La
Celestina o tragicomedia de Calisto y Melibea:
Análisis de sus personajes: Celestina; Calisto y Melibea- Pleberio y Alisa-
Sempronio y Pármeno
Si algo distingue a los personajes creados por
Rojas es, a no dudarlo, su carácter de
individuos frente a los tipos más o menos prefijados que les sirvieron
de base. Ni su accionar ni su hablar responden a pautas previsibles.
Absolutamente originales, no se parecen más que a sí mismos, y los modelos de
los cuales pudieron nacer no son sino el punto de apoyo a partir del cual habrán
de recorrer su trayectoria personal. Su misma imprevisibilidad es lo que los
aleja de los tipos esquemáticos cuya conducta queda fijada desde el primer momento.
Por ello, su enorme riqueeza tomada de la vida misma, nos los presenta
"haciéndose" incesantemente, naciendo a la vista del lector, de sus
hechos y palabras, de sus reacciones y, como bien anota Stephen Gilman, de sus
a veces diversos y contradictorios retratos (como sucede por ejemplo con el de
Melibea, idealizada por Calisto en el primer acto y desvalorizada por las
prostitutas en el noveno). Todo esto, que exige por parte del lector un
continuo esfuerzo de reacomodación, no desdibuja los personajes ni los vuelve
inasibles sino que, por el contrario, pone en evidencia el talento de Rojas
que utiliza esa variedad de materiales para componer seres artísticamente
coherentes dentro de su propia evolución.
Por lo
general, los personajes de la Tragicomedia se reúnen en parejas: los enamorados
Calisto y Melibea, los padres de ésta, : Pleberio y Alisa, los
criados Sempronio y Pármeno, Tristán y Sosia y las prostitutas Elida y Areúsa.
Uno solo se mantiene al margen de esta distribución: la vieja Celestina, figura
que por sobre todas las restantes ha quedado fijada como arquetipo a lo largo
de los siglos. Sus características parecen alejarla formalmente de los demás y
su silueta aislada se convierte en eje en torno del cual girarán los
personajes cuyas vidas dirige y condiciona. En ella, según la acertada
expresión de Menéndez y Pelayo, "todo es sólido, racional,
consistente". A diferencia de los demás caracteres, cuya evolución se va
cumpliendo ante los ojos del lector, Celestina tiene una historia, aspecto,
edad y trayectoria que conocemos con detalle: su rostro desfigurado por una
cicatriz, sus ropas raídas, las mil modalidades de su oficio y su sórdida
morada "al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del
río, una casa apartada, medio "caída", repleta de toda suerte de
instrumentos, hierbas, ungüentos y bebedizos destinados a secundarla en sus
artes. Señalemos al pasar que estas pormenorizaciones no se extienden a la ciudad
en que vive Celestina. Mucho se ha debatido acerca de ello y se propusieron
diversas localizaciones: Salamanca,
Sevilla, Toledo. Pero los detalles que, en este sentido, nos brinda la obra
(monumentos, nombres de calles) no son exclusivos de ninguna de ellas. Lo más
verosímil es que se trate de una ciudad imaginada sobre la base de rasgos
comunes a muchas otras.
La misma "solidez" de los rasgos
exteriores, puede aplicarse a su carácter: no existe en ella el menor conflicto
interior; imbuida de orgullo profesional desempeña su oficio con plena
conciencia (de ahí, por ejemplo, su lealtad
hacia Calisto, su “cliente"), y su sentido de la honra se apoya precisamente en la dignidad con que cumple
su vocación. Su religiosidad tampoco ha de sonar a falsa: sincera en sus ritos
y devociones no siente contradicción alguna entre ello y su desempeño en la vida.
Pero de este complejo personaje surge una nota con
peculiar nitidez: su extraordinario ingenio aplicado a las artes de la seducción.
Dotada de aguda inteligencia práctica, conoce todas las técnicas que le
franquean el acceso hacia sus víctimas. Gracias a su lucidez puede penetrar en
ellas, conocer sus debilidades y atacar sus puntos más débiles; es capaz de
acomodar su actuación y su habla a las modalidades de su interlocutor y
desplegar, a partir de estos elementos, su infalible estrategia. Sabe así que
hará caer las defensas de Melibea apelando a su piedad por Calisto, y las de
Pármeno recurriendo a su sensualidad.
Otro rasgo,
su codicia, corre paralelo con el anterior. El interés es el móvil de todas sus
acciones, no da un paso si no obtiene
recompensa de ello. Con genial intuición, Rojas utilizó esta nota con sentido
ejemplar: su codicia es precisamente lo que la llevará a la muerte. En la
escena 2 del acto XII (disputa con Pármeno y Sempronio por la posesión de una
cadena que le entregara Calisto) su habilidad y astucia la abandonan: no puede ya salir de la red de
mentiras que ha tejido y muere en manos
de sus cómplices.
Calisto y Melibea
Lejos de ser mera réplica uno de otro, presentan rasgos bien distintivos. Al Calisto
soñador, que, encerrado en su cámara, se complace en el análisis introspectivo,
absorbido por ensueños y cavilaciones (más proclive a la meditación que
a la acción) se opone una Melibea activa, resuelta , segura de sí
misma. A diferencia de su enamorado, no necesita de los consejos de criados ni
terceras y, una vez entregada a su pasión, se consagra a ella sin dudas
ni vacilaciones. Esto no significa por cierto, que haga a un lado su
pudor -nada melindroso- ni su honra. Como artista genial, Rojas no
minimiza el conflicto de su heroína (actos X, XII, XIV), para la cual ni
la "fama' , ni el"honor" son palabras huecas, sino
conceptos profunda y sinceramente arraigados en su ser. Cuando vencida su resistencia
consigue superarlos, descubre, junto con
el goce pleno de su pasión, un sentido nuevo, más íntimo y personal -pero no menos
exigente-del honor.
Melibea está sólidamente arraigada en un medio
social v familiar cuyas imposiciones condicionan en buena parte su conducta.
La opinión de la sociedad, el dolor que puede causar a sus padres, su proceder,
son elementos que aparecen una y otra vez. Nada sabemos, en cambio, del
medio familiar de Calisto, no hay mención alguna de padres ni parientes. Rojas subraya
su carácter de individuo aislado, desprovisto
de todo vínculo con la sociedad y sólo
en contacto con sus criados y Celestina. Éstos son transformados en instrumentos
para satisfacer su pasión y él asiste a sus esfuerzos con relativa pasividad.
Su falta de confianza en sí mismo, probable causa de su actitud, es subrayada
por Sempronio al comienzo del acto XI. Hay una circunstancia, sin embargo, en
que Calisto parece superar esa
disposición y asume responsabilidad frente a los suyos: el momento en que acude
en defensa de sus criado (acto XIX) y encuentra la muerte.
Este desenlace no podía dejar de repercutir
hondamente en Melibea.
"El amor no admite sino el amor por paga" —dice en el acto XVI-. La
apasionada figura de Melibea perdería mucho de su fuerza dramática si no tomara
la decisión de poner fin a sus días. Melibea, celosa de su fama, de su honra,
del secreto de su amor, no teme ya proclamar a gritos su dolor ni confesar a su
padre, en un discurso de profundas resonancias, su amor por Calisto. Esta
actitud implica —como afirma María Rosa Lida— "una grandeza humana
elemental por sobre las convenciones, única en la literatura española".
La simpatía de Rojas por su heroína es evidente,
pero es preciso recordar que desde el punto de vista de la intención, la obra
tiene un sentido ejemplar: la Tragicomedia fue compuesta, según el
propio autor, "en reprehensión de los locos enamorados" y la muerte
de Calisto y Melibea asume, también, las características de una enseñanza.
Pleberio y Alisa
La figura de los padres adopta en el enfoque de
Rojas, una caracterización enteramente nueva. Ello se aplica, sobre todo, al
padre de la heroína. Atento a la seguridad de su hija, solícito por su futuro,
todas sus palabras trasuntan un amor verdadero. Pero Pleberio alcanza verdadera
grandeza ante la confesión de Melibea: no hay hacia ella un solo reproche, un
solo reto.
La relación Pleberio-Melibea, tan moderna en su concepción, hecha de amor,
confianza, comprensión, no tiene antecedentes en la literatura española. Su
desgarrador lamento final pese a su cuantiosa erudición, es una de las páginas
más bellas y conmovedoras de las letras
hispánicas.
La madre, Alisa, recibió un tratamiento más
convencional y su caracterización no presenta los acabados matices de la de
Pleberio. Orgullosa de su posición social, cree que no hay en la ciudad marido
de rango suficientemente elevado para su hija. Confía tan ciegamente en ella
que sus sospechas ante la segunda visita de Celestina se desvanecen de
inmediato. Con patética ironía, Rojas subraya su ignorancia de los hechos
cuando, a oídas de Melibea, proclama "que yo sé bien lo que tengo criado
en mi guardada hija".
Sempronio y Pármeno
La figura de los criados posee una fisonomía que los
aleja de modelos convencionales. Seres dotados de autonomía, tienen propios
conflictos y no se limitan a ser simple instrumento de los designios de su amo.
Sempronio, el de mayor edad, surge ante los ojos del
lector como un personaje cargado de erudición, más o menos hueca, lugares
comunes sobre los defectos de las mujeres, el amor, el paso del tiempo. Pero su
proceder dista mucho de sus concejos. Sus propias palabras, en el acto I son,
en este sentido, definitorias : "Haz
tú lo que bien digo y no lo que mal hago". Su
carácter, complejo y lleno
de notas diversas, abarca un amplio registro que va desde sus
peroratas doctorales hasta su violenta condición de asesino. A menudo egoísta y
cobarde, Calisto es en el fondo su presa. Rojas supo, sinembargo, matizar su personaje ya que,
de hecho, y a pesar de cobardía y egoísmo, no abandona a su amo: su
preocupación por su salud, su descanso y alimento son frecuentes en él.
Rojas no dejó en ningún momento de subrayar el contraste
entre Sempronio y Pármeno. La juventud del último, por ejemplo, es reiterada
una y otra vez. Su ingenio agudo, su inteligencia práctica se oponen a la tonta
erudición de Sempronio. Su perspicacia no le impide, sin embargo, caer en las
redes de la vieja Celestina, quien se sirve para ello de su sensualidad de adolescente.
Con todo, y al igual que Sempronio, su fidelidad no termina en el primer acto,
cuando el trabajo de convencimiento de Celestina empieza a dar sus frutos. El
instrumento de su traición será su relación con Areúsa (acto VII). Pero aun
después, quedan en él resabios de fidelidad: no puede, por ejemplo, dejar de
preocuparse porque llega tarde al servicio de Calisto (acto VIII).
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