La arquitectura helenística y sus innovaciones
Por la gran cantidad de
ciudades de nueva creación y por los edificios que en ellas y en las ya
existentes, griegas o conquistadas, se construyeron, la edad helenística puede
considerarse como una de las épocas más florecientes de la arquitectura. Se
estima, en efecto, que no hubo localidad de cierta importancia en Asia Menor,
como en Egipto, Grecia continental o en las islas, que no poseyese un templo,
un mercado, un buleuterion, un gimnasio, impresionantes fortificaciones y, si
se trataba de una ciudad marítima, un puerto con sus debidas instalaciones.
Esto sin contar, además, con el enorme desarrollo que cobraron las más
importantes capitales de Oriente, como Magnesia, Prieno, Pérgamo, Antio-quía,
Alejandría, Efeso y, en las islas, Rodas y Délos.
Y este es precisamente
el momento oportuno de abordar el tema de la arquitectura civil, arte
constructivo que no ignoraron los griegos de la época clásica, pero que hasta
el siglo IV no conocería un auténtico desarrollo. Las poleis de la edad clásica
vivían basándose en una economía preferentemente familiar y en un mercado
limitado, como ocurría en la propia Atenas de Pericles; en cambio, los grandes
centros helenísticos desarrollaron una auténtica industria y su tráfico se desenvolvió
en un plano internacional, por otra parte, de ciudades cosmopolitas, cuya
heterogénea población aparecía mucho más dividida que en la época clásica por
divergencias de cultura, de religión y, sobre todo, demográficas, lo que
determinaba una mayor diferenciación de costumbres entre las clases dominantes
y las clases populares.
Registremos, en primer
lugar, el hecho de que, como en los restantes campos de la actividad humana,
también en la esfera constructiva aparece ahora el concepto de la especialización.
La necesaria división de misiones que imponían construcciones de mayor
complejidad y volumen determinó la desaparición de la polifacética figura del
«arquitecto-ingeniero-escultor» de la época clásica. Por otra parte, la fundación
de nuevas ciudades y la reestructuración de las ya existentes provocó el
planteamiento y difusión de los problemas de urbanización. Un gran precursor en
este aspecto fue Hipódamo de Mileto, a quien Pericles confió el trazado de El
Pireo. No se tienen, sin embargo, muchas noticas de Hipó-damo. filósofo y
arquitecto al que también se atribuye el trazado de Rodas (—408 7 aproximadamente).
Sabemos, no obstante, por Aristóteles, que sus teorías urbanísticas estaban
inspiradas en conceptos políticos y filosóficos y que fue el primer arquitecto
que se planteó el problema de la «ciudad ideal».
El eco de Hipódamo
resuena en la mayor parte de las ciudades helenísticas, concebidas como
gigantescos tableros de ajedrez con las calles perfectamente rectilíneas. El
esquema más sencillo, según el historiador Polibio de Megalopolis
(-201-120), debió parecerse al del campamento romano
(dos calles principales cruzadas en ángulo recto dividiendo la ciudad en
cuatro barrios, compuestos de un número variable de manzanas, y cuatro puertas
de acceso a la ciudad en correspondencia con las arterias principales). Por
otra parte, en la adaptación de este esquema a la naturaleza del lugar escogido
o a los núcleos urbanos ya existentes, fue precisamente donde se puso de
manifiesto el ingenio y la modernidad de concepción de los urbanistas del
período helenístico. Alejandría, por ejemplo, gozó probablemente de una
planimetría basada en el tipo indicado por Polibio del mismo modo tal vez que
Seleucia en el Tigris y Antigonia en Bitinia.
En cambio, en Mileto el urbanismo parece que tendía a
brindar un mayor relieve a los edificios públicos, mientras que en Esmima, que
se extendía en semicírculo en torno de una colina, el complejo urbano se
dividía en tres bloques diferentes y dependientes entre sí.
Délos debió brindar una
sagaz división en barrios comerciales -construidos junto al puerto-, zona de
los templos y barrio residencial. También el tipo de vivienda privada de la
época clásica (varias habitaciones en torno a un patio central) evolucionó
hasta alcanzar el lujoso aspecto que veremos en la helenística Pompeya. Más
espléndidos todavía debieron ser los palacios de Alejandría, Antioquía,
Siracusa y Pérgamo.
Sabemos, por ejemplo,
que los de Alejandría aparecían rodeados de amplios jardines y con una serie de
habitaciones, salones de recepción y patios circundados de pórticos o
peristilos, magníficamente construidos y decorados. Los salones, a menudo en
número de tres, incluso en las casas burguesas, ostentaban aLtas columnas
rematadas con capiteles corintios o aparecían divididos en naves, a la manera
egipcia. En los lugares donde no se podía emplear el mármol por falta de
canteras, se pintaban los muros imitándolo. Detalle importante y casi ignorado en
la Atenas de Pericles era que casi todas las casas burguesas contaban con
servicios higiénicos y que las ciudades de reciente construcción estaban
dotadas, aunque fuese rudimentariamente, de alcantarillas, letrinas y baños
públicos, así como de acueductos.
Pero veamos ahora
cuáles eran los edificios básicos de estas ciudades, tan semejantes a las
nuestras en ciertos aspectos. Los templos no constituyen ya su único aspecto monumental,
y ahora cobran especial importancia los edificios públicos, que se erigen en
torno del ágora, a la que se llega a través de grandiosos propileos. En Priene,
Pérgamo y Magnesia, las plazas, cuadradas, aparecían rodeadas de vastos
pórticos bajo los que se abrían los locales destinados a tiendas y almacenes.
Los pórticos, que en la época clásica sóic habían logrado alcanzar un mediocre
desarrollo, constituyeron quizá uno de los elementos más característicos de la
edificación helenística, distinguiéndose varios tipos y con distinta
finalidad.
Existían soportales
adosados a almacenes, pórticos abiertos por ambos lados, otros, como el Pórtico
de los Toros en Delos, de 125 m. de largo, de exclusiva finalidad sagrada, y
otros de dos pisos, aéreos y ligeros, corno el construido por Sóstrato de Cnido,
el arquitecto del faro de Alejandría. En la mayoría de los casos, estos
pórticos pueden compararse a las «logias de los mercaderes» de las ciudades
medievales: simples lugares de reunión y de paseo, donde se chismorreba o se
hablaba de negocios, y que evocan perfectamente el espíritu de estas ciudades
populosas", en las que la vida se desenvolvía sobre todo en la calle.
Junto al mercado se encontraba el «matadero», cuyo mejor ejemplo se nos brinda
en Pompeya: un patio vallado en medio del cual se alza un pequeño edificio
díptero o monóptero destinado a este fin.
Inexcusables adornos de
las ágoras eran también los relojes de agua o de sol, que señalaban asimismo la
dirección o los vientos. El reloj de Andrónico o Torre de los Vientos, de Atenas
, constituye uno de los ejemplos más destacados de este tipo.
Como justamente han
puesto de relieve algunos investigadores, en los tres siglos que transcurren
desde la muerte d Alejandro Magno hasta la batalla de Actium, fecha por la que
se inicia la fase imperialista de Roma, la arquitectura no crea, en verdad,
nada nuevo y sólo se dedica a perfeccionar los tipos preexistentes, pero con una
libertad inventiva y un sentido práctico tales, que se bastan, por sí solos,
para demostrar la gran vitalidad constructiva de este período. Por lo demás
también puede registrarse esta ausencia de auténticas innovaciones en el campo
de la técnica de la construcción, ya que el arquitrabe y la columna, elementos básicos
de la arquitectura clásica, perduran como tales en la época helenística.
De todos modos, en
algunos casos -construcción de cisternas, puertas de murallas, cámaras funerarias
...- los arquitectos, acusando el influjo de la técnica constructiva oriental,
emplean el arco y la bóveda de cañón, elementos desconocidos por los
constructores de las épocas arcaica y clásica. Señalemos como ejemplos
grandiosos en este sentido la puerta en arco del ágora de Priene y la bóveda de
cañón de la escalinata del gimnasio de Pérgamo. Por otra parte, todos los
edificios civiles se diferencian por la diversa articulación de las partes
abiertas, peristilos o patios rodeados de pórticos, con las cerradas, cuyas
dimensiones variaban en armonía con su destino.
Incluso construcciones
nuevas, como las bibliotecas (famosas eran las de Pérgamo y Alejandría), se
atienen a este esquema. La biblioteca de Pérgamo, por ejemplo, constaba de
cuatro salas con columnas, una de ellas más amplia, unidas entre sí por un
amplio peristilo. El buleuterion de Olimpia, del siglo VI, constituye uno de
los primeros ejemplos de aquellos palacios gubernativos que nunca faltaban en
las ciudades helenísticas y en cuyo tipo se inspirarían incluso las residencias
comerciales y las «bolsas» de ciudades mercantiles como Délos.
Otros edificios, ya
existentes en el siglo IV y perfeccionados ahora eran los gimnasios, que
constaban de un recinto para los ejercicios gimnásticos y de locales cerrados
destinados a la enseñanza teórica, así como los albergues, entre los que
destacaban el Leonidaion de Olimpia (siglo IV) y el Epidauro (siglos IV y III).
FUENTE: HISTORIA UNIVERSAL DEL ARTE, ED.VITA, VALENCIA, 1980
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