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7 de julio de 2008

Análisis de Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo de Roberto Arlt


Análisis de Los siete locos y Los lanzallamas
(En la imagen: Conrado Nalé Roxlo y Roberto Arlt)

Aunque quizás hubiera sido más co­rrecto estudiar por separado a estas dos novelas -como se verá más ade­lante, sus desniveles de lenguaje, in­tensidad y aun composición novelís­tica son muy pronunciados-, el hecho de que tengan continuidad argumen­tal y de que el propio autor hubiera pensado en ellas como una unidad argumental, obliga a no aislarlas en el análisis.
Los siete locos (1929) se inicia con la escena en que el lector se entera de que el protagonista, Erdosain, ha robado dinero a la compañía en que trabaja como cobrador, y debe de­volverlo en plazo perentorio. No es tanto el dinero en sí lo que hizo robar a Erdosain, sino 'la alegría" de ser ladrón y tomarse así un desquite en su existencia humillada y mezquina.
Después, vemos cómo pide ese dine­ro a Ergueta, un farmacéutico que lee la Biblia y se cree un elegido de Dios, y cómo Ergueta, luego de de­cirle: "¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario?", lo despide ex­clamando: "Rajá, turrito, rajá".
Co­nocemos también a Barsut, primo de la mujer de Erdosain y que despierta la repugnancia de éste. Erdosain se dirige a Témperley, a casa del As­trólogo, extraño personaje que planea constituir una sociedad secreta para tomar el poder y que cuenta con Erdosain para que instale una fá­brica de gas fosgeno que le permita aniquilar toda resistencia en el mo­mento de la insurrección. También forma parte de la sociedad -aunque solo a título de colaboración desin­teresada- Arturo Haffner, el Rufián melancólico que elabora un esquema para instalar lo prostíbulos que se­rán el principal fundamento econó­mico de la organización. Haffner es quien da a Erdosain el dinero para que reponga el monto de su robo. Al volver a Erdosain a su casa, se encuentra con que EIsa, su mujjer, ha decidido abandonarlo e irse con el Capitán, que también está presente.
Entre los tres se desarrolla una ás­pera y penosa escena. EIsa se marcha con el Capitán. Erdosain cae en la más oscura depresión. Llega Barsut, quien lo golpea y humilla indecoro­samente; Erdosain se promete ma­tarlo.
Con el Astrólogo, planea el secuestro de Barsut, para robarle. Se cumple el plan del secuestro. En la casa del Astrólogo, tiene lugar una reunión plenaria de la sociedad se­creta, en la que se discuten nuevos aspectos de su acción.
Una extraña relación se establece entre Erdosain y la Coja, esposa de Ergueta, pros­tituta que el farmacéutico resolvió regenerar. La Coja informa que Er­gueta, después de un ataque de lo­cura, ha ido a parar al Hospicio de la Merced. Erdosain sueña con el invento de la metalización de flores: la "rosa de cobre", piensa, habrá de sacarlo de la miseria. En la casa del Astrólogo, de acuerdo con lo conve­nido, Erdosain presencia el asesinato de Barsut; pero se trata solo de una farsa, pues el Astrólogo ha decidido respetar la vida del secuestrado.

Los lanzallamas (1931) comienza con el encuentro de la Coja y el Astró­logo; éste revela que es castrado. Erdosain, en tanto, que se ha ido de su casa, tiene relaciones con la Bizca, hija adolescente de la dueña de la pensión en que vive. El vínculo con la Bizca, pobre muchacha de barrio, es para Erdosain el último grado de la autohumillación.
Diver­sos episodios laterales cruzan la ac­ción: el Rufián Melancólico es ase­sinado, EIsa -que ha dejado al Ca­pitán- cuenta sus desgracias, dos pintorescos amigos de Erdosain se proponen vivir de la limosna.
Mien­tras Erdosain planea su fábrica de gas, un personaje mitad real y mitad imaginario, "el gaseado", se presenta en su pieza.
En Témperley, donde se ha instalado el enajenado Ergueta, se estrecha la relación entre la Coja y el Astrólogo. La banda está a punto de ser descubierta. La acción se precipita: Barsut mata a Bromberg, guardaespaldas del Astrólogo, éste huye con la Coja, y el propio Barsut escapa de la casa, que es incendiada, mientras Ergueta se pasea en las cer­canías. Erdosain, cuyo proyecto de fábrica de fosgeno no sirve ya para nada, realiza su último acto gratuito: mata a la Bizca, mientras la mucha­cha duerme con él, y más tarde se suicida en el tren que va rumbo a Moreno.

La trama relativamente complicada de estos libros, en la que el hilo ar­gumental central se mezcla de pron­to con episodios laterales, y donde la tensión casi de novela policial se combina con largas tiradas y conver­saciones semifilosóficas, parece de­berle bastante -si bien deliberada e irónicamente- al folletín, caro recuerdo de infancia de ArIt, pero más aún a Los poseídos, de Dostoievsky, con la que comparte varios propósi­tos significativos y estructurales. Una sociedad secreta se establece para conquistar el poder; pero su desafío es más bien metafísico que político, y su pretensión alcanzar el absoluto en el mal y en la destrucción antes que administrar la sociedad. Sus com­ponentes, en ambos casos, son seres desequilibrados, cercados por la es­quizofrenia o hundidos en ella, en los que se manifiestan, en relámpa­gos de significado, las tensiones y las contradicciones de todo el ámbito social que los envuelve.
A diferencia del escritor ruso, Arlt propone en sus novelas un foco central (la concien­cia de Erdosain), a través del que se da mayor relieve a la tragedia individual y como una sensación de distancia, de objetividad, frente a la organización clandestina que el protagonista integra.

Un estudio comparado de Los siete locos y Los lanzallamas convendrá que en aquella están ya contenidos todos los núcleos de significación del ciclo, y que Los lanzallamas, proba­blemente la menos convincente de las
novelas de Arlt, no hace sino acotar y dar culminación anecdótica a un texto ya configurado en sus elemen­tos principales. No es que Los siete locos carezca de caídas; su compo­sición nunca alcanza la limpieza de El juguete rabíoso (aunque vale la pena advertir, como lo hizo el propio Arlt, que su ambición constructiva y artística es muy diferente); la acción se arrastra a menudo, las escenas sub­jetivas no se insertan siempre en el flujo narrativo, y aun hay un grave descuido cuando, en "Sensación de lo subconsciente", capítulo confesio­nal del Astrólogo, se produce un in­explicable cambio del foco ventral.
Pero la comparación con Los lan­zallamas no puede sino menguar a ésta, incluso aceptando que Arlt, acuciado por compromisos editoriales, debió escribirla en muy corto plazo.
El tono general de Los siete locos es dinámico, móvil; la acción, al avanzar, va descubriendo nuevos planos de interés y sentido; las me­jores escenas subjetivas, los "sueños" de Erdosain (como "Los sueños del inventor", "Arriba del árbol", "La casa negra") cumplen eficazmente su función "distanciadora", y la técnica que acentúa el dramatismo del relato es la del diálogo, hasta tal punto que entre los diálogos de Los siete locos se encuentran algunas de las más logradas páginas de la narrativa ar­gentina (por ejemplo, en los de Er­dosain y Ergueta; Erdosain y Haff­ner; Erdosain, EIsa y el Capitán; Erdosain y la Coja).

Lo contrario ocurre en Los lanzallamas; la estruc­tura es estática y reiterativa; predo­minan los monólogos y los trozos confesionales (el de EIsa, el del re­lato sobre la vida de Bromberg), que detienen la acción sin enrique­cerla; los diálogos son en general discursivos y pretendidamente inte­lectuales; y el desenlace estalla brus­camente sin una preparación adecua­da. Con todo, la intuición narrativa de Arlt rescata algunas escenas: la de la agonía del Rufián Melancólico, la del "gaseado" y, sobre todo, el tre­mendo episodio del asesinato de la Bizca por Erdosain.
Menos ingenua, menos instintiva tal vez que El juguete rabíoso (ya en el hecho de que esté escrita en ter­cera persona se revela un mayor esfuerzo de objetividad, de alejamiento de la propia materia crea­tiva, lo que después confirman otras técnicas mediadoras), Los siete locos, sin alcanzar la justeza de composi­ción, la economía expresiva que res­pira la primera novela, consigue po­ner al desnudo, con una violencia que precisamente se debe a su pres­cindencia de las categorías narrativas tradicionales, ciertos mitos constituti­vos de la pequeña burguesía: las je­rarquías sociales, el fetiche del dine­ro, la ambición' de poder y fortuna.
Esta labor de crítica social resulta tanto más eficaz cuanto que no se presenta en forma de observaciones didácticas ni de parábolas edifican­tes, sino a través de la angustia personal, intransferible, de un individuo cuyas pesadillas y delirios, siempre en duro conflicto con la realidad, subrayan constantemente el carácter escindido y dual de la sociedad en que vegeta. Este partir de la viven­cia individual, esta imagen de Erdo­sain que se repliega sobre la propia conciencia y se contrae y disloca bus­cando inútilmente un modo de con­vivencia con la realidad, es uno de los mejores testimonios acerca de la modernidad de Arlt, y una de las más aprovechables partes de su he­rencia literaria.

El amor brujo. - La última nove­la de Arlt, El amor brujo (1932), propone, si se la compara con sus predecesoras, un cambio radical de enfoque: el escenario se achica, los personajes se reducen al mínimo y todo se limita, al parecer, a una cues­tión de sentimientos. Una mirada más profunda revela, sin embargo, que las obsesiones básicas del escri­tor siguen teniendo vigencia un estudio del amor tal como se ma­nifiesta en la clase media, articulado en la oposición entre la idealización romántica del ser amado y la reali­dad fraudulenta del matrimonio bur­gués.
El ingeniero Estanislao Balder, casado, con un hijo de seis años, ve un día, en el andén de la estación de Retiro, a una muchacha casi ado­lescente -que también lo mira a él­ e ingresa en una especie de deslum­bramiento que no le permitirá, en adelante, prescindir de la imagen y de la presencia de la joven. Luego de diversas alternativas, Balder consigue frecuentar la casa de Irene -la mu­chacha- y convertirse en una especie de novio de ella.
Toda la novela no es sino el relato de las vacilaciones de Balder, de sus experiencias con la familia de Irene, cuya madre -viuda de un teniente coronel,- pri­mero no lo acepta por su calidad de hombre casado pero que luego cede y lo incita a divorciarse, de las' ensoñaciones en que el amor de Ire­ne lo sume.
Una a una son descriptas las convenciones del noviazgo y del matrimonio burgués (que todos, a excepción de Balder, convierten en altos valores éticos) y es trazada una caricatura de la fauna familiar que consagra estas instituciones: la sue­gra, los futuros cuñados, los "amigos de la familia".
Una historia lateral, en la que Balder ve una suerte de réplica -proyectada en el futuro, quizás- de sus propias relaciones con Irene, se desarrolla al mismo tiempo: es la de Zulema, amiga algo mayor de Irene, cuyo matrimonio con Alberto, un mecánico, no marcha bien. La historia termina cuando Ire­ne se entrega a Balder y éste com­prueba que no era virgen, tal como le había jurado. Ante el engaño, re­suelve romper sus relaciones con la muchacha. Simultáneamente, Alberto se presenta para contarle que Zulema le es infiel. En el último instante, el Fantasma de la Duda, especie de conciencia de Balder, le habla y su­giere que no ha dejado a la muchacha solo porque no era virgen. "¿Por­qué no le dijiste (al mecánico) que ayer, después que Irene se fue, lle­gó tu esposa y te reconciliaste con ella?", le dice, antes de que concluya la novela.

Estructuralmente, a pesar de lo exi­guo del ámbito tratado, estamos en presencia de una de las obras más complejas de Arlt. Para evitar la omnisciencia del autor, y también para eludir un foco central despótico, Arlt interpone entre el lector y el protagonista a un "cronista", que es quien da a conocer los documentos íntimos de Balder. Este, con todo, continúa siendo el foco central: la figura de Irene, sobre todo, se da a conocer a través de las reacciones que en él despierta. La historia late­ral, como se ha visto, es de algún modo mediadora de la historia prin­cipal; los seres fantásticos que aco­san a 'Balder tienen también un papel mediador. Podría decirse que con Balder Arlt logra el máximo de obje­tividad y de desprendimiento de sí mismo -al menos, en cuanto a la téc­nica novelística- de sus protagonis­tas, más que en Erdosain y mucho más que en Astier. Incluso, a través de los elementos mediadores, el autor pone especial cuidado en diferenciar las opiniones de Balder de las suyas propias.

Una de las razones por la que la composición de El amor brujo parece abigarrada y frustrada, es la presen­cia de trozos de tipo discursivo o ensayístico cuya funcionalidad no al­canza a comprenderse. Evidentemen­te, Arlt pretendió tratar el tema del amor burgués desde todos los ángu­los, aun presentando descripciones e inventarios del problema que com­pletasen el cuadro clínico que se ana­lizaba. Es probable que le haya fal­tado la artesanía suficiente para que esos fragmentos apareciesen integra­dos en la estructura narrativa, y no como injertados en ella.
A pesar de las deficiencias y excesos de esta novela, no se puede coincidir con Raúl Larra cuando dice que es "la más floja" de todas las de Arlt. En su análisis de la relación amo­rosa en el recinto de la clase media, El amor brujo usa diversas técnicas narrativas para subrayar, otra vez, la falsedad e incomunicación del mundo burgués, especialmente frente a un protagonista que, como todos los de Arlt, se erige en buscador de la pureza absoluta. Balder no deja a Irene porque se reconcilie con su mujer, sino que se reconcilia con su mujer porque ha descubierto que Irene no es virgen.
La posibilidad de la virginidad en Irene constituye, para Balder, la posibilidad de que pueda uno adaptarse a la sociedad burguesa, de que dentro de ella haya todavía respuesta a su sed de pureza. ¿Pero es que Balder tiene razón en adoptar esta actitud cuando él mismo ha entrado en el juego?
El mayor mérito de la novela, su riqueza sig­nificativa, residen en este final am­biguo, que obliga al lector a cues­tionar, no solo las ficciones del amor burgués, sino también la posición de su fiscal, el propio Balder, encegue­cido por una realidad de la que están ausentes los matices y que solo pa­rece dar cabida a una pureza total o a una mentira total.
Bibliografía: CEAL: Capítulo:Historia de la literatura argentina

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