Guillermo García
La dilatada extensión temporal y espacial inherente al complejo cultural denominado literatura hispanoamericana, como así también la diversidad de manifestaciones que tal extensión presupone, obligan a concebirlo a manera de un amplísimo sistema en cuyo interior nacen, se desarrollan, interactúan y se transforman series literarias heterogéneas.
Por lo tanto, cualquier pretensión totalizadora deberá ser aventada desde el inicio mismo a causa de la intrínseca inabarcabilidad del fenómeno que nos ocupa.
No obstante, y a manera de punto de partida, sí pueden ser planteados dos interrogantes de base:
1) ¿A partir de qué momento puede hablarse de una literatura hispanoamericana? O, en otras palabras: ¿En qué punto de la historia puede ubicarse su inicio?
2) Si, según se adelantó, resultaba erróneo postular la existencia de una literatura única y medianamente uniforme para todo el continente de habla hispana, ¿qué variables culturales -sean geográficas, sociales, políticas, raciales o históricas- determinarán la conformación de las distintas series particulares dentro del sistema general?
La resolución de la primera pregunta no deja de presentar algunos inconvenientes: los estudiosos de la materia -como suele ocurrir- no terminan de ponerse de acuerdo acerca de una fecha precisa en la cual consignar el nacimiento de esta literatura. De este modo...
* Hay quienes consideran que las manifestaciones literarias de las grandes civilizaciones precolombinas constituyen el punto de partida. Esta postura tiene sus problemas: primero, que es sumamente escaso el material conservado (los conquistadores se ocuparon con entusiasmo de que así fuera); segundo, que aunque hoy se ‘lean’ esas manifestaciones como literatura, sería por lo menos arriesgado postular la existencia de una ‘función literaria’ entendida a la manera moderna en culturas de innegable corte tradicional; tercero, que desde la perspectiva idiomática quedan rigurosamente excluidas del campo de la literatura hispanoamericana todas las obras que no hayan sido escritas en castellano. A pesar de todo esto, no resultará para nada descabellado, en cambio, rastrear las huellas de aquellas culturas en producciones literarias posteriores escritas en lengua española: cuentos como “Huitzilopoxtli”, de Rubén Darío; “Chac Mool”, de Carlos Fuentes; “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar; amplios sectores de la poesía de Pablo Neruda o de la narrativa de Miguel Ángel Asturias y José María Arguedas, por poner sólo algunos ejemplos aislados, resultarían impensables de no ser vinculados con aquellas enigmáticas culturas.
* Otros prefieren situar el inicio con la llegada de los españoles a estas tierras. Tenemos entonces una fecha de nacimiento precisa: 12 de octubre de 1492. Y un nombre para el primer escritor: Cristóbal Colón. Esta segunda perspectiva, además, posee singular importancia por motivos estrictamente literarios. De adoptarla, se le confiere a la crónica el envidiable lugar de género discursivo fundacional de la literatura hispanoamericana. Dicho género, de origen medieval y plenamente anacrónico ya en tiempos de la conquista, cobra inauditas significaciones al entrar en contacto con el paisaje americano y representará una impronta imborrable sobre la literatura posterior. Por poner sólo un ejemplo, una noción como la de lo real maravilloso desarrollada en el siglo XX por el escritor cubano Alejo Carpentier, resultaría impensable -al igual que la casi totalidad de su propia obra- de no haber existido las Crónicas de Indias.
* Un tercer grupo propone un lento proceso de formación literaria a lo largo de un período bastante extenso de por lo menos ciento cincuenta años (todo el siglo XVII y hasta pasada la mitad del XVIII), denominado etapa de transculturación. Históricamente coincide con la época de la colonia; artísticamente, en cambio, se caracteriza por una asimilación más o menos directa de los modelos europeos. Sin embargo, hubo personalidades que los superaron ampliamente. Tal el caso de Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1648-1695). De filiación culteranista, aunque poseedores de un espesor marcadamente intelectual, sus elaboradísimos poemas constituyen la cima del barroco literario en América. Es elocuente al respecto Primero sueño, extensa composición donde se relata el viaje ascendente de la conciencia del yo poético a través de las esferas del mundo. Si a primera vista el modelo cosmológico descripto parece surgido de formas de pensamiento tradicional, la preocupación de Sor Juana por el funcionamiento de los mecanismos cognoscitivos ya es plenamente moderna.
* En cuarto lugar, no faltan quienes contextualizan el surgimiento de la literatura hispanoamericana en el marco del proceso de emancipación política de España que, de manera aproximada, se extendió a lo largo de los cuarenta años que median entre 1790 y 1830 y que habría de determinar el surgimiento de los distintos estados sudamericanos. Si bien en muchos de los casos los exponentes más relevantes del período cumplían una innegable función apelativa, esto es, que no disimulaban su carácter de instrumentos de manipulación ideológica, no obstante seguían reflejando, en el plano formal, la dependencia hacia los modelos artísticos europeos -en su caso, provenientes de la estética neoclásica-. Si se descuentan las manifestaciones de sesgo popular como aquellas que, en el área del Río de la Plata, darían origen a la literatura gauchesca, todavía habrá que aguardar un poco para hallar registros auténticamente americanos. De todos modos, no se puede dejar de mencionar aquí al narrador y periodista José Joaquín Fernández de Lizardi (México, 1776-1827), autor de El periquillo sarniento (1816) y Don Catrín de la Fachenda (1819), sendas novelas que acometieron una interesante renovación de los códigos de la picaresca tradicional.
* Quizá sea durante el período posterior, el de la afirmación de las nacionalidades y culturalmente atravesado por la influencia de la estética romántica, cuando comienzan a surgir nombres de indiscutible estatura continental: Andrés Bello (Venezuela, 1781-1865), José María Heredia (Cuba, 1803-1839), Esteban Echeverría (Argentina, 1805-1851), Juan Bautista Alberdi (Argentina, 1810-1884) y Domingo Faustino Sarmiento (Argentina, 1811-1888), quienes, a través de la reflexión lingüística y gramatical, la poesía o la especulación sociopolítica, se impusieron la compleja realidad americana como motivo central de su labor intelectual. Una generación después continuarán apareciendo nombres de nota: Alberto Blest Gana (Chile, 1830-1894), Juan León Mera, Ricardo Palma (Perú, 1833-1919), Ignacio Altamirano (México, 1834-1893) y Jorge Isaacs (Colombia, 1837-1895), por citar apenas a algunos narradores sobresalientes.
* Pero no cabe duda de que es con los primeros atisbos modernistas -y, si de arriesgar fechas se trata, digamos: 1882, año de publicación de Ismaelillo, de José Martí- que la literatura hispanoamericana arriba a un estadio de plenitud madura hasta entonces inusitado.
Acaso por vez primera en Latinoamérica la escritura vuelve su mirada hacia las posibilidades artísticas de su propia materia constitutiva: la lengua.
En lo referido a la segunda cuestión -aquella que preguntaba por las distintas series literarias interactuando dentro del sistema-, señalemos que, sobre la base de la conjunción de determinadas coordenadas culturales -sean históricas, raciales, políticas, geográficas, artísticas, etc.-, puede acometerse la división del vasto territorio latinoamericano en áreas donde las manifestaciones literarias dominantes del siglo XX se hallarían sujetas a formas expresivas y contenidos temáticos más o menos constantes. Así, podrán distinguirse según los casos:
* Área mesoamericana-caribeña. Claramente signada por la insularidad geográfica, se percibe en ella una tendencia a las formas de expresividad barrocas. La presencia del negro es otra marca de peso.
* Área México. Tensionada por la impronta indígena y el hecho sociohistórico contundente que representó el proceso revolucionario iniciado en 1910.
* Área andina. Se manifiesta plena de contradicciones operadas entre la realidad urbana costera y la presencia del indio relegada a las montañas y asociada a todo tipo de abusos e injusticias.
* Área de la selva. De extensión a veces discontinua, cruza longitudinalmente el cono sur desde el Orinoco hasta el norte argentino. Su gravitación en las letras americanas se remonta a las Crónicas de Indias y alcanza su punto culminante con los grandes narradores de la tierra de la década de 1920.
* Área rioplatense. Territorio huérfano de culturas precolombinas desarrolladas, de marcos paisajísticos imponentes, cuyas primeras manifestaciones literarias de cierta importancia fueron tardías en comparación con otras partes del continente y socialmente conformado a partir del aluvión inmigratorio iniciado a finales del siglo XIX, no será de extrañar que su literatura, de sesgo reflexivo, reitere la temática de la identidad.
* Área patagónica. Su incorporación al complejo cultural latinoamericano fue tardía (fines del siglo XIX) y su literatura, a pesar de lo disímil y aun opuesto de los escenarios, no deja de guardar puntos de contacto con la del área de la selva en lo que respecta a la relevancia que ambiente y tipos humanos adquieren en ella.
Como sea, estas divisiones no pretenden imponerse a manera de esquemas rígidos ni mucho menos: apenas intentan funcionar como vías de acceso que faciliten la comprensión global de un sistema de por si heterogéneo, multiforme y, en no pocos casos, contradictorio.
Excelente síntesis de historia literaria.
ResponderEliminarMuy buena Sintesis
ResponderEliminarGRACIAS MUY BUEN RESUMEN DEL TEMA
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