Idea general de los tres reinos
La
geografía medieval dividía el globo en hemisferio de las tierras y hemisferio
de las aguas. La astrología —según el sistema tolemaico— situaba a la Tierra
inmóvil en el centro del Universo, mientras que alrededor de ella giraba siete
planetas —la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno— en siete
Cielos (órbitas) concéntricos de creciente amplitud, además del Cielo de las
Estrellas Fijas y el Primer Móvil, fuente del movimiento universal.
En el centro del hemisferio de las tierras,
cerca de Jerusalén, Dante imagina la boca del Infierno. Es éste un enorme
abismo que alcanza el centro del planeta y que afecta la forma de nueve conos
truncos, con la base menor hacia abajo, los cuales dan lugar a nueve terrazas concéntricas. Es la
vorágine que se abrió para recibir a Lucifer en su caída, cuando fue arrojado
del Cielo. En el centro del hemisferio de las aguas sitúa Dante una isla
solitaria, en la que se yergue la montaña del Purgatorio. Esta tiene la misma
forma del Infierno, pero emergente. Está dividida en dos secciones preparatorias
y siete terrazas ascendentes, y está formada por la tierra que se abalanzó
fuera del Infierno por el horror del contacto con Lucifer, que se hundía por
el lado opuesto. En su cima boscosa reside el Paraíso Terrestre.
Los
nueve Cielos concéntricos que giran en torno a la Tierra con diversa velocidad
y perfecta armonía, forman el Paraíso, junto con el Empíreo, Cielo inmóvil,
donde los bienaventurados dibujan una cándida y luminosa rosa alrededor de la
Santísima Trinidad.
El Infierno y la condenación
El
reino de los condenados está dividido en anteinfierno, bajo y alto (o
sea, profundo) infierno. Es éste la "ciudad de Dite", provista
de altos muros y torres, y defendida por un ejército de demonios. La división fundamental
de los pecados se conforma con la doctrina aristotélica aceptada por Santo
Tomás. A través de las nueve terrazas del Infierno propiamente dicho, se ordenan
tres grandes categorías de culpas, de acuerdo con su motivación: incontinencia,
o sea incapacidad de frenar los instintos con la razón; malicia por
bestialidad, es decir violencia, y malicia por engaño, que es fraude y
traición. La primera categoría es menos grave; gravísima, la tercera, porque
emplea pecaminosamente la razón, don divino para la consecución del Bien. Por
eso los incontinentes están fuera de Dite y los maliciosos dentro. Quedan
excluidos de esta partición aquellos que no gozaron de la gracia de Dios por
no estar bautizados (los justos del paganismo y los niños), quienes residen en
el Limbo; y aquellos que no aceptaron esa gracia (los heréticos), que
habitan las cercanías de los muros de Dite.
La
violencia es tripartita, según se ejerza contra el prójimo, contra sí mismo o
contra Dios. El fraude bipartito, según falte o esté presente el abuso de
confianza, lo cual nos da a los simples fraudulentos (Malebolge) y a los
traidores (Cócito).
El Purgatorio y la expiación
Mientras
que en el Infierno se castiga al pecador jamás arrepentido, en el Purgatorio
el perdón, previamente concedido en virtud del arrepentimiento, se convierte
en liberación del hábito y de las huellas del mal mediante castigos
temporáneos y ejercicios espirituales, a los que cooperan las plegarias de
los vivientes. Más se asciende, menores son las culpas, que también están
repartidas en tres categorías, según hayan sido motivadas por amor desviado
hacia malos fines, amor poco vigoroso hacia el bien celeste o demasiado fuerte
hacia los bienes terrenales.
Las
almas llegan a la isla de la expiación sobre una ágil barca guiada por un
ángel, que las recoge en la desembocadura del Tíber, río de Roma, alma
universal del Imperio cristiano.
En
el antepurgatorio deambulan durante cierto tiempo las almas que no pueden
iniciar de inmediato la escala de purificación. Son las de quienes murieron en
contumacia de la Iglesia (descomulgados) y de aquellos que por negligencia
tardaron en arrepentirse.
Así
como el poeta pasa del anteinfierno al infierno durante el sueño (no se
entiende claramente cómo), del mismo modo pasa del antepurgatorio al purgatorio
llevado en vuelo por Santa Lucía, mientras duerme. En la puerta del reino de la
penitencia, un ángel le graba sobre la frente con la punta de su espada siete
P, que corresponde a las siete llagas espirituales de los pecados capitales.
Se las cancelará una por una con un toque de su ala cada ángel guardián de las
distintas etapas ascendentes, como señal de la purificación obtenida en la
anterior. La última P —la de la injuria— desaparecerá cuando el poeta cruza
las llamas de la séptima terraza.