La descripción
En primer lugar, hay que señalar
que, frente al dinamismo de la narración
(que da cuenta de una serie de acciones que le ocurren a unos personajes en el tiempo),
la descripción se caracteriza por su carácter
estático y contemplativo (teniéndola que situar
en el espacio). La descripción muestra, la narración da cuenta de sucesos. Por otra parte, en toda narración puede haber largas o breves anotaciones descriptivas.
Describir —como define el Diccionario de la Real Academia Española—
es «figurar algo, representándolo que
dé cabal idea de ello»; «representar a alguien o algo por medio del lenguaje,
refiriendo o explicando sus
distintas partes, cualidades o circunstancias». La descripción es una figura retórica (de pensamiento) que ha sido estudiada muy ampliamente por diversos tratadistas. Como señala Lausberg,
la descripción consiste
en mostrar o poner ante los ojos del receptor el objeto descrito,
mediante la enumeración de sus propiedades o características más destacadas, reales o fingidas.
Modalidades descriptivas
En función de las diferentes realidades que puedan ser el objetivo de la descripción, podemos distinguir, en principio, tres modalidades descriptivas: las referidas a los personajes, objetos y espacios o lugares.
Las referidas
a los personajes:
En la descripción de las personas (o personajes literarios) nos encontramos con dos tipologías:
a) La prosopografía, centrada
en la descripción de los rasgos físicos (que puede hacerse desde diversas perspectivas: general o particular, de arriba abajo o viceversa, de derecha a izquierda o viceversa, etc.), como sucede en el autorretrato de Miguel de Cervantes (que aparece en el prólogo
de las Novelas ejemplares):
Este
que veis aquí, de rostro
aguileño, de cabello
castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz curva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes
grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor pues- tos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros;
el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas,
y no muy ligero de pies; este digo que es el rostro
del autor de La Galatea y
de Don Quijote de la Mancha
[...]. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra.
a) La etopeya, centrada en la descripción del modo de ser y actuar, como sucede en este pasaje de La Regenta (en el que se describe —frente a la apariencia discreta— el orgullo y la hipocresía
del Magistral de Pas):
En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían
polvo de rapé, lo más notable era la suavidad de liquen; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud
pegajosa salía un resplandor punzante,
que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas. Aquella
mirada la resistían pocos; a unos les daba miedo, a otros asco; pero cuando
algún audaz la sufría, el Magistral la humillaba cubriéndola con el telón carnoso de unos párpados
anchos, gruesos, insignificantes, como es siempre la carne informe.
Los dos tipos de descripciones pueden darse conjuntamente, como sucede en el ejemplo anterior
de Clarín.
Es preciso tener en cuenta que los dos tipos de descripciones de personajes —muy especialmente la segunda— tienen una gran importancia semántica
en los textos en los que están insertos, ya que apoyan
las ideas que se exponen en ellos, resaltando, en mayor o menor grado, la psicología de los personajes.
Las referidas a los objetos: Describir objetos ha sido una práctica muy habitual en la literatura, con el fin, sobre todo, de añadir un simbolismo a lo narrado, como sucede en este fragmento de la novela Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio:
Era una silla de madera de cerezo barnizada a la muñeca,
con su color rojo líquido,
como el vino de Burdeos. Sus cuatro patas habían echado
raíces en la tierra aluvial de las tejas, y las raíces se extendían
por todo el fondo de la laguna, entrecruzándose las unas con las otras, como
una telaraña, avariciosas de
sorber la poca agua que
allí caía. Avariciosa también
de la racha del tragaluz, estaba la silla cara a la ventana,
y el sol temblaba en las vetas como si corrieran hilos vivos de sangre a lo largo de los travesaños. Tenía toda la silla un aire soñoliento y abandonado.
Las referidas
a los espacios
De la descripción de lugares o espacios se ha ocupado la figura retórica llamada topografía, como puede verse en este fragmento de Gabriel Miró, uno de los novelistas españoles que cultiva con extremada finura esta modalidad de escritura, perteneciente a El libro de Sigüenza:
El huerto estaba todavía blando, redundando del riego de la pasada tarde; y el sol de la mañana se entraba deliciosamente en la tierra
agrietada por el tempero.
En los macizos ya habían florecido los pensamientos, las violetas y algunos alhelíes;
las pomposas y rotundas matas de las margaritas comenzaban a nevarse de blancas estrellas; los sarmientos de los rosales rebrotaban doradamente; los tallos
de las clavellinas engendraban los apretados capullos,
y todo estaba lleno y rumoroso de abejas.
Por encima de los almendros
asomaba la graciosa y gentil ondulación de los collados,
en cuyas umbrías las nieves postreras iban derritiéndose.
Los almendros ya verdeaban; tenían el follaje
nuevo, tan tierno que solo tocándolo se deshacía en jugos; y tan claro,
que se recortaba, se calaba en
el cielo como una
blonda, y permitía que se viera todo el
bello dibujo de los brazos de las ramas, las briznas, los nudos. Comenzaba
a salir de la flor el almendruco apenas cuajado, de corteza velludita, aterciopelada.Con la boca arrancó Sigüenza
uno de estos frutos, recientes, chiquitines y se le fundió en ácida frescura deliciosa.
En la estructura narrativa
—además de las acciones y los personajes— el espacio, junto con el tiempo —el cronotopo, como llamó Mijail
Bajtín—, tiene una gran importancia en todo relato
.
El espacio está también muy relacionado con la historia que
cuente el relato, como puede verse en La colmena, de Camilo José Cela, o en el Ulises,
de Joyce.
El espacio funciona, a veces, como metonimia o metáfora del personaje, al aclarar o justificar su estado anímico, como sucede en este fragmento de La Regenta, de Leopoldo
Alas:
Estaba
Ana en el comedor. Sobre la mesa quedaba
la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había
tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el casino jugando
al ajedrez. Sobre el platillo
de la taza yacía medio puro apagado,
cuya ceniza formaba
repugnante amasijo impregnado
del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta
con pena, como si fuesen ruinas de su mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba
que eran símbolo del universo,
que era así, ceniza, frialdad,
un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además,
pensaba en el marido incapaz
de fumar un puro entero
y de querer por entero
a una mujer. Ella era también como aquel cigarro,
una cosa que no había
servido para uno y que ya no podía servir para otro.
Hay, por otra parte, muchas y diferentes maneras
de considerar y plasmar descriptivamente los espacios en los relatos.
La descripción espacial
tiene, por lo tanto, una especial relevancia
significativa en todo relato.
Fuente: José Romera Castillo, Universidad Nacional de Educación
a Distancia , Madrid, 2013-
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