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28 de julio de 2008

José Martí y el Modernismo



El período formativo del Modernismo resulta bastante difícil de ceñir a causa de las diversas tendencias que en él se dan cita y conviven. ‘Anunciadores’ como Justo Sierra (México, 1848-1912) o precursores como Salvador Díaz Mirón (México, 1853-1928), coexisten junto a otros nombres que, aun sin mostrar filiaciones modernistas de ninguna clase, intentaron, cada uno a su manera, una suerte de renovación poética dentro de su generación: Manuel González Prada (Perú, 1848-1918), Juan Zorrilla de San Martín (Uruguay, 1855-1931) y Pedro Bonifacio Palacios [Almafuerte] (Argentina, 1854-1917).
De todos modos, y a los fines de una exposición lo más clara posible, aquella que podríamos rotular como primera generación modernista quedaría perfectamente delineada en los siguientes cuatro nombres que, por el peso artístico de su obra, exceden las fronteras de sus respectivas nacionalidades.

Poeta, ensayista, cronista y orador, es José Martí (Cuba, 1853-1895), según palabras de Enrique Anderson Imbert, “uno de los lujos que la lengua española puede ofrecer a un público universal”. Aunque muy influido por las corrientes del esteticismo francés, Martí siempre luchó por frenar su torrencial impulso artístico en favor de una marcada inclinación moralizante. Para él las letras eran un instrumento de lucha y en ellas valoraba sobre todo sus virtudes prácticas: ennoblecer los sentimientos del hombre, mejorar la sociedad, celebrar a la patria. Estas tendencias contrapuestas señalan en su obra dos áreas bien diferenciadas: la esteticista y la moral.
Como poeta, Martí se sirvió de esquemas métricos en apariencia populares para cantar temas de la infancia o a la figura del hijo ausente, pero sus rimas suelen ser inesperadas; su sintaxis, compleja y sus imágenes, de una honda sensibilidad. (Guillermo García)

Amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sencillas”.José Martí


Ismaelillo (1882) y Versos sencillos (1891) constituyen sus poemarios más relevantes. Murió luchando por la independencia de su país.


Como afirma el escritor cubano Cintio Vitier (n. 1921), en Martí el contenido revolucionario y la creación verbal resultan inseparables. Su prosa no es llana, sino adornada, casi barroca, pero de imágenes muy claras y su poesía poco se relaciona con la poesía modernista de raíz parnasiana. Él prefería el verso natural, sin adornos, que naciera como los propios elemen­tos de la naturaleza. Creía que lo literario surgía de la complementación exacta entre pensamiento y palabra: "El lenguaje ha de ser matemáti­co, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin qui­tar eso mismo de la idea".
La gran pasión de Martí estuvo depositada en América latina. En el frag­mento transcripto de su ensayo Nuestra América, Martí recorre la figura (lati­no)americana, aún formada por los retazos que aportaron los países influyen­tes (España, Inglaterra, Francia y EE.UU.). Se trata de restos de los que, toda­vía en aquellos años, no se había podido desprender: el "oidor", en quien alude a la vieja burocracia judicial española y el "prebendado", persona que recibía beneficios estatales, pero que era un verdadero parásito social; el "letrado", formado en la cultura europea y por último, el "general" que, como todos ellos, poco o nada se interesaba por el indio y por el negro. De ahí el contraste entre la imagen de la charretera o la toga europeas, y la alpargata y la vincha autóctonas.
Sin embargo, y a pesar de las enormes diferencias y de la poca voluntad de los hijos de españoles -que eran la mayor parte de la población- por asimilar a indígenas y a negros, Martí no predica el odio, sino el amor. Para él, el odio no tenía sólo un sig­nificado ético, sino político, les daba a los "odiadores" el mismo rango que a los "traidores". Lo expresó claramente: "Por Dios que esta es guerra legíti­ma -la última acaso esencial y definitiva que han de librar los hombres-: la guerra contra el odio". Por lo tanto, la única actitud positiva era el amor que, además del valor afectivo, abría las puertas del conocimiento, del sacrificio y también de la revolución.
Esta voluntad generosa anularía, según Martí, las fuertes antinomias enraizadas en la sociedad: "el libro contra la lanza" (la educación frente a la barbarie), la razón contra el cirial (el pensamiento libre frente a la religión), "de la ciudad contra el campo que encumbraron a la aristocracia ("las castas urbanas) en detrimento del bienestar de la nación completa.
En el final, el "chaleco colorado se refiere al que había usado el escritor francés Theophile Gautier (1811-1872) en la batalla de Hernani, el drama de Víctor Hugo (1802-1885). Al colgarlo del árbol, Martí les reconoce a los franceses la gloria del pasado literario.
En suma, Nuestra América condensa una preocupación y una espe­ranza: la difícil integración de América y el sueño de que, algún día, el continente suprima la distancia entre sus raíces indígenas y su pensa­miento foráneo.

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