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10 de enero de 2013

Análisis de Esperando la carroza de Jacobo Langsner


Análisis de Esperando la carroza de Jacobo Langsner

Por su relación con el sainete y el grotesco, muchos críticos han encuadrado a Esperando la carroza dentro del "neosainete" o del "neogrotesco". Esta clasificación se sostiene en la idea de que Langsner actualiza, bajo una nueva forma, las estructuras origina­les de uno y otro género.
Quienes la llaman "neosainete" consideran que los persona­jes de la familia de mamá Cora están representados como los ti­pos del sainete, a través de una caricatura de la clase media porteña en la década del sesenta (en su versión original, luego adap­tada).

Como muchas obras teatrales argentinas, la de Langsner vuelve sobre el ámbito de la familia para describir, como en un modelo en escala, los modos de vida de la sociedad en su conjun­to. La familia es metáfora, además, del país. Por otro lado, la casa donde se lleva a cabo el "velorio" de mamá Cora resulta un corre­lato escénico del patio del conventillo.

Otros críticos, en cambio, prefieren poner el acento en el cos­tado "negro" y violento de Esperando la carroza. Observan que, mientras nos reímos de las situaciones cómicas que se despliegan ante nuestros ojos, sentimos el dolor que implica contemplar las acciones de unos personajes tan hipócritas, egoístas y cínicos. A Langsner le interesa especialmente mostrar el maltrato y la falta de respeto que reciben los ancianos en la sociedad argentina, así como la falta de amor sincero entre las personas y la prioridad de los intereses materiales. Entre todos los personajes, Langsner eli­ge uno que le sirve para poner en evidencia su punto de vista: se trata de Susana, quien cumple la función de desenmascarar a la familia y decirle lo que verdaderamente es. En el final —uno de los momentos más tensos y dramáticos de la pieza—, Susana ríe y llora al mismo tiempo, de acuerdo con la señalada fórmula del grotesco criollo.

Quienes sostienen que Esperando la carroza es un neosainete —y no un neogrotesco— ponen el acento en el hecho de que, en la pieza de Langsner, no hay pérdida total para los personajes —como sucede en Mateo o Stéfano, de Discépolo—. Una vez que reaparece mamá Cora, la vida de todos parece retomar su curso anterior, sin castigo ni modificación... salvo para la lúcida Susa­na, que logra ver la ridícula tragedia en la que se hallan inmersos.

En Esperando la carroza, aparece representado el llamado “medio pelo” argentino el cual presenta las siguientes características, según lo expresa Arturo Jauretche (1901-1974):



Sainete y grotesco criollos
Esperando la carroza se relaciona estrechamente con ciertas formas de comicidad características del teatro de Buenos Aires, en especial: el sainete y el grotesco criollos.
El sainete es una pieza breve de tipo cómico — o tragicómi­co, ya que puede incluir episodios muy dolorosos—, basada en la caricatura del costumbrismo urbano. A través de la presentación de tipos populares —como "el tano", "el gallego", "el malevo", "la milonguita", "el turco", "el provinciano", etc., que confluyen en los espacios del patio del conventillo, la calle o los salones de baile—, el sainete se convierte en una de las expresiones que re­flejan de manera más original la identidad de la cultura porteña en la etapa de mayor afluencia inmigratoria. Por ello, la época de auge del sainete está comprendida entre los años 1890 y 1940. Y, si bien luego desapareció casi absolutamente en su forma origina­ria, su influencia permaneció vigente debido a la recuperación de muchos de sus elementos en nuevas estructuras artísticas del ci­ne, la televisión y el teatro. A través de diversas transformaciones, el saínete ha continuado vivo hasta nuestros días.
Entre los autores más destacados del sainete criollo cabe men­cionar a Nemesio Trejo (1862-1916), Ezequiel Soria (1873-1936), Carlos Mauricio Pacheco (1881-1924), Alberto Novión (1881-1937), Roberto Cayol (1887-1927) y Alberto Vacarezza (1888-1959).

El sainete es una pieza breve. En algunos casos, su carácter es puramente cómico; otras veces, alterna lo cómico con lo trági­co o con lo dramático, siguiendo el modelo popular de "una de cal y una de arena", o "cosas para reír y cosas para llorar". A diferen­cia del sainete, el grotesco fusiona íntimamente lo cómico y lo dra­mático y, de este modo, logra que el espectador ría y llore simul­táneamente, al experimentar el placer de la risa y el dolor de la tra­gedia. El exponente más notable del grotesco criollo es Armando Discépolo (1887-1971), especialmente en dos de sus obras: Mateo (1923) y Stéfano (1928), cuyas historias terminan en la pérdida to­tal de la honra social o en la muerte de sus protagonistas.

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