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20 de agosto de 2017

DANTE Y LA DIVINA COMEDIA:Idea general de los tres reinos

Idea general de los tres reinos
La geografía medieval dividía el globo en hemisferio de las tierras y hemis­ferio de las aguas. La astrología —se­gún el sistema tolemaico— situaba a la Tierra inmóvil en el centro del Universo, mientras que alrededor de ella giraba siete planetas —la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno— en siete Cielos (órbitas) concéntricos de creciente amplitud, además del Cielo de las Estrellas Fijas y el Primer Móvil, fuente del movimiento universal.
 En el centro del hemisferio de las tierras, cerca de Jerusalén, Dante ima­gina la boca del Infierno. Es éste un enorme abismo que alcanza el centro del planeta y que afecta la forma de nueve conos truncos, con la base menor hacia abajo, los cuales dan  lugar a nueve terrazas concéntricas. Es la vorágine que se abrió para re­cibir a Lucifer en su caída, cuando fue arrojado del Cielo. En el centro del hemisferio de las aguas sitúa Dante una isla solitaria, en la que se yergue la montaña del Purgatorio. Esta tiene la misma forma del Infierno, pero emergente. Está dividida en dos secciones preparato­rias y siete terrazas ascendentes, y está formada por la tierra que se aba­lanzó fuera del Infierno por el ho­rror del contacto con Lucifer, que se hundía por el lado opuesto. En su cima boscosa reside el Paraíso Te­rrestre.
Los nueve Cielos concéntricos que giran en torno a la Tierra con diversa velocidad y perfecta armonía, forman el Paraíso, junto con el Empíreo, Cielo inmóvil, donde los bienaventurados dibujan una cándida y luminosa rosa alrededor de la Santísima Trinidad.



El Infierno y la condenación
El reino de los condenados está di­vidido en anteinfierno, bajo y alto (o sea, profundo) infierno. Es éste la "ciudad de Dite", provista de altos muros y torres, y defendida por un ejército de demonios. La división fundamental de los pe­cados se conforma con la doctrina aristotélica aceptada por Santo Tomás. A través de las nueve terrazas del Infierno propiamente dicho, se or­denan tres grandes categorías de culpas, de acuerdo con su motivación: incontinencia, o sea incapacidad de frenar los instintos con la razón; malicia por bestialidad, es decir vio­lencia, y malicia por engaño, que es fraude y traición. La primera cate­goría es menos grave; gravísima, la tercera, porque emplea pecaminosa­mente la razón, don divino para la consecución del Bien. Por eso los incontinentes están fuera de Dite y los maliciosos dentro. Quedan exclui­dos de esta partición aquellos que no gozaron de la gracia de Dios por no estar bautizados (los justos del paganismo y los niños), quienes re­siden en el Limbo; y aquellos que no aceptaron esa gracia (los heréticos), que habitan las cercanías de los mu­ros de Dite.
La violencia es tripartita, según se ejerza contra el prójimo, contra sí mismo o contra Dios. El fraude bi­partito, según falte o esté presente el abuso de confianza, lo cual nos da a los simples fraudulentos (Malebolge) y a los traidores (Cócito).

El Purgatorio y la expiación
Mientras que en el Infierno se casti­ga al pecador jamás arrepentido, en el Purgatorio el perdón, previamente concedido en virtud del arrepenti­miento, se convierte en liberación del hábito y de las huellas del mal me­diante castigos temporáneos y ejer­cicios espirituales, a los que coope­ran las plegarias de los vivientes. Más se asciende, menores son las culpas, que también están repartidas en tres categorías, según hayan sido motiva­das por amor desviado hacia malos fines, amor poco vigoroso hacia el bien celeste o demasiado fuerte hacia los bienes terrenales.
Las almas llegan a la isla de la ex­piación sobre una ágil barca guiada por un ángel, que las recoge en la desembocadura del Tíber, río de Ro­ma, alma universal del Imperio cris­tiano.
En el antepurgatorio deambulan du­rante cierto tiempo las almas que no pueden iniciar de inmediato la esca­la de purificación. Son las de quienes murieron en contumacia de la Igle­sia (descomulgados) y de aquellos que por negligencia tardaron en arre­pentirse.
Así como el poeta pasa del anteinfier­no al infierno durante el sueño (no se entiende claramente cómo), del mismo modo pasa del antepurgatorio al purgatorio llevado en vuelo por Santa Lucía, mientras duerme. En la puerta del reino de la penitencia, un ángel le graba sobre la frente con la punta de su espada siete P, que co­rresponde a las siete llagas espiritua­les de los pecados capitales. Se las cancelará una por una con un toque de su ala cada ángel guardián de las distintas etapas ascendentes, como se­ñal de la purificación obtenida en la anterior. La última P —la de la in­juria— desaparecerá cuando el poe­ta cruza las llamas de la séptima te­rraza.