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11 de septiembre de 2011

CUENTO POPULAR: El tonel

CUENTO POPULAR: El tonel

( Este relato aparece enmarcado en "El tonel", Giovanni Boccaccio, El Decameron, Vil, 2 (año 1352). Pertenece al área de las "astucias femeninas" y dentro de la tradición letrada se encuentran variantes en Apuleyo, El Asno (te Oro (siglo II D.C.); Arcipreste de Talavera, Corbacho (1438) y La Fontaine, Cuentos, IV, 14 (siglo XVII). Se conocen versiones en la tradición oral de Asturias y en otros puntos del orbe románico).

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Vivía en Nápoles un pobre albañil que tenía por esposa a una muchacha bella y graciosa, de nom­bre Peronella, y él con su trabajo y ella hilando apenas ganaban lo necesario para sustentarse.

Ocurrió entonces que un joven galán, prendado de la muchacha, se enamoró de ella y terminó por obtener sus favores, y para estar juntos acordaron que el joven vigilaría los movimientos del marido, que salía temprano de su casa para dirigirse al trabajo.

Pero sucedió una mañana que habiendo partido el albañil, y entrado en su casa Giannello Strignario, que así se llamaba el joven seductor, para en­contrarse con Peronella, volvió de improviso el marido y comenzó a golpear la cerrada puerta, diciéndose:

–Dios bendito, que si me ha hecho pobre me consuela por lo menos con el regalo de una es­posa joven, buena y virtuosa. Vean, si no, cómo ha cerrado la puerta en cuanto salí para no ser im­portunada.

La joven, que reconoció a su marido en el modo de golpear, exclamó a su vez:

–¡Oh, Giannello mío, muerta soy, pues he aquí que está de regreso mi marido! ¡Malhaya mi suer­te, pues él nunca vuelve a hora tan temprana, y no sé lo que esto significa! Quizá te vio penetrar en la casa y no tenemos ya remedio. Pero, sea co­mo fuere, métete en este tonel y yo iré a abrirle para saber la causa de su temprano regreso.

Metióse Giannello en el susodicho tonel y partió Peronella a abrir a su marido, a quien dijo con maliciosa sonrisa:

–¿Qué novedades te traen a casa, y a hora tan temprana? ¿Acaso no quieres trabajar hoy, según te veo retornar con tus herramientas?... Y si así lo haces, ¿de qué nos sustentaremos? ¿Tendre­mos pan, en esta forma? ¿Crees tú que soportaré que empeñes la basquina y la restante ropa? Día y noche no hago más que hilar y estropear mis manos para obtener, siquiera, el aceite con que arde nuestra lámpara. No hay vecina que no se burle de mis continuos afanes, y tú, marido, retor­nas a casa cuando deberías estar trabajando.

Dicho lo cual se echó a llorar y prosiguió de esta manera:

–¡Ah, desdichada de mí, en qué mala hora vine a este lugar! ¡Yo, que pude tener un joven de bien y no lo quise para seguir a este otro, que no piensa en el tesoro que tiene en su casa! Las otras se dan la buena vida con sus amantes, y no bajan de tener dos o tres, y le hacen ver al marido lo que quieren, mientras que yo, por ser buena y ho­nesta, tengo todas las desventuras. ¡No sé por qué no me decido a imitarlas!...

Comprende, esposo mío, que si quisiera fácil­mente encontraría con quién hacer el mal, pues son muchos los galanes que me cortejan y me han ofrecido dinero, trajes y joyas, sin que jamás los haya escuchado, mientras que tú vuelves a casa cuando debieras estar trabajando.

–¡Pero mujer –respondió el marido–, no lo tomes, por Dios, de esa manera! La verdad del caso es que he ido a trabajar como todos los días sin recordar, como tampoco lo has recordado tu que hoy es la fiesta de San Galeón y no se traba­ja. Es por esto que he regresado a casa, aunque he prevenido la forma de que tengamos el pan pa­ra más de un mes, pues le he vendido a éste que me acompaña el tonel que tanto nos estorba y por el que me ha dado cinco monedas. Exclamó entonces Peronella: –Esto, precisamente, es lo que me apena, pues tú que eres el hombre y vas por el mundo, y de­berías saber mejor las cosas, has vendido el tonel en cinco florines, mientras que yo, que soy una pobre mujer que no sale de su casa, viendo los apremios en que nos encontramos, acabo de ven­derlo en siete florines a un buen hombre que se metió dentro de él para comprobar si está sólido y sin rajaduras.

Al oír las palabras de la esposa, el marido se puso muy contento y le dijo a su acompañante:

–-Puedes marcharte, amigo, pues ya has escu­chado que mi mujer vendió el tonel en siete flori­nes cuando tú no me dabas más que cinco.

Consolóse el otro y se marchó, al tiempo que Peronella decía a su marido:

–Sube, ya que has regresado, y arregla este asunto con el hombre.

Giannello, que estaba prevenido, saltó fuera del tonel en cuanto oyó las palabras de Peronella y comenzó a gritar, como si ignorase el retorno del marido:

–¡Eh, buena mujer! ¿Dónde os habéis metido? El marido, que ascendía ya las escaleras, le res­pondió:

–Aquí estoy yo, ¿qué quieres?

–¿Y tú quién eres? –preguntó Giannello–. Yo llamaba a la mujer que me vendió este tonel.

–Puedes tratar conmigo, pues yo soy su marido.

–El tonel parece sólido, pero por dentro está tan sucio que no me lo llevaré si antes no lo veo limpio.

Dijo entonces Peronella:

–No por eso se deshará el trato, pues mi ma­rido lo limpiará al punto.

Aprobó el albañil la idea y aligerándose de ro­pas se hizo encender una luz y provisto de una raedera se metió en el tonel y se dedicó a rascar­lo. Peronella, como si quisiera ver lo que su ma­rido hacía, metió la cabeza por la boca del tonel y comenzó a indicarle:

–Rasca por aquí y aquí, rasca por el otro lado...

Y mientras ella le hacía estas y otras observaciones al marido, Giannello, que aquella mañana había visto frustrados sus deseos, encontró forma de satisfacerlos como pudo, concluyendo al mismo tiempo su faena el amante y el marido, apartándose el primero de Peronella y saliendo del tonel el segundo.

Comprobó el amante la limpieza del tonel y pa­gando los siete florines se lo hizo llevar a su casa.


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