CUENTO POPULAR: El ermitaño y el carnicero
Versión catalana recogida a comienzos del siglo XX y citada por Ramón Menéndez Pidal en Estudios Literarios, 1952.El tema de este cuEnto se encuentra hacia los siglos V a IV A.C. en si Mahabarata ¡("Historia del monje Causica") y posteriormente en la colección india Cukasapati, en la tradición judía ("Relato del sabio Rabí Josua ben Illén y el carnicero”, versión hebrea en el Hibhur Vafe Mehayeschua de Rabí Nisim, siglo XII), en las Vitae Patrum ("San Antonio y el curtidor de Alejandría"), en el Infante Juan Manuel (Ejemplo III del Conde Lucanor, año 1335) y en El condenado por desconfiado (año 1627) de Tirso de Molina.
En la tradición oral cfr. "El ángel y el ermitaño" en Cuentos Populares de Castilla, de Aurelio Espinosa (h.).
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De inmediato el buen ermitaño tomó su cayado y emprendió el camino, camina que caminarás.
Al cabo de algunos días entró en el poblado y se dirigió a la casa del carnicero, a quien consideraba un gran santo, y quedó escandalizado al oír los vocablos que soltaba por su boca al despachar a las dientas.
El pobre ermitaño quedó atónito oyendo aquello, y se preguntó: "¿Me habré equivocado? ¿Cómo puede ser que este lengua de trapo pueda complacer al Señor más que yo?".
Al atardecer, el carnicero despachó a la última parroquiana y se dedicó a guardar los utensilios de su oficio, mas reparando en el ermitaño y dulcificando el tono le inquirió si deseaba alguna cosa. "Haceros una pregunta", le contestó el penitente. "Puedes hacérmela", le retrucó el carnicero.
–Yo soy un pobre ermitaño que pasa el tiempo en el fondo de una cueva en permanente oración y penitencia, a fin de ganar la Gloria Eterna. Un día se me apareció Nuestro Señor y le pregunté si había en el mundo alguien que le agradase más que yo, y si lo había que me lo dijera para aprender de él a hacer más méritos ante sus ojos divinos; y el Señor me respondió que sí, y que ese hombre erais vos; de modo tal que os demando humildemente y de todo corazón me digáis qué habéis hecho para agradar a Dios en tal medida. Las palabras del ermitaño sorprendieron al carnicero, quien, abriendo una puerta, le mostró a un viejo de grandes barbas blancas que reposaba sobre un catre. Luego, dirigiéndose al ermitaño, le dijo:
–Este hombre mató a mi padre, y huyendo de la justicia se refugió en mi casa. Yo lo amparé, y desde entonces lo mantengo, lo visto, lo lavo y hago por él, en fin, cuanto haría por mi padre.
El ermitaño quedó sorprendido por lo que oía y, encarándose con el carnicero, le dijo:
–¡Así, hermano, es verdad que tú haces más que yo! Ciertamente que a los ojos de Dios es más meritoria tu obra que la mía.
NO MUY BREVE PERO BUENA
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