Análisis de Esperando la carroza de Jacobo
Langsner
Por su relación con el sainete y el grotesco,
muchos críticos han encuadrado a Esperando la carroza dentro del
"neosainete" o del "neogrotesco". Esta clasificación se
sostiene en la idea de que Langsner actualiza, bajo una nueva forma, las
estructuras originales de uno y otro género.
Quienes la llaman "neosainete"
consideran que los personajes de la familia de mamá Cora están representados
como los tipos del sainete, a través de una caricatura de la clase media porteña
en la década del sesenta (en su versión original, luego adaptada).
Como muchas obras teatrales argentinas, la de
Langsner vuelve sobre el ámbito de la familia para describir, como en un modelo
en escala, los modos de vida de la sociedad en su conjunto. La familia es
metáfora, además, del país. Por otro lado, la casa donde se lleva a cabo el
"velorio" de mamá Cora resulta un correlato escénico del patio del
conventillo.
Otros críticos, en cambio, prefieren poner el
acento en el costado "negro" y violento de Esperando la carroza.
Observan que, mientras nos reímos de las situaciones cómicas que se despliegan
ante nuestros ojos, sentimos el dolor que implica contemplar las acciones de
unos personajes tan hipócritas, egoístas y cínicos. A Langsner le interesa
especialmente mostrar el maltrato y la falta de respeto que reciben los
ancianos en la sociedad argentina, así como la falta de amor sincero entre las
personas y la prioridad de los intereses materiales. Entre todos los
personajes, Langsner elige uno que le sirve para poner en evidencia su punto
de vista: se trata de Susana, quien cumple la función de desenmascarar a la
familia y decirle lo que verdaderamente es. En el final —uno de los momentos
más tensos y dramáticos de la pieza—, Susana ríe y llora al mismo tiempo, de
acuerdo con la señalada fórmula del grotesco criollo.
Quienes sostienen que Esperando la carroza es un
neosainete —y no un neogrotesco— ponen el acento en el hecho de que, en la
pieza de Langsner, no hay pérdida total para los personajes —como sucede en
Mateo o Stéfano, de Discépolo—. Una vez que reaparece mamá Cora, la vida de
todos parece retomar su curso anterior, sin castigo ni modificación... salvo
para la lúcida Susana, que logra ver la ridícula tragedia en la que se hallan
inmersos.
En Esperando la carroza, aparece representado el
llamado “medio pelo” argentino el cual presenta las siguientes características,
según lo expresa Arturo Jauretche (1901-1974):
Sainete y
grotesco criollos
Esperando la carroza se relaciona
estrechamente con ciertas formas de comicidad características del teatro de
Buenos Aires, en especial: el sainete y el grotesco criollos.
El sainete es una pieza breve de
tipo cómico — o tragicómico, ya que puede incluir episodios muy dolorosos—,
basada en la caricatura del costumbrismo urbano. A través de la presentación de
tipos populares
—como "el tano", "el gallego", "el malevo",
"la milonguita", "el turco", "el provinciano",
etc., que confluyen en los espacios del patio del conventillo, la calle o los
salones de baile—, el sainete se convierte en una de las expresiones que reflejan
de manera más original la identidad de la cultura porteña en la etapa de mayor
afluencia inmigratoria. Por ello, la época de auge del sainete está comprendida
entre los años 1890 y 1940. Y, si bien luego desapareció casi absolutamente en
su forma originaria, su influencia permaneció vigente debido a la recuperación
de muchos de sus elementos en nuevas estructuras artísticas del cine, la
televisión y el teatro. A través de diversas transformaciones, el saínete ha
continuado vivo hasta nuestros días.
Entre los autores más destacados del sainete criollo cabe
mencionar a Nemesio Trejo (1862-1916), Ezequiel Soria (1873-1936), Carlos
Mauricio Pacheco (1881-1924), Alberto Novión (1881-1937), Roberto Cayol
(1887-1927) y Alberto Vacarezza (1888-1959).
El sainete
es una pieza breve. En algunos casos, su carácter es puramente
cómico; otras veces, alterna lo cómico con lo trágico o con lo dramático,
siguiendo el modelo popular de "una de cal y una de arena", o
"cosas para reír y cosas para llorar". A diferencia del sainete, el grotesco
fusiona íntimamente lo cómico y lo dramático y, de este modo, logra que el
espectador ría y llore simultáneamente, al experimentar el placer de la risa y
el dolor de la tragedia. El exponente más notable del grotesco criollo es Armando
Discépolo (1887-1971), especialmente en dos de sus obras: Mateo
(1923) y Stéfano (1928), cuyas historias terminan en la pérdida total de la
honra social o en la muerte de sus protagonistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.