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21 de noviembre de 2022

Análisis de Una flor amarilla de Julio Cortázar

 


En “Una flor amarilla”, un narrador en primera persona (que llamaremos “narrador testigo”), introduce la historia de un hombre marcado por las vicisitudes de la vida. Se trata de un jubilado, solitario, abandonado por su mujer, borracho y de apariencia culta. Aunque “tenía la cara reseca y ojos tuberculosos”, también tenía “las uñas cuidadas y nada de caspa”. Con estas breves pinceladas retrata al personaje que inmediatamente se convertirá en el narrador principal, que llamaremos “narrador protagonista”.

Todo pasa dentro de un orden regular, excepto por una obsesión que expresa el narrador protagonista: su certeza de que era un hombre mortal. El único mortal. Por descarte todas las demás personas serían inmortales porque      habrá alguien que repite su historia, y a su vez, esta historia será repetida por alguien que vendrá.

Este hombre, de quien no sabemos su nombre había visto en un autobús a un chico de unos trece años, que luego de observarlo detenidamente comprendió que se parecía mucho a él. La sospecha se corrobora cuando, tras buscarle conversación, comprueba que es su misma voz y su propia apariencia, que recuerda tan similar a él cuando tenía la misma edad del chico.

La historia ocurre en París. Los espacios están delimitados por los nombres de los lugares, por las calles que recorre, esta vez junto al chico a quien ha decidido seguir. Todo concuerda de una manera natural: “Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación”. Cuando el hombre trata de comprender lo que pasaba, todo se volvía “borroso o estúpido”, pero advierte que cada detalle concuerda con hechos de su propia existencia.

Así comienza a conformarse un “paralelismo” entre dos trayectorias vitales: la del narrador protagonista y la de Luc, quien no tiene voz en el relato, pero sobre el que giran todas las acciones: “Lo  que  había  empezado  como  una  revelación  se  organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad”. Desde el principio sabemos la certeza: “Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales”.

En la geometría, dos líneas paralelas no se cruzan jamás. La vida como un continuum implica una línea que se prolonga hasta la muerte. Pero en este caso, se trata, según el narrador, de “Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio...”.

Una de las condiciones necesarias para que ocurra lo fantástico es que alguien dude: el narrador, los personajes o el lector. En este caso es el narrador testigo quien admite la naturalidad del paralelismo y, sin embargo, duda. El encuentro entre ambos personajes pudo ser producto de una casualidad, pero después empezaron las dudas, porque en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar”.

El drama del narrador protagonista se produce no sólo por haber conseguido su doble y continuador, sino porque aquél iba a repetir su misma historia: “iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa”. Sin embargo, esa certeza, asumida con absoluta naturalidad, produce el contacto entre dos mundos: uno fantástico y otro que para el narrador es real. Ambos “se funden del  mismo  modo en  que  se  entrecruzan  el mundo  subjetivo y el  mundo  objetivo  en  el  proceso  normal  de  la percepción y la conceptualización humanas” (Hartmann, 1969: 541). Ahora veremos cómo esta percepción se torna un reflejo especular:

 

En la medida en que el narrador protagonista se interna en el ámbito familiar de Luc, corrobora cada vez más sus sospechas. Ya tiene registrada la certeza: “Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga”. Aquí se construye un reflejo especular, siguiendo los detalles pormenorizados. Continúa el narrador protagonista: es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado encuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo”.

Aunque pudiera tratarse de coincidencias, para el caso del narrador protagonista, todo comenzó con una “revelación” que ocurre en el autobús. Luego continúa exponiendo otras coincidencias, que el narrador denomina secuencias, lo que para él es difícil de explicar “porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia”.La anécdota del enamoramiento no correspondido a temprana edad equivaldría a los “machucones y pleuresías que se viven luego”. Otra coincidencia está en el apego a un juguete infantil. El mecano, en el caso del narrador protagonista y un avión de hélice que éste le obsequió a Luc por su cumpleaños.

Ambos juguetes les fueron arrebatados de las manos. Alguien robó el mecano del narrador y Luc perdió el avión de hélice cuando éste salió volando por la ventana del lugar donde estaba jugando. Al mismo tiempo, en las circunstancias de ambos, ocurrió una tragedia: en el caso del primero, cayó un rayo en el chalet de enfrente de su casa y en el caso de Luc se produjo un incendio, también en la casa de enfrente. Esto tiene consecuencias significativas para el manejo de la idea del paralelismo y, más aún del destino como otro de los motivos del relato.

Aunque la madre de Luc quisiera para él un buen destino (educación en artes y oficios) para que modestamente pudiese construir lo que ella llamaba su “camino en la vida”, este camino ya estaba negado de antemano. El narrador lo sabe pues conoce el destino de Luc, pero no puede ni debe advertirlo a sus familiares: “ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo”.Lo peor es que este destino está marcado por su propia fatalidad: la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio”. Este paralelismo da al narrador otra certeza, también marcada por la fatalidad: “lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda”.

Hagas lo que hagas ya todo está escrito. No puedes escapar de tu destino, pareciera ser la resignada conciencia del narrador. Esto niega el sentido de cada proyecto de vida como único e irrepetible, que impulsa la existencia de los seres a labrarse su propio camino. Este principio, según la lógica del relato, está negado: “una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío”.

El plano del narrador se cierra cuando coinciden en un punto, mediado por la enfermedad, las vidas de Luc y el narrador protagonista. Aquí las líneas paralelas se cruzan, desafiando la lógica geométrica.

Ante este paralelismo, el narrador se ha involucrado tanto en la vida de Luc que hasta se convierte en su enfermero. La casa del muchacho está a la deriva. El narrador puede comprar los medicamentos en una farmacia de descuentos. No hay una atención cuidadosa al paciente, “el médico entra y sale sin mayor interés”.

Conclusiones

En el caso del relato de Cortázar, el narrador protagonista, consciente de su miseria no desea que ésta se repita y pretende negarse a mismo anulando al otro. Luc es él mismo pero anulado. Esta anulación es relativa pues, al parecer, Luc ha renacido en la flor. En ese sentido, la inmortalidad completa el ciclo: “a pesar de la finitud que define al hombre, vendrá después de la muerte, otro hombre que repetirá análogamente los mismos juegos, las mismas caídas, las mismas dificultades y sucesos en la vida, aunque en un contexto espacial y temporal distinto; y a ese otro, sin duda le sucederá otro” (Ríos Baeza, 2012: 206)

El narrador testigo, que ha funcionado como intermediario entre las dos vidas paralelas es quien cierra el ciclo. Se sale de la historia al dejar de reproducir el relato del narrador protagonista. Con la expresión “Pagué” anula el continuum del relato, cierra la continuidad del espacio-tiempo, cierra la propia voz y la del otro, y con ello la certeza de la mortalidad se torna fallida. Con esto podríamos interpretar que la visión de Cortázar respecto de la muerte, en este relato, tiene una perspectiva optimista. Quizás esa visión se altere en otras obras, como Rayuela, donde la flor amarilla aparece vinculada a la repetición. Veamos cómo en la novela el narrador evocando a la Maga afirma:

Nunca te llevé a que madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad terrible sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. (Cortázar, 1996: 12)

Así pues, la idea de la repetición puede comprobarse en algunos actos de la vida, que se prolongan en el tiempo y atan al sujeto a una irremisible condición de permanencia. Eso tal vez, en lugar de ser una señal positiva, se le interpreta más bien con una profunda carga negativa: “espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones”. En el relato, por el contrario, la percepción del narrador representado tiene otra certeza: haberse liberado de la posibilidad de seguir siendo en la continuidad de Luc. Sin embargo, esa continuidad subsiste en la flor que, no obstante su fugacidad, se afirma en su sola presencia para demostrarnos cómo la vida continúa de (otras) muchas maneras.


FUENTE: Gregory Zambrano

Universidad de Tokio/ Universidad de Los Andes

REVISTA CONTEXTO Nº 20




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