ANÁLISIS DE DILES QUE NO ME MATEN DE JUAN RULFO
Este cuento,
contenido en su libro El llano en llamas, presenta una
situación real y objetiva en la cual luego aparecen algunos de los rasgos más
característicos de la narrativa de Rulfo: la transposición del tiempo presente
en pasado, el punto de vista del narrador testigo que adopta la posición del
protagonista y el diálogo dramático.
“¡Diles que no me maten!” parece a primera vista una manifestación rezagada del criollismo.
El cuento
puede dividirse en tres unidades que se integran progresivamente:
I. Un
hombre es amarrado a un horcón para ser fusilado. Éste implora a Justino (su
hijo) para que interceda y le salve la vida.
II.
Ese
hombre es Juvencio Nava, y en la soledad de la noche anterior al fusilamiento
recuerda un episodio central, en su vida pasada: el asesinato de Don Lupe
Terreros, su compadre.
III. El
coronel que ha mandado a los cuatro soldados es hijo de Don Lupe y vengador
ahora de la muerte de su padre.
La historia
del asesino de su compadre y la del hijo vengador se cierran con el cadáver que
el otro hijo (Justino) lleva encima de un burro para el velorio en Palo de
Venado.
LA IDENTIDAD DEL
PROTAGONISTA
La identidad
y el nombre del protagonista se revelan a través de su propia memoria y del
pasado que no ha redimido al asesino después de cuarenta años de huir de la
muerte. Su conciencia es la que ha provocado la desazón y el movimiento del que
huye inútilmente de la fatalidad. Amarrado al horcón no se puede estar quieto.
Después del fusilamiento encuentra su paz y la quietud:
Lo habían traído de
madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado
a un horcón, esperando. No se podía estar quieto.
Ahora, por fin, se
había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón.
El
narrador testigo ocupa
el mismo lugar que el protagonista y esta dualidad ofrece una perspectiva
doble, en cuanto el lector no logra dilucidar si el relato está contado desde
adentro del personaje o simplemente desde afuera de él. Ambos, testigo y protagonista,
parecen ser la misma persona que narra.
UNIDADES DE TIEMPO Y SU
AMBIGÜEDAD
En la
economía expresiva sobre la base de la cual se estructura el cuento, el narrador
nos ofrece tres cuadros patéticos que se desarrollan entre las escasas horas de
la noche en que es apresado Juvencio, la madrugada y el día de su fusilamiento.
En la
primera escena, el diálogo dramático entre padre e hijo se enriquece con la
aparición del narrador testigo que se confunde con el narrador protagonista. Mediante
esta interposición el relato borra las fronteras entre la realidad objetiva y
la realidad interior:
Realidad objetiva. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó
hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: ...
Realidad subjetiva. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino
porque tuvo sus razones. Él se acordaba...
En esa sucesión
entre el relato de afuera y el relato desde adentro de la conciencia del
personaje, el narrador alcanza en su última acción narrativa el terreno del relato enmarcado.
Las comillas nos indican que el relato en primera persona ("Y me mató un novillo") toma el punto de vista del
protagonista a través del recuerdo.
Mediante
esta técnica de interpolar, a) el diálogo entre Justino y su padre; b) narrador
testigo; c) narrador protagonista que recuerda su pasado, se une sutilmente el
tiempo real (presente) y el tiempo evocado (pasado).
En la segunda escena
vuelve al tiempo presente cronológico.
Ahora el punto de vista del narrador se sitúa en el mismo lugar (afuera) en
donde están el condenado y los soldados. Desde adentro del local el coronel
musita la historia de su padre asesinado y el castigo para el culpable. El
narrador nos dice: "Desde acá, desde
afuera, se oyó bien claro cuánto dijo". Otra vez ha habido un desplazamiento de la
perspectiva del narrador.
En la última
escena, Justino se aleja con el cadáver de su padre y habla con él. No
obstante, por tercera vez, el narrador se confunde en su punto de vista
impreciso para relatar.
¿Es un narrador
omnisciente, un narrador testigo o el narrador protagonista (ya muerto) el que
nos dice esta frase clave en el cuento:
"Ahora, por fin, se había
apaciguado"?
Esa
ambigüedad o indecisión en el cuento es la que crea ante el lector un clima de
realidad y de irrealidad. Dicha ambigüedad se complementa con el uso de un
lenguaje coloquial, teñido de mexicanismos, que utilizan los distintos
narradores.
“¡Diles que no me maten!” parece a primera vista una manifestación rezagada del criollismo.
El protagonista es el mismo campesino trágico de Jorge Ferretis y de tantos otros autores de la Revolución Mexicana. Abunda el diálogo con un sabor muy mexicano pero sin la transcripción de las formas dialectales tan típica de los criollistas.
A diferencia de éstos, se evita la especificidad cronotópica, y el protagonista y su víctima no son los personajes muy pobres de “Hombres en tempestad” sino los dueños de los ranchos. Además de distinguirse del criollismo, el cuento de Rulfo representa también una excepción al exotismo de los cosmopolitas sin dejar de pertenecer a este grupo a causa del sentido cósmico del protagonista más individualizado y su técnica experimental.
La profusión de escenas simultáneas con el cambio rápido del punto de vista da la impresión de un cuadro cubista con sus múltiples poliedros. La presentación varía entre diálogos, narración y recuerdos con cuatro puntos de vista, de Juvencio, de su hijo, del coronel y del narrador.
Los cuatro diálogos desempeñan un papel fundamental marcando el principio (Juvencio y su hijo Justino), el fin (Justino y el cadáver de su padre) y los motivos tanto por el crimen (Juvencio y don Lupe) como por el castigo (el coronel, el soldado y Juvencio).
La intervención del autor como narrador se hace sutilmente con un estilo seudopopular a la manera de Hemingway para no romper el tono. Las oraciones son breves y contundentes, el vocabulario es sencillo y predominan los verbos. Los recuerdos de Juvencio y del coronel, presentados a través del autor lo mismo que directamente, sirven para aclarar la trama sin entrar en el mundo surrealista del subconsciente.
El propósito de la técnica experimental en este cuento no es tanto el desafiar al lector a que resuelva un rompecabezas como hacer resaltar la vida trágica del hombre rural mexicano. Juvencio y los otros personajes son individuos y a la vez podrían reunirse para formar el retrato eterno del hombre universal sufrido. Juvencio tiene sesenta años de estar identificado con la tierra. Por una cuestión de pasto, mató a su vecino y se ha sentido perseguido por treinta y cinco años. Cuando su mujer lo abandonó, ni quiso buscarla. A pesar de todo, su obsesión ha sido continuar viviendo. De ahí proviene la emoción de la súplica titular, “¡Diles que no me maten!”, dirigida primero al hijo y después al coronel.
El hijo Justino acompaña a su padre en el momento supremo, pero no se atreve a intervenir. Teme por su propia vida y piensa en su esposa y en los ocho hijos. Su casi indiferencia ante la muerte de su padre hace contraste con la actitud del coronel que sintió más la muerte del suyo porque ocurrió cuando él era más joven: “Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta.”
El afán de venganza del coronel no le permite perdonar a Juvencio, pero no puede reprimir del todo su compasión humana: “—Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.”
La aplicación de una técnica experimental a un tema nacional demuestra la madurez del cosmopolitismo. Igual que el modernismo, el cosmopolitismo ha enriquecido la temática, la técnica y el estilo del género.
Las innovaciones de los modernistas fueron aplicadas a temas nacionales por los primeros criollistas. Las innovaciones de los cosmopolitas ya se están aplicando a temas nacionales también. Juan Rulfo, que publicó en 1953 su colección de cuentos, El llano en llamas, dos años después publicó la novela Pedro Páramo que fundió a la perfección temas, personajes y espacios nacionales con arquetipos universales mediante una técnica experimental bastante novedosa y genial.
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[1917-1986]
Mexicano. Nació en Sayula, Jalisco. Pasó su niñez en la hacienda de sus abuelos. En 1924 perdió a su padre: “lo mataron una vez cuando huía... y a mi tío lo asesinaron, y a otro y a otro... y al abuelo lo colgaron de los dedos gordos, los perdió... todos morían a los 33 años”. Pocos años después se le murió su madre. Estudió para contador y trabajó en la Oficina de Migración, la Compañía Goodrich y la Comisión del Papaloapan. Publicó sus primeros cuentos en la revista Pan de Guadalajara. Sus únicos dos libros son muy conocidos y estimados: la colección de cuentos El Llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955), ambas publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Después de un silencio editorial de más de veinte años, Rulfo se reveló en 1980 como guionista de cine y como fotógrafo en El gallo de oro y otros textos para cine y en Inframundo o El México de Juan Rulfo.
FUENTE: SEYMOUR MENTON
El Cuento Hispanoamericano
ANTOLOGÍA CRÍTICO-HISTÓRICA-
COLECCIÓN POPULAR
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
MÉXICO