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9 de octubre de 2009
Aquí pasan cosas raras de Luisa Valenzuela
Análisis resumen de Aquí pasan cosas raras de Luisa Valenzuela
A diferencia de María Luisa Bombal y de la gran mayoría de las cuentistas de las tres últimas décadas, Luisa Valenzuela en “Aquí pasan cosas raras” no explora los problemas íntimos de la mujer. Tampoco emplea el monólogo interior tan típico de muchos cuentos intimistas como “Lección de cocina” de Rosario Castellanos. Tan feminista o más que sus contemporáneas, Luisa Valenzuela demuestra (aunque Clorinda Matto de Turner ya lo había demostrado en el siglo pasado) que las mujeres son tan capaces como los hombres de proyectar una visión de la realidad sociopolítica de su país.
Publicado en 1975, el título del cuento puede aludir a las condiciones bajo el segundo peronato (1973-1976) pero en términos más amplios se refiere a todos los gobiernos militares a partir del golpe de Onganía (1966) y prefigura la intensificación del terror entre 1976 y 1982. En efecto, predomina un ambiente de terror a través de todo el cuento. Los vigilantes se encuentran en cada esquina; también en todos los rincones; montados en motocicleta circulan “a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos”; y persiguen a los estudiantes. Sin embargo, la sensación del terror no se crea tanto por los policías como por la actitud de los protagonistas Mario y Pedro al recoger el portafolios y el saco abandonados. Aun después de deshacerse de sus “tesoros, Mario se despierta” en un sobresalto sin “saber si el estruendo que lo acaba de despertar ha sido real o soñado”.
Si es raro que exista tanto terror en una ciudad cosmopolita como Buenos Aires, no lo es menos que la gente pase hambre en un país donde tradicionalmente hasta los pobres comían bien. No obstante, los dos protagonistas sufren de hambre; los sábados no hay pan y el cocodrilo llora porque no puede encontrar trabajo desde hace meses. La inflación descomunal se representa con los dos billetes de “mil, y mil de los viejos”, alusión a los dos tipos de divisa que circulaban hacia 1974 durante el gobierno de Isabelita Perón.
Para indicar lo rara que es esta situación para la Argentina, la autora acude a la ciencia ficción y al absurdismo. Los baches enormes se atribuyen a los aterrizados de otro planeta. Los personajes, igual que los personajes en el teatro del absurdo de Beckett y Ionesco no se individualizan ni se identifican como oriundos de ninguna región geográfica. Dentro de un ambiente más o menos realista, irrumpen ciertas frases absurdas. Mario y Pedro encuentran el portafolios “que ya casi aman, casi acarician y huelen y lamen y besan”. La simpleza de los protagonistas, como los de Esperando a Godot, se indica por el lenguaje repetitivo del quinto párrafo: “primero”; “contra la vereda”; “el saco”. Igualmente absurda es la oración inesperadamente incompleta de los dos policías “que vienen hacia ellos con intenciones de ”. Cuando el tipo del batido de Gancia por fin se va sin haberse fijado en el portafolios, el ritmo se acelera mediante un lenguaje elíptico propio del telegrama: “El tipo de batido de Gancia, copa terminada, dientes escarbados, platitos casi sin tocar, se levanta de la mesa, paga de pie, mozo retira todo mete propina en bolsa pasa el trapo húmedo sobre mesa se aleja y listo”. En el mundo del absurdismo, el tiempo lineal desaparece por completo: “los aterrizados de otro planeta... no tienen reloj... viven en un tiempo que no es el de nosotros”; la “nostalgia de los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír” no coincide con el reino de la calma: “¿Y qué se estaba diciendo hace mil años cuando reinaba la calma?” Las lágrimas del “cocodrilo”, personaje indudablemente inspirado por el cuento titulado “El cocodrilo” del uruguayo Felisberto Hernández, perforan el asfalto y es posible que descubran el petróleo. Tal vez lo más raro de todo el cuento es que los dos amigos terminan por abandonar el portafolios y el saco sin examinar bien si contenían el dinero que les daba tanta ilusión desde el principio hasta el fin del cuento. Rara también es la coexistencia en el cuento de los rasgos absurdistas con alguno que otro porteñismo que no deja lugar a dudas sobre la ubicación del cuento: mango, guita, canas, pibe y el uso del voseo sólo en la frase escrita con letras cursivas: “Escucha bien, vos que sos inteligente”.
Otra rareza es la mezcla de la narración en tercera persona omnisciente con la intervención personal del narrador (¿de la narradora?), a veces con los paréntesis borgeanos: “Un cruce entre dos vías (dos vidas)”; “porque están en la mala como puede ocurrirle a usted o a mí, más quizá a mí que a usted”; “persecución del hombre por el hombre si me está permitido el eufemismo”; “un portafolios (fea palabra)”; “se hacen los razonamientos más abstrusos (absurdos)”.
No es por casualidad que Luisa Valenzuela haya escogido el título de este cuento para todo el tomo. Ella vuelve a subrayarlo en el último cuento, “El lugar de su quietud”, en que la narradora está escribiendo varios cuentos de este tomo incluso “Aquí pasan cosas raras”. Por otra parte, este cuento no es el más representativo de los cuentos de este tomo. La gran mayoría de ellos son breves cuentos-ensayos que podrían compararse con Confabulario de Juan José Arreola, con Cronopios y famas de Julio Cortázar y con Rajatabla de Luis Britto García. Mientras “Colectiveriadas” es una epopeya arreoliana de tres páginas sobre un viaje en un colectivo (autobús) de Buenos Aires; y mientras “Escaleran” recuerda tanto a Arreola como a Cortázar por la derrota del vendedor de escaleras expresada por el juego de palabras escal/era [ya no es vendedor de escaleras]; la mayor parte de los cuentos combinan rasgos del teatro del absurdo con los del teatro de la crueldad para denunciar la violencia del régimen militar: “Los mejor calzados”, “El don de la palabra”, “Los Mascapios”, “Puro corazón” y otros. Sin embargo, de acuerdo con la tendencia mayoritaria de este período de 1970-1985, Luisa Valenzuela abandona el absurdismo en su colección siguiente, Cambio de armas (1982). Ésta consta de sólo cinco cuentos pero son más largos, más realistas y por lo tanto los personajes se individualizan más. El tema sigue siendo la violencia pero presentada de una manera más directa y combinada con el sexo.
Para subrayar tanto el predominio temático de la violencia como la liberación de las cuentistas y novelistas actuales de los temas intimistas, cierro este comentario con la mención de dos novelas argentinas de denuncia escritas por mujeres: La ultima conquista del ángel (1977) de Elvira Orphée (1930) y La penúltima versión de la Colorada Villanueva (1978) de Marta Lynch (1934).
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Biblioteca AQUÍ PASAN COSAS RARAS de Luisa Valenzuela (1)
Biografía de LUISA VALENZUELA
[1938]
Argentina. Nació en Buenos Aires. Hija de la novelista y cuentista Luisa Mercedes Levinson. A los 20 años fue a París como corresponsal del diario El Mundo. Ahí escribió programas para la televisión y conoció a los autores del grupo Tel Quel durante el auge del nouveau roman. En 1961 volvió a Buenos Aires para trabajar con La Nación. Después de publicar su primera novela, Hay que sonreír (1966), le otorgaron la beca Fullbright para participar en el Programa Internacional de Escritores en la Universidad de Iowa. Ha participado en varios congresos y entre 1979 y 1985 dictó cursos de literatura latinoamericana en la Universidad de Columbia en Nueva York. Su obra consta de otras tres novelas: El gato eficaz (1972), Como en la guerra (1977) y Cola de lagartija, traducida al inglés por Gregory Rabassa el mismo año de su publicación en español, 1983; y cuatro tomos de cuentos: Los heréticos (1967), Aquí, pasan cosas raras (1975), Cambio de armas (1982) y Donde viven las águilas (1983). Libro que no muerde (1930), editado en México, recoge cuentos de los tomos anteriores y agrega algunos nuevos. En 1983 recibió una beca Guggenheim.
Fuente: SEYMOUR MENTON
El Cuento Hispanoamericano
ANTOLOGÍA CRÍTICO-HISTÓRICA
COLECCIÓN POPULAR
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
MÉXICO-1992
Bien dijo Luisa Valenzuela en un taller que impartió en Monterrey, Mx. en el 2001, que "lo que se escribe con la pluma debe ser leído con los cinco sentidos".
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