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28 de mayo de 2020

LOS CANTARES DE GESTA

LOS CANTARES DE GESTA

 

Con la caída del Imperio Romano, en el año 476, comienza la Edad Media y la ex­pansión del cristianismo por Europa. En este período se retomaron antiguas leyen­das y mitos de origen germano y escandinavo en los que aparecían dioses, batallas y héroes. Estos fueron exaltados en las epopeyas, poemas que narraban las haza­ñas de los guerreros más destacados, aquellos que representaban los valores de su comunidad. Se los conoció como cantares de gesta, poemas en verso de extensión variable que no se organizaban en estrofas.
Esta poesía épica se transmitió en forma oral, lo que ha significado la pérdida de poemas completos, en algunos casos, o la conservación solo de fragmentos, en otros. A veces el juglar o bardo que los recitaba era su autor; en otros casos, reelaboraba materiales heredados, recreándolos en cada interpretación. En el lenguaje oral era habitual la inclusión de fórmulas y epítetos que contribuían a la memoriza­ción de las largas tiradas y, además, permitían improvisar los versos a medida que se recitaban.
En general, en los poemas conservados aparecen las figuras del rey y el héroe, y este último, fiel o rebelde, siempre protege a su señor.
 
Evolución de los cantares de gesta
Con el transcurso del tiempo, los cantares de gesta sufrieron alteraciones y los manuscritos dedicados a las aventuras de un mismo héroe fueron agrupados. De este modo los ciclos mostraban una unidad y se alejaban de la difusión oral. A partir de la segunda mitad del siglo XII, muchos se transformaron en novelas de aventu­ras y de caballería en las que las hazañas de los legendarios héroes sobrevivieron hasta los siglos XV y XVI. En España y Portugal se fragmentaron y pervivieron aque­llos episodios más llamativos para el público convertidos en romances. Además, por su valor histórico, tanto cronistas como historiadores los usaron en sus obras.
 
La gesta de Rodrigo Díaz de Vivar
 
Si bien de los cantares de gesta que poblaron Europa, la epopeya castellana fue cronológicamente la más tardía, comenzaremos con su análisis privilegiando su cercanía idiomática para continuar, luego, con otros ciclos que ejercieron influencia sobre su producción.
La épica española está constituida por tres ciclos; el de los con­des de Castilla, que gira en torno de los orígenes de Castilla y del cual no se conserva casi ningún poema. El ciclo francés —del que solo se conserva un fragmento del Poema de Roncesvalles—, que reúne historias sobre el emperador Carlomagno y su sobrino Rol­dan, y sus luchas en defensa del cristianismo en la frontera de los Pirineos. Y el ciclo del Cid, que se centra en la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, nacido hacia 1043 y muerto en 1099, cuya actua­ción tuvo como marco histórico la guerra de la Reconquista española.
El Cantar de Mío Cid es el poema más importante y el más antiguo. Si bien el ma­nuscrito que se conserva es de mediados del siglo XIV, realizado por alguien que lo firma como Per Abbat, la obra suele considerarse de fines del siglo XII o principios del XIII, aunque Ramón Menéndez Pidal, máximo estudioso del poema, sitúa su producción hacia 1140. Este especialista sostiene que la autoría de la obra se debe a dos juglares: uno, vecino de San Esteban de Gormaz, más cercano a los hechos narrados, tanto geográfica como históricamente; y otro, el juglar de Medinacelli, lejano en el tiempo, y que introduce episodios más novelescos. No obstante, otros investigadores suponen la existencia de un único autor.
La obra está constituida por tres partes:"El destierro", "Las bodas" y "La afrenta de Corpes" que se desarrollan a lo largo de 3.730 versos. Al poema le faltan algunas páginas que se suplen con el relato que, de esos mismos hechos, se hace en la Cró­nica de Veinte Reyes.
 
Contexto histórico de la obra
Durante siete siglos la guerra de la Reconquista enfrentó en España a cristianos y moros: desde la invasión árabe en el año 711 hasta la recuperación de Granada, en 1492, por los Reyes Católicos.
Con la muerte de Fernando I, rey de Castilla y de León, y baluarte de la Recon­quista cristiana, en 1065, sus tierras se reparten entre sus hijos: a Sancho le corres­ponde Castilla; León es para Alfonso, y Galicia, para García. A sus hijas, doña Urraca y doña Elvira les corresponden Zamora y Toro, respectivamente. Como Sancho de­sea reunificar el reino de su padre, conspira para quedarse con Galicia, y más tarde, con la ayuda del Cid, con las tierras de Alfonso. Por un breve período, Sancho logra ser rey de Castilla y León, hasta que es asesinado en 1072. Alfonso encarcela en­tonces a su hermano García, quien muere en prisión en 1090, y recupera el trono, convirtiéndose en el único rey.
Años más tarde, en 1080, Rodrigo Díaz de Vivar, que servía a los reyes musulma­nes de Sevilla y Zaragoza, va a Sevilla a cobrar las parias, tributo que un rey pagaba a otro en reconocimiento de superioridad. El noble García Ordóñez organiza un ataque contra el rey de Sevilla, pero el Cid lo vence y esto genera su odio y el de la familia de Carrión. El noble acusa a Ruy Díaz ante el rey Alfonso de retener parte del botín de Sevilla que debía entregarle. El rey cree la mentira y destierra al Cid.
 
Las grandes gestas europeas
 
A partir del siglo X los pueblos que constituían el Imperio Romano hablaban lenguas distintas, germánicas o románi­cas, que dan origen a las literaturas nacionales.
Los poemas épicos se desarrollaron en dos grandes zo­nas: la germánica, al norte, que incluye la obra anglosajona Beowulf; la islandesa, que narra las hazañas de las divinida­des Odín y Thor y de los héroes Sugurd, Gudrún y Atila; y la alemana, cuyo ciclo más famoso es el de los nibelungos.
En el sur, la zona románica, con los ciclos de Francia dedi­cados a las hazañas de Carlomagno y sus caballeros —cuyo poema más famoso es la Chanson de Roland o el Cantar de Roldan—; y el ciclo español con el Poema del Cid.
Muchos estudiosos entienden que esas narraciones, ba­sadas en hechos históricos pero ricas en proezas fantásticas, surgieron por la necesidad de los pueblos de pelear por un mundo mejor, más ordenado, donde se destacasen grandes líderes. Además de las razones políticas, se estima que estos poemas respondían también a la necesidad de encontrar códigos morales, regidos por leyes éticas, espirituales y religiosas.
Como consecuencia nacieron historias tan poderosas que no se perdieron con el paso del tiempo, a tal punto que siguen presentes en libros, películas, óperas, se­ries de televisión, dibujos animados, y se mantienen vivas en la cultura tradicional colectiva y anónima, en los relatos populares y los cuentos de hadas.
 
La epopeya germánica: Beowulf
 
Beowulf es un poema épico compuesto en inglés antiguo, que la crítica ha ubi­cado entre los siglos VIII y XII. Conservado en el códice Nowel o Cotton Vitellius, en la Biblioteca Británica, el poema narra las hazañas del héroe Beowulf que lucha contra el ogro Gréndel y su madre para defender a los daneses, y cincuenta años más tarde, contra un feroz dragón que ataca su reino.
Como obra de la Edad Media, el poema narra hazañas que se produjeron du­rante las invasiones bárbaras en Inglaterra, entre los siglos V y VI. Los estudiosos reconocen la influencia del folclore en las leyendas acerca del héroe Beowulf, resca­tadas por uno o dos copistas cristianos que se basaron en poemas existentes.
La obra consta de 3.182 versos, en los que abunda la aliteración, es decir, la re­petición interna de sonidos. Este recurso estructura el verso, a diferencia de la rima al final de cada línea, que cumple ese papel en la tradición ligada a las lenguas ro­mances y en la poesía moderna. Este tipo de verso, llamado germánico, se divide en dos hemistiquios separados por una cesura, y cada una de estas mitades tiene dos sílabas fuertemente acentuadas. El poeta germánico también contaba con una serie de recursos, como los epítetos o fórmulas poéticas, para reforzar la aliteración.
Muchos expertos han interpretado la obra no solo como una recopilación de antiguos cantares, sino básicamente como una alegoría cristiana, en la que el hé­roe es el paladín de la luz enfrentado a la maldad, representada esta última no por enemigos humanos sino por monstruos, como ogros y dragones. En este sentido, se pierde el carácter trágico de la muerte de Beowulf, en la medida en que, a costa de su propia vida, es capaz de salvar a sus semejantes.
 
El mester de juglaría
Durante el Medioevo, en una sociedad casi por completo iletrada y donde la oralidad era dominante, la figura del juglar adquirió una enorme importancia para la actividad literaria y la conservación del patrimonio cultural.
La palabra mester significa "oficio", "arte", y en este caso hace referencia a la pro­fesión de los juglares. Estos componían o reelaboraban los poemas épicos que re­citaban ante el público que se congregaba para escucharlos. Además, tenían dotes actorales: dominaban la gestualidad y el espacio escénico y, en ocasiones, se acom­pañaban con instrumentos musicales.
La literatura juglaresca reunía las siguientes características:
Oral: como la gran mayoría de la población era analfabeta, la literatura fue compuesta para ser escuchada, mediante la recitación o la lectura en voz alta.
Popular: dirigida al pueblo en general, sin distinción de clases sociales.
Tradicional: el héroe encarnaba los valores de una comunidad —la valentía, la fidelidad al rey, el amor paterno, entre otros— que, transmitidos oralmente, perdu­raban a través de las generaciones.
Anónima: no es posible atribuir la autoría a un juglar determinado y solo hay registro de algún copista que no fue, necesariamente, el autor.
 
 
 
Fuente: AA. VV,  Literatura ES 4,  Ed. Tinta Fresca,  Buenos Ares, 2011
 


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