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28 de marzo de 2021

Análisis y resumen de Los cachorros de Mario Vargas Llosa



La adolescencia suele asociarse a la voluntad de transgresión. Para el protagonista de Los cachorros —del escritor peruano y premio Nobel 2010 Mario Vargas Llosa—, violar las leyes sociales constituye, sin embargo, la única respuesta a su imposibilidad de adaptación. Aunque lo desee, no puede ser uno más. Y solo el sufrimiento lo redime, en parte, ante la mirada de los otros.

Adolescencia en Lima

Tal vez porque extrañaba el mundo limeño, en especial el aristocrático distrito de Miraflores, en 1966 Mario Vargas Llosa escribió Los cacho­rros. Hacía ya varios años que el escritor peruano no residía en su país. Lima había sido el escena­rio de su primera gran novela, La ciudad y los pe­rros, publicada en 1963. Volver literariamente a esa ciudad, a la década de 1950, a los colegios de varones y a los personajes adolescentes —tópicos ya presentes en aquella primera obra— pudieron haber sido los motivos principales para contar la historia de Pichula Cuéllar.

 Juventud, divino tesoro

Los cachorros es un relato de iniciación. En cuanto a la estructura, es una novela corta, más extensa que un cuento, y de estructura más com­pleja y menos cerrada. Narra la vida de Pichula Cuéllar, único hijo de una familia acomodada, a partir de su ingreso al tercer grado del colegio Champagnat. La obra da cuenta también del pro­ceso de crecimiento de su grupo de amigos de Miraflores, en la época de expansión del cine, la radio y el consumo de bienes masivos. A esos jó­venes alude el título del relato.

Sin embargo, desde el momento en que un perro ataca al protagonista y lo hiere en los ge­nitales, intuimos que la vida de Pichula Cuéllar —así apodado desde el accidente— será diferente de la de sus compañeros. El ingreso en la adolescencia y la relación con las mujeres cons­tituyen experiencias a tal punto conflictivas que, lentamente, lo vuelven un marginal. Mientras tanto, sus amigos comienzan a crecer, a hacerse adultos, y a distanciarse de Cuéllar.

 

Las voces que dicen y las que callan

Al parecer, Vargas Llosa tomó de una cró­nica periodística la idea que constituye el con­flicto inicial del relato. La noticia informaba que un niño había sido castrado por un perro. En Los cachorros, sin embargo, jamás son men­cionadas las secuelas que el ataque del animal deja en el cuerpo del protagonista. El silencio constituye, de hecho, uno de los temas del re­lato: en los días posteriores al accidente, los maestros del colegio prohíben a los alumnos mencionar este hecho, y los padres de Cuéllar le aconsejan contar de manera distorsionada lo sucedido. Pero ninguno puede mantener el silencio. A medida que los personajes crecen, el daño físico del protagonista se volverá un tabú, incluso dentro de su círculo más íntimo, y la tensión entre el callar y el hablar irá en aumento. El mismo Cuéllar, "queriendo y no queriendo hablar", apenas puede referirse a su problema "a media voz" o tartamudeando.

Esa tensión no solo se presenta como tema en la historia narrada, sino que además estruc­tura el relato en el nivel del discurso, en la for­ma en que los hechos son relatados. El texto también calla o escatima información al lec­tor: se suprimen los verbos, no se aclara quién formula una frase, o distintos puntos de vista y personas narrativas se alternan en forma cons­tante dentro de un mismo enunciado. Esa suma de procedimientos genera un ritmo de lectura vertiginoso y provoca desconcierto. El lector, como los personajes, debe intuir lo que sucede. Es la única forma de saber; hay que interpretar las miradas, unir los fragmentos:

¿Por qué no tenía enamorada? Ellos se mira­ban de reojo, Lalo se reía, Fina qué les pasa, a qué venían esas carcajadas, cuenten. [...] Tal vez no saben pero cualquier día van a saber.

Sobre el final, ya no importa saber acerca de Cuéllar, el que fue diferente. En el último pá­rrafo, el relato se centra en "los cachorros", ya "hombres hechos y derechos", sobre los que no parece haber nada peculiar para decir. En el plano del discurso, el sujeto colectivo y los diminutivos acentúan la idea: "tenía­mos todos mujer, carro, hijos [...] y se esta­ban construyendo una casita para el verano", y comenzaban a tener "barriguitas" y "arruguitas".

Nada que contar, excepto la ausencia de particularidades, la similitud de sus vidas. Existencias, parece decir el texto, también diminutas.

 

FUENTE: Literatura V- Huellas-;  Ed. Estrada, Buenos Aires, 2015.


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