­gado; tampoco se le ha brindado la oportunidad de una defensa y ni siquie­ra posee la posibilidad de la palabra. Para el oficial, que asume los poderes de juez y ejecutor, "la culpa es siempre indudable".
La obsesión del oficial de esa colonia perdida en el desierto no es explicar ante el explorador visitante los procedimientos de la sentencia si­no los de su ejecución: una máquina diabólica escribe, mediante largas agujas, sobre el cuerpo del condenado, la sentencia por la cual merece la muerte.
El proceso dura doce horas, duran­te las cuales las agujas van penetrando lentamente en el cuerpo de la víctima hasta atravesarlo por completo. Recién, instantes antes de morir, el condenado comprende, puesto que su cuerpo deshecho ostenta la inscripción de su delito: "La severidad de nuestro sistema es aparente (dice el oficial).Consiste en escribir sobre el cuerpo del condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado".
Kafka juega aquí con la literalidad de los significados, toma las palabras al pie de la letra: el condenado desconoce su sentencia pero "la sabrá a su tiempo, en carne propia.
Así , la sentencia consiste en ser escrito, en que el propio cuerpo se convierta en es­critura. Pero esa escritura puede llegar a fracasar, a no ser comprendida; de hecho, el explorador no la comprende : es más, la desaprueba con repugnancia.
El oficial entiende, al ver esto, que su "máquina de escribir", que él tanto admira, nunca más podrá ser admira­da por los otros (su antiguo jefe, el inventor, ha muerto y el nuevo comandan­te desaprueba el procedimiento y desea abolirlo). El único camino que le queda abierto es optar por desaparecer junto con su escritura.
Libera al prisionero y se coloca a sí mismo en la máquina; la inscripción será esta vez "Sé justo".

El relato, de una obje­tividad, más que realista, análoga por precisión y distancia al testimonio antropológico, incluye dos elementos típicos de la obra kafkiana: por un lado, la irreductibilidad de la justicia a términos racionales puesto que se ca­racteriza siempre por la ilogicidad y la arbitrariedad, atributos de un aparato incomprensible para quien la padece; en segundo lugar, el concepto de la es­critura peligrosa que se opone al de la escritura salvadora: Ser escrito signi­fica la muerte, mientras que poseer la escritura puede llegar a significar afirmación y poder; sin embargo, ambos términos pueden alterarse y el que po­see la escritura, como el oficial, llega a morir por ella, es escrito, y en eso reside su castigo y a la vez su culpa.