Encuadre Filosófico
Comenzaremos por desarrollar
brevemente la visión existencialista desde el punto de vista
heideggeriano, desde la cual
analizaremos la concepción metafísica de la ciudad en Ernesto
Sàbato, que elige a Buenos
Aires como escenario del "Ser".
En primer lugar, consideramos la necesidad de hacer un análisis de la "existencia"
para "comprender"
la "metafísica Existenciaria". Heidegger llama en su obra Ser y Tiempo, "Dasein" al fundamento de la existencia
humana que reside en el "Ser" y coincide en la narrativa Sabatiana
con la ciudad de Buenos Aires, la cual puede caracterizarse, como "la
residencia del Ser".
El "Dasein" es "ser en el
mundo", que significa el "encontrarse", es el
"estado-de-abierto"; el hombre tiene así contacto con las cosas y con
los entes, con la ciudad y su gente. Este encontrarse significa estar
"dispuestos" de alguna manera: solitarios, desesperanzados,
enamorados, nostálgicos. Estos estados de ánimo abren el "estado de
yecto"; "...la situación de encontrarse arrojado a la existencia, de
que hemos sido lanzados al mundo. Esta circunstancia no la hemos previsto,
nadie nos ha preguntado si queríamos existir o no; porque toda decisión supone
ya el haber sido lanzado al mundo".
"El hombre para existir necesita de las
cosas, del calor del sol, de la firmeza del suelo sobre el que camina; todo
ello le permite vivir y existir. Pero a la vez que lo sostienen, estos
elementos lo dominan y amenazan, pues su cuerpo está sometido a la enfermedad y
en definitiva a la muerte... De modo que todo ello, el cosmos en el cual el
hombre está "colocado" bajo el cielo, es decir, en la totalidad en el
universo, es algo que el hombre "siente" como algo omniabarcador, dominante
y subyugante y que de continuo lo está enajenando. Toda existencia es
esencialmente amenazada; no sólo por una hecatombe atómica, sino por las
enfermedades, por la vejez, por la locura y por la estupidez".
Es así como sobreviven y deambulan los personajes
de Sábato, agónicamente, en "estado-de-yecto", como héroes
existencialistas, como marionetas lanzadas a este lugar, a esta ciudad,
condenados a un destino de soledad y desesperación que nace de la angustia
primera de saberse "tirados", "arrojados" a esta
existencia, a este mundo que los sorprende "siendo", viviendo,
luchando contra infinitos monstruos, que los atormentan constantemente, porque
realmente ninguno de ellos ha previsto que iba a existir. Pero no todo es
desesperanza, también existe una búsqueda de eternidad, de comunión, a través
de frágiles encuentros, de un íntimo reconocimiento en los lugares más simples
de la ciudad, se atisba el anhelado Absoluto; ésta es para Sábato, la verdadera
misión del arte; expresada magistralmente en Abaddón... cuando se dirige a un
joven escritor: "...sentirás la
anhelada presencia, el esperado signo de un ser que desde otra isla oye tus
gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de descifrar tu clave.
Y entonces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un momento no sentirás el
gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante, verás la
eternidad."
Los parques como espacio de la soledad y la
meditación
Los Parques de la
ciudad, especialmente el Parque Lezama, con sus sombríos y escarpados senderos,
estrechamente vinculado con los orígenes de la ciudad misma, son escenario para
los encuentros y la meditación, para la anónima tristeza de los solitarios. Sobre Héroes y Tumbas comienza en este parque, frente a la simbólica
estatua de la diosa Ceres, vinculada con la tierra y la fecundidad: "...lo imaginaba en aquel viejo parque, con
la luz crepuscular demorándose sobre las modestas estatuas, sobre los
pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente
muertas..." "Esa hora en que todo entra en una existencia más
profunda y enigmática. Y también más temible, para los seres solitarios que a
esa hora permanecen callados y pensativos en los bancos de las plazas y parques
de Buenos Aires."(SHT, p.12)
El anochecer: espacio existencialista de la
muerte y el desamparo
Sábato adhiere
fervientemente a la filosofía existencialista, entiende la existencia como un
caos, como un doloroso camino hacia la muerte, con la única esperanza de hallar
Lo Absoluto, un delicado fragmento de eternidad. El paso inexorable del tiempo
se hace presencia en cada anochecer y el espacio urbano se transforma por la
magia de las sombras, y atormenta, conmueve, sacude al escritor, conectándolo
con su ineludible destino de "Ser para la Muerte"; en medio de esta
honda angustia, de esta "náusea sartreana", cualquier ser, por
insignificante que sea, puede burlar el vacío, la soledad primera: "Y un día más terminó en Buenos Aires: algo
irrecuperable para siempre, algo que inexorablemente lo acercaba un paso más a
su propia muerte, ¡Y tan rápido, al fin, tan rápido..."(SHT, p.149) El anochecer en Buenos Aires es,
para Sábato, la hora de la penumbra del alma, del íntimo contacto con la
finitud de las cosas, así, la ciudad se transforma en un espacio de meditación
sobre la condición humana. La noche que llega es un paso más hacia la muerte,
destino inevitable de la existencia, angustia primera del hombre de sentirse
arrojado y expulsado de un mundo no elegido.
La casa de Barracas como símbolo del devenir
histórico
La casa es el espacio
primordial, el segundo útero del hombre, por eso, Sábato adjudica una jerarquía
especial a la vieja casona de la familia Olmos, arquetipo de una familia
patricia argentina en decadencia. El espacio se deteriora al compás del
progreso de la historia y los seres que la habitan se aterran desesperadamente
a ese recinto interior, espejo de un pasado perdido, refugio donde las almas
solitarias y marginales buscan protección. En la descripción de la casona,
Sábato no escatima detalles, casi obsesivos, del deterioro; la identifica como
símbolo abarcador de una clase social decadente y sus últimos, escatológicos
sobrevivientes. Así, el escritor se refiere al intenso perfume a jazmín del
país, a la verja vieja a medias cubierta con una glicina, un jardín abandonado
bordeando una galería lateral, sus rejas coloniales y sus grandes baldosas testigos
de otro tiempo. "...¿No ves dónde
vivimos? Decime, ¿Sabes de alguien que tenga apellido en este país y que viva
en Barracas, entre conventillos y fábricas?" (SHT p.45)
Sábato elige para esta
mítica casa el barrio de Barracas, escenario de "Amalia", primera
novela del romanticismo argentino. Barracas señala "el Sur", espacio
simbólico de los Absolutos, y esta es la dirección que tomará Martín al final
de la novela, para desembarazarse de un pasado agobiante. El Sur se opone al
Norte de Buenos Aires, asiento de un surgente snobismo social que Sábato
rechaza.
Los Vidal Olmos ocupan
un espacio .fuera del tiempo histórico. El novelista se preocupa de dar formas
concretas a su concepción metafísica, es un gran descubridor de secretos
rincones de la ciudad, que luego serán escenario de sus ficciones, en El Escritor y sus Fantasmas dice: "Hay
una casa en el barrio de Barracas, que elegí, después de buscar durante mucho
tiempo una que me pareciera adecuada a la historia que estaba imaginando. Está
en la calle Río Cuarto, tal como en mi obra, pero no tiene mirador. El mirador
lo tomé de una antigua mansión en ruinas, que está en Hipólito Yrigoyen y
Boedo."
Buenos Aires-Babilonia, la ciudad como espacio
caótico
La ciudad moderna ha
perdido su unidad orgánica, se produce una segregación entre centro y
periferia. El centro es el lugar donde convergen los seres para desarrollar sus
actividades; el ritmo es febril, deshumanizado, caótico; la ciudad se muestra
como un mosaico de razas, pero no hay lugar para el encuentro: "Ahí estaba ahora aquel pequeño desamparado,
uno de los tantos en aquella ciudad de desamparados. Porque Buenos Aires era
una ciudad en que pululaban, como por otra parte sucedía en todas las
gigantescas y espantosas babilonias". (SHT, p.27). Así, la ciudad caótica es espacio
para el desamparo, el cual, es producto del desencuentro, de la soledad entre
multitudes. El hombre pasa junto al hombre sin verlo, sin reconocerse en él.
El porteño trabaja en el centro, pero vive en los
barrios periféricos, llamados 'barrios-dormitorio':
"...Surgen así los
monótonos y deprimentes 'barrios dormitorios', nombre que procede del hecho de
que en ellos la vida ciudadana está ausente y que sirven, casi exclusivamente,
para recuperar mediante el reposo, la energía para volver al trabajo del día
siguiente". Las terminales ferroviarias distribuyen, en las horas pico, a
los hombres que regresan a sus casas de los suburbios, por eso las estaciones
presentan una terrible imagen de hormiguero humano: "...Mientras millares de hombres y mujeres
salían corriendo de las bocas de los subterráneos y entraban con la misma
desesperación cotidiana en las bocas de los ferrocarriles suburbanos. Contempló
el Kavanagh, donde empezaban a iluminar ventanas. También allá arriba, en el piso
treinta o treinta y cinco, acaso en una pequeña piecita de un hombre solitario,
también se encendía una luz. ¡Cuántos desencuentros como el de ellos, cuántas
soledades habría en aquel solo rascacielos!" (SHT, p.219)
Juan José Sebreli hace
un lúcido análisis de la ciudad moderna: "...después de la Primera Guerra
Mundial, la ciudad, agrandada por la inmigración, comienza a volverse anónima e
impersonal: el prójimo, que ya no es el conocido, se vuelve inquietante, la
ciudad se llena de caras extrañas y nada puede saberse sobre el vecino. Cada
uno desempeña una multiplicidad de papeles en una multiplicidad de situaciones,
surgiendo de ese modo una escisión entre la vida pública y privada, y
existiendo aún la posibilidad de una vida secreta" Y es, justamente el
oficio del novelista, el descubrimiento de esa vida secreta de los seres que
transitan las calles de la ciudad. Francois Mauriac expresa: "Ningún drama
puede comenzar a existir en mi espíritu si no lo sitúo en los lugares donde
siempre he vivido. [...] Me obliga sobre todo a servirme de todas las casas
donde he vivido o que he conocido desde la infancia." Sábato descubre detrás de los rostros de la
calle, la profunda crisis existencial del hombre de nuestro tiempo: "...en aquellas calles, en aquellas plazas y
hasta en aquellos negocios y oficinas de Buenos Aires había miles de personas
que pensaban o sentían lo que yo sentía en ese momento: gente angustiada y
solitaria, gente que pensaba sobre el sentido y sinsentido de la vida, gente
que tenía la sensación de ver un mundo dormido a su alrededor, un mundo de
personas hipnotizadas o convertidas en autómatas." (SHT, p.432)
En la obra de Sábato, Buenos Aires se universaliza
y se transforma en la mítica Babilonia, ciudad donde confluyen todas las razas:
"Seis millones de argentinos, españoles,
italianos, vascos, alemanes, húngaros, rusos, polacos, yugoslavos, checos,
sirios, libaneses, lituanos, griegos, ucranianos. Oh, Babilonia." (SHT, p.148)
El Puerto como espacio de la despedida
El viejo Puerto de
Buenos Aires, con sus grúas, sus galpones, sus Dársenas y sus barcos con
poéticos nombres, constituyen uno de los paseos preferidos de Martín y
Alejandra, quizás por lo que tiene de remoto, de promesa de evasión hacia un
espacio ideal, o quizás por ser el ámbito natural de los adioses, de las
melancólicas despedidas que parten junto con los barcos. Además, las raíces
inmigrantes de todos los porteños (llamados así por la vinculación con el
puerto) hacen de éste un espacio mítico, donde se lleva a cabo "el rito de
pasaje"
la entrada a una nueva
y desconocida región y también, la posibilidad de partida hacia la tierra de
los antepasados: "Seguían la
entrada y salida de los barcos. [...] Con desconsuelo, pensó que todo eso,
todo, desaparecería de su vida. Como aquel barco: silenciosa pero
inexorablemente. Hacia puertos remotos y desconocidos." (SHT, p.204).
El clima como creador del espacio metafisico
La humedad, el otoño,
la lluvia, la noche, son para Sábato una clave cósmica que debe ser descifrada,
una excusa para las hondas reflexiones metafísicas: el hombre se advierte y
reconoce en el espejo del paisaje y se descubre solitario, agotado, mortal,
finito: "Alguna hoja seca,
el cielo ya como preparándose para los días nublados de mayo y de junio,
anunciaban que la estación más hermosa de Buenos Aires se acercaba en silencio.
Como si después de la estridencia del verano, el cielo y los árboles empezaran
a asumir ese aire de recogimiento de las cosas que se preparan para un extenso
letargo." (SHT, p. 170). "El cielo tenebroso y frígido parecía un
símbolo de su alma. Una llovizna impalpable caía arrastrada por ese viento del
sudeste que [...] ahonda Otoño en La
Boca, la tristeza del porteño." {SHT, p.233)
Buenos Aires oculta: el espacio infernal
La catábasis, o
descenso a los infiernos es el episodio definitivo del héroe mítico y ésta, se
verifica en la persona de Fernando Vidal Olmos (en Sobre Héroes y Tumbas) y en Sábato - personaje (en Abaddón el Exterminador). Ambos se sumergen en el Reino de las Tinieblas,
ubicado en el subsuelo de Buenos Aires, y lo exploran hasta la inmolación: "Sí, de pronto me sentí una especie de
héroe, de héroe al revés, héroe negro y repugnante, pero héroe. Una especie de
Sigfrido de las Tinieblas, avanzando en la oscuridad y la fetidez, con mi negro
pabellón restallante, agitado por los huracanes infernales."(SHT, p.348).
La narrativa de Sábato, en un sentido
hermenéutico, puede ser leída como una gran catábasis, un descenso al mundo de
la disolución, dominado por la oscuridad: espacio uterino y sepulcral, donde
los límites entre tumba y matriz se fusionan. El escritor descubre un Buenos
Aires oculto, se sumerge en él hasta enlodarse, ese universo que no se muestra
es revelado sin hipocresías ni falsos pudores. Son profundamente significativos
el descenso a las cloacas de Buenos Aires y al mundo de las tinieblas, ubicado
bajo la cripta de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, del barrio de
Belgrano: "¡Abominables
cloacas de Buenos Aires! ¡Mundo inferior y horrendo, patria de la inmundicia!
Imaginaba arriba, en sillones brillantes, a mujeres hermosas y delicadísimas, a
gerentes de banco correctos y ponderados [...] Mientras por aquí abajo, en
obsceno y pestilente tumulto, corrían mezclados las menstruaciones de aquellas
amadas románticas, los excrementos de las vaporosas jóvenes vestidas de gasa,
los preservativos usados por correctos gerentes, los destrozados fetos de miles
de abortos, los restos de comida de millones de casas y restaurantes, la
inmensa, la innumerable Basura de Buenos Aires. Y todo marchaba hacia la Nada
del océano mediante conductos subterráneos
y secretos, como si Aquellos de Arriba se quisiesen olvidar, como si intentaran
hacerse los desentendidos de esta parte de su verdad." (SHT, p.347) Se verifica aquí el rito de la
"Búsqueda del Centro".
"-Estamos bajo la cripta de la Iglesia de
Belgrano. [...] -Este será el centro de
tu realidad, desde ahora en adelante. Todo lo que hagas o deshagas te volverá a
conducir hasta aquí."{AB, p.419)
La
ciudad como espacio para las manifestaciones político-sociales
Según Sartre: "La
ciudad es una organización material y social que extrae su realidad de la
ubicuidad de su existencia" .
Coincidimos con esta afirmación, ya que Buenos
Aires es escenario de las conmociones de la historia, de los enfrentamientos y
las esperanzas colectivas, de los holocaustos y las expresiones de júbilo.
"Ser" es "ser en el mundo", para la visión existencialista,
entendiéndose "mundo" (Buenos Aires) como un horizonte de sentido,
dentro del cual las cosas toman significado y el hombre existe; la existencia
es esencialmente histórica.
Así, la ciudad aparece como testigo de la
historia y el espacio único de Buenos Aires es enfocado, recorrido, atravesado
por una pluralidad de perspectivas temporales. La ciudad omnívora es,
ciertamente, la tumba de los héroes. Es escenario de los sangrientos sucesos de
1955: "Y de pronto, uno
de aquellos días sin sentido, se sintió arrastrado por gentes que corrían,
mientras arriba rugían aviones a reacción y la gente gritaba Plaza de Mayo,
entre camiones cargados de obreros que locamente corrían hacia allí, entre
gritos confusos y la imagen vertiginosa de los aviones rasantes sobre los
rascacielos. Y después el estruendo de las bombas, el tableteo de las ametralladoras
y de los cañones antiaéreos. Y siempre la gente corriendo, entrando a
empellones en los edificios, pero volviendo a salir, no bien los aviones habían
pasado [...]
Y luego llegó la noche. Y la llovizna comenzó a
caer silenciosamente sobre una ciudad sobrecogida y minada por los
rumores." (SHT, p.226)
El espacio como víctima de la temporalidad y la
finitud
No sólo el hombre,
también los lugares y los objetos están sometidos al implacable deterioro del
tiempo y a la muerte, toda existencia está esencialmente amenazada: "El
hombre no puede existir como pura relación al Ser, sino que necesita a la vez
una relación con los entes, con las cosas concretas". Los héroes
sabatianos se enfrentan con la decrepitud de los espacios queridos, estragados
por la temporalidad, todo les recuerda su "estado-de-Yecto", su
sentimiento de haber sido arrojados a la finitud. Así, los personajes retornan
a los lugares que fueron escenario de su infancia o su felicidad y los
encuentran envejecidos, gastados, invadidos por un presente irreparable.
"Todo era igual y todo era diferente. Porque
aquel modesto ferrocarril seguía manteniendo los mismos coches y vías, las
mismas construcciones, el color de siempre. Más gastado y más viejo. Pero no
tan gastado ni tan viejo como los hombres que habían vivido y sufrido en el
mismo transcurso." (AB,
p.451) "Salió y caminó
por las calles que también se habían transformado. Aquel terraplén, aquellas
casas con rejas y zaguán, dónde estaban? Humildes versos de poetas de barrio
acudían a su espíritu: Borró el asfalto de una manotada la vieja barriada que
me vio nacer.
Nada permanecía en la ciudad fantasma, levantada
sobre el desierto: volvía a ser otro desierto, de casi nueve millones que no
sentían nada detrás, que ni siquiera disponían de ese simulacro de eternidad
que en otras naciones eran los monumentos de piedra de su pasado. Nada." (AB, p.467)
La ciudad como espacio profético
Las grandes verdades, los
más secretos presagios y profecías, son, irónicamente, puestos en boca de seres
poco confiables: locos, borrachos, humildes mendigos, son los depositarios de
la revelación divina. Así, el Cándido Loco Barragán, místico habitante del
barrio de la Boca es elegido para profetizar un apocalíptico destino: una
lluvia de fuego y condenación caerá sobre Buenos Aires, en clara alusión a los
dramáticos sucesos de 1955: "Tiempos
de sangre y fuego, porque el fuego tendrá que purificar esta ciudad maldita,
esta nueva Babilonia, porque todos somos pecadores..." (SHT, p.188) Es en el barrio de la Boca,
sencillo, humilde, donde la ontofanía y las visiones se producen; "Al llegar a Pedro
de Mendoza, las aguas del Riachuelo, en los lugares en que se reflejaba la luz
de los barcos, le parecieron teñidas de sangre. Algo le impulsó a levantar los
ojos, hasta que vio por encima de los mástiles un monstruo rojizo que abarcaba
el cielo hasta la desembocadura del Riachuelo, donde perdía su enorme cola
escamada." (AB, p.12)
La zona bancaria corno espacio kafkiano
La zona de los Bancos,
caracterizada durante las horas del día por un vertiginoso hormiguero de seres
que corren detrás del Dinero como una forma de acceder a una porción de Poder,
se vuelve fantasmal, desolada, monumentalmente anónima y siniestra durante la
noche. Esta imagen encierra una de las tantas formas que adopta la obsesiva
metáfora sabatiana: lo diurno y lo nocturno, la Luz y las Tinieblas.
Este espacio adquiere formas que mucho recuerdan
los escenarios Kafkianos de El
Proceso, por lo deshumanizado y
burocrático. En este lugar, el hombre cae en lo que Heidegger llama "el
olvido del ser", olvido propio de la existencia humana: "...pues el
hombre ante todo y por lo general vive ocupándose de los entes, de las cosas,
de los entes y cosas que lo absorben y acaparan sus intereses y de los cuales
el hombre extrae sus conceptos y sus ideales, de manera que parecen no poder
pensar y hablar sino de entes, no del ser". El hombre se encuentra
"alienado" en esa carrera diaria y cotidiana para alcanzar el éxito y
parecerse a los "modelos triunfadores", en ese consume su tiempo y
abandona la tarea espiritual de encontrarse consigo mismo -de ser-, se pierde
entre los entes y deja de pertenecerse a sí mismo.
"El silencio y la
soledad tenían esa impresionante vigencia que tienen siempre de noche en el
barrio de los Bancos. Barrio mucho más silencioso y solitario, de noche, que
cualquier otro; probablemente por contraste, por el violento ajetreo de esas
calles durante el día; por el ruido, la inenarrable confusión, el apuro, la
inmensa multitud que allí se agita durante las horas de Oficina. Pero también,
casi con certeza, por la soledad sagrada que reina en esos lugares cuando el
Dinero descansa. Una vez que los últimos empleados y gerentes se han retirado,
cuando se ha terminado con esa tarea agotadora y descabellada en que un pobre
diablo que gana cinco mil pesos por mes maneja cinco millones, y en que
verdaderas multitudes depositan con infinitas precauciones pedazos de papel con
propiedades mágicas que otras multitudes retiran de otras ventanillas con
precauciones inversas..." (SHT,
p.239)
Los espacios humildes como vía de acceso a lo Absoluto
Acceder a lo Absoluto
es la mayor preocupación del existencialismo; los atormentados héroes de la
narrativa sabatiana encuentran un remanso de paz en los sencillos suburbios, en
las barriadas pobres, en la casa de la infancia, la sórdida pero tibia mesa de
un bar, ya que Buenos Aires ofrece secretos rincones donde refugiarse al calor
de la noche, junto a otros seres solitarios, el bar funciona así, como un útero
protector aunque asfixiante. "-Mira
esa luz en la ventana de aquella casita -comentó
Alejandra señalando con su mano-. Siempre me subyugan esas luces en la noche:
¿será una mujer que está por tener un hijo? ¿Alguien que muere? O a lo mejor es
un estudiante pobre que lee a Marx. Qué misterioso es el mundo. Solamente la
gente superficial no lo ve. Conversas con el vigilante de la esquina, le haces
tomar confianza y al rato descubrís que él también es un misterio." (SHT, p.97) "Y ¿Cómo no comprender al viejo D'Arcángelo?
Pues a medida que nos acercamos a la muerte también nos acercamos a la tierra,
y no a la tierra en general, sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo (¡Pero tan
querido, tan añorado!) pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia, en que
tuvimos nuestros juegos y nuestra magia, la irrecuperable niñez. Y entonces
recordamos un árbol, la cara de algún amigo..." (SHT, p.182) Alejandra le dice a Martín: "-Me hace bien todo esto: estar con vos, ver
un barrio así, de gente que trabaja y hace cosas sencillas, sanas y precisas:
un tornillo, una rueda. De pronto me gustaría ser hombre, ser uno de ellos,
tener uno de esos pequeños destinos." (AB, p.206)
"Parecía un símbolo: Aquel bar era el
primero en que había conocido la felicidad. En los momentos más deprimentes de
sus relaciones con Alejandra siempre acudía al espíritu de Martín el recuerdo
de aquel atardecer, aquella paz al lado de la ventana, contemplando cómo la
noche bajaba sobre ¡os techos de Buenos Aires. Nunca como en aquel momento él
se había sentido más lejos de la ciudad, del tumulto y > el furor, la
incomprensión y la crueldad; nunca se había sentido tan aislado de la suciedad
de su madre, déla obsesión del dinero, de aquella atmósfera de acomodos,
cinismos y resentimientos de todos contra todos. Allí, en aquel pequeño pero
poderoso refugio, [...jparecía como si toda la burda realidad externa estuviese
abolida." (SHT, p.202) Después de
la muerte de Alejandra, Martín cree que todo está perdido y pide a Dios que se
le manifieste, éste lo hace en la persona de Hortensia Paz, una humilde mujer
que simboliza el lado luminoso de la matemdiad: en su sencillo cuarto, Martín
se reconcilia con la vida y accede, aunque sea momentáneamente al ansiado
Absoluto: "Martín miró a la
mujer, a su pobreza y su soledad en aquel cuchitril infecto." (SHT, p.453)
Es de la mano del camionero Bucich, que el
torturado adolescente descubre la esperanza en el cielo estrellado: "Y entonces Martín, contemplando la silueta
gigantesca del camionero contra aquel cielo estrellado, [...] sintió que una
paz purísima entraba por primera vez en su alma atormentada." (SHT, p.465) Es en los seres simples y en los
espacios que éstos transitan donde se desarrolla lo que el mismo Sábato va a
llamar "metafísica de la esperanza", en la que enciende una luz en
las tinieblas de la existencia, una posibilidad de salida para el hombre: en la
comunión con sus semejantes o en el intento de eternizar algo a través del
arte.
Conclusiones
- El espacio que es siempre el mismo: Buenos Aires,
está recorrido y modificado por una pluralidad de perspectivas temporales. El
espacio es el eje en torno al cual gira el tiempo y muestra un fresco
fragmentario de la historia argentina.
- Buenos Aires es el espacio de la melancolía, el
lugar común de las soledades que la habitan. Sábato describe así el viejo
Parque Lezama, sus hojas, sus atardeceres, los bares, los primeros vientos del
otoño, la sirena de un barco, el gran río de color de león como los espacios
donde Martín y Alejandra aparecen desamparados,
contemplándose, pero, a la vez, cobijados en sus rincones íntimos y familiares.
- Podemos deducir que Sábato aborda el tema con un
enfoque metafísico, que se da en la vida concreta, en medio de la calle, en el
"hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-,
el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere; el hombre que se ve y a
quien se oye, el hermano, el verdadero hermano".
Y la ciudad tiene como resultante un hombre
característico: ese hombre que es su imagen, su voz, su sentir, hay una clara
identificación del hombre con su ciudad, rasgo que le confiere universalidad a
la obra.
- Buenos Aires es el resultado de personajes
arquetípicos, que son producto de un espacio determinado, con particularidades
únicas y singulares. Estos personajes sabatianos van conviviendo y manifestando
la esencia de su ser a través de la imagen de su existencia y del ambiente
donde desarrollan su espíritu rebelde y alucinado. Ese mundo subterráneo y
oscuro al cual pertenecen, que no se muestra, que se niega, es desenmascarado
por el escritor en el "Informe sobre Ciegos", donde se desentraña un
Buenos Aires desconocido, tapado con la cotidianeidad hipócrita de la
apariencia y la mentira.
- El espacio va a ser tratado minuciosamente, cada
barrio es tipificado y personificado: la Boca, como barriada popular, con su
imagen de pobreza y conventillos; Barracas, con sus quintas en decadencia,
definida como "barrio de 'grasas', de fábricas y casonas" conforman el Sur.
"El Centro", con sus calles
vertiginosas, es el núcleo que conecta a los seres de distintas extracciones,
el espacio del desencuentro y la deshumanización, caótico y febril donde la
existencia transcurre. "El Barrio Norte" aparece como escenario de
una determinada clase social, la oligarquía, elitista y frívola.
Todos estos aspectos pintan una ciudad
cosmopolita, plural y mercantilizada.
- Los hijos de la
soledad deambulan ensimismados por las silenciosas calles de la ciudad, quizás
recreando en su pensamiento atormentadoras imágenes oníricas, que conjugan en
un mundo disperso e inquietante. Buenos Aires aguarda desde sus entrañas el eco
de estos seres abandonados a su propio destino:
"Porque siempre caminamos con un rumbo fijo,
en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible, pero en otras,
quizás más decisivas para nuestra existencia, por una voluntad desconocida aún
para nosotros mismos, pero no obstante poderosa e inmanejable, que nos va
haciendo marchar hacia los lugares en que debemos encontrarnos con seres o
cosas que de una manera o de otra son o han sido o van a ser primordiales para
nuestro destino, favoreciendo o estorbando nuestros deseos aparentes, ayudando
u obstaculizando nuestras ansiedades, y, a veces, lo que resulta todavía más
asombroso, demostrando a la larga tener más razón que nuestra voluntad consciente."
(AB, p.387) La ciudad aparece como espacio
determinado para el destino, ese destino atormentado por el delirio, la locura
y los sueños que buscan al mismo tiempo un hálito de paz, de reencuentro, una
vía abierta hacia El Sur, camino de la esperanza.
Rosalía Gila y Viviana Rivelli
En : Teatro y Literatura- Serie Jornadas de Historia
En : Teatro y Literatura- Serie Jornadas de Historia
Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires
1999
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.