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2 de diciembre de 2011

Resumen y análisis de Harry Potter y la piedra filosofal de J.K.Rowling

Resumen y análisis de Harry Potter y la piedra filosofal de J.K.Rowling

Las historias de Harry Potter se inscri­ben en una tradición contemporánea an­glo-estadounidense que parte de Tolkien  y C.S. Lewis y retorna de manera espléndida a escritores como Lloyd Alexander, Susan Cooper, Alan Garner y Diana Wynne Jones. El excelente Charmed Life de Jones, como los libros de Rowling, transcurre en una escuela para brujas y hechiceros infantiles que funciona en un castillo encan­tado. Pero lo que diferencia a los libros de Rowling de sus predecesores es, en parte, una imaginación prolífica y festiva que recuerda los libros de Oz de L. Frank Baum.

Más importante todavía es el hecho de que el suyo es un mundo completamente imaginario con el que la autora manifiesta un compromiso profundo y constante.

Harry, el héroe de Rowling, es brujo de nacimiento, pero al principio no lo sabe. Cuando nos encontramos con él, ya tiene diez años y la suya es la clásica situación de una Cenicienta: un huérfano pobre y desamparado al que todos desprecian y maltratan. Vive con sus tíos, el señor y la señora Dursley, una pareja muy desagra­dable, en un país que recuerda la Gran Bretaña de los años sesenta o setenta, an­tes de que existieran Internet, los teléfonos digitales y el video interactivo.

Los Dursley viven en un pueblo llama­do Little Whinging. Como la mayor parte de sus vecinos, son muggles, gente que no tiene poderes mágicos. Odian la sola men­ción de lo sobrenatural y se niegan a dar a Harry información· sobre sus padres muertos. "Eran raros, no cabe duda, y en mi opinión el mundo está mejor sin ellos", afirma el tío Vernon.

El tío Vernon y la tía Petunia son tan crueles con Harry como cualquier padras­tro o madrastra de cuento de hadas: le dan mendrugos para comer y lo visten con ha·rapos; lo obligan a dormir en un oscuro armario lleno de arañas debajo de la escalera y rompen su correspondencia.

Todavía peor, es su hijo Dudley, un fan­farrón obeso, glotón y malcriado que, con la ayuda de sus amigos corpulentos y odio­sos, convierte en un verdadero infierno la vida escolar y hogareña de Harry.

Para un niño imaginativo, el mundo está lleno de muggles -gente que no lo comprende, que inventa reglas estúpidas y no quiere saber nada de cosas sobrenatu­rales o inesperadas. La historia de Harry encarna además una de las fantasías in­fantiles más frecuentes: la que sostiene que los adultos y hermanos con los que vi­ve no son en realidad su verdadera familia; que él de algún modo es distinto de to­dos ellos y tiene dones especiales.

Harry tiene una marca externa de esos dones: una cicatriz con forma de rayo en la frente, resultado de su primer enfrenta­miento, siendo aún un bebé, con el malvado Hechicero Voldemort, cuyo nombre la mayoría de la gente teme incluso pronunciar.

Como en muchos cuentos populares, se puede adivinar cómo es un personaje a partir de su nombre. Voldemort, por ejemplo, combina las ideas de robo, tum­ba y muerte en los idiomas inglés y francés. El nombre de Harry Potter, por su parte, remite no sólo a un aspecto artesa­nal (pat, patter: vasija, alfarero), sino tam­bién a la literatura y la historia inglesas: al principe Hal y Harry Hotspur, los héroes valientes, encantadores e impulsivos del Enrique IV de Shakespeare; y a Beatrix Potter, creadora de otro héroe clásico tam­bién encantador e impulsivo, el Conejo Pedro.

Al comienzo de cada historia, Harry Potter vive en el exilio en casa 

de los Durs­ley. Luego, magia mediante, es rescatado e ingresa en otro 
mundo, en un universo en el que la imaginación y la audacia
 tienen su recompensa. Un londinense enorme y cómico llamado Hagrid lo 
introduce en una Gran Bretaña mágica, una de cuyas entradas es la puerta trasera de un viejo pub de Londres, el Leaky Cauldron.

Después de un tour de compras en el que Harry visita un banco dirigido por duendes y adquiere algunos elementos escolares poco comunes, entre ellos “un sombrero puntiagudo para uso diurno” y  el Manual Básico de Hechizos, aborda un tres tren especial con destino a la Escuela Hogwarts de Brujería y Hechicería,  que sale del andén del andén nueve y tres cuartos de la King’s Cross Station. El tren y el andén son, por supuesto, invisibles a los ojos de los mil mugles.

La Escuela Hogwarts funciona en un enorme castillo, antiguo y muy bien equipado con torres, mazmorras, fantasmas , pasajes secretos y espejos y pinturas encantados. Entre las materias que se dictan figuran Adivinación, Defensa Contra Artes Oscuras y Cuidado de Criaturas Mágicas.
En muchos sentidos, sin embargo, Hogwarts se parece a un clásico internado inglés que, para estar a tono con los tiempos que corren, es mixto y multirracial.
Las cuatro casas que integran el establecimiento compiten con entusiasmo en el deporte de la escuela, el Quidditch, una suerte de mezcla de cricket, fútbol y hockey que se juega sobre escobas voladoras y en el que Harry se destaca por su destreza.
Al igual que en muchos colegios estadounidenses, la población escolar se divide en osados, genios, buenos y peligrosos. Harry y sus dos mejores amigos viven en la casa de los osados, Gryffindor, donde, según la tradición, "moran los verdaderos valientes". La Casa Ravenclaw ha­ce hincapié en el "ingenio y aprendizaje", mientras que los chicos de Huffepuff son "justos y leales ... y no le tienen miedo al trabajo". Los malos viven en la Casa Slytherin, cuyos alumnos "se valen de cualquier medio para conseguir sus fines.
Harry es un héroe y, además, una estrella deportiva local, de modo que también atrae admiradores. Pero es modesto y tan­ta admiración y atenciones le resultan tan incómodas como a la propia J.K. Rowling.

Pero el chico tiene problemas más gra­ves que su timidez. La trama de cada libro se centra en los intentos de las fuerzas os­curas por destruirlo. Tal como se acostumbra en las fantasías modernas, desde El señor de los anillos de Tolkien hasta La guerra de las galaxias, siempre hay al ace­cho una figura malvada y poderosa que quiere dominar el mundo. Estos persona­jes suelen tener algo en común con los ángeles rebeldes de Milton: al principio pare­cen impresionantes, incluso convincentes. Hay algo de admirable en sus ansias de conocimiento y poder, mientras que sus seguidores, a los que sólo impulsan el miedo, la ambición y la venganza, son completamente repulsivos.

Harry, por supuesto, siempre logra es­capar de sus enemigos, pero se le va ha­ciendo más difícil en cada libro. En el volumen tres ya no resulta tan fácil determinar de qué lado está cada uno. Los que en un primer momento pa­recen amigos pueden ser enemigos, y vi­ceversa; y aquellos que son buenos pero débiles pueden llegar a hacer el mal como consecuencia de su propio temor o insen­satez.
En  Harry Potter y el prisio­nero de Azkaban, Scabbers, una rata de aspecto desagradable pero inofensiva, re­sulta ser un hechicero malvado que, inclu­so cuando adopta la forma humana, tiene "nariz puntiaguda y ojos muy pequeños y húmedos".

Rowling describe a sus personajes con una sutileza psicológica muy poco común en los libros infantiles y también en buena parte de la ficción para adultos. En Harry Potter y la cámara de los secretos, un an­drajoso duende llamado Dobby está per­manentemente desgarrado entre la lealtad a su amo y su deseo de salvarle la vida a  Harry. Cada vez que está a punto de revelar los planes de su señor, Dobby se golpea la cabeza con lo primero que encuentra a mano y repite "¡Dobby malo!"

Uno de los atractivos de los libros de  Potter es que los personajes buenos no son perfectos. Harry se destaca en el juego del Quidditch, pero es un estudiante de  rendimiento promedio, no como su amiga Hermione, que estudia por diversión y es  un tanto mojigata. Hagrid, el adorable gigante, tiene verdadera debilidad por las  criaturas mágicas peligrosas: considera  que el dragón que tiene por mascota y las  enormes arañas que viven en el Bosque Prohibido, son animales tiernos y hermosos.

Si bien los héroes infantiles de Rowling son imperfectos, por lo general son más  inteligentes y audaces que los adultos. Varios de los profesores más simpáticos de Hogwarts, si bien son afables y sabios, suelen no tener ni la más mínima idea respectode lo que sucede a su alrededor. Otros son débiles e incompetentes, o completos fracasos, como el atractivo profesor Loc­khart, un verdadero adicto a los medios que asegura haber protagonizado las proezas mágicas de otros brujos menos fo­togénicos. Algunos van más allá y pueden llegar a venderse a las Fuerzas de la Oscu­ridad o a sus representantes.

A juzgar por la larga serie de reseñas y ensayos que saludaron la publicación de los libros de Harry Potter, su atractivo es amplio y diverso. Se los puede leer, por ejemplo, como celebración de un mundo preindustrial: el Castillo de Hogwarts está alumbrado por antorchas y calefaccionado con fuego. El correo, además, está a cargo de búhos de diferentes tamaños, entre ellos búhos muy pequeños que sólo se uti­lizan para repartos locales.

Joanne K. Rowling, la autora escocesa de los libros de Harry Potter, crea un universo en el que los niños tienen facultades especiales, mientras que los adultos son tontos, crueles, o ambas cosas. El poder secreto de su héroe adopta algunas formas tradicionales del cuento popular: escobas voladoras, transformaciones, hechizos y brebajes. Esto, sin embar­go, también puede leerse como metáfora de la fuerza de la infancia, llena de imagi­nación, creatividad y humor.

Los autores de clásicos infantiles  , a menudo toman partido por los niños en  contra de  los adultos. Sus libros son subversivos en el sentido más profun­do de la palabra. Se burlan de los grandes y desnudan sus ambiciones y fracasos. Sugieren, sutil o abiertamente, que los niños son más valientes, interesantes e inteligentes que ellos, y que hay que desobedecer las reglas que éstos les imponen. Tal como pasa con la mayor parte de los libros infantiles muy buenos, todos po­demos encontrar en ellos algo que nos in­terese.





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