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8 de febrero de 2012

Análisis de la novela Cainama, de Rómulo Gallegos


Análisis de la novela Cainama, de Rómulo Gallegos

Marcos Vargas es el personaje principal. Es un hombre fuer­te, con una gran confianza en sí mismo, dotado de un alto espíritu de justicia y que va despertando la admiración y la sim­patía por dondequiera que pasa. Parece reunir todas las condi­ciones para ser el dirigente popular. Sin embargo, como la mayoría de los hombres nacidos en Guayana o que vienen a él de otras regiones, Marcos Vargas se siente dominado por el ansia aventurera y el deseo de hallarse a sí mismo en la hazaña per­sonal. Actúa movido por la angustia del que no ha encontrado su camino y buscándolo, desgasta sus energías en acciones inúti­les, como los ríos inmensos de Guayana que se debaten con furia entre las rocas que los ciñen: fuerzas naturales y humanas que se pierden para el provecho de la nación.
Los diversos conflictos que encontramos a lo largo de la no­vela no son sino episodios de una lucha entre lo humano y lo salvaje. Como en todas las obras de Gallegos, en ésta el drama del hombre, el conflicto interior, va a ocupar un plano principal.
 La lucha entre las potencias del Bien y del Mal -evidentes en el drama de doña Bárbara y de Santos Luzardo-, se desencadena en el alma de Marcos Vargas, así lo vemos moverse entre un senti­miento de justicia que lo lleva a acusar ante la ley al asesino de Manuel Ladera, o a valerse de una treta para evitar que se des­poje a una humilde mujer de lo que en rigor le pertenece,  y un exagerado sentimiento de la hombría, que lo lleva a medirse con otro hombre y a dejarlo tendido de un balazo.
 El péndulo de su vida interior toca dos extremos: de un lado, el espíritu de aventura que lo arrastra hacia lo desconocido con la única finalidad de probar una emoción nueva, en la selva misteriosa, en el lance personal; y del otro, la necesidad consciente de un camino, de un ideal que dé sentido a su vida. Para saber cuál es ese camino y seguirlo, se requiere  conocimiento y vocación, voluntad y ac­ción.
Marcos Vargas tiene vocación para las grandes obras, pero le falta el conocimiento claro de lo que debe hacer, y sobre todo, voluntad: del colegio adonde lo envió su madre regresó dominado por la fiebre de la aventura.
 Esto es el comienzo de una serie de empresas dejadas a medio andar: la explotación cauchera de los Vellorini, que dirigía en la selva y que pudo ser el comienzo de  una acción a favor del peón cauchero; la unificación de las tribus contra la avaricia del blanco; y tantas otras posibilidades entrevistas un rato, o en las cuales apenas pensó. Cuando Gabriel  Ureña, ese otro destino trunco -no por falta de conocimiento, sino de energía, de la energía que le sobraba a Marcos Vargas, ­le señala  el camino, ya es demasiado tarde:
Esto ya lo  había intuido Marcos Vargas, pero no se había en­tregado ni se entregaría a la obra que le estaba señalada: su vida tenía una misión que él rehuía. Una acción loca y suicida tra­taba de  acallar la voz interior de su espíritu: por las corrientes vertiginosas de los ríos selváticos se deslizaba su canoa mientras él, dirigiéndola, desafiaba con su grito a la muerte. Su nombre, en boca del pueblo, iba a ser propiedad de la leyenda.
El conflicto interior  de M. Vargas, visto así, es, en el fondo, un episodio de la lucha entre el hombre y la naturaleza; entre lo  huma­no y lo salvaje. Aquel sentimiento de justicia, aquella bondad que lo hacía desprenderse de lo suyo para darlo a otros y aquel deseo de hacer algo grande, constituyen la cualidad propiamente humana de su espíritu. La energía sin control y el afán de aventura gastados en la afirmación de “hombre macho”, es lo salvaje, lo selvático, ambas tendencias en permanente lucha interior.
En Guayana, el machismo es una deidad tiránica a la cual todos rinden culto: los Ardavín, que son los caudillos de la región; Cholo Parima, el temerario bandido; el "sute” Cúpira, cacique de toda la región del Cuyuní. Estos hombres son producto del  medio y actúan al margen de la ley, guiados por sus propios  designios y basados en la autoridad del revólver.
Poseído por el deseo de su propia afirmación, Marcos Vargas también rinde culto al “machismo” y mide sus fuerzas con cada uno de estos hombres. Los vence a todos: mata a pantoka, Humilla a José Francisco Ardavín, se le impone al “sute” Cúpira.
Mide también sus fuerzas con la selva, que es un vasto escenario donde luchan dos divinidades: Canaima, dios sombrío y destructor; y Cajuña, dios bueno. Canaima es el más poderoso y resulta vence­dor --aunque la lucha es interminable-. Sus armas son: la culebra “Cuiama”del veneno veloz, el veinticuatro, la arañamona, las fie­ras, el purguo y el oro. Estos dos últimos traen la explotación y el odio entre los hombres.
Contra Marcos Vargas, el hombre que osa desafiarlo, Canaima envía la Tempestad, que se retira vencida por el hombre y por el árbol; envía a los hombres que son su he­chura, y de nuevo aquél resulta vencedor. La aventura del caucho tampoco lo destruye, ni la del oro. Entonces el dios lo ataca desde adentro. En los silencios misteriosos de la selva, cuando el espíritu se recoge en sí mismo y el hombre parece un árbol, Canaima invade el alma de Marcos Vargas, se apodera de él y dirige sus acciones. Comienza aquel loco navegar por los ríos vertiginosos, en constante desafío a la muerte; aquel ensimismamiento entre los árboles, hasta semejar él mismo uno más entre ellos. Es el Marcos Vargas de la leyenda, personaje de cuentos y aven­turas en boca del pueblo. El Marcos Vargas real, vencido por Canaima, se sepulta en una tribu; y en un último esfuerzo con­tra el dios, que es también la postrera afirmación del hombre en esta lucha entre lo humano y lo salvaje, envía a su hijo a Gabriel Ureña para que éste lo haga civilizado. Marcos Vargas abriga la esperanza de que este hijo cumpla la misión que él equivocó.
De cierta manera, el conflicto entre las fuerzas del bien y del mal en el hombre es una continuación de la lucha entre las divinidades selváticas. Quien haya penetrado en ese mundo alucinante de la selva que comienza en el capítulo XII de Canaima y cuya misteriosa atrac­ción se viene ejerciendo sobre el lector desde las primeras pági­nas, conservará como recuerdo de la lectura, un conjunto de  imágenes y  situaciones en continuo movimiento, que se vuelcan violentas en el instante dramático. Y todo el escenario envuelto en una media luz y en un silencio medroso, propicios al hecho mágico, a la intervención de lo extraordinario. Esta impresión ha sido artísticamente realizada por Gallegos, mediante una imagen religiosa, de modo que todo ese caos de la selva, descrito con toda su intensidad dramática en Canaima, gira sobre el eje de una feliz imagen: la selva es como un templo y los árboles son las columnas que sostienen la inmensa ·bóveda verde -del follaje in terminable.
"¡Árboles, árboles, árboles! una sola bóveda verde sobre miríadas de columnas afelpadas de musgos, tiñosas de líquenes, cubiertas de parásitas y trepadoras, trenzadas y estranguladas por bejucos tan gruesos como troncos de árboles".
La selva es un templo bárbaro donde se libra la batalla entre Canaima -"sombría divinidad de los guaicas y maquiritares, el dios frenético, principio del mal y causa de todos los males"- y Cajuña el bueno. Todas las restantes acciones, los animales venenosos, la fiebre, el oro, el purguo, la tempestad, la locura, son sólo ,episodios de esta lucha titánica en la cual Canaima lleva la mejor parte.
La armonía persiste a lo largo de la descripción. En el mismo capítulo hallamos:
"la selva virgen es como un templo de millones de columnas, limpio de matojos el suelo donde la fronda apretada no deja llegar los rayos solares, solemne y sañuda en penumbra miste­riosa, con profundas perspectivas alucinantes".
Autores anteriores a Gallegos han comparado la  selva a un templo cuya bóveda está formada por la copa de los árboles y éstos son como columnas que la sostienen. La hallamos en José Eustasio Rivera al comienzo de la segunda parte de La Vorá­gine: "los pabellones de' tus ramajes como inmensa bóveda, siem­pre están sobre mi cabeza", y más adelante: "Tú eres la catedral de la pesadumbre  donde dioses  desconocidos hablan a media voz ... " Pero esto nada más: se trata de una misma idea expre­sada con un mismo elemento de comparación, pero desarrollada en forma diferente en una y otra obra. Rivera se queda en simple comparación, porque la psicología de prófugo de Arturo Cova está más en consonancia con otras imágenes: él va huyendo de la jus­ticia, hay en su espíritu la preocupación constante de sentirse perseguido, expresada con claridad en la pregunta: "¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?" Esta preocupa­ción se evidencia, además, en la nostalgia por el hogar perdido, la cual se encarna en las imágenes familiares que alternan con las cosas y hechos de la naturaleza
De manera que a pesar de coincidir en cierto momento am­bos novelistas (Gallegos y Rivera) en su idea de la selva como un templo, el desarrollo del tema, en uno y otro, sigue rumbos distintos. 

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