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4 de enero de 2019

Análisis de las obras de Fedor Dostoievski Crimen y castigo; El idiota; Los demonios; El adolescente; Los hermanos Karamazov


Análisis de las obras de Fedor Dostoievski
 Crimen y castigo; El idiota; Los demonios;  El adolescente; Los hermanos Karamazov

La serie de las cinco grandes obras de Dostoievski, compuestas durante los últi­mos quince años de su vida y que hacen de él un maestro indiscutible de la novela moderna, se inicia en 1866 con Crimen y castigo. Ubicado en la corriente de la gran literatura rusa, junto a Tolstoi y Turghenev, que alcanzan la más alta cima del estilo nacional realista, Dostoievski se dis­tingue fundamentalmente de ellos por su modo de acercarse a los hechos de la reali­dad :  Dostoievski coloca a sus personajes en si­tuaciones extremas, frente a elecciones de­cisivas, desgarradoras, de vida o muerte. Hace de ellos criminales,  por la intención o de hecho, porque dice: "Toda acción con­cluye hoy en el delito". Efectivamente, en todas estas novelas encontramos delitos o, por lo menos, tentativas de delito.

Memorias del subterráneo
A modo de preludio, las grandes novelas de Dostoievski son precedidas por las Memorias del subterráneo, ya aparecida en "La Época" en 1864. Un nuevo Dostoievski se revela en estas Memorias, explorador del subsuelo del alma. Con la palabra "subterráneo", Dostoievski entiende el fango, la "cloaca" que yace en el fondo del alma y cuya existencia el hombre ignora o no se anima a confesar.
Son necesarias circunstancias excepcionales para que este fondo surja a la superficie, por ejemplo, cuando el hombre tiene opor­tunidad de transformarse en verdugo, sea en sentido directo (los verdugos de la Casa de los muertos se anticipan a los de los cam­pos de concentración), sea el verdugo men­tal, de sí mismo o de los demás. El héroe de las Memorias es el primero de los roe­dores intelectuales" dostoievskianos. Este se ale­ja voluntariamente del ambiente que lo circunda para descender a su subsuelo ex­perimentando una dolorosa voluptuosidad. Se entristece y entristece a los que están a su lado. No experimenta deseos ni tiene ambiciones fuera de este juego ignominioso absolutamente gratuito y es en esta "gratuidad" donde reside la singular fascinación de las Memorias.
En el plano ideológico, la actitud del personaje tiene un sentido pro­fundo: es la rebelión del individualismo exasperado contra la aspiración socialista a la colectividad que a los ojos del nuevo Dostoievski no es más que un "hormiguero". El sufrimiento y la meditación solitaria, lo han llevado a reco­nocer la impotencia del individuo y la va­nidad de su reacción contra el orden consti­tuido. En el lugar de su condena, donde había creído poder mezclarse con los for­zados que en su mayoría eran hombres del pueblo, ha comprobado que por su propio origen noble y su condición de intelectual, irremediablemente aparecía a los ojos de aquéllos como algo más que un extraño, un enemigo. Así, la noción de "pueblo', se hacía para él cada vez más abstracta, pa­sando de lo concreto a lo ideológico. Sola­mente la religión, pensaba, podría superar este abismo; la salvación debe venir de lo alto, de la monarquía, inseparable en Rusia de la ortodoxia.

Crimen y castigo
Crimen y castigo marca una nueva etapa en el análisis del individuo. La novela, fruto de largas y crueles meditaciones, fue concebida en su forma definitiva en Wiesbaden durante el verano de 1865, mientras —luego de haber perdido todo a la ruleta— el autor recorría, alterado, los senderos del parque.
Tiene ante todo un fondo social que va más allá de Pobres gentes Ofendi­dos y humillados. Ya en Siberia se había propuesto tratar el viejo tema en una no­vela que titularía Los beodos, cuya figura central habría sido Isaiev Marmeladov. Pero, a partir de entonces, el horizonte de Dostoievski se había ampliado inmensa­mente. Del proyecto inicial conserva el fondo, la tremenda miseria de la familia Marmeladov que determina la degradación del hombre, la locura de la mujer y el sa­crificio de Sonia, la hija mayor, que para salvar a los suyos del hambre, se lanza a a la calle sin perder su fe, su pura y pro­funda humanidad. Es la "santa prostituida".
 Pero un nuevo héroe ocupa la escena: el estudiante Raskolnikov, en pos de una do­ble obsesión: pretende establecer la justicia social y al mismo tiempo afirmar su perso­nalidad. Raskolnikov ha elaborado una teoría que vive intensamente y que cree poder poner en práctica, matando a un usurero, un ser inmundo, vil y pernicioso. Se considera lo suficientemente fuerte como para realizar, sin retroceder, el gesto homi­cida, se cree "Napoleón": "Todo es per­mitido a un verdadero jefe". Esta es la verdadera idea que domina su actitud de ejecutor de la justicia: "Necesitaba saber —y saber pronto— si yo era un hombre o un piojo como todo el mundo ... Si era una tímida criatura o si poseía el dere­cho . . .".
Raskolnikov se atribuye el derecho de los fuertes, mata al usurero, resiste con astucia y firmeza a las insinuaciones del juez Porfiri quien, sin poseer pruebas formales, adi­vina por deducción psicológica, al "homi­cida por ideología". Pero Raskolnikov no puede resistir a la voz interior que habla por boca de Sonia. La semejanza de sus destinos acerca al estudiante orgulloso y a la humilde prostituta. Ésta, que ha acep­tado el sufrimiento, conservando, en el oprobio, un alma pura y ferviente, le grita:
"¡Tú has cometido un delito . . . contra ti mismo!" Y puesto que ella conoce el "su­frimiento insaciable", Raskolnikov besa sus pies: "No es a ti, es a todo el sufrimiento humano a quien saludo".
Raskolnikov no se arrepiente. Cree tener razón, pero la verdad de Sonia es más fuerte: se denuncia. Cumplirá su pena, se­guido por Sonia; sólo mucho tiempo des­pués, se abrirán sus ojos y, nuevo Lázaro, su alma renacerá a nueva vida. Pero no conoceremos este nuevo Raskolnikov. El escritor nos hace solamente presentir su salvación espiritual; describir los "salvados" no es cuestión suya.
La no­vedad de Dostoievski es haber creado un personaje que se alimenta de ideas. "No comprendo —hace decir a otro de sus per­sonajes— cómo un hombre pueda vivir nada más que en su pensamiento cuando éste se ha adueñado enteramente de él y domina su inteligencia y su corazón". En este mo­mento la idea se confunde con el senti­miento.
El genio del novelista le ha permitido crear personajes con ideas-sentimientos. Es­to significa que sus personajes en ningún momento son razonadores abstractos, puesto que su cerebro funciona con la misma in­tensidad que su corazón. Seres de pensa­miento pero también de carne, nos atraen con una fuerza irresistible, actuando al mis­mo tiempo sobre nuestra inteligencia y nuestros sentidos. En esto consiste el poder mágico que ejercen sobre el lector las no­velas de Dostoievski.
El idiota
El autor ha tocado el fondo de la noche pero quiere también mostrar lo que el hombre tiene de sublime. Tal, la idea de El idiota. El trabajo que se impone es "re­presentar una naturaleza humana absoluta­mente hermosa". Sabe que "esto es lo que hay de más difícil en el mundo" y que pin­tando "héroes positivos" es fácil deslizarse en un insípido "angelicalismo" o en un valor romántico que ya no es admisible. Dostoievski toma como punto de partida las dos figuras más puras de la humanidad: Cristo y Don Quijote.
Aun haciendo par­ticipar a su héroe del uno y del otro, pro­cura hacer del príncipe Michkin "un idio­ta". La acepción del término tiene reso­nancias múltiples. Michkin es "idiota" para sus semejantes. No considera a los hombres y las cosas como todo el mundo, sino en el plano de una realidad superior; posee la inteligencia más alta, la del cora­zón. Dotado de excepcional bondad, pure­za, intuición, penetra las almas y sus sufri­mientos. Las personas que se le acercan, comienzan a sentir y a hablar de acuerdo a la verdad. Pero esta radiante seducción, este equilibrio espiritual lo rebaja con su deficiencia física. Como el autor, es un epiléptico. Dostoievski trata el tema en di­versas obras, pero en ninguna va tan lejos como en ésta. Sus descripciones de las crisis de Michkin son clínicas a pesar de admitir la antigua noción de "mal divino" que proporciona al enfermo iluminaciones interiores que evidencian así el aspecto di­vino del "idiotismo". Salido tardíamente del embrutecimiento de su infancia, Mich­kin, oprimido por el peso de acontecimien­tos insoportables, recae en la imbecilidad al final de la obra. Entre estos dos estados de "idiotez", hay un período de lucidez que es amor, piedad, caridad, conocimiento divino de los hombres.
Michkin libra tres batallas comparables a la del ángel contra el demonio que quiere arrebatar tres almas. La primera es Nastasia Filipovna, mujer de encantadora belle­za. Ante su retrato, el príncipe sin cono­cerla aún, es turbado por la expresión de orgullo y sufrimiento que advierte en sus rasgos: "Parece feliz —dice— pero debe ha­ber sufrido terriblemente... Y ¡qué orgu­llo!, ¡qué abominable orgullo! ¿Es buena? ¡Ah! si fuese buena, todo podría salvarse".
 De origen noble, Nastasia cayó, aún niña, en manos de un hombre disoluto y refina­do que le dio una educación esmerada para hacer de ella un instrumento de placer raro y delicado. Nastasia se siente "ofendida", mortalmente herida v se acusa de haber aceptado esta situación. Michkin pide su mano: "Os recibo pura", le dice. "¿Yo, pura? "Sois vos quien me honráis casán­doos conmigo. Yo no soy nada, vos habéis sufrido, y de este infierno habéis salido pura. ¡Qué cosa grande! Estoy seguro de no equivocarme."
Sí, Michkin está en lo cierto. Nastasia rechaza la salvación que le ofrece, no se considera digna. Parte con el traficante Rogozin, un ser tosco, frenético, capaz de todo por obtener esta mujer y quien —Nastasia lo sabe— la matará. Pero ella quiere salvar a Michkin, no se atreve a imponerle la contaminación de su presen­cia.
Nastasia es la más famosa de las he­roínas "condenadas" de Dostoievski. La cuestión se entabla entre ella y los dos hom­bres, pero también entre ella y Aglaé, una jovencita pura. En su desesperación Nasta­sia quiere que el príncipe se case con Aglaé, pero su pasión puede más que su voluntad. Experimenta una amarga volup­tuosidad en humillarse, lastimarse, lanzar­se a la muerte en manos de Rogozin. Estos cuatro seres se debaten en una lu­cha desesperada hecha de pasión, de deseo y de sublimes renunciamientos. Pero a pe­sar de su divina pureza, el príncipe es "idio­ta" ante el curso fatal de los acontecimien­tos y fracasa en su lucha por el alma de Nastasia, por el alma de Rogozin, por el alma de Aglaé. Y será él mismo arrastrado hacia el abismo.
Esta es la trama de la novela, una de las más ilustres obras maestras de la literatura universal. Lo sublime roza lo diabólico y el ser humano aparece en toda su belleza y en toda su misericordiosa impotencia.
 A partir de El idiotala obra de Dos­toievski entra en una nueva fase. El pro­blema social ya no es su mayor preocupa­ción; en El idiota y en las novelas siguien­tes aparece como fondo. La miseria huma­na no es más que uno de los múltiples te­mas que constituyen la trama siempre más rica de estas novelas, junto al de los "jóve­nes iracundos", al del papel de la nobleza en la sociedad moderna o al del dinero. Tampoco falta el análisis psicológico que había alcanzado una hondura insospechada en la figura de Raskolnikov. Pero la pro­fundidad del pensamiento del autor, va más allá de lo social y de lo psicológico.

Los demonios
En la época de El idiota, Dostoievski concibe un proyecto grandioso: describir un hombre que ha perdido la fe y la enor­me perturbación que deriva de ello. En busca de la verdad, su héroe se acerca a los diversos ambientes e interroga a católicos, ortodoxos, adeptos a sectas religiosas, para descubrir, al cabo de largo peregrinaje, "el Cristo y la tierra rusos". Este proyecto, no cesará de atormentar al escritor. En su pri­mer esbozo, el título que le parece más adecuado es Ateísmo, pero el tema se alar­ga y la idea primitiva da paso a toda una Vida de un gran pecador, que permitiría en­globar los fenómenos más diversos de la vida y el pensamiento modernos. Mas una obra de tal envergadura, exige mucho tiem­po y seguridad material y Dostoievski está siempre acosado por las necesidades más in­mediatas. No podrá nunca realizar este proyecto; sin embargo, la gestación interior prosigue y las tres novelas que escribirá aún: Los demonios, El adolescente Los hermanos Karamazov, llevan su impronta. Si bien de asuntos disímiles, estas obras se ubican en una misma perspectiva, la dé la Vida de un gran pecador. En cada una de ellas, se intercalan fragmentos de aquel conjunto, en el cual Dostoievski esperaba finalmente "decir todo" y que no le fue dado escribir.
El tema de Los demonios (1870) se ins­pira en un detonante hecho de crónica: el proceso de Netchaev, asesino de un estu­diante, ocurrido en Moscú el año anterior. El asesinato tenía un carácter netamente político. Netchaev se hacía pasar, lo que de algún modo era cierto, por un emisario de Bakuntn, el famoso anarquista emigrado, residente en el extranjero. Éste le habría encargado preparar la revolución en Rusia organizando una red de células secretas que en el momento oportuno entrarían en ac­ción. Por temor a que lo denunciara, Net­chaev había dado muerte al estudiante. Dostoievski se apodera del episodio y re­produce, en la escena del delito, numerosos detalles.
Sobre Netchaev moldea su héroe, Piotr Verkhovenski, "parásito de la revolu­ción" quien se rodea de cómplices aluci­nados o fantásticos, como el teórico Sigalev que declara: "Me he confundido con mis propios datos y la conclusión está en con­tradicción directa con mi idea primitiva: partiendo de la libertad ilimitada, llegué a un ilimitado despotismo . .. Añado toda­vía, que fuera de esta fórmula ninguna so­lución social es posible". Por muy lejos que vaya Dostoievski en la caricatura del espíritu revolucionario, hay que reconocer que la necesidad de una coacción totalitaria, con el propósito de im­poner a la sociedad estructuras sociales ideales, suena como una funesta profecía. . . A estos seudos revolucionarios que Dos­toievski confunde a sabiendas con la gene­ración "radical" del 1860 en Rusia, opone los idealistas de 1840, personificados por el viejo Verkhovenski padre, ingenuo, ridícu­lo y conmovedor. Los materialistas se pre­sentan al autor como los demonios de parábola evangélica: se habían apoderado de un hombre, de ahí el título de la novela. Abandonaron ese hombre por orden de Jesús, para entrar en una piara de cerdos que, cayendo por la pendiente, se ahogó en el mar.
Este violento panfleto, atacado por la iz­quierda, puesto por las nubes por la de­recha, provocó vivas controversias. Pero para el autor Los demonios tenían otro al­cance, aún más profundo. El verdadero héroe es Stavroghin (ins­pirado en el petrascheviano Spesnev) hom­bre extraño, enigmático, con un pasado revolucionario en efecto, pero consciente de la iuutilidad de una perturbación obtenida por la violencia. Bajo su aspecto de joven noble, rico, bello y seductor, se oculta un espíritu insaciable, demoníaco. Siente den­tro de sí una fuerza inmensa que no sabe a qué aplicar y empujado por el aburri­miento, esa "pereza" que es pecado mortal, realiza experiencias sobre sí mismo:
 Hasta dónde podrá llegar en el mal y en el envi­lecimiento? Stavroghin se casa con una de­mente, viola una niña, se deja abofetear sin reaccionar, con un inmenso esfuerzo so­bre sí mismo, seduce fríamente a una joven enamorada de él y permite que se consu­man delitos que ha previsto. Por fin, se confieza en brazos de Tikhon, un extraor­dinario obispo "luminoso", que le impone el supremo castigo —"un esfuerzo ortodoxo"— el retiro en un convento, meditación since­ra y humildad. El orgullo de Stavroghin no puede resignarse a ello y se ahorca. ¿Es por autocastigo?
Dostoievski llamó a su héroe Stavroghin, derivando el nombre del griego "stauros", la cruz. Es un personaje crucificado, des­membrado sobre los cuatro brazos de la cruz.

El adolescente
El adolescente pone de manifiesto las difíciles relaciones entre las generaciones de la caótica sociedad rusa, en plena for­mación. (el título inicial de la obra era: El desorden.) Arkadi, el narrador, es el vástago de una "familia casual". Hijo ile­gítimo de Versilov, un noble, y de una sierva, ha sido adoptado por Makar, siervo li­berto, a quien Versilov obliga a casarse con la madre del niño. Versilov es una pálida representación de Stravoghin, orgulloso de su estirpe aristocrática y simpatizante, a la vez, de la Comuna de París. Arrogante y cruel, siente sin embargo, profundo respeto por Makar. Éste, expresión del pueblo ruso "teóforo", es un "strannik", uno de esos hombres mitad vagabundos, mitad peregri­nos, que recorren a pie la inmensa Rusia, en pos de la verdad y llevando la buena nueva. Sin participar de ninguna idea so­cialista, Makar, de la secta de los viejos creyentes, disidente de la iglesia ortodoxa establecida, profesa la fe comunista del cristianismo primitivo.
Arkadi se siente igualmente inclinado ha­cia Versilov, cuyo misterio procura desen­trañar, como hacia la pureza de Makar. Él también intenta desquitarse y superar su desdoblamiento mediante una "gran idea": acumular una enorme fortuna, "llegar a ser un Rotschild". No es ávido de riquezas ni avaro, pero sabe que en la sociedad mo­derna lo único que cuenta es el dinero.
El adolescente retoma y desarrolla la idea del desgarramiento: Versilov se divide en­tre el Occidente y la "Santa Rusia", entre su amor-pasión por la orgullosa aristócrata Akamakova y su amor-veneración por su humilde siervo. Desdoblados, divididos, son los jóvenes que el autor presenta, también son alegres, aprovechados, revolucionarios o individualistas fanáticos. Este caos ideoló­gico y social, este desmembramiento del hombre ruso a fines del siglo XIX, culmina en la escena en que Versilov rompe en dos pedazos el antiguo icono de Makar.
Los hermanos Karamazov
El adolescente es otro fragmento de la Vida de un gran pecador, en el que los te­mas eternos se mezclan con insistencia a los de la vida moderna. Reaparecerán tam­bién y con singular relieve en la última y más célebre obra de Dostoievski, Los her­manos Karamazov.
Esta novela, que tiene un mágico poder de evocación, es todo un mundo, tan múl­tiples son sus temas, tan variados los am­bientes y los personajes que representa, tan incisivos los problemas que atormentan a sus héroes. En primer plano, la familia Karamazov: el padre, Fedor Pavlovitch, viejo disoluto y cínico, y sus cuatro hijos, nacidos de tres mujeres. A los cuatro, el padre, "insecto libidinoso", ha trasmitido, bajo formas diferentes, su herencia de lu­juria.
Pero lo que el viejo tiene de más ab­yecto, se ha encarnado en su bastardo, el innoble epiléptico Smerdiakov, que ha en­gendrado abusando de una demente —Li-saveta Smerdiachtcha— cuyo nombre dio al hijo, al cual hizo su servidor. De la primera esposa, Karamazov tuvo a Dmitri, violento, indómito pero de gran rectitud y capaz de gran entusiasmo. Su segunda mujer, joven huérfana, por él per­vertida, le ha dejado a Iván y Aliocha. Iván, poeta y filósofo, vive atormentado por el problema del mal que envilece al mundo. ¿Cómo pueden coexistir Dios y el mal- —"¡Acepto a Dios, simple y directa­mente —exclama—,pero no puedo aceptar el mundo que ha creado!"
 El oprobio de los hombres y el mal hecho a los niños, último extremo de gratuita crueldad, lo lastiman. En una célebre escena de alucinación, Iván entra en explicaciones con el diablo y su vehemente requisitoria se transforma en blasfemia. Dostoievski creyó poder hacer Ha refutación en los capítulos siguientes, presentando un ser "luminoso" que personifica la gracia divina, pero le aconteció como a Dante: su "paraíso no pudo al­canzar la fuerza del infierno".
 En otro pasaje culminante de la novela, Iván abre su corazón a Aliocha y le lee su poema, El gran inquisidoruna de las cum­bres de la literatura universal. Cristo ha vuelto a la tierra, pero ante la opresión o la iniquidad, no puede menos que alterar el orden establecido por el Estado y con­sagrado por la Iglesia. El gran inquisidor encarcela al divino perturbador que ama demasiado a los hombres y pone en ellos excesiva confianza. Secretamente, por la noche, abre la puerta de la cárcel y dice a Cristo: "Vete y no vuelvas más. . .".
Aliocha, el cuarto hijo de Karamazov, ha salido apenas de la adolescencia. Irradia luz, "su alma, precozmente enamorada de cío humano", aspira, 'desde las tinieblas crueles de este mundo a la luz del amor". Sin embargo, es el puro Aliocha quien, en la continuación de la obra que el autor no tendrá ya tiempo de escribir, debía convertirse en el gran pecador, porque lleva una doble marca: la pureza de la madre y la '"lujuria karamazoviana" del padre.
 Para salvar su alma quiere encerrarse en un con­vento. Allí lo fascina la radiante figura del staretz Zossima, gran autoridad moral, al margen de la iglesia. Aliocha le dedica la primera pasión de su "corazón inextingui­ble". El camino recorrido por Zossima, gran pecador arrepentido, es semejante al suyo. A las puertas de la muerte, Zossima ordena a Aliocha que abandone el convento. "Tu lugar no es éste. Yo te bendigo a fin de que hagas tu noviciado en el mundo. Ambularás. Te casarás. Lo habrás probado to­do antes de volver aquí. Tu misión es in­mensa. Te envío porque no dudo de ti. Cristo está contigo.
Si el  príncipe Michkin había sido la encarnación misma de Cristo, Aliocha, destinado a la santidad, vive a su sombra. Y, como Cristo y Michkin, se apro­xima a los niños. Es por eso que ellos tie­nen un papel tan importante en la novela. Los hijos y el padre se debaten en las redes del dinero y la lujuria. Admirables figuras de mujeres, torturadoras y víctimas, al mis­mo tiempo, recorren la novela. Una noche, el viejo es muerto. Caen las sospechas so­bre Dmitri, rival del padre ante la volup­tuosa Grouchenka y, luego de un proceso descrito con todos sus detalles, es conde­nado como parricida. Se trata, sin embar­go, de un error judicial: el delito físico lo ha cometido Smerdiakov, pero todos los hi­jos son culpables; puesto que todos han de­seado la muerte del padre, todos son asesi­nos por el pensamiento.
Los personajes de Los hermanos Karama­zov, están "separados", "escindidos", "divi­didos" entre el bien supremo y la vileza más repudiable, entre la "Virgen y Sodoma", en una lucha permanente contra sí mismos. El título de una parte de la obra Pro y contrapodría ser el título del libro entero y aun de toda la obra de Dostoievski. Durante sus últimos años el escritor, final­mente, pudo trabajar en paz en su retiro de los alrededores de Novgorod. Sin embargo, la tempestad se alojaba en su pecho. Como había escrito El idiota entre los tormentos de una vida errante, pero con "deleite y angustia", así ahora, en su tranquilo retiro, decía en una carta a propósito de Los her­manos Karamazov: "¡No es posible imagi­nar hasta qué punto estoy poseído, día y noche, como un condenado! Trabajo siem­pre, nerviosamente, con afán y con dolor. Escribo un capítulo, lo rechazo y lo escribo de nuevo, una y otra vez. Solamente los pasajes inspirados brotan de inmediato, lo demás exige ardua labor".
Los hermanos Karamazov alcanzaron enor­me resonancia. Ese mismo año, en ju­nio de 1880, Dostoievski conoció, en vida, una verdadera apoteosis. Invitado a Mos­cú para la inauguración del monumento a Puskin, pronunció sobre el poeta nacional un, discurso que se hizo célebre, en el que predicaba al pueblo ruso la virtud suprema de la resignación. Sólo después de su pu­blicación el discurso fue efectivamente en­tendido. En el momento de pronunciarlo, el magnetismo de la personalidad del autor actuó con tal poder que aun los enemigos declarados de esta doctrina de renuncia­miento a la lucha revolucionaria, lo acla­maron frenéticamente.


Fuente: Nina Gourfinkel en Los hombres de la historia, CEAL, Buenos Aires, 1968
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