Análisis-resumen de Un señor muy viejo con unas alas enormes de Gabriel García Márquez
En este cuento escrito por García Márquez hacia
1968 y que forma parte del volumen La increíble
historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972) propone una original
lectura de la identidad latinoamericana a través de la poética del Realismo Mágico.
La irrupción de un patético ser angélico en un pequeño pueblo y las curiosas
hipótesis acerca de su identidad plantean una inversión respecto del imaginario
sobre América. La visión del continente como tierra pródiga en milagros generada
por los textos de los primeros cronistas europeos subyace a este relato y hace creíble
la visita de tan insólito huésped.
Hacer creíble lo increíble, humanizar lo divino, aceptar
lo absurdo y proponer antítesis humorísticas son las estrategias que sabiamente
maneja García Márquez para ficcionalizar las paradojas de una tierra donde las
fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, lo cierto y lo incierto, lo racional
y lo mágico, la historia y el mito son borrosas y esquivas. Esas características,
precisamente, son las que les hacen difícil al hombre y a la mujer latinoamericanos
saber, a ciencia cierta, quiénes son y adónde se encuentran.
La situación inicial del texto presenta un
marco familiar cuyo orden cotidiano está amenazado por un desborde de la
naturaleza: las lluvias intensas y la invasión de cangrejos. Pero el elemento
perturbador, lo que más alterará la vida familiar, no serán los excesos de la
naturaleza -a los que la pareja caribeña ya está habituada- sino la aparición
de un ser sobrenatural en el fondo del patio de su casa.
A partir de este elemento, el autor pone en funcionamiento
la estrategia narrativa
básica de este cuento: la desacralización de lo sagrado. En primer término,
se procede a la desvalorización de los poderes angélicos, ya que los
milagros se traducen en una suerte de premio consuelo: "milagros de consolación". Pasada
la euforia de la novedad, su condición angélica se ve reducida a la de mascota
familiar: "[...] soportaba las infamias más ingeniosas
[del niño] en una mansedumbre de perro sin ilusiones". Por último, en un crescendo humorístico, es desplazado en el interés de los habitantes del pueblo por
la llegada de la conmovedora y absurda mujer araña.
¿Qué hay de
latinoamericano
en este pueblo acostumbrado a las visitas extrañas? ¿qué hay de representativo
o de típico o ejemplar en la actitud de sus habitantes? Este pueblo cálido y
húmedo en el que el ángel cansado aterriza puede ser cualquier
pueblo del Caribe, pero también cualquier aldea perdida entre cerros o llanuras
del continente americano, donde las distancias son vastas y los paisajes inconmensurables,
porque la característica significativa del ámbito en que se desarrolla la
acción es su condición de espacio geográfico sin fronteras precisas. Así, el texto
dice: "El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza y las arenas de
la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en
un caldo de lodo y mariscos podridos".
El transcurrir del tiempo lineal está dado por la llegada, la permanencia y la
partida del ángel, y el crecimiento del niño de Pelayo y Elisenda que pasa de "recién
nacido" a "escolar". Paralelamente,
la acción narrativa
está marcada por la sucesión de los ciclos naturales: "(...) a principios
de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras".
La inmutable
sucesión de las estaciones, el tiempo circular de la naturaleza es el que
devuelve finalmente el equilibrio a la vida pueblerina y a la familia. Por eso,
como las circulares y concéntricas capas de la cebolla que pela Elisenda en el
desenlace del texto, el tiempo cíclico que se va para volver, esta vez,
trajo un ángel cansado y bastante humano, pero ¿quién puede saber qué traerá la
próxima vez?
A pesar de
la prosperidad
económica que el señor alado aportó a la casa, su dueña, al igual que
la vecina sabia, desconfía, en su fuero íntimo, de este enviado celestial. Los ángeles
suelen ser portadores de buenas nuevas, pero también, pueden ser emisarios de
la muerte. Por eso, "Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y
por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas [. . .}. Siguió
viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya
no era un estorbo en su vida”. Por más
inofensivo y rentable que resulte, siempre es inquietante tener a un extraño en
la casa, y más, si no es de este mundo.
Visitantes, forasteros, viajantes solitarios, extranjeros,
siempre llegando y partiendo, son una constante en la
literatura y en la historia de América latina. Algo buscan, algo encuentran, algo
se llevan. Pueden ser conquistadores, aventureros, inmigrantes, gringos o ángeles
caídos, pero dejan su huella en tierra americana para siempre.
El oxímoron contenido
en el clamor de Elisenda opera como síntesis y metáfora de este destino cíclico
y paradójico de los latinoamericanos: "iQué desgracia vivir en este
infierno de ángeles!". En efecto, la circularidad del relato bien puede ser la de los
vaivenes sociales y políticos de América latina; y la contradicción que implica
vivir en un "infierno lleno de ángeles" es la de una identidad cruzada
de razas y de tradiciones diversas.
Cuando, en 1992
García Márquez recibió el Premio Nobel, declaró:
"Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas
las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco
a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia
de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es el nudo
de nuestra sociedad". En la década de 1960, el autor colombiano había asumido
el desafío al que se refería en su discurso. Había logrado acceder a los
complejos nudos de la identidad latinoamericana que el Realismo narrativo tradicional
no lograba desatar; había utilizado, para ello, los recursos del Realismo
Mágico.
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