Análisis de El que se llora y Al abrigo
de Juan José Saer
Los cuentos que se analizan a
continuación, "El que se llora" y "Al abrigo", pertenecen
al libro de relatos La mayor (1976). Esta obra está integrada por dos relatos
extensos -"La mayor" y "A medio borrar"- y por una serie de
cuentos breves, agrupados con el título general Argumentos, que han sido
escritos entre 1969 y 1975. La elección de este título para nuclear estos relatos
no es casual dado que para argumentar -parece decir Juan José Saer- para
reflexionar acerca del lugar que el hombre ocupa en el mundo, hay que saltar de
la identidad particular a lo universal. La argumentación, o sea, el pensamiento
filosófico, sólo puede partir de la identidad particular de cada hombre. Pero
son precisamente las experiencias más particulares, aquellas que conforman el
núcleo mismo de la identidad de cada individuo, las que le permiten pensar con
alcance universal.
"El que se llora" está narrado en primera persona. Hay un yo que describe su entorno más inmediato. De esta forma, el
narrador parece dirigir el relato hacia la narración de una experiencia íntima
y personal, pero que es tan cotidiana que parece imposible narrarla sin caer en
el lugar común: "Se oía el rumor del
agua, complejo y monótono -¡cuántas veces se ha dicho lo mismo sobre la
lluvia!".
El narrador comienza a contar un sueño,
es decir, va desde el plano de la realidad tangible de su entorno, la
habitación donde escucha la lluvia tendido boca arriba en la cama, hasta uno
onírico. Sin embargo, también en el plano de los sueños, el paisaje le resulta
familiar: "el sueño que acababa de
tener permanecía en mi mente, obstinado, un sueño en el que había visto a mi
tío Pedro, hermano de mi madre que trabajó mucho tiempo en la usina y que
después se independizó y compró una panadería".
La acumulación de datos del entorno
inmediato circunscriben la narración al plano estrictamente personal: todo lo
que el narrador nombra, su "tío Pedro", "la usina" (el hecho
de que sea "la" usina y no "una" usina señala que es
conocida por todos), "una panadería". Hasta esta instancia de la
narración, parece que la experiencia que va a contarse está absolutamente ligada
a la identidad del narrador, que está constituida no sólo por la primera
persona de la voz que narra, sino también, por su entorno familiar y por el
lugar en que vive. El yo narrativo está absolutamente anclado en una realidad
que es la que le confiere su identidad.
Hacia la mitad del relato, hay una frase clave
a partir de la cual comienza un movimiento de alejamiento desde la realidad
inmediata hasta realidades más lejanas: "Me sentí triste esa mañana pensando en mí tío Pedro que vino a morirse
justo cuando la panadería empezaba a andar bien pero después -afortunadamente-
la curiosidad venció a la tristeza y medité sobre el significado del sueño
hasta cerca de las nueve".
La curiosidad parece ser el motor que
aleja al narrador a lugares del pensamiento que están distantes de su realidad
inmediata. Ese alejamiento es progresivo. El yo que narra ya no piensa sólo en
la muerte de su tío Pedro, sino en la de alguien que está lejano en el tiempo
y en el espacio: "Una chica amiga
[...] siempre soñaba que lloraba frente a su propio cajón. Que se miraba muerta
y lloraba". A partir de este punto, el yo narrador hace un salto
cualitativo y decide que los sentimientos y reflexiones que forman parte de su
identidad tienen un alcance mucho mayor. Es entonces cuando surge un yo expandido
que no lo abarca sólo a él, sino a todos los seres humanos: "¿Qué lloramos de nosotros mismos cuando nos lloramos en
sueños?". El "nosotros mismos" es una categoría
universal. Los sueños, entonces, tienen un significado universal que, sin
embargo, se construye con lo que es más familiar para el individuo. Es decir,
sólo se participa de lo universal a partir de la identidad particular.
"Al
abrigo"
A diferencia de "El que se llora", "Al abrigo"
está narrado en tercera persona. El protagonista es un
comerciante de muebles que descubre en un sillón de segunda mano un diario
íntimo escondido y, a la inversa de lo que sucede en el cuento anterior, aquí
se parte de una experiencia ajena, la de una mujer que esconde un objeto en un
mueble, y ese objeto es descubierto por otra persona. El descubrimiento que en
un principio le resulta algo extraño, poco a poco, remite al protagonista a su
propia experiencia: "Durante un buen
rato, la idea de que alguien pudiese tener en su casa, al abrigo del mundo,
algo escondido -un diario o lo que fuese-, le pareció extraña, casi imposible,
hasta que unos minutos después, en el momento en que se levantaba y empezaba a
poner orden en su escritorio antes de irse para su casa, se percató, no sin
estupor, de que él mismo tenía, en alguna parte, cosas ocultas de las que el
mundo ignoraba la existencia".
La experiencia de otro, el hecho de que
alguien haya escondido un diario íntimo, lo remite a su propia experiencia de
la que él no puede dar cuenta: él guarda en el altillo de su casa un fajo de
billetes sin saber bien por qué lo hace. Descubre entonces en él un mundo
subjetivo, regido por leyes particulares que es, a la vez, tan propio y ajeno
como el mundo de los sueños. Se trata del mundo inconsciente en el que se
realizan acciones para las que no pueden darse razones lógicas. Sin embargo,
este mundo propio del que no puede dar cuenta es más real o rige en mayor
medida su vida que el mundo inmediato: "[...]
pero poco a poco lo fue ganando la desagradable certidumbre de que su vida
entera se definía no por sus actividades cotidianas ejercidas a la luz del día,
sino por el rollo de billetes que se carcomía en el desván. Y que de todos sus
actos, el fundamental era, sin duda, el de agregar de vez en cuando un billete
al rollo carcomido".
El descubrimiento de algo ajeno lo lleva
al descubrimiento de algo propio y, al pasar la experiencia ajena por el tamiz
de su propia experiencia, es decir, de la propia identidad, comienza a
descubrir que lo que él hace (ocultar al mundo algo de lo que ni siquiera puede
dar cuenta) puede tener un alcance universal. Recuerda entonces haber
encontrado en el dormitorio de su hijo una serie de fotografías escondidas en
el cajón de la cómoda, y este hecho corrobora su hipótesis.
El descubrimiento constituye un punto de
inflexión en su vida. Ya no puede mirar a su mujer del mismo modo familiar y
confiado en que la miraba antes. Ahora él sabe que su mujer tiene un lado
oculto que él mismo desconoce. Es decir, lo familiar se le ha vuelto extraño,
porque ha descubierto que la existencia de mundos secretos no es particular de
cada individuo, sino común a todos. La identidad propia no es más que una astilla
de la identidad universal. O, por el contrario, la identidad universal está
constituida de identidades particulares, de hechos cotidianos y aparentemente
intrascendentes.
LA ESCRITURA DE
JUAN JOSÉ SAER
El escritor Juan José Saer (n.1937-2005)
se considera a sí mismo como un narrador perteneciente a la generación de
1960, una década que en la Argentina fue particularmente prolífica en lo que se
refiere a la literatura y al arte y en la que se discutió con vehemencia acerca
de las relaciones de estas dos manifestaciones con la política. La obra de
Saer, sin embargo, comenzó a consolidarse y a difundirse intensamente en la
década de 1980.
La generación a la que pertenece Saer se
caracterizó, entre otras cosas, por una nueva toma de posición frente a la
literatura argentina. En efecto, logró abordar la obra de ciertos escritores,
como la de Jorge Luis Borges (1899-1986), sin los prejuicios de lectura que
tenían respecto de él quienes lo consideraban un "escritor de
derecha", calificación que no establecía diferenciaciones entre sus
posiciones ideológicas y su producción literaria. Haciendo caso omiso de esta
evaluación sobre Borges, Saer lo reivindicó como escritor, aun cuando
políticamente se encontraba en sus antípodas.
Esta generación, además, se destacó por
el carácter cosmopolita de sus lecturas que iban más allá de lo que se
producía en el país tanto en la ficción como en el ámbito teórico, multiplicidad
que se reflejó en su producción.
El trabajo
sobre la forma
"Mi objetivo -declara el propio Juan
José Saer- es combinar el rigor formal de la narración moderna con la
intensidad de la percepción poética del mundo". Y si algo distingue a su prosa es, precisamente, el rigor formal, la
insistencia sobre la forma, el trabajo minucioso de la lengua.
En este sentido, puede decirse que toda
la obra de Saer está recorrida por un afán experimental, un deseo de investigar
qué se puede narrar de la realidad y de qué forma es posible hacerlo. De esta
manera, la anécdota pasa a un segundo plano. Su preocupación por liberar a la
literatura de lo meramente anecdótico para adentrarse en las posibilidades que
brinda la forma acercan su escritura a la de un compositor de música. "Personalmente -dice él mismo- escucho mucha
música y, frecuentemente, su perfección formal despierta en mí nostalgia de un
relato que sea forma pura, a lo cual tiende, sin duda, El limonero real que,
hacia el final, busca desprenderse de los acontecimientos para desenvolverse
poco a poco en forma pura".
Otro relato en el que es posible rastrear
de manera muy significativa su experimentación con la lengua es "La
mayor". En relación con este texto, Saer dijo en una entrevista
publicada en el suplemento Radar del diario Página -12 en noviembre de 2001:
"En 'La mayor' quería probar, por
así decir, los límites de mi instrumento narrativo. Creo que 'La mayor' es como
un viaje a los orígenes, ver cómo nace una imagen narrativa. Termina con la
posibilidad de una imagen empírica que luego va a emerger en forma de palabras.
En el fondo tenía ganas de experimentar, es una forma de explorar el relato. Sé
que es un texto difícil, pero también es una referencia para mí".
Una escritura
experimental
Por su carácter experimental, no siempre
resulta fácil penetrar en un texto de Saer. Oraciones largas, complejas, con
un uso particular de los signos de puntuación impiden muchas veces acceder
fácilmente a su lectura. Por este motivo, para adentrarse en sus textos, es
preciso descubrir el juego que proponen. Una vez que se ha hecho este
descubrimiento, la lectura se desliza más fácilmente. Y esta es otra de sus
características distintivas: el carácter lúdico de su escritura, cuyas claves
se van descubriendo poco a poco.
Además de su preocupación por la forma,
por los procedimientos que son propios de la literatura, otra de las
particularidades de la obra de Saer es su carácter abierto. Es decir que una
historia o un personaje puede pasar de un relato a otro, como si ninguna
historia se cerrara jamás del todo. Se constituye así un universo saereano
perfectamente reconocible, que excede los contornos de cada obra en particular.
El río, el pueblo, las reuniones de amigos, los personajes del lugar están
siempre en sus relatos; sin embargo, el tratamiento que recibe ese material es
totalmente ajeno al costumbrismo realista.
Exilio y
literatura
Antes de acercarse a la obra de Saer, es
importante tener en cuenta que él escribe desde París, la ciudad que ha elegido
para vivir durante su exilio y en la que continúa viviendo hasta la actualidad.
En relación con este tema, escribe en El concepto de ficción: "La tendencia a considerar nuestra experiencia
individual y presente como única puede hacernos olvidar que, en la Argentina,
el exilio de los hombres de letras, más que la resultante esporádica de un
conflicto de personas aisladas con una circunstancia histórica, es casi una
tradición. Toda la literatura argentina del siglo xix ha sido escrita por
exiliados. Los ejemplos clásicos de Sarmiento y Hernández van más allá de la
caracterización biográfica para pasar a la categoría de modelos o arquetipos.
Sus exilios individuales son más bien un síntoma de las constantes estructurales
de nuestra sociedad que mostrarían que, en la Argentina, la situación del
escritor, y en general del intelectual, es incierta y problemática".
Sobre los cuentos propuestos
Fuente : Literatura argentina y latinoamericana
Ed. Puerto de Palos
Bs.as,2001
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