CUENTO POPULAR: El labrador y el diablo
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A un hombre que tenía un campo fértil y extenso se le apareció, cierto día, un diablo menor que no sabía helar ni arrojar granizo, salvo sobre las especies de huerta; ni todavía leer y escribir, y que había demandado a Lucifer su permiso para recrearse en esta isla de Papahígos, pues en ella los diablos son carne y uña con hombres y mujeres, y con frecuencia llegan allí para matar el tiempo.
Al ver al hombre aproximóse el diablo y le preguntó qué hacía, a lo que éste respondió con humildad que sembraba su campo con trigo candeal, para sustentarse al año siguiente.
–Bien –repuso el diablo–, pero la tierra no te pertenece. Es mía desde aquel día en que le hicisteis los cuernos al Papa y se nos adjudicó cuanto quedó proscripto y abandonado en este país. Pero te advierto que soy demasiado fino para sembrar trigo y de este modo te dejo el camino con la condición de que partamos los beneficios.
–De acuerdo –contestó el labrador.
–Bien, bien; pues ahora debo comunicarte que partiremos la próxima cosecha en dos lotes, y como soy un diablo de antigua y noble raza desde ya me reservo cuanto quede envuelto en la tierra. A ti te corresponderá cuanto crezca sobre el suelo; y dime, ¿cuándo será la recolección?
–Al promediar julio –repuso el otro.
-–Pues aquí me tendrás para entonces –contestó a su vez el diablo–, y entretanto cumple con tu deber, villano, mientras yo me dedico a tentar a las nobles hermanas de Pettesec y a los devotos santurrones de ese lugar con el soberbio pecado de la lujuria.
En la fecha indicada retornó el diablillo acompañado por una cohorte de diablos fraternales, y dirigiéndose al labrador le dijo:
–¿Cómo te ha ido, villano, desde nuestra última plática? Aquí me tienes, dispuesto para hacer nuestra partición.
–Está bien y es conforme a lo pactado –respondió el aludido, y comenzó con sus hombres a segar el trigo, mientras los diablillos se afanaban arrancando de la tierra las cañas.
El labrador trilló, aventó y ensacó su trigo para llevarlo al mercado, y tras él iban los diablos con su cargamento de cañas. Con la venta del trigo llenó el labrador una regular talega con monedas de oro. mientras que los diablos nada vendieron y fueron el hazmerreír del mercado.
–Esta vez me engañaste –gruñó el diablo–, pero otra no me engañarás.
–Monseñor –arguyo el aldeano–, ¿cómo habría de engañaros, si vos elegisteis la parte que os correspondía? Tal vez fuisteis vos el engañador, pues pretendíais confundirme esperando que nada saliera fuera de la tierra, para quedaros con lo que yo había sembrado dentro de ella y acaso tentar luego a los miserables e hipócritas avaros. Pero sois todavía demasiado bisoño en los gajes de vuestro oficio. Sabed que el grano que cae en la tierra muere y se corrompe, y de su corrupción nace el que me habéis visto vender. Os habéis equivocado, monseñor, pues estáis maldito del Evangelio.
–¡Bah, bah! –dijo el diablo–. ¿Qué sembrarás este año en nuestro campo?
–Convendría aprovechar bien el barbecho sembrando nabos.
–Bueno. Veo que aunque villano eres persona de bien. Siembra, pues, muchos nabos, que yo por mi parte los protegeré contra heladas y tempestades. Pero presta atención a mis palabras: será mío cuanto quede sobre tierra, y tuyo lo de debajo. Trabaja, villano, que yo debo tentar ahora a una porción de herejes con cuyas almas a la parrilla pensamos regodearnos dentro de poco.
Cuando advino el tiempo de la cosecha los diablos llegaron y comenzaron a recoger las hojas, mientras tras ellos el labrador cavaba la tierra y extraía su porción de robustos nabos.
Como antes, marcharon juntos al mercado, y también como antes el labrador vendió a buen precio su mercancía, al tiempo que los diablos nada vendieron y, lo que es peor, quedaron públicamente burlados.
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