Análisis de El reñidero de Sergio De Ceceo
En una sólida estructura, Sergio De Cecco traslada, con inteligencia y
cuidado estilístico, Electra de Sófocles a una época y medio incuestionablemente argentinos.
Mantiene el planteo y los personajes de la obra clásica:
Electra-Elena, Clitemnestra-Nélida, Agamenón-Pancho Morales y Orestes, a quien
le conserva el nombre. El tema de Sófocles, la desmesurada sed de venganza de
Electra y su obsesión por ser la única destinataria del duelo por la muerte de
su padre, abre su óptica en la obra de De Cecco, lo que permite abarcar una
época en la historia argentina. Humaniza a los personajes, pluraliza sus
deseos, los desgarra en sus conductas éticas.
El lenguaje de los personajes es ajustado y
minucioso. El de las mujeres, de una construcción perfecta, producto de una
lectura atenta por parte del autor de los clásicos españoles. El de los
malevos, inspirado en la obra de Samuel Eichelbaum Un guapo del 900, y en el guión de cine Los orilleros y en el Evaristo Carriego, de Jorge Luis Borges.
La ambientación se desprende de los sainetes de la época, como La tierra del fuego, de Carlos María
Pacheco. El autor reconoce la influencia de La historia del arrabal, de Gálvez; de El barrio de las ranas, de Enrique García
Velloso y de La cabeza de Goliath, de Ezequiel Martínez Estrada.
Se conservan en los
parlamentos masculinos el yeísmo y grafías que imitan la lengua hablada (gayo, lao, poyerudo, edá, etc.), que deben
tenerse en cuenta al hacer la lectura, ya que constituyen en sí mismos una
característica del estilo. No restan ni cuidado ni lirismo al texto, sino que
lo subrayan y le dan fuerza.
Opina el filósofo
alemán Karl Jaspers que el eje de
la historia mundial parece pasar por el siglo v. a.C. en mitad del proceso
espiritual que hubo entre los años 800 y 200 a.C, cuando surgieron Confucio y Lao Tsé en China;
los Uspanishads y el Buda, en la India; Zaratustra, en Persia; los profetas del
Antiguo Testamento, en Palestina; Homero, los filósofos y los dramaturgos
clásicos, en Grecia. Y esto es así porque el hombre piensa en sus pensamientos
para ser y este hecho lo convierte en persona con conflictos propios.
Como todo creador, De Cecco expresó sus propios conflictos a partir
de sus personajes. Si bien El Reñidero tiene puntos de convergencia con Electra y la Orestíada, también expone un
rasgo característico del autor: es el que refleja el universo de seres
marginados por fuertes conflictos emocionales y con grandes dificultades para
crecer en el medio social.
Su Orestes es un ser en busca del amor paterno:
Pancho Morales, distante, indiferente, ciego frente a su hijo, es el cuchillo
que cifrará el matricidio.
La estructura de la
obra
La obra se desarrolla
alrededor de dos situaciones dramáticas que constituyen los dos actos.
En el primero se sigue más de cerca la obra de Sófocles. El tema es la
muerte de Pancho Morales, que sirve de apoyatura para desenvolver al personaje
de Elena, quien toma sobre sí no solo la muerte, sino también la persona de su
padre. La adhesión incondicional a los valores de Pancho Morales, a su época
terminada, conforma su destino infausto, un castigo que la lleva a asumir, aun
sin desearlo, el odio y la sed de venganza que la consumirá.
Elena.— /.../ Yo quiero este mundo, así
sea un reñidero, porque fue el suyo.
Vicente.— ¿A costa de la sangre y el duelo?
Elena.— Al duelo lo traemos
prendido como una araña desde que venimos al mundo. Yo, de chica, jugaba aquí,
Vicente, entre la sangre de los gallos, de los que aprendí la única ley que conozco [...)
(Acto I- Cuadro I)
Los demás personajes se
van distribuyendo alrededor de este núcleo y se agrupan para formar fuerzas
propulsoras, contra-actantes, que intensifican el planteo. Pancho Morales es
Elena, es Soriano que pretende mantener una guapeza sin vigencia. El grupo de
malevos que subrayan la trayectoria dramática constituyen el coro de la
tragedia griega, dan cohesión de modo irónico a la permanencia de valores e
informan al espectador; no hablan de sí mismos ni del ambiente sino que sus
parlamentos inconclusos sugieren un tipo de vida: el de los malevos.
El autor instrumenta recursos del teatro
expresionista en este caso: parlamentos sueltos sin causalidad ni función determinada,
pero creadores de tensiones subordinadas a la protagonista del acto.
Pancho Morales, el Agamenón ausente en Sófocles, toma cuerpo para
encarnar el mito del guapo y cobra vida en los raccontos, en este primer acto,
solo en relación con el personaje de Elena. La nostalgia del guapo se afirma en
este acto en todos sus aspectos positivos.
La dramatización se produce cuando ya fortificada
la fuerza Elena-Pancho Morales-Soriano, se crea la fuerza oponente:
Nélida-Vicente, que desean un mundo ajeno al del reñidero, un mundo sin
violencia que existe fuera del círculo cerrado por la cólera y la sangre.
Vicente.— Uno sirve pa lo que
quiere servir. Ya me ves, un día yo le dije basta a la contundencia, hasta
aquí el estrilo y se acabó. Ahora soy como todos: trabajo, vivo, y que es al
final y al cabo, lo que uno, medio atolondrado, ha estado queriendo desde que
llegó al mundo.
(Acto II. Cuadro I)
En el primer acto se
anticipa la tragedia y el tema. La vieja como el mensajero del teatro griego,
lo anuncia dentro de un clima de verdad y valentía inconsciente:
Vieja.— ¿A mí me podrán hacer callar, pero, qué pasará cuando lo sepa Orestes?
(Acto I. Cuadro I)
El parlamento crea
tensión para inmediatamente distenderla. Pero la palabra está dicha: Orestes.
Y Nélida lo repite en un tono de pesadilla y miedo. Desconoce qué pasará cuando
llegue su hijo. Esta ignorancia se ahonda en un inquieto desvelo. Desde este
momento se intensifica el juego dramático que culmina con la llegada de
Orestes.
El título de la obra es emblemático: no solo denota el ámbito de los
viejos reñideros, sino que es el símbolo de una época de muerte. Es un círculo
cerrado que recuerda la antigua "orkestra" de la tragedia griega, no
ya recorrida por el coro (presencias vivas), sino solo habitada en los
raccontos (evocaciones de muertos). El reñidero, para estos hombres, es el
mundo, la ley, la muerte, el color de la sangre. (Acto II-Cuadro I)
Sergio De Cecco siguió la tragedia de Sófocles en el primer acto,
pero en el segundo se aparta para crear su propio Orestes. Es a través de este
personaje que el tema se desplaza hacia el verdadero nudo dramático: la época,
el cambio de perspectiva socio-política y la desmitificación del guapo.
Orestes es el personaje por donde pasa la original óptica del autor. Es la
víctima de choque de las fuerzas dramáticas, es el verdadero protagonista de la
obra y es la creación del autor.
Todo el segundo cuadro está construido en una creciente tensión.
Orestes se encuentra atado a la época del padre, pero sin convicción personal.
Busca en el padre la afirmación de su propia imagen. Su sometimiento es
patético en cuanto desea comprender, vencer la indiferencia de su padre, lograr
su cariño y respeto. Las fuerzas se juegan ahora dentro del personaje: una
fuerza, Pancho Morales y su mundo; y la oponente Nélida-Vicente. La ligazón
afectiva fortísima que lo une a la madre y la amistad fraterna de Vicente le
dan pie para el racconto esclarecedor.
La figura dramática de
Pancho Morales se va diluyendo en agachadas, en situaciones límite, donde no se juega por honor o por guapeza, sino por
conveniencia mezquina. Orestes queda huérfano. Aun si se librara de la figura del padre, su adhesión afectiva a la madre y el mundo que
ella representa, que es también el que él anhela, se volvería en
su contra.
En la escena con Elena,
Orestes, abatido, sin resistencia, sin pensar, admite que hay que vengar sin
comprender el porqué. Siente la necesidad de la imagen del padre, aun
desmitificada y destruida. Pretende, en un esfuerzo supremo, encontrarse en
Pancho Morales, saber cuánto vale su respeto.
Inteligente, el texto
muestra la inseguridad, la autodestrucción por el fracaso en dos escenas que
reiteran la misma situación dramática casi con iguales parlamentos.
Las dos
muertes que marcan el destino de Orestes responden a una misma estructura: en
ambas actúa el hombre que no quiere matar, con resortes propios, que se enfría.
La búsqueda desesperada de un padre que lo desprecia lo lleva al asesinato como
un autómata. Orestes, en El reñidero, provoca una "simpatía" solemne por la inevitabilidad de su
destino que lo aparta del significado moral del acto. Es un personaje trágico
del más puro trazado dramático. De Cecco supo poner los elementos exactos en
su creación, para que el espectador se conmueva. Este violador del orden
actúa de acuerdo con las fuerzas que lo desgarran y su acción no se debe a la
flaqueza o maldad, sino a lo arriesgado de la situación teatral en la que está
ubicado.
La estructura dosifica gradualmente la dilucidación del tema. El
primer acto, dividido en dos cuadros, sirve al autor para ir trazando el mito
del guapo de Palermo con sus rasgos positivos, pero ya muerto. La llegada de
Orestes enmarca la venganza presente en la risa de Elena vencedora.
El segundo cuadro se abre con una función retardante. El autor
hábilmente crea un personaje del grotesco para la espera premonitoria: el
trapero. El grotesco es el teatro de la soledad del hombre y es farsa, porque
denuncia como impulsos fallidos todo lo que debería negarla: pasión de
permanencia en el mundo, vuelco afectivo hacia la realidad circundante,
tensión hacia algo poderoso y definitivo.
Entre premonitorio y simbólico, el personaje del trapero toma la superstición de la
época y en forma agorera anticipa o reafirma la tragedia. Ha llegado un Orestes no seguro de su destino, a merced de las fuerzas
dramáticas que juegan en la obra.
En el parlamento del trapero, Sergio De Cecco ha sabido poner un
lenguaje hondo y lírico. Sintetiza el movimiento escénico del primer cuadro y,
como el coro trágico, anticipa al público que sucederá todo lo que ha ido
adivinando. El tiempo parece detenerse y lo enmarca un lenguaje que irá en
gradación, desde una lengua coloquial hasta la intensidad de la lírica.
Trapero.— /.../ Hoy la muerte vendrá a ver su riña y nosotros seremos los gayos. En
estos días los hombres no se amasijan por unos tragos más, ni por un naipe, o
una hembra... se amasijan por cosas que traen del nacer. Hoy la hija se vuelve
en contra de su madre y el hijo, de su padre. Hoy se aparejan hermano y hermana
y la leche que se dan, es leche de sangre. Hoy, el macho y la hembra saben
querer y saben odiar como el primer día... (va saliendo) y el miedo anda
desnudo como un cachorro recién parido... (Ríe alejándose fuera de la escena.)
(Acto I. Cuadro II)
De alguna manera
reconoce la índole de Pancho Morales y termina con el hombre, el guapo orgulloso del primero y abre la
desmitificación del segundo acto.
Trapero.— ¡Quién sabe!... (Sonríe.) Yo, a la noche, abro el atao, saco los trapos y los miro despacito:
las costuras... el forro... y aprendo a conocerle la índole a los hombres.
Taitas que por afuera eran más estiraos que cueyo e' pavo, por adentro solo
eran puro remiendo y retazo, cosidos de mala gana, como con bronca y vergüenza. (Mete una prenda en la bolsa y la pesa.) Esta es la verdadera jeta de la vida, la jeta deshilachada que si le
sabes entender su chamuyo te hace sabedora de todos los secretos de los
hombres.
(ídem)
El cuadro continúa el
planteo de las fuerzas que actuarán para crear al protagonista y se cierra con
la incertidumbre de Elena.
En el segundo acto, se hacen
más frecuentes los raccontos. Si en el primer acto eran enmarcadores de la
actitud viril de Pancho Morales en los recuerdos de Elena, en este segundo, todos
desmitifican la figura del padre en las evocaciones de Orestes y Nélida. Como fuerza
propulsora, actúa Nélida, con su cariño, su ternura y sus deseos de recuperar el amor del hijo.
La crisis dramática del acto se produce cuando Pancho Morales, por
intereses mezquinos, entrega, o mejor dicho vende a su hijo.
En el racconto Orestes se derrumba. El diálogo con Vicente vuelve
hacia la época. En este acto se dramatizarán las dos muertes cometidas por
Orestes, y volcadas en estructuras paralelas.
Ambas tienen dos
momentos. Orestes no puede y la figura despreciativa del padre lo obliga a la
pregunta desolada: ¿A qué seguir matando? La respuesta es conminatoria: Es tu
última oportunidad.
Jorge Luis Borges fue quien descubrió en el orillero porteño un
personaje representativo de Buenos Aires, y merecedor de abandonar el sainete.
En 1926, lo perfila en Leyenda Policial, considerada por la investigadora Ana María Barrenechea como un
borrador del cuento "El hombre de la esquina rosada" que se incluye
en Historia Universal de la infamia en 1935, donde ya adquiere una dimensión inesperada. En 1940, Samuel
Eichelbaum lo traslada al teatro como protagonista de Un guapo del 900.
En 1964, Sergio De Cecco
desmitifica a este singular personaje, lo ubica y muestra toda la complejidad
de su mundo interior y de su entorno en El reñidero.
La literatura intenta
superar los límites humanos del tiempo y el espacio. Electra y El Reñidero. Un joven Orestes de allá lejos, de entonces (de Grecia, hace más de 3000 años) reaparece en el barrio de Palermo en
Buenos Aires, en 1905. Una lectura que pueda desplazarse desde el allá y entonces hasta su acá y ahora, reconociendo
identidades y diferencias construye la tradición y la novedad que no puede
distinguirse sino gracias a esa construcción.
Dice Sergio De Ceceo, en entrevista personal, sobre su trabajo:
Cuando me propuse dar una versión propia de la tragedia de Sófocles, me encontré
ante la difícil decisión de ubicarla histórica y geográficamente en la
Argentina. Elegí un arrabal porteño y un año de crisis: 1905. La población
estaba formada, en su gran mayoría, por gauchos desplazados de la tierra y
perseguidos por la justicia que, imposibilitados de integrarse a una ciudad en
tren de progreso e industrialización, caían inevitablemente al servicio de la
politiquería local como matones a sueldo. Presentí que esos hombres conservaban
pautas morales rígidas, cristalizadas por la lucha contra el indio. Esta
rigidez ética me permitió su evocación en las duras normas impuestas a los personajes del
teatro griego. Tal como en Sófocles y en toda la tragedia, en ese arrabal se
vivía permanentemente en estado de duelo (la muerte era una vieja conocida,
una presencia habitual en las familias), en un sometimiento al destino como
algo irrevocable, quizás heredado del hombre de campo que vivía sometido a las
contingencias de la naturaleza.
Estos fueron los elementos coincidentes que me llevaron a ubicar Electra de Sófocles, en el
Palermo de 1905, barrio poco invadido por el inmigrante, que se extendía desde
la cárcel de Las Heras hasta la Recoleta. La gente de Palermo constituía una
especie de logia muy cerrada, orgullosa de sí misma y de su bravura.
Denominaban al barrio "la tierra del fuego" ("Apártese se lo
ruego, que soy de la tierra del fuego"), y se consideraban los más
guapos, los más bravos, los más peligrosos. En esta especie de
"status" superior al nivel de los demás arrabales, me di la oportunidad
de crear en el espectador una asociación con el ambiente palaciego en que se
desenvolvía la tragedia griega. Por esa misma razón, y con el propósito de dar
imágenes colindantes, investigué el lenguaje y pensé que los malevos de Palermo
estaban poco influidos por la inmigración, ya que su barrio no era de pequeñas
industrias en desarrollo, como la Boca y Barracas, y que el hombre seguiría
conservando ciertos arcaísmos españoles en su habla, como lo vio con claridad
Jorge Luis Borges, en su argumento
cinematográfico Los orilleros. Asimismo, y para no romper con el código que me había impuesto, les di a los personajes femeninos un
lenguaje algo barroco, con la esperanza de que el espectador se situara
inconscientemente en la atemporalidad de la tragedia griega.
Fuente: El reñidero
Ed.Cántaro, Bs.As.,2003
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