JEAN FOUQUET: AGNES
SOREL ATAVIADA DE VIRGEN- Melun, hacia 1451-
Jean (Juan) Fouquet nació
en Tours en 1420 y allí murió en 1480-
Poco es lo que se sabe
de su vida, aunque fue uno de los artistas más cotizados de la época de Carlos
VII (1450 y siguientes), cuando, estando París ocupada, la Corte residía en
Bourges. Antes de 1475, Fouquet se convirtió (en la Francia ya rescatada), en
el pintor oficial de Luis XI y en el más destacado exponente del renacimiento
artístico que siguió a la guerra de los Cien Años. Sensible a las influencias
del realismo flamenco, transformó completamente el arte de la miniatura.
También en la pintura
sobre tabla se nos brinda esa serena búsqueda de la verdad, a través de una
intensa observación de la naturaleza y de los personajes. No obstante, aquí la
observación no se detiene, como en los flamencos, en la prolija descripción de
los detalles y se reviste de un cierto idealismo de raíz italiana.
El pintor había residido, en efecto, durante
su juventud, en Roma (retrato del papa Eugenio IV) y el recuerdo de los
pintores italianos aflora en las arquitecturas con pilastras y columnas entorchadas,
en los dorados revestimientos de las paredes y, finalmente, en esa tendencia
hacia una búsqueda de la proporción y de la perspectiva científica, que
preludia ya el arte del Renacimiento.
Fouquet fue también un
excelente retratista y su habilidad en esta esfera se manifiesta en los
rostros tratados con un virtuosismo pleno de gracia y animados por un realismo
tímido todavía. El primer retrato en que el artista demuestra haber asimilado
la lección de Van Eyck es el de Carlos VII (Louvre), donde el personaje se
representa, por primera vez en Francia, visto en perfil de tres cuartos.
Pero esta influencia derivada de los flamencos
no tarda en ser filtrada por un notable sentido de la medida, como demuestra
por ejemplo la Virgen del díptico de Melun, que reproduce al uso de la corte francesa el rostro de la favorita del
soberano, en este caso Agnés Sorel (sobre ella se poseen algunos dibujos
que la presentan no sólo con la alta frente descubierta y el cabello recogido
sobre las sienes, como imponía la moda del tiempo, sino también con esa
barbilla ligeramente aguda, la boca pequeña y gruesa, los ojos entornados y
oblicuos que se ven en este cuadro).
Por lo demás, el pintor
construye la figura con un sentido casi clásico de la forma, componiendo
volúmenes geométricos de acuerdo con una racionalidad y una disciplina
expresiva que prenuncian el futuro arte francés. El color, opulento pero no
estridente se adapta perfectamente a tal mentalidad creativa. No deben
desorientar los tonos pálidos del rostro que corresponden a los cánones de belleza
entonces vigentes, en virtud de los cuales un rostro de mujer era tanto más
bello cuanto más se aproximara al blanco.
Además del díptico de
Melun, que originariamente se encontraba en la iglesia de Notre Dame de
aquella ciudad (hoy repartido entre Amberes y Berlín) y que representa a
Esteban Chevalier, platero de Carlos VII, en el acto de ser presentado a la Virgen
por su santo patrón, cabe recordar entre otros trabajos del pintor el retrato
de Giovenale degli Ursini (Louvre, hacia 1461) .
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