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5 de agosto de 2012

Análisis-resumen de Un señor muy viejo con unas alas enormes


Análisis-resumen de Un señor muy viejo con unas alas enormes de Gabriel García Márquez

En este cuento escrito por García Márquez hacia 1968 y que forma parte del volumen La increíble historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972) propone una origi­nal lectura de la identidad latinoamericana a través de la poética del Realismo Mágico. La irrupción de un patéti­co ser angélico en un pequeño pueblo y las curiosas hipóte­sis acerca de su identidad plantean una inversión respec­to del imaginario sobre América. La visión del continen­te como tierra pródiga en milagros generada por los textos de los primeros cronistas europeos subyace a este relato y hace creíble la visita de tan insólito huésped.
Hacer creíble lo increíble, humanizar lo divino, aceptar lo absurdo y proponer antítesis humorísticas son las estrategias que sabiamente maneja García Márquez para ficcionalizar las paradojas de una tierra donde las fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, lo cierto y lo incierto, lo racional y lo mágico, la historia y el mito son borrosas y esquivas. Esas características, precisamente, son las que les hacen difícil al hombre y a la mujer latinoameri­canos saber, a ciencia cierta, quiénes son y adónde se encuentran.

La situación inicial del texto presenta un marco familiar cuyo orden co­tidiano está amenazado por un desborde de la naturaleza: las lluvias inten­sas y la invasión de cangrejos. Pero el elemento perturbador, lo que más al­terará la vida familiar, no serán los excesos de la naturaleza -a los que la pareja caribeña ya está habituada- sino la aparición de un ser sobrenatural en el fondo del patio de su casa.

A partir de este elemento, el autor pone en funcionamiento la estrategia narrativa básica de este cuento: la desacralización de lo sagrado. En pri­mer término, se procede a la desvalorización de los poderes angélicos, ya que los milagros se traducen en una suerte de premio consuelo: "milagros de consolación". Pasada la euforia de la novedad, su condición angélica se ve re­ducida a la de mascota familiar: "[...] soportaba las infamias más ingeniosas [del niño] en una mansedumbre de perro sin ilusiones". Por último, en un crescendo humorístico, es desplazado en el interés de los habitantes del pueblo por la llegada de la conmovedora y absurda mujer araña.

¿Qué hay de latinoamericano en este pueblo acostumbrado a las visitas extrañas? ¿qué hay de represen­tativo o de típico o ejemplar en la actitud de sus habitantes? Este pueblo cálido y húmedo en el que el ángel cansado ate­rriza puede ser cualquier pueblo del Caribe, pero también cualquier aldea perdida entre cerros o llanuras del continente americano, donde las distancias son vastas y los paisajes in­conmensurables, porque la característica significativa del ámbito en que se desarrolla la acción es su condición de espacio geográfico sin fronteras precisas. Así, el texto di­ce: "El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un  caldo de lodo y mariscos podridos".

El transcurrir del tiempo lineal está dado por la llega­da, la permanencia y la partida del ángel, y el creci­miento del niño de Pelayo y Elisenda que pasa de "recién nacido" a "escolar". Paralelamente, la acción narrativa está marcada por la sucesión de los ciclos naturales: "(...) a prin­cipios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras".

 La inmutable sucesión de las estaciones, el tiempo circular de la naturaleza es el que devuelve fi­nalmente el equilibrio a la vida pueblerina y a la fami­lia. Por eso, como las circulares y concéntricas capas de la cebolla que pela Elisenda en el desenlace del texto, el tiempo cíclico que se va para volver, esta vez, trajo un ángel cansado y bastante humano, pero ¿quién puede saber qué traerá la próxima vez?

A pesar de la prosperidad económica que el señor alado aportó a la casa, su dueña, al igual que la vecina sabia, desconfía, en su fuero íntimo, de este enviado celestial. Los ángeles suelen ser portadores de buenas nuevas, pero también, pueden ser emisarios de la muerte. Por eso, "Elisenda ex­haló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas [. . .}. Siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pu­diera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su  vida”. Por más inofensivo y rentable que resulte, siempre es inquietante tener a un extraño en la casa, y más, si no es de este mundo.

Visitantes, forasteros, viajantes solitarios, extranjeros, siempre llegando y partiendo, son una constante en la literatura y en la historia de América latina. Algo buscan, algo encuentran, algo se llevan. Pueden ser conquista­dores, aventureros, inmigrantes, gringos o ángeles caídos, pero dejan su huella en tierra americana para siempre.

El oxímoron contenido en el clamor de Elisenda opera como síntesis y metáfora de este destino cíclico y paradójico de los latinoamerica­nos: "iQué desgracia vivir en este infierno de ángeles!". En efecto, la circulari­dad del relato bien puede ser la de los vaivenes sociales y políticos de Amé­rica latina; y la contradicción que implica vivir en un "infierno lleno de án­geles" es la de una identidad cruzada de razas y de tradiciones diversas.

Cuando, en 1992 García Márquez recibió el Premio Nobel, declaró:
"Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy po­co a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insu­ficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Es­te es el nudo de nuestra sociedad". En la década de 1960, el autor colom­biano había asumido el desafío al que se refería en su discurso. Había lo­grado acceder a los complejos nudos de la identidad la­tinoamericana que el Realismo narrativo tradicional no lograba desatar; había utilizado, para ello, los recur­sos del Realismo Mágico.



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