Sandro Botticelli : La primavera , Adoración de los magos, La desamparada, Las hijas de Jetro: Comentario
Alessandro Filipepi (Sandro
Botticelli) nació en Florencia en el año 1445. Más que su padre,
de profesión curtidor, de su educación se ocupó el hermano mayor, un comerciante
muy acomodado, del que tomó el sobrenombre Botticelli;
en esa educación hubo sólidos estudios literarios. Por Vasari sabemos que fue
discípulo de Lippi, lo que por otra parte confirman sus obras juveniles, por lo
general Vírgenes que repiten la idea de la lippesca de los Uffizi.
No pasaría mucho
tiempo sin
que en Botticelli
se despertara marcado interés por Verrocchio y sus más meditados experimentos
en cuanto a la línea, de lo que es prueba la Virgen del rosal del Louvre.
En 1470
el joven pintor ejecutó la Fortaleza, una de las Virtudes, por otra parte encomendadas
a Pietro Pollaiolo por el gremio de mercaderes.
Es visible aquí la
aportación de otro «linealista», Antonio, hermano de Pietro, aportación que
confirma por entonces la tablita con la historia de Judith.
Pero ya se observa cómo ha madurado el estilo propio del pintor. En la escena
que reproducimos es verdad que la doncella conserva en los andares la enérgica
tensión pollaiolesca, pero Judith es ya plenamente de Botticelli,
porque la efusión de la línea no tiene ninguna función dinámica o dramática,
sino que se convierte en ritmo y musicalidad.
Conviene observar ahora
que Sandro, el pintor de la belleza por excelencia, gracias a su musicalidad,
enlaza con Piero della Francesca, en la medida en que crea, si bien con medios
formales muy distintos, un arte que se expresa con valores fundamentalmente abstractos.
Las distintas
influencias que contribuyeron a la formación pictórica de Sandro se hallan ya
integradas en la obra que cierra el periodo juvenil, la Adoración de los Magos
de los Uffizi, encargada por el financiero Giovanni
Lami (que quiso ser representado en la obra a los pies de la Virgen y solicitó
que apareciesen otros personajes de la época, incluidos algunos Médicis y el
mismo pintor, la figura de amarillo, en primer plano a la derecha).
Está fuera de duda que aquí Botticelli
nos muestra la línea «hecha música» y que hace aflorar su inimitable gracia;
pero la Adoración expresa algo más. Expresa, más allá del encanto y del
linealismo, una portentosa sabiduría compositiva, con todas esas líneas ideales
que parten de las figuras de los espectadores y convergen en la Virgen.
Sería interesante
conocer en qué medida se valió Leonardo de esta Adoración para hacer el boceto
de la suya para los frailes de S. Donato, auténtico bautismo de la pintura
moderna. Mientras tanto, Botticelli, protegido por el
Magnífico y relacionado con los mayores espíritus de su tiempo, orientaba su
sensibilidad hacia las alegorías paganas recreadas por los poetas
contemporáneos por puro amor a la belleza, pero filtradas por la
espiritualidad.
LA PRIMAVERA (tabla 203x324 cm.), hacia 1478.
Una de las obras más
famosas del pintor, y que abre el período de su madurez, es La Primavera
(nombre dado por Vasari), en la que el artista revive una mítica visión,
ambientada en un paisaje casi divino, sea por el amor con que está expresada la
naturaleza, sea por el sentido de misterio que sugiere. No hay acción alguna,
sólo un lento ritmo de figuras clásicas: Céfiro, Cloris, la Primavera, las tres
Gracias, Cupido, Mercurio... Se diría que esta obra es la afirmación de un
paganismo «romántico», pero por esa dulzura sensual y cansada, por esa
sensación de abandono, casi de melancólico hastío de los protagonistas, por
esa indefinida y embriagante entrega del espíritu a la naturaleza.
SANDRO BOTTICELLI: RETRATO DE GIULIANO DE MEDICIS (pintura sobre
tabla), Berlín, Museos del Estado.—
La decidida
tendencia a exteriorizar su estado de ánimo que hace de Botticelli un pintor subjetivo y «romántico», se manifiesta en este célebre retrato, en el que el pintor, al
fijar los rasgos de Giuliano, deja adivinar, a través de la actitud absorta y de los ojos entornados, ese punto de
melancolía que encontraremos en toda su obra. En
su evolución, el arte de Botticelli experimenta un
brusco tránsito o mejor dicho su furor
malinconicus se agudiza, se exaspera. El ideal de armonía entre paganismo y cristianismo creado
por los neoplatóni-cos del siglo XV y que el pintor había conseguido fijar, se disuelve con la
muerte de Lorenzo el Magnífico. En su fastuosa Corte, la concepción de la vida como goce de los bienes
intelectuales y materiales había encontrado vía libre; ahora, después de su muerte, resuena en Florencia la
voz de Savonarola, que, con su exaltada predicación, aspira a devolver a los espíritus la antigua fe y señala como pecado todo cuanto no tiene a
Dios como fin. A Botticelli le obsesiona la duda de haber equivocado el
verdadero fin de su vida. La aguda crisis de su alma, atormentada después por el cruel final de Savonarola, se
refleja inmediatamente en el arte del pintor, cuya línea no crea ya armoniosas melodías y se torna agitada, para fijar ásperamente las figuras en convulsas vibraciones. Obras como la
Calumnia de Apeles, los dibujos de la Divina Comedia, las Historias de Lucrecia
y Virginia y, sobre todo, la Natividad mística, prestan testimonio de la anhelante aspiración religiosa que caracteriza la producción postrera de Botticelli (y de la que se
había tenido como una premonición en el dolorido Bautista del retablo de
S. Barnaba, 1487-1488, hoy en los Uffizi). Estamos ya en la época en que, con Leonardo, el espíritu del siglo XVI se manifiesta y se
afirma. A la renovada aspiración científica, naturalista y laica de la nueva centuria, Botticelli opone, en
el ocaso de su vida (murió el 16 de mayo de 1510), un retorno a los
ideales compatibles con el «progreso».
SANDRO BOTTICELLI: LAS HIJAS DE JETRO, detalle de las Historias de Moisés (fresco), 1481-82. Vaticano, Capilla Sixtina.— Llamado a Roma'por Sixto IV, para decorar la capilla que desde entonces
había de llamarse Sixtina, Sandro compuso tres
frescos (El sacrificio del leproso y la tentación de Cristo, Escenas de la vida de Moisés y El castigo de Coré, Datan y Abirón), que, en gran parte, evidencian el embarazo del pintor obligado a
realizar un trabajo que, por el tema histórico que se le había impuesto y por la necesidad de una
narración continua, no se avenía con su manera de ser. No obstante, en
algunos episodios, Botticelli logra encontrarse a sí mismo, especialmente en esta escena de
las hijas de Jetro. Estas encantadoras figuras de muchachas constituyen como un
puente ideal entre las Gracias de la Primavera y el Nacimiento de Venus, que el
pintor ejecutaría en 1486 y que constituye otra típica representación del «mito de aquellos bienes que se desean en vano».
SANDRO BOTTICELLI - LA DESAMPARADA (pintura sobre tabla, 42x46 cm.), finales del siglo XV. Roma, Colección Pallavicini.—
Fue Adolfo Venturi quien tituló así esta pequeña pintura sobre tabla descubierta a
comienzos de nuestro siglo en la residencia del príncipe Pallavicini, en Roma. Más tarde se propusieron otros títulos y, tras su atribución de la obra a Botticelli, los críticos se esforzaron por encontrar una
explicación histórica del tema. Se ha pretendido ver en esta desolada figura vivo símbolo del dolor, una interpretación de la tragedia de la bíblica Thamar repudiada por Amnon o la
encarnación de la Griselda decameroniana. Posiblemente,
más que en el Antiguo Testamento, el artista
debió inspirarse en la narración de Boccaccio, más cercana a él en el tiempo y más afín a su genio. De todas formas, carece de verdadera importancia
averiguar el nombre de esta mujer, que, sentada en el banco de piedra, frente
al muro liso e impenetrable, esconde su rostro bañado en llanto, encerrada en desesperada soledad. La lánguida tristeza, la melancolía que respiran todas las figuras de Sandro
Botticelli, se transforman aquí en angustia. Obsérvese la decidida expresión dramática que logra con efectos que podríamos calificar de románticos: la solitaria figura vestida únicamente con una camisa desgarrada, las
prendas esparcidas en torno suyo y que la infeliz ni siquiera se cuida de
recoger, la luz fría y lívida de la mañana que cae sobre las piedras del muro y
que hace resaltar trágicamente la mancha oscura de los cabellos.
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