La literatura y el problema estético.
Definición del término literatura- La estética como rama de la filosofía- La belleza y el arte a través de la historia-La Modernidad y la estética como disciplina autónoma-El concepto de fealdad-¿El fin de la belleza?-Otras concepciones de la belleza-La literatura como hecho artístico-¿Qué es el arte?-Arte y moral-La reproductibilidad técnica de las obras de arte -El arte pop (pop art)- El campo artístico - Pierre Bourdieu
Si consultamos el Diccionario de la lengua española, hay diferentes acepciones (significados) para la palabra literatura:
1-Arte bello que emplea como instrumento la palabra.
2-Teoría de las composiciones literarias.
3-Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género (Literatura griega; Literatura del siglo XVI; Literatura épica).
4-Conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia (Literatura médica; Literatura jurídica).
5- Suma de conocimientos adquiridos con el estudio de las producciones literarias.
Como primera aproximación, podríamos decir que la literatura es un grupo de textos que, a través del tiempo, se produjeron y recibieron como literarios. También es posible definirla como un lenguaje, si entendemos por lenguaje un sistema que posibilita la representación artística del mundo.
Con ese material (el lenguaje), el escritor elabora una obra que es única, porque se aleja del uso cotidiano del lenguaje: aprovecha la sonoridad de los términos y su capacidad de evocar o de sugerir, no trabaja con el sentido literal de las palabras, sino con todos los sentidos que esa palabra es capaz de disparar en su imaginación y en la del lector. El escritor peruano Mario Vargas Llosa (n. 1936) dice: '[ ... ] si las palabras no tuvieran más que un sentido, el del diccionario, si una segunda lengua no viniera a turbar y a liberar 'las certidumbres del lenguaje', no habría literatura'.
Entonces, el lenguaje es el protagonista a través de una cuidada selección y combinación da las palabras que el escritor realiza y que responden a un sentido preciso que quiere transmitir. Cuando un poeta selecciona una palabra dentro del enorme campo de posibilidades que le da la lengua, lo hace porque sabe que es ese término y no otro el que le permite transmitir una idea, una sensación, un sentimiento.
Dentro de la gran variedad de textos que circulan en una sociedad, algunos tienen una finalidad práctica como, por ejemplo, los históricos, los científicos o los periodísticos. Su objetivo es el de transmitir información y, para lograrlo, evitan la ambigüedad y utilizan una lenguaje claro y preciso que da por resultado un texto transparente y unívoco. La literatura, en cambio, no se centra en el aspecto informativo, sino en el estético, no tanto en lo que se dice, sino en cómo se dice.
Puede decirse que, por ejemplo, un libro de Historia trata sobre sucesos o procesos que han ocurrido efectivamente en un tiempo y en un espacio precisos en el que han vivido personas cuya existencia real es indiscutible. En estos textos, el acento está puesto en el referente, y su calidad depende del grado de fidelidad a él. Contrariamente, la literatura por ser un hecho artístico, transforma la realidad y la ficcionaliza. Los objetos a los que se refiere existen sólo en el texto, y en lugar de personas, la obra literaria presenta personajes, creaciones de ficción que pueden ser ( o no) parecidas a seres existentes, pero que nunca llegan a serlo. El valor de la literatura radica en el modo de representación de esa realidad y no en la fidelidad a lo representado, es decir que la literatura se aprecia no por la verdad de lo que se dice, sino por la calidad estética con que se lo hace. Ahora bien, ¿De qué se trata la estética? ¿De qué se ocupa y cuál es el campo problemático de esta disciplina?
La estética como rama de la filosofía
Según su etimología, el término estética proviene del griego aistêtikos (de aesthesis) que significa “lo que afecta a los sentidos”, es decir la “sensiblidad”, la “sensación”, la “percepción”. De manera que, en una primera aproximación lo propiamente estético se relaciona con lo sensible, con la manera en que una persona percibe un objeto concreto por medio de los sentidos y con las sensaciones que ese objeto le produce, ya sean de agrado o de desagrado.
El término estética fue utilizado por primera vez en 1750 por el filósofo alemán Alexander Baumgarten (1714-1762). Éste definía a la belleza como la armonía y la correspondencia entre los aspectos y el conjunto de una obra dada. Para el filósofo, el fin de la belleza era “gustar y promover el deseo”.
Sin embargo, el objetivo de la estética como rama de la filosofía no es definir la belleza ni buscar sus fines. Las cuestiones estéticas incluyen preguntas como ¿qué hace bellas a las cosas? ¿Por qué algunas cosas son consideradas bellas o no bellas según los momentos históricos? ¿Qué es el arte? ¿Qué relaciones existen entre arte y política? ¿Cómo se relaciona el buen gusto con los grupos dominantes en cada sociedad?, entre otras.
La estética es la parte de la filosofía que se dedica al estudio teórico de la belleza, el arte y el gusto.
La belleza y el arte a través de la historia
La Antigüedad
Para el filósofo griego Platón (427-347 a.C.), que vivió en el siglo IV a.C., existen dos mundos: uno, el mundo sensible, perecedero y cambiante que habitan los seres humanos y que se percibe por medio de los sentidos; otro, el mundo de las Ideas, el mundo inteligible, que es, eterno, divino, inmutable e imperecedero.
En el diálogo Hipias mayor, Sócrates, el personaje principal de la mayoría de las obras de Platón, se pregunta ¿qué es lo bello?, y concluye que es difícil definir las cosas bellas. Sin embargo, en diálogos posteriores como El banquete, Filebo o Fedro, Platón expone la teoría de que las cosas son bellas en la medida en que participan de la Idea de Belleza, inmutable y eterna. Entonces, las cosas bellas del mundo sensible —una mujer bella, un hermoso río— son aquellas que imitan o participan de la Idea de Belleza, de la Belleza en sí del mundo inteligible.
Por ello, para Platón, el hombre debe enamorarse, primero de los cuerpos bellos, pasar después a la belleza de la mente o el intelecto; luego a la de las leyes y de las ciencias, y finalmente, a la belleza en sí misma. En Fedro, Platón señala que “si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza”.
Por su parte, el discípulo de Platón, Aristóteles (384-322 a.C.), en la Poética revaloriza la función del arte en la vida de los seres humanos. La pintura, la escultura, la poesía, la epopeya, la tragedia o la comedia, entre otras, son formas de imitación de los sucesos de la vida y de la fuerza creadora de la naturaleza. Los seres humanos ven reflejados en la tragedia sus sentimientos, se identifican con sus personajes y de esa manera purifican sus emociones, al descargar sus pasiones. Mediante la ficción, al contemplar en una obra de teatro sentimientos semejantes a los que experimentan en la vida real, las personas se liberan de sus sentimientos de piedad y de miedo y sienten placer: a este proceso Aristóteles lo denomina catarsis. El alma recupera así el equilibrio perdido.
Una diferencia importante entre Platón y Aristóteles es que para el segundo, el mundo de las Ideas no existe, por lo tanto, las cosas bellas están en el mundo que habitamos.
La belleza medieval
Durante la Edad Media, con algunas variantes, se conservaron ciertos conceptos de la estética antigua sobre la belleza. Así como Platón explicaba la presencia de dos mundos, también para los filósofos cristianos que escribieron durante los siglos del medioevo, había una belleza sensible, terrenal, y una belleza verdadera que era la que pertenecía al cielo.
Los "Padres de la Iglesia" primitiva, los filósofos que sentaron las bases del pensamiento cristiano como San Agustín de Hipona (354- 430), mantuvieron una actitud de desconfianza frente al arte. Para ellos, no había que interesarse por las cosas terrenales —ya que tal cosa podía perjudicar al alma— sino consagrar la vida a admirar la belleza celestial.
Para los pensadores medievales, Dios era la causa de toda hermosura. La belleza estaba en Dios y en las manifestaciones de su creación del mundo. Buscaban símbolos de la divinidad en la naturaleza.
Por eso el arte medieval es religioso: todas sus imágenes se refieren a la Biblia y al
cristianismo primitivo. En esa época, la función principal del arte era propagandística: es decir, la de comunicar al pueblo —especialmente a aquellos que no leían latín— el mensaje cristiano a través de la representación de los santos y de diversos pasajes de las Sagradas Escrituras en los frescos y vitrales que decoraban las iglesias.
San Agustín, y posteriormente Santo Tomás de Aquino (1225-1274), insistían en que
la belleza es armonía y la fuente de esa armonía es Dios. La verdad divina difícilmente se expresaba en el mundo terrenal, por ello el arte medieval es especialmente simbólico y alegórico. El universo se muestra como un conjunto de símbolos que remiten a Dios.
La representación del cielo como el lugar de Dios es uno de los motivos principales de la arquitectura religiosa románica y gótica. Las iglesias románicas, propias de los siglos XI y XII, se caracterizan por ser edificios imponentes y poderosos que representan el poder ilimitado de Dios. Suelen tener arcos semicirculares apoyados sobre pilares macizos, estaban ubicados en pequeñas ciudades de provincia y eran el único edificio de piedra de los alrededores. Tienen escasa ornamentación pero sus macizas paredes y torres les dan el aspecto de fortalezas. En conjunto impresionan por su solidez.
En contraposición, las grandes catedrales góticas, más propias de finales del siglo XII
y del siglo XIII, son más luminosas y no tienen paredes tan frías y cerradas. Sus muros son de vidrios coloreados que brillan como piedras preciosas. Muchas veces, los pilares que los sostienen están realizados con oro. El propósito era que los fieles que las frecuentaban pudieran apreciar en su hermosura un reflejo de la belleza del Paraíso. Dentro de las catedrales, el ser humano se siente empequeñecido pero protegido de los males de afuera. Por ello, el exterior de las catedrales góticas está decorado con monstruos como dragones y fieras fabulosas, que representan lo terrorífico del Infierno.
A pesar de que la belleza terrenal no era importante, los pensadores cristianos de la
Edad Media le dieron gran valor a la belleza del cuerpo como correlato de la belleza de Dios. Nuevamente belleza y bondad iban de la mano como en la Antigüedad. Para los creyentes medievales, el pecado se expresaba en enfermedades o en signos que aparecían en el cuerpo, por ejemplo, la lepra. Uno de los signos de la santidad era la no corrupción del cadáver. San Agustín imaginó un cielo poblado de hombres y mujeres cuyos cuerpos eran simétricos, armoniosos y proporcionados, sin imperfecciones. En el cielo, los seres humanos recuperaban la belleza propia de la plenitud juvenil.
El dualismo del Gótico y el Renacimiento
El estilo denominado gótico de la última etapa de la Edad Media significó un cierto
retorno a la naturaleza. Es decir, comenzó a pensarse que la belleza no sólo estaba en el cielo sino que también era posible encontrarla en el mundo terrenal. Tal como lo expresa el filósofo cristiano Santo Tomás de Aquino, “Dios se alegra de todas las cosas, porque todas y cada una están en armonía con Su Esencia”.
La representación de paisajes y seres humanos durante la baja Edad Media anticipa en cierta forma la nueva concepción de belleza que predomina a partir del siglo XV durante el Renacimiento. Este último postula un regreso a las formas clásicas, de la Antigüedad griega y romana. Pinturas y esculturas toman como motivos ciertas escenas de la mitología antigua o pasajes del arte religioso, pero el ser humano aparece particularmente exaltado. Como en la sociedad y en la política, también en la estética se pasa de un estilo teocentrista (centrado en Dios) a un estilo antropocentrista (centrado en los hombres).
Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires / Argentina- Dirección Provincial de Planeamiento - Programa Provincial Textos Escolares para Todos - ISBN 978-987-1417-04-9 • 1º Edición Julio 2007. Autores: Marcelo Raffin, Cecilia Caputo, Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac.
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