NOTA DESTACADA:
FEDERICO GARCÍA LORCATexto: Alberto Amato
Fotos: Archivo Clarín y EFE
Revista VIVA- la revista de CLARÍN- 13 DE AGOSTO DE 2006
Federico García Lorca- Autorretrato |
Madrid, 1934. |
Federico García Lorca en una visita a Uruguay, en 1934. |
27 de marzo de 1934. Lorca es despedido en la cubierta del Barco del Conte Blancamano tras haber pasado seis meses en la República Argentina |
Lorca delante de un afiche del Teatro Universitario Ambulante "La Barraca", creado por él. Su primera representación fue en 1932 |
Lorca en una emisora radial, a principios de los años 30 |
Republicano, antifascista y homosexual combatido, Federico García Lorca fue, ante todo, una de las grandes plumas de España. Fue fusilado cuando comenzaba la Guerra Civil. A 70 años de su asesinato, el relato de sus últimos días.
Frente a los fusiles que aguardaban por su muerte, hace ya 70 años, Federico García Lorca fue aún más grande que sus asesinos. Ellos sabían que lo mataban, pero Federico sabía que seguiría vivo en cada uno de sus versos, cada vez que una zapatera prodigiosa subiera a escena en un escenario del mundo, en cada yerma que clamara por un hijo, en cada tarde de toros de su España amada que le arrancaba la vida joven y cargada de talento.
Era Lorca uno de los españolitos a quienes Antonio Machado les anticipó un futuro de espanto:
Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios / Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
En la noche del 18 al 19 de agosto de 1936, un mes después de iniciada la feroz Guerra Civil española, Federico García Lorca fue asesinado al costado de un camino que lleva de Viznar a Alfacar, muy cerca de su Granada natal, y mucho más cerca de Fuente Grande, un paraje con un manantial natural que los árabes bautizaron como Ainadamar o Fuente de lágrimas. La fecha no es del todo exacta. Hay pocas cosas exactas en la muerte de Lorca, salvo las balas que le segaron la vida.
Su cuerpo jamás apareció. Y se cree que han construido sobre su tumba lujosos chalés y elegantes casas de campo. "Mi corazón reposa junto a la fuente fría", escribió Federico, altivo en su exacto presentimiento, en su primer poema.
La muerte de Lorca estuvo, y está aún hoy, cargada de simbolismo. Uno de los asesinos intelectuales del poeta, Ramón Ruiz Alonso, intentará justificar el fusilamiento:
"García Lorca ha hecho más daño con la pluma que otros con la ametralladora", dirá sin que la barbarie lo haga ruborizar. Desde la estólida altura de su hipocresía, el dictador Francisco Franco mentirá tiempo después: "Ha muerto en una riña de gitanos". Hay que humillar a Federico. Hay que convertir su muerte en un error, en una nadería, en un hecho policial; hay que dejar plantado que Federico, que se hacía cargo de su homosexualidad, fue muerto por un asunto de pantalones. Hay que ensuciar su memoria para que se deteriore y el tiempo la carcoma, la sepulte, la olvide.
Pero la memoria de Lorca renace cada vez que en cualquier proscenio del mundo, Bernarda Alba grita su otra mentira desesperada: "¡A callar! ¡A callar! ¡La hija de Bernarda Alba ha muerto virgen! " y las afrentas y las deshonras con las que intentan derrotarlo, lo devuelven intacto y victorioso.
Ni asunto de gitanos, ni cuestión de pantalones, ni más daño con la poesía que con una ametralladora. Esas son mentiras. Federico García Lorca, sobre el que luego también se tejió el mito de su apoliticidad, otra mentira, es asesinado porque los falangistas españoles lo saben un enemigo. Federico no es apolítico. Es visceralmente republicano, es antifascista, ha firmado manifiestos junto a Antonio Machado, a Rafael Alberti y a María Teresa León, entre muchos otros; se ha identificado con los pobres del mundo.
Es por eso que, ahora, Federico va a morir.
EL MAS TORERO DE LOS POETAS
No puede moverse bien. Le han atado los brazos a uno de los dos banderilleros anarquistas que van a morir con él: o a Joaquín Arcollas Cabezas o a Francisco Galadí Mergal. Es otro símbolo, otro mensaje ni siquiera secreto para el condenado: atado a un banderillero va a ser asesinado el gran poeta de los toros y el más torero de los poetas.
Junto a los tres desdichados, Dióscoro Galindo González, un maestro del pueblo de Pulianas, que tiene una pierna de madera, también va a su cita con la muerte. Todos, verdugos y condenados, están rodeados por olivos, le dirá al historiador Tan Gibson, un hombre que entonces tenía 17 años, Manuel Castilla Blanco, y que fue el enterrador de los cuatro fusilados. . Federico tiene puesta una corbata de lazo, "de esas que llevan los artistas". Es noche cerrada, una noche plena de verano español, cálida, húmeda, olorosa de azahares y aceitunas. Los cuatro muertos están de pie, cerca del camino, en el fondo de una cuneta a la que, con pretensiones, los lugareños llaman barranquillo y por el que, en los inviernos, baja un arroyo leve y callado. Lorca, que le ha cantado a la muerte, la ve ahora llegar.
Su partida de defunción dirá que murió por un hecho de guerra. La partida de defunción de Lorca y la de sus hermanos en la muerte, fue escrita por los funcionarios del régimen de Franco, en 1940.
Apenas treinta y ocho años de vida le habían bastado a Lorca para convertirse en uno de los más grandes poetas de habla hispana.
Había nacido el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, a diecisiete kilómetros de Granada y a casi cincuenta del Mediterráneo. Estudió Letras en Granada y a los veinte años publicó su primer libro, Impresiones y paisajes. Al año siguiente se instala en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde conoce a Luis Buñuel, a Salvador Dalí, y se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras. Entre 1920 y 1927 se transforma en una figura de las letras de esa España que enfila hacia su tragedia. Mientras, conoce a Rafael Alberti y entabla amistad con Manuel de Falla.
Escribe teatro y poesía, Mariana Pineda, Poema del Cante Jondo y, en 1926, su inmortal Romancero gitano; la gran Margarita Xirgu le estrena las piezas teatrales y los intelectuales españoles pelean por tenerlo a su lado. Federico escribe.
En 1933, ese muchacho de treinta y cinco años que descubrió tarde, pasados los veinte, que su camino a transitar era el de la poesía, llega a una Buenos Aires que lo deslumbra y que se siente deslumbrada por el poeta. Vive en el Hotel Castelar, donde hay una placa que recuerda su paso, y escucha emocionado las ovaciones con las que, de pie, el público le agradece Bodas de sangre, Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa, en el cercano Teatro Avenida.
Son meses en los que el poeta no para un instante: entabla amistad con Enrique Santos Discépolo, a quien le lee el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, se entrevista con el cónsul chileno en Buenos Aires, un poeta como él llamado Neruda, y escucha el pedido y reproche de un cantante que lo conmina a escribir un tango: Carlos Gardel.
A los 38 años Federico es uno de los grandes de España. Y algo más, es uno de los grandes de la vida. Escudará su oposición al fascismo, instalado en buena parte de Europa y en desarrollo en España, en una frase amable que recuerda de Neruda: "Yo sé poco, yo apenas sé", pero escribirá Yerma, un drama que, para la óptica de la derecha española era una severa crítica a la España tradicional y católica, a sus costumbres sociales y a sus costumbres sexuales.
La crítica es despiadada con la obra. Y para una de las dos Españas, Lorca se ha convertido en enemigo mortal.
Los rayos ya estaban en Granada. El 18 de julio llega la guerra y España queda dividida en dos, con familias enteras partidas por los bandos republicano y falangista. Granada cae en manos de la Falange y empiezan los fusilamientos en masa de simpatizantes de la República.
CON LOS MINUTOS CONTADOS
E19 de agosto un grupo de hombres armados llega a la casa familiar. Pero no vienen por Federico: buscan al hermano del casero y, de paso, insultan y maltratan al poeta. Alguien le aconseja cuidarse. Federico comprende que debe tomar una decisión. Probablemente entonces haya pensado en un joven amigo, también poeta, Luis Rosales, a quien conocía desde 1930. Los hermanos de Luis, José y Antonio Rosales, militaban en la falange granadina y por alguna razón, equivocada, Federico cree que los Rosales pueden aconsejarlo, tal vez protegerlo. ¿Quién querría hacerle daño a un poeta? Los Rosales lo cobijan.
Días después, una patrulla falangista vuelve a caer sobre la Huerta de San Vicente. Ahora sí buscan al poeta y no lo encuentran. Alguien delata entonces a Federico. Alguien le dice a la Falange que el poeta está con los Rosales. Gibson, biógrafo de Lorca, sostiene que fue Concha, su propia hermana, quien habló porque los sublevados se llevaban al paredón al padre del poeta.
Hace unos días, sin embargo, se estrenó en Madrid el documental Lorca, el mar deja de moverse, donde su director, Emilio Ruiz Barrachina, avala la teoría según la cual unos primos del poeta fueron instigadores de su fusilamiento.
Lorca es detenido en la tarde del 16 de agosto de 1936: un pequeño ejército se moviliza, cortan la Calle de Angula, donde viven los Rosales. Lo acusan de ser "un enlace con Rusia".
Va a parar a una cárcel que los sublevados, amantes de los símbolos, han levantado en un amplio edificio que la República usó como colonia de vacaciones para los chicos granadinos. Bautizan a ese infierno La Colonia.
Fuma desesperadamente mientras intenta animar a sus compañeros de celda y de infortunio: era un gran fumador de tabaco rubio que compraba en el extranjero porque no gustaba del tabaco negro español. Pasa apenas unas horas en esa cárcel. Cuando vienen a buscado, Federico comprende enseguida que es para llevarlo al paseo, ese eufemismo con el que la barbarie desatada bautizó a las ejecuciones clandestinas. Entonces pide un sacerdote. No hay.
Federico García Lorca sale entonces con sus verdugos, los dos banderilleros y el maestro de la pierna de madera, a la calma y perfumada noche del verano andaluz. El auto, con matadores y condenados enfila hacia Fuente. Grande, hacia Ainadamar, hacia lo irreparable ...
En 1940 su partida de defunción, taimada y marrullera, dictada y escrita por sus asesinos, dirá "falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, siendo encontrado su cadáver el día veinte del mismo mes en la carretera de Víznar a Alfacar" .
Más mentiras. Federico había escrito, años antes, su propia partida de defunción: Si muero, / dejad el balcón abierto. / El niño come naranjas. / (Desde mi balcón lo veo) / El segador siega el trigo. / (Desde mi balcón lo siento) / ¡Si muero, / dejad el balcón abierto!
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