MENÚ

30 de julio de 2008

Don Juan o El convidado de piedra de Moliere(Juan Bautista Poquelín)


Análisis- resumen de Don Juan o el Convidado de piedra de Moliere

Don Juan o El convidado de Piedra es una comedia en cinco actos que se estrenó en 1665.

Argumento

Acto 1. Se presentan don Juan, cínico y noble seductor, y Sganarelle, su criado, gracioso, temeroso, pero crítico del amo. Don Juan acaba de abandonar a Elvira, su mujer, para irse en secreto con otra muchacha. Sganarelle lamenta tener tal amo.

Acto II. Don Juan seduce, simultáneamente, a dos campesinas: Ma­turina y Carlota; el personaje finge atender a las dos mujeres, aunque a ambas engaña. El azar lo lleva a una aldea cerca del mar, y allí se le presen­ta un nuevo desafío. Dos jóvenes e ingenuas mozas son atraídas por su aire de señor, y don Juan emplea, para conseguirlas, su recurso infalible: la promesa de matrimonio.
En la escena con Carlota y Maturina (Acto Il, Escena V), Moliere introduce un recurso propio de la farsa que se relaciona con el "aparte" teatral (un parlamento en el que el personaje, de cara al pú­blico, habla consigo mismo, fingiendo que está solo). En esta escena, apare­ce una variante del aparte: el hablar por lo bajo a un personaje.
Mediante este recurso, don Juan habla alternadamente por lo bajo con Carlota y con Maturina. A ambas, les dice lo mismo para confundirlas y enfrentarlas. En esta escena, tal vez, una de las más logradas de la obra, don Juan se mueve hacia uno y otro lado. Esto constituye todo un sím­bolo de su personalidad, pues refleja la inconstancia del personaje, la au­sencia de una única y verdadera meta.

Acto III. Don Juan defiende a un caballero atacado por otros tres. Este caballero es don Carlos, el hermano de Elvira (su ex mujer) y está buscando a don Juan, cu­yo rostro no conoce. Pero el engañador es reconocido por otro hermano de su esposa, don Alonso, quien intenta atacarlo. Carlos lo detiene por agradeci­miento a don Juan y propone postergar, por un día, ese castigo. Después, don Juan visita la sepultura de un Comendador al que había matado. En la tumba, se erige una estatua del Comendador. Don Juan la invita a cenar y se niega a ver lo que aterra a su criado: que la estatua ha aceptado, inclinando la cabeza.

Acto IV. Luego de reprender a su criado, don Juan recibe visitas: un ingenuo acreedor que se va sin cobrar¡ su padre, don Luis, ante quien se muestra grosero e impaciente; doña Elvira, quien viene a perdonarlo y a pe­dir al Cielo por él; y, finalmente, la estatua invitada a cenar que, a su vez, invita a don Juan para la próxima cena.

Acto V. Don Juan aparenta arrepentirse. Sganarelle pronto conoce la verdad: es una treta para tranquilizar a don Luis, evitarse molestias y perju­dicar a otros. La estatua lo busca para cenar. Al darle la mano, don Juan siente fuego en el cuerpo y cae muerto en pecado, como castigo del Cielo.


Como todos los autores de comedias, Moliere encontró los motivos para sus obras en la sociedad que lo rodeaba. Así, en su teatro puede verse un reflejo crítico de las debilidades de la alta sociedad francesa del siglo XVII.

Moliere tomó las costumbres más cotidianas e irrelevantes y las llevó a la escena, ridiculizándolas en la piel de personajes arquetípicos, es decir, tipos que funcionan como modelos de cierta conducta durante las distintas épocas. Entre estos personajes, se destacan: el avaro, el enfermo hipocondríaco, las mujeres brillantes pero superficiales, los maridos decré­pitos celosos de sus esposas jóvenes, el nuevo rico que carece de educación y cultura, y el engañador de mujeres -encarnado en don Juan-.

Don Juan es un personaje tipo que apareció, por primera vez, en la pieza El Burlador de Sevilla, del dramaturgo español Tirso de Molina (1579­1648). La obra de Tirso de Molina aborda dos temas de larga tradición en España: uno es el del "burlador".
Burlador, en este caso, significa 'engaña­dor de mujeres', cuyos favores obtiene mediante falsas promesas de casa­miento. El otro tema es el del "Convidado de piedra", una calavera o es­tatua de la que el personaje se burla, y que termina vengándose de él.

Moliere retoma los temas tradicionales tratados por Tirso de Molina y compone un personaje que se caracteriza por su escepticismo, su des­caro y su eterna actitud de burla. No cree en el castigo del Cielo y se ríe de las advertencias que recibe para que abandone su conducta inmoral e irrespetuosa de todo lo sagrado: Si el Cielo me envía una advertencia, tendría que hablar un poco más claro si quiere que lo comprenda (Acto V, Escena V).

Don Juan no es un amante apasionado: no le causa placer el encuen­tro amoroso, sino la experiencia de la profanación, la idea de deshonrar a una mujer. Este rasgo se observa en su relación con Elvira: su interés por ella consistió en arrebatarla del convento al que la joven pertenecía. Logra­do su propósito, no siente por ella ninguna atracción y no duda en recha­zarla, por lo que le sugiere que vuelva a su lugar de clausura. En ese mo­mento, un nuevo propósito lo atrae: destruir la unión entre dos jóvenes enamorados. Por eso, confiesa su interés por una nueva mujer.

El don Juan de Moliere es el hombre sin meta, sin idea­les. Obra por instintos -los más bajos- y, una vez logrado un propósito, ya no siente satisfacción y necesita buscar otro. Su lema podría ser: mujer engañada, mujer despreciada. 

Don Juan es valiente en ciertas situaciones (cuando defiende, por ejemplo, al hermano de Elvira, atacado por unos saltea­dores), pero actúa como un cobarde ante las mujeres, pues se esconde, no da la cara. Por eso, la escena con Carlota y Maturina es reflejo de su personalidad. Cuando el personaje se ve acorrala­do por las mujeres, siempre recurre a otros para que expliquen su conducta,

Quien representa la contrafigura de Don Juan es un personaje de breve aparición. Se trata de un mendigo a quien Don Juan cruza en el bosque, una especie de asceta que vive solo en ese lugar desde hace diez años y que se ocupa de orar constantemente. Don Juan desea corromperlo y le da un pedazo de pan a cambio de que el mendigo pronuncie una blasfemia. Éste se niega diciéndole que prefiere morir de hambre

Sganarelle resulta, sin duda, el personaje más logrado de esta pieza teatral. Las permanentes contradicciones lo llevan a transitar entre el cria­do confidente que acompaña con fidelidad a su amo en sus alocadas aven­turas, y el consejero que intenta enmendar al pecador para evitarle su con­dena eterna. Esta permanente actitud genera situaciones, a veces cómicas, en las que Sganarelle juega con el lenguaje para producir rápidos cambios en sus argumentos o para compadecerse de las víctimas.
De esta manera, en algunos momentos, Sganarelle actúa como cómpli­ce de don Juan y, en otros, como tímido oponente a sus deseos. Pero no es este el único personaje que funciona como oponente; también lo hacen otros, como el propio padre de don Juan. Sin embargo, ninguno de ellos tiene la fuerza suficiente para convencerlo de que cambie sus propósitos. Porque si hay una característica que también sobresale en el protagonista es su firmeza, su capacidad de ser fiel a sí mismo, de no ceder ni un milímetro en su com­portamiento, de no arrepentirse en lo absoluto de su forma de actuar. Estos rasgos le otorgan una verdadera unidad de carácter, aunque no de acción.

La escena final adquiere un tono trágico con la aparición del Convidado de piedra, quien le pide a don Juan que lo tome de la mano. Don Juan acce­de sin temblar a ese pedido, que lo llevará a la tumba. La muerte del personaje aparece como un castigo ejemplificador para quien, en vida, fue un pecador. Esta muerte es anunciada en más de una oportunidad a lo lar­go de la obra. Pero en el final, una vez más, Moliere pone el toque cómico y deja al espectador con la imagen última de un Sganarelle que, ante el amo muerto, sólo puede lamentarse porque se ha quedado sin salario.

Para su obra, Moliere tomó la figura del clásico galanteador, conquista­dor de mujeres, pero en lugar de hacerla un personaje de temer, lo convirtió en un señor libertino y atrevido, muy parecido a los que circulaban en su tiempo por la corte de Versalles. Desde luego, este detalle no pasó inadvertido, y muchos se quejaron ante el rey de que los actos y las pala­bras de don Juan podían influir negativamente en las costumbres.
El teatro francés de esta época debió responder a ciertas normas establecidas por la Academia Francesa, las que se resumen en el "sistema de las tres unidades"; unidad de acción, de lugar y de tiempo. En la Grecia clásica, el filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.) había descripto este sistema, el cual se impuso en el siglo XVII, con el peso de una ley a la que se debía acatar, aunque fuera necesario sacrificar para ello la libertad creativa.
Los defensores de este sistema sostenían que el respeto por las unidades daba verosimilitud a los hechos representados, lo cual contribuía a la com­prensión del público. Pero los autores consideraban que estas limitacio­nes empobrecían sus obras y les restaban interés.

Moliere rivalizó en varias oportunidades con Boileau, cuyas reglas llegó a criticar duramente. Por otra parte, su sentido crítico no se quedó allí: el dramaturgo lo puso en práctica en su obra teatral. Así, se propuso "corre­gir los vicios de los hombres" por medio de la comedia, género cuyo fin es provocar risa, divertir o sorprender con desenlaces felices. De este modo, la comedia, un género considerado menor, fue elevada por Moliere al ran­go de la tragedia (género cuya finalidad consiste en conmover al especta­dor mediante la representación de experiencias penosas).