La adolescencia suele asociarse a la voluntad de transgresión. Para el protagonista de Los cachorros —del escritor peruano y premio Nobel 2010 Mario Vargas Llosa—, violar las leyes sociales constituye, sin embargo, la única respuesta a su imposibilidad de adaptación. Aunque lo desee, no puede ser uno más. Y solo el sufrimiento lo redime, en parte, ante la mirada de los otros.
Adolescencia
en Lima
Tal
vez porque extrañaba el mundo limeño, en especial el aristocrático distrito de
Miraflores, en 1966 Mario Vargas Llosa escribió Los cachorros. Hacía ya
varios años que el escritor peruano no residía en su país. Lima había sido el
escenario de su primera gran novela, La ciudad y los perros, publicada
en 1963. Volver literariamente a esa ciudad, a la década de 1950, a los
colegios de varones y a los personajes adolescentes —tópicos ya presentes en
aquella primera obra— pudieron haber sido los motivos principales para contar
la historia de Pichula Cuéllar.
Los
cachorros es un relato de iniciación. En cuanto a la
estructura, es una novela corta, más extensa que un cuento, y de estructura más
compleja y menos cerrada. Narra la vida de Pichula Cuéllar, único hijo de una
familia acomodada, a partir de su ingreso al tercer grado del colegio
Champagnat. La obra da cuenta también del proceso de crecimiento de su grupo
de amigos de Miraflores, en la época de expansión del cine, la radio y el
consumo de bienes masivos. A esos jóvenes alude el título del relato.
Sin
embargo, desde el momento en que un perro ataca al protagonista y lo hiere en
los genitales, intuimos que la vida de Pichula Cuéllar —así apodado desde el
accidente— será diferente de la de sus compañeros. El ingreso en la
adolescencia y la relación con las mujeres constituyen experiencias a tal
punto conflictivas que, lentamente, lo vuelven un marginal. Mientras tanto, sus
amigos comienzan a crecer, a hacerse adultos, y a distanciarse de Cuéllar.
Las
voces que dicen y las que callan
Al
parecer, Vargas Llosa tomó de una crónica periodística la idea que constituye
el conflicto inicial del relato. La noticia informaba que un niño había sido castrado
por un perro. En Los cachorros, sin embargo, jamás son mencionadas las
secuelas que el ataque del animal deja en el cuerpo del protagonista. El
silencio constituye, de hecho, uno de los temas del relato: en los días
posteriores al accidente, los maestros del colegio prohíben a los alumnos
mencionar este hecho, y los padres de Cuéllar le aconsejan contar de manera
distorsionada lo sucedido. Pero ninguno puede mantener el silencio. A medida
que los personajes crecen, el daño físico del protagonista se volverá un tabú,
incluso dentro de su círculo más íntimo, y la tensión entre el callar y el
hablar irá en aumento. El mismo Cuéllar, "queriendo y no queriendo
hablar", apenas puede referirse a su problema "a media voz" o
tartamudeando.
Esa
tensión no solo se presenta como tema en la historia narrada, sino que además
estructura el relato en el nivel del discurso, en la forma en que los hechos
son relatados. El texto también calla o escatima información al lector: se
suprimen los verbos, no se aclara quién formula una frase, o distintos puntos
de vista y personas narrativas se alternan en forma constante dentro de un
mismo enunciado. Esa suma de procedimientos genera un ritmo de lectura
vertiginoso y provoca desconcierto. El lector, como los personajes, debe intuir
lo que sucede. Es la única forma de saber; hay que interpretar las miradas,
unir los fragmentos:
¿Por
qué no tenía enamorada? Ellos se miraban de reojo, Lalo se reía, Fina qué les
pasa, a qué venían esas carcajadas, cuenten. [...] Tal vez no saben pero
cualquier día van a saber.
Sobre
el final, ya no importa saber acerca de Cuéllar, el que fue diferente. En el
último párrafo, el relato se centra en "los cachorros", ya
"hombres hechos y derechos", sobre los que no parece haber nada
peculiar para decir. En el plano del discurso, el sujeto colectivo y los
diminutivos acentúan la idea: "teníamos todos mujer, carro, hijos [...] y
se estaban construyendo una casita para el verano", y comenzaban a tener
"barriguitas" y "arruguitas".
Nada
que contar, excepto la ausencia de particularidades, la similitud de sus vidas.
Existencias, parece
decir el texto, también diminutas.
FUENTE:
Literatura V- Huellas-; Ed. Estrada,
Buenos Aires, 2015.
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