Los últimos días de Nietzsche
Según William Gass: “Nietzsche mordió nuestros valores como si fueran monedas sospechosas y dejó en cada una de ellas la marca de sus dientes”.
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació en Röcken, Sajonia prusiana, en 1844. Su padre y su abuelo fueron párrocos y su madre era hija de un pastor. Su padre murió cuando Friedrich tenía cuatro años, una pérdida de la que el hijo nunca se recobró totalmente.
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació en Röcken, Sajonia prusiana, en 1844. Su padre y su abuelo fueron párrocos y su madre era hija de un pastor. Su padre murió cuando Friedrich tenía cuatro años, una pérdida de la que el hijo nunca se recobró totalmente.
Nietzsche se crió en un hogar de mujeres: la abuela, la madre, su hermana Elisabeth, salvajemente antisemita, y dos tías solteras. Se educó en Schulpforta, una renombrada escuela regida por pautas militares, donde, pese a la dura disciplina, él era feliz y rendía bien desde el punto de vista académico, aunque no de manera sobresaliente. Más tarde asistió a la universidad en Bonn, donde estudió teología y filología, iniciando en esta última materia una carrera que pronto abandonaría.
En 1865, cuando todavía era estudiante, Nietzsche visitó Colonia, donde unos amigos lo llevaron a un prostíbulo. Los detalles, e incluso la posibilidad, de esta visita fueron largamente discutidos, pero ahora se acepta que en esa oportunidad contrajo sífilis. En 1867, Nietzsche fue tratado por una infección sifilítica que finalmente desembocó en la crisis mental de enero de 1889, fin efectivo de la vida de Nietzsche aunque viviría, en silencio y perdido en sí mismo, hasta 1900.
Nietzsche tuvo una serie de amigas leales y cariñosas, entre ellas Lou Andreas-Salomé. El amor secreto de su vida, sin embargo, fue seguramente Cosima Wagner. Cosima fue una de las personas a las que escribió en los frenéticos días anteriores a la crisis de comienzos de enero de 1889. Entre las misivas alocadamente humorísticas que disparó en todas direcciones surge el grito angustiado que le dirigió: "Ariadna, Te amo. Dioniso".
Después de Bonn, estudió en Leipzig y en 1867 fue alistado para prestar servicio durante un año en un regimiento de artillería de campo del ejército prusiano. Este período de servicio militar no fue agotador, aunque una herida sufrida en un accidente a caballo le provocó mucho dolor y le significó una larga convalecencia.
A la edad notablemente temprana de veinticuatro años, Nietzsche había sido designado en la cátedra de Filología clásica en Basilea, donde conoció al historiador Jakob Burckhardt y al teólogo agnóstico Franz Overbeck -este último sería un amigo de toda la vida. No obstante, más importante para él que el éxito académico fue que los Wagner lo adoptaran virtualmente. Visitó por primera vez al campositor en mayo de 1869 en Tribschen la casa de los Wagner cerca del lago de Lucerna y a partir de entonces se convirtió en un visitante regular.
Wagner aceptaba con gusto la adulación de Nietzsche, en quien en detectó astutamente a un discípulo del que podía esperarse que difundiera el credo wagneriano; a decir verdad, Nietzsche sería un critico implacable de Wager y el wagnerismo. Cosima, que tenía treinta y cuatro años cuando Nietzsche llegó por primera vez a Tribschen, se divertía y probablemente se sintiera un poco halagada por la intensa devoción de este muchacho hacia ella como musa del Maestro. Cuando se produjo la ruptura y Nietzsche se volvió contra Wagner, el resultado fue devastador para Nietzsche, aunque no para el infinitamente más duro Wagner.
En 1869, Nietzsche había pedido con éxito que lo relevaran formalmente de sus obligaciones militares que, según los reglamentos de su patria militarista, significaba que dejaría de ser ciudadano de Prusia. Solicitó en cambio la ciudadanía suiza pero fue rechazado. De ahí que a partir de ese momento Nietzsche no tuviera Estado. Era una situación adecuada para un hombre con tan inquieta disposición. Después de sufrir un colapso nervioso generalizado en 1870, Nietzsche se convirtió en un hipocondríaco aplicado, que vagó por Suiza e Italia en busca de curas no sólo para su mala salud sino para el incurable mal de ser él mismo. Obtuvo cada vez más licencias de su puesto en Basilea y finalmente abandonó directamente la cátedra; y por el resto de su vida vivió al día, de una minúscula pensión. Pese a ser brillante -quizá debido a eso- no era apto para la vida académica, tal como lo puso de manifiesto la publicación, en 1872, de El nacimiento de la tragedia, una reinterpretación embelesada y ditirámbica que escandalizó a sus pares por su tono poético y la falta de aparato crítico.
A mediados de 1870, Nietzsche se embarcó en lo que sería más de una década de traslados interminables en busca de un lugar para descansar su espíritu fatigado y cada vez más frenético. Como muchos alemanes antes que él, especialmente su amado Goethe, a Nietzsche le bastó poner un pie en suelo italiano para enamorarse del país. En Turín, adonde llegó en abril de 1888, creyó haber encontrado por fin su verdadero lugar. "¡Pero Turín!"- escribió a su amigo Peter Gast, en el estilo exclamativo de un turista entusiasmado- "¡Qué ciudad tan digna y grave! En absoluto grande, en absoluto moderna, como me había temido, sino un lugar residencial del siglo XVII, que sólo tenía un gusto imperante en todo, la corte y la nobleza. Se ha conservado en todo la calma aristocrática, no hay suburbios mezquinos; una unidad de gusto que llega hasta el color (toda la ciudad es amarilla o marrón-rojiza). ¡Y un lugar clásico tanto para los pies como para los ojos! Los más bellos cafés que he visto. Estas arcadas tienen algo de necesario en un clima tan cambiante como éste; son amplias, no oprimen. Al oscurecer, sobre el puente del Po: ¡magnífico! ¡Más allá del bien y del mal!"
Nueve meses después de escribir este himno a una ciudad idealizada, Nietzsche se abrazó al cuello de un caballo enfermo en la vía Po y se perdió en la locura para siempre. Nunca se recobraría.
Las obras de Nietzsche en esta última época en Turín son gritos desde el abismo de soledad más profundo. Hay aquí pensamientos horribles. Naturalmente, sin los excesos no habrían existido sus percepciones extraordinariamente agudas y devastadoras. Si hubiera sido menos solitario, probablemente no habría podido decir muchas de las cosas que dijo.
Turín fue un bálsamo inmediato para el afligido corazón de Nietzsche. Aquí, encontró alojamiento en la casa de Davide Fino y su familia en el Nº 6 de la vía Carlo Alberto. Adoptó enseguida una rutina "frugal y práctica": comida simple, poco alcohol y ejercicio riguroso, y como siempre, el trabajo. En estos meses finales (se quedó en Turín de abril a junio, cuando visitó a su amada Sils Maria, para volver a Turín en setiembre) su productividad fue asombrosa. Primero fue El caso Wagner, en el cual cristalizó por fin sus argumentos contra lo que veía como los trucos decadentes de la música de este.
El caso Wagner tiene tanto de diatriba como de discusión y en su relato sobre el compositor son discernibles los primeros signos del trastorno mental que juntaba fuerzas a medida que la sífilis le carcomía el cerebro. Las obras compuestas en este último y breve segmento de su vida con su nueva nota aguda y su desesperación. apuntan inequívocamente hacia la locura.
El crepúsculo de los ídolos, El anticristo y Ecce Horno fueron escritos en los últimos meses en Turín. Nietzsche debió haber trabajado a un ritmo febril. El sentido de su precipitación exaltada es una de las cosas por las que es tan emocionante leer estos libros: al seguir la línea fundida de su pensamiento tenemos la impresión de que somos nosotros los que estamos pensando. Es poeta al igual que filósofo, y sus argumentos nos convencen -si lo hacen- tanto por la fuerza y la elegancia de su lenguaje como por el rigor de su pensamiento. En El crepúsculo de los ídolos planteó como su ambición "decir en diez frases lo que todos los demás dicen en un libro -lo que nadie dice en un libro ...
Sus últimas cartas son conmovedoras en la medida que se mueven con paso vacilante entre pedidos ahogados de ayuda y fanfarronadas patéticas. El fin estaba cerca. Empezó a tener dificultades para escribir, hasta tal punto que sólo su madre podía leer su letra. No había, como KIeist había dicho refiriéndose a sí mismo, ninguna ayuda para él en esta tierra. Sufría ataques agotadores de llanto, acompañados por temblores y muecas faciales. Se ocultó en su cuarto de la vía Carlo Alberto, observando cómo se volvía más crudo el invierno. Llegó y pasó Navidad, y el 3 de enero en la vía Po se abrazó al rocín de un cochero y se desplomó sobre el pavimento. Ya habían llamado a la policía cuando llegó su amable casero Davide Fino. Nietzsche lo reconoció y Fino lo llevó a su casa, donde deliró, despotricó y bailó desnudo en la bacanal privada de su locura.
De Turín fue trasladado a una clínica en Basilea, y posteriormente fue llevado a Naumburgo por su madre. Luego de la muerte de esta última en 1897, su hermana lo llevó a Weimar, donde lo alojó en su casa, la Villa Silberblick. Para entonces, la fama de Nietzsche se había difundido en toda Europa y sus libros cobraban grandes regalías, que Elisabeth utilizó para vivir con un estilo al que no estaba acostumbrada. En 1898, sufrió un ataque cerebral menor y otro más grave al año siguiente. Se debilitó aún más y apenas podía hablar. Un día, cuando le pusieron un nuevo libro en las manos, dijo: "¿No escribí libros buenos también?". En agosto de 1900 se resfrió y tuvo dificultades para respirar. El 25 sufrió otro ataque cerebral y murió.
La afirmación fue su credo. Aun en el pozo más profundo, en Turín, cuando su razón se derrumbaba, había sido capaz de poner este párrafo al comienzo de Ecce Homo: "En este día perfecto en que todo está maduro y no sólo la uva toma color oscuro, acaba de posarse sobre mi vida un rayo de sol: he mirado hacia atrás. He mirado hacia adelante y nunca había visto tantas y tan buenas cosas de una sola vez. No en vano he sepultado hoy mi año cuarenta y cuatro, me era lícito sepultarlo, lo que en él era vida está salvado, es inmortal. La Transvaloración de todos los olores, los Ditirambos dionisíacos , El crepúsculo de los ídolos. ¡todos regalos de este año, incluso de su último trimestre! ¿Cómo no habría de estar agradecido de mi vida entera? Y así me cuento mi vida a mí mismo".
Pese a las incomprensiones referidas al hombre y a las malas interpretaciones de su obra, Nietzsche sigue siendo uno de los pensadores más grandes y profundos de la era moderna. Sin él, costaría imaginar el mapa filosófico y literario del siglo XX, de Heidegger a Paul de Man, de Freud a Lacan, de Thomas Mann a Milan Kundera.
En aforismos aparentemente casuales -"No existen los fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos"- Nietzsche demolió muros enteros de la casa de la filosofía occidental.
Nos trajo noticias de la muerte de Dios como ficción estructural, montó un ataque devastador contra los fundamentos del cristianismo y criticó mordazmente el desprecio por la vida natural del que responsabilizó a curas y filósofos por igual.
Y, lo que no es menos importante, estableció, en una prosa que resulta bella aun en su traducción, una interpretación poética de la vida asombrosa por percepción, su honestidad y su grandeza. Pese a todos sus defectos, Nietzsche es una figura intelectual capital cuya luz se apagó en los albores de un siglo lleno de dolores y terrores que él mismo profetizó.
Fuente: Clarín
Suplemento Cultura y Nación
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