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16 de junio de 2013

La historia de la familia Pelópida o Átrida en la tragedia griega






El cuadro genealógico anterior presenta con líneas punteadas horizontales las parejas hombre-mujer de la familia de Electra. Las flechas verticales indican los hijos de esas uniones.
Hipodamia es una joven bellísima, cuyo padre no permite que se case. Pélope, uno de los muchos pretendientes de Hipo­damia, logra ganársela en una competencia de carros gracias a las trampas de un cochero, Mirtilo. 
Pélope se lleva a Hipodamia y después de un tiempo mata al cochero de quien cree que in­tenta seducir a la joven. Hermes, padre de Mirtilo, cumple con la última voluntad de su hijo: que la descendencia de Pélope sea maldita.
 Pélope engendra en Hipodamia dos hijos, Atreo y Tiestes, y en la ninfa Axíoque concibe a Crisipo. Cuando Atreo y Tiestes crecen, por pedido de su madre, asesinan a Crisipo. Pélope los maldice y destierra. Los jóvenes se refugian en Micenas, donde reina un rey sin descendencia. Siguiendo un mandato de los dio­ses, los habitantes de Micenas convocan a los hijos de Pélope para elegir un heredero al trono. Esta convocatoria desata la ri­validad de los hermanos. Atreo tiene un vellocino (una piel de oveja) de oro. Tiestes seduce a la esposa de Atreo, Aérope, quien entrega el vellocino a su cuñado-amante.
 Por esto, frente a los micénicos, Tiestes propone que sea rey el que posea un vellocino de oro. Atreo, aconsejado por Zeus a través de Hermes, convence a Tiestes de considerarse verdaderamente rey si el sol repite una vez más su recorrido habitual (de este a oeste). Si el sol invierte su curso, Tiestes deberá admitir que el rey sea Atreo. 

En cuanto el confiado Tiestes acepta la propuesta, el sol se pone por el este. Confirmado como rey, Atreo finge perdonar a su hermano la traición cometida con Aérope. Lo invita a un banquete. Mientras tanto, Atreo mata a tres hijos de Tiestes, los despedaza y prepara como manjar para servirle a su hermano. 
Una vez que Tiestes ya ha comido, Atreo le muestra las cabezas de los niños y lo destierra. Tiestes, por consejo de los dioses, fe­cunda a una de sus hijas, Pelopia, y así engendra a Egisto. 
Pelopia no sabe quién es el padre de su hijo y poco tiempo des­pués se casa con su tío Atreo, quien cría a Egisto. Egisto crece y Atreo le encomienda el asesinato de Tiestes. El joven sale de Micenas en búsqueda de su víctima, pero se entera de que Ties­tes es su verdadero padre. Vuelve al reino de Atreo, lo mata y devuelve el trono a Tiestes.
Atreo concibe en Aérope a Agamenón y Menelao, los hé­roes que encabezan la guerra griega que destruye a Troya. La leyenda cuenta que el motivo de esta guerra ha sido Helena, la mujer más hermosa del mundo, envidia de la misma Afrodita y esposa de Menelao, de quien la rapta el troyano París, guiado por la diosa del Amor. Agamenón está casado con la hermana de Helena, Clitemnestra. Pero la ha forzado a ello, lo ha logrado a través de un crimen: Clitemnestra estaba casada con Tántalo, hijo de Tiestes; Tántalo y Clitemnestra ya tenían incluso un ni­ño; Agamenón mata a padre e hijo y consigue de los hermanos de Clitemnestra una reconciliación que le permite el matrimo­nio, pero no repara el odio que la joven le profesa. De los hijos de la nueva pareja, los poetas trágicos griegos destacan a Ifigenia, Electra, Crísótemis y Orestes.
En un momento de la guerra de Troya, los barcos griegos no pueden avanzar hacia Asia Menor por falta de vientos, hasta que descubren que la diosa cazadora Ártemis es quien en reali­dad se les opone. Ella exige un sacrificio humano. El motivo va­ría según las leyendas: la causa del cruel pedido podría ser que Agamenón se ha jactado de cazar una cierva mejor que la dio­sa, o que Atreo no le ha sacrificado a la hermana de Apolo el vellocino de oro o que Agamenón le ha ofrecido a la diosa el producto más bello del año en que nació Ifigenia. Es a esta pre­cisamente a quien solicita la diosa. Agamenón accede y se pro­fundiza el rencor de Clitemnestra, sometida por segunda vez a la pérdida de un hijo por las manos de Agamenón.
Mientras Agamenón está en Troya, Egisto y Clitemnestra se aman, unidos especialmente por un odio común a Agame­nón. Cuando este vuelve de Troya y trae consigo a Casandra, troyana sometida a él por el triunfo guerrero, Egisto y Clitem­nestra lo asesinan. Electra teme por la vida de Orestes, hijo va­rón de Agamenón y, por lo tanto, heredero legítimo al trono. Lo envía entonces en secreto a Estrofio, rey de Fócida, con un pre­ceptor de confianza. En Fócida se cría Orestes en íntima y sin­cera amistad con el hijo de Estrofio, Pílades. Cuando es adulto, Apolo le ordena vengar la muerte de su padre.
La historia de los Átridas en la tragedia griega

Podemos recibir una misma historia de diferentes mane­ras: en una narración épica, en un romance o en un texto tea­tral. Pero cada uno de estos textos, a través de la estructura que los distingue unos de otros, impone a la historia y a su destina­tario una perspectiva diferente.
 La narración épica o la de un ro­mance convierte al receptor en destinatario de un narrador, lo que está en primer plano es esto, la relación entre el que cuen­ta una historia y aquel que la escucha o la lee. El destinatario, entonces, está "en frente de" un narrador. El texto teatral, por el contrario, convierte al receptor en un espectador, capaz de "ver" a los protagonistas de la historia, que vuelve a suceder delante de sus ojos; el espectador se vuelve un "testigo" de los hechos. El narrador se oculta, se borra a sí mismo detrás del escenario.

La desgraciada historia de los Átridas ha sido narrada por la épica de Homero, la historia de Tucídides o Pausanias, la poe­sía de Píndaro y los textos dramáticos de los trágicos griegos.
No se pueden fechar con exactitud estos textos. De algunos de ellos, nos ha llegado la fecha de su primera representación. Só­focles puso un texto suyo en escena por primera vez en el 468 a.C (siglo V. a.C., siglo de Pericles) y realizó su última represen­tación en él 401 a.C. De todos modos, sabemos que cuando Só­focles escribe y representa su Electra, el público ateniense ya ha visto en los teatros de su ciudad la Orestíada de Esquilo, quien juntó con Eurípides completa la tríada de los autores trá­gicos más" trascendentes de la literatura clásica, los tres del si­glo de-Pféricles.
Eurípides, después de Sófocles, también escribe una tra­gedia a la que titula Electra y otra, Orestes, Los textos de Es­quilo, Sófocles y Eurípides (en ese orden) ponen la misma his­toria en escena, pero en diferentes momentos tanto del siglo V ateniense (el tiempo de los espectadores) como de la historia de los personajes. 

Cuando se representa la Orestíada (458 a.C), la polis ateniense está consolidando su democracia y nuevas clases sociales acceden a las jerarquías políticas. Esquilo narra la historia de Orestes desde que Clitemnestra mata a Agamenón y la esposa asesina recuerda a Atreo. La Electra de Sófocles se supone posterior al 442 a.C. Sófocles presencia la violencia de la guerra del Peloponeso, que sume la grandeza dé Atenas en pestes, hambre y muerte. También ve la democracia tambalear frente a las dictaduras de oligarquías que aún aspiran al poder exclusivo. Él comienza a relatar la historia de Electra cuando Orestes ya está en Argos, listo para ejecutar la venganza.
Los cambios que enfrenta la ciudadanía ateniense duran­te el siglo V son también lingüísticos. Esto es importante porque con la lengua cambia la sociedad que se comunica con ella. La palabra escrita comienza a instalarse positivamente frente a la oral de la tradición en la segunda mitad del siglo. Ello influye en la política y la justicia: empieza ano considerarse ley lo que no está escrito y la manipulación de las leyes (orales) se reduce. Después de un brutal régimen oligárquico, se restablece en el 403 a.C. la democracia y se prohibe a todo magistrado aplicar una ley que no esté escrita.
La justicia es precisamente uno de los temas centrales de la Orestíada de Esquilo. En este texto, Orestes cumple con el mandato de Apolo: vengar la muerte de su padre asesinando a su madre y a Egisto, quienes, a su vez, han matado a Agame­nón para vengar ofensas que sus familiares han padecido por responsabilidad de este rey. La venganza es ley divina:

Coro.—    A un ultraje responde con otro ultraje. Difícil de dirimir es la contienda. El que quita la vida a otro pierde a su vez la vida; el que mata sufre la pena de su delito. Mientras exista Zeus, subsistirá que quien tal haga, que tal pague. Así es la ley.
El Orestes de Esquilo asume la venganza y el sentimien­to que la sostiene como una obligación que debe cumplir por él y por su pueblo. Orestes le cuenta a su hermana Electra en la Orestíada:

Orestes. (Apolo) hacía arder más y más la cólera en mi pecho y me anun­ciaba que me asaltarán crueles infortunios si no busco a los ma­tadores de mi padre y no les doy igual muerte que a él le dieron y no me revuelvo hecho un toro contra los que me despojaron de mi hacienda. Que entonces yo seré quien tendrá que pagar los in­fortunios de esa ánima querida, sufriendo largos y acerbos males. Y a mi pueblo le predijo todas las plagas de la tierra en satisfac­ción de las deidades irritadas; y a mí que la lepra invadiría mis carnes...
Ni semejante imposición divina ni el haber sufrido ser ale­jado desde pequeño del hogar por las intrigas de la madre impi­den que, cuando está por realizar su deber, Orestes sienta du­das generadas por el amor filial:

Cltemnestra.¡Detente, oh hijo! Respeta, hijo de mis entrañas, este pecho sobre el cual tantas veces te quedaste dormido, mientras mamaban tus labios la leche que te crió.
Orestes.—     Pilades, ¿qué haré? ¿Huiré con horror de matar a mi madre?

Pilades recuerda a su amigo el mandato de Apolo y Orestes cumple con lo impuesto por los dioses. En cuanto lo realiza, empiezan a acosarlo, para castigarlo por ese crimen de sangre, de sangre familiar, las Erinias, diosas vengadoras que persiguen a quienes atentan contra su propia familia. El mismo espíritu de Clitemnestra las incita a ello. Apolo protege a Orestes, que no por ello deja de sufrir la locura que provoca la persecución de las Erinias.
 La Orestíada presenta a los dioses entonces enfren­tándose, desautorizándose, amenazándose, porque tienen diver­sos criterios de Justicia. La diosa Atenea arbitra el dilema. Or­ganiza un tribunal con los mejores ciudadanos y ellos votan si se ha de castigar a Orestes. El joven es absuelto. Las Erinias, las "antiguas diosas", enfurecen:

¡Ay, dioses nuevos! ¡Habéis pisado las antiguas leyes!

Ellas amenazan con asolar el suelo de Atenas, pero Ate­nea les promete templos y honores altísimos. Las diosas acep­tan el ofrecimiento y Atenea dice:

Ciudadanos de Atenas, que vais a juzgar por primera vez en cau­sa de sangre, mirad ahora la institución que yo fundo. En ade­lante subsistirá por siempre en el pueblo de Egeo este senado de jueces. [...] Oíd mi consejo, ciudadanos que habéis de mirar por la república: no rindáis culto,a la anarquía ni al despotismo...

Así se representó, antes de que Sófocles pusiera su Elec­tra en escena, la historia de los Átridas.

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