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19 de octubre de 2011

MARCO DENEVI

Marco Denevi es uno de los más sorprenden­tes escritores hispanoamericanos de la hora actual. Hay algo, o mucho, de magia en su producción literaria: magia para ver el mundo y las gentes no en las dimensiones que todos conocemos, sino por debajo de las dimensiones, allí donde toda frontera se borra y los objetos reales adquieren presencia humana mientras los hombres se desdoblan y empiezan a actuar como enemigos de sí mismos. Es difícil, acaso imposible, prever lo que harán los personajes de Denevi. Quizás el autor no lo sabe tampoco cuando comienza a escribir su historia y se entusiasma con las sorpresas que se avecinan. Da la impresión de que los personajes le buscan —no como en la obra de Pirandello en la que reconocemos un amable e inofensivo truco— sino, más bien, con malas intenciones y por mandato ajeno.

Prevalece en su mundo literario una especie de locura activa que al lector le pone los pelos de punta: principalmente porque es una locura diabólicamente ingeniosa.

Denevi trabaja a base de una realidad minu­ciosamente observada.

Sus ambientes de Buenos Aires son verdade­ras joyas de clásico realismo.

Nada falta allí: ni las casas, ni las mansiones, ni la luz ni el tiempo, ni los parques ni el río, ni los olores ni la oscuridad, ni los objetos ni los prisioneros de los objetos. Pero esos objetos pretenden sobrevivir a sus dueños. Y en ese duelo comienza el frenesí. En Rosaura a las diez —la mejor novela policial que se ha escrito en lengua española (novela policial sin policías, naturalmente), se parte de una patética situa­ción dostoievskiana que Denevi meticulosamen­te desarma en cada uno de sus elementos pasionales para construir luego, un cuadro de espesos tonos en que la pobre humanidad del barrio bonaerense, sueña, ama, castiga sufre y mata, como parte del diario vivir. Denevi pinta con trazo caprichoso; ve la miseria detrás de la dignidad; el mamarracho de circo bajo la cir­cunspección. Sus apartes, para calificar la acti­tud o el gesto o la palabra y hasta la condición de un personaje, son de un ingenio asesino. Per­sonaje que describe no se levanta ya como ser humano: llevara varios seres humanos a la siga, pegados igual que parches de un espantapája­ros, persiguiéndole eternamente con su trágica impotencia.

Y, junto a eso, ve la poesía excelsa que irradia el ser humano en sus ratos de tranquila angus­tia. Una mesa o una cama o un cielo sobre el río o una calle al amanecer. Cualquier cosa le basta para que, mirando a través del hombre como si el hombre fuera una grieta en alguna pared del mundo, vea a la vida vibrando, a veces, con honda y seria ternura.

FUENTE: FERNANDO ALEGRÍA- Universidad de Berkeley, California


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