Romeo y Julieta: el mito del amor imposible
Categoría: ensayo
Al leer toda la obra de Shakespeare, vemos que a pesar del inmenso
conocimiento del alma humana que el autor refleja, no está interesado en
describir psicológicamente ningún proceso. Sus obras son, en cambio, la dramatización poética
de las grandes experiencias del hombre.
Como Quevedo, Shakespeare define el amor como la síntesis de los
contrarios:
¡Pluma de plomo, humo
resplandeciente,
Fuego helado, robustez enferma,
sueño en perpetua vigilia, que
no es lo que es!
El amor, pues, es paradójico, supera el orden de la razón; y al estar
ésta ausente del sentimiento que mueve a los adolescentes, y al verse debilitada al máximo su voluntad,
quedan exonerados de toda responsabilidad; la pasión actúa en ellos de la misma manera que el
filtro en Tristón e Isolda: víctimas de sus efectos irán por ella hasta la
muerte.
Sabemos que los griegos hablaron del amor como una enfermedad; de la
misma manera, Romeo se presenta a Benvolio como un "enfermo", o sea como un hombre que
ha sido atacado por un mal externo sin que pueda hacer nada para defenderse. Y aquél que
actúa impelido por una fuerza extraordinaria que sobrepasa sus recursos está lógicamente libre de culpa. Este
sentimiento eminentemente cristiano no existe en esta obra, y esto la llena de enorme frescura. La
única ligera disculpa que esboza Julieta a Romeo por no saber disimular su enamoramiento es la
de su naturaleza apasionada. Y es que el amor que invade, que se apodera del individuo
maniatando su voluntad, encuentra su verdadero terreno propicio en las almas ardientes, que son
siempre almas jóvenes.
...en primer lugar, Fedro es el más joven de los dioses. Una gran prueba en pro de mi afirmación él mismo lo procura, al huir en
franca fuga de la vejez (...). Contra ésta, como es sabido, siente el Amor aversión por naturaleza, y no se aproxima
a ella ni a larga distancia.
Son las palabras de Agatón, que parlamenta en El banquete, subrayando que el amor
es patrimonio de la juventud. Romeo y Julieta puede ser considerada una obra en la que Shakespeare
ilustra ya la brecha entre jóvenes y viejos que va a ser después el tema de El rey Lear. La juventud es la dueña
del sentir, de la emoción y el vértigo, mientras la gente vieja, dirá Julieta, "dijérase muerta en su mayoría". Los
jóvenes en la obra son alegres,
impetuosos, pendencieros como Teobaldo o dicharacheros o procaces como Mercucio. Sus diálogos están llenos de bromas y calambures que muestran
su ánimo desenfadado siempre dispuesto al juego y a la conquista. El mismo Romeo, enfermo de amor,
participa sus pesares a su amigo con gran sentido del humor. Pero sobre todo
aman y sufren con una intensidad sin límites y son capaces de asumir todo
riesgo. El
ejemplo más claro de desbordamiento emocional es quizá aquella
escena en que Romeo, transido de dolor por la sentencia del destierro, se
lamenta entre lágrimas arrojándose al suelo. Tanto Romeo como Julieta, víctimas
de la pasión, transgreden el límite de lo posible.
Los adultos, en cambio, parecieran aborrecer la desmesura. "Un sentimiento moderado revela amor
profundo, en tanto que si es excesivo indica falta de sensatez", dice lady
Capuleto. "La miel más dulce
empalaga por su mismo excesivo dulzor, y al gustarla, embota el paladar. Ama, pues,
con mesura, que así se conduce el verdadero amor", aconseja a
Romeo fray Lorenzo. Autoritarios, a veces crueles, encerrados en sus prejuicios
y convenciones sociales, los viejos contrastan con la espontaneidad de los
jóvenes, dispuestos siempre a seguir los dictados del
corazón, ya sea en el amor o en el odio.
Los adultos constituyen el verdadero obstáculo del amor en la medida en
que han creado una barrera entre los jóvenes al persistir en sus odios Irracionales. Y vemos que
en la estructura
misma de
la obra funcionan de manera
eficaz elementos de la comedia, pues de ella parecieran derivar ciertos personajes y
situaciones. En los orígenes del drama de Romeo y Julieta, como en la comedia, encontramos un obstáculo, una ley absurda, que deberán violar los
enamorados para obtener sus fines. La encarnación de ese obstáculo bien puede
ser Capuleto, tan parecido en su esencia al senex iratus de la comedia latina,
el padre arbitrario y cruel que se opone a su hija. En Romeo y Julieta, el bonachón personaje
que sirve de anfitrión en el baile es luego capaz de gritarle a Julieta, que se
opone a sus designios: "¡Fuera de mi presencia, encarroñada clorótica!
¡Fuera, libertina! ¡Cara de sebo!"
Prolongación del padre, en la medida en que también son personajes
obstructores, son la madre y Paris; este último, joven como Romeo,
rompe el esquema de la comedia, donde el pretendiente suele ser viejo y celoso
como el padre, pero representa los deseos de éste, que no resiste el rechazo
de Julieta a su pretendiente "ahora
que le habíamos conseguido un caballero de familia de príncipes".
La nodriza, ese magnífico
personaje que muestra la fina observación del mundo de que era capaz
Shakespeare, tendría su remoto origen en el esclavo pícaro que
desemboca en el gracioso del drama español, en la medida en que es cómplice de
su ama y le ayuda a urdir sus intrigas. Pero es obvio que también participa de
la naturaleza del criado lerdo, del charlatán empedernido que habla mucho y dice poco
y de la alcahueta, esa
magnífica figura que tiene su mejor exponente en La celestina.
La nodriza es un magnífico
ejemplo del talento caracterizador de Shakespeare. Impertinente y habladora,
unos cuantos rasgos le dan perfecta consistencia a nuestros ojos: su prodigiosa
memoria, por ejemplo, y su gusto por el detalle particularizador, que nos la
muestra sumergida en su pequeña vida doméstica, transcurrida íntegramente en
casa de los Capuleto. El vivo realismo de sus palabras resulta sorprendente.
Aquel parlamento acezante en que la pesada mujer no deja de quejarse de
cansancio sin llegar a desatar su lengua para comunicar los recados de Romeo,
basta para patentizarla en nuestra imaginación con todo su peso físico y su
mezcla de senilidad y malicia. Como buena alcahueta, la nodriza concibe la
felicidad de su ahijada sólo en el terreno de los placeres de la cama, y en su
boca siempre encontramos la alusión picaresca y a veces obscena que produce
risa en los espectadores. Pero su alma bonachona y torpe, que goza con el
encuentro furtivo de los enamorados, no duda un momento en aconsejar a Julieta,
con el pragmatismo ramplón de quienes no saben del amor-pasión, que abandone a
Romeo por París, a sus ojos mucho mejor "partido". La nodriza, capaz
de ternura y de crueldad, construida minuciosamente a través de unos cuantos
parlamentos, es una de las grandes creaciones de Shakespeare en esta obra.
Un alcahuete también, pero por razones distintas, resulta ser fray
Lorenzo. Su capacidad de comprender lo aleja del mundo implacable de los adultos y lo acerca al de los jóvenes. Romeo y Julieta se aproximan a él
porque lo consideran justo y lo encuentran sabio. Y en efecto, las reflexiones
del cura tienen el elocuente tono que encontramos a menudo en boca de algunos
personajes shakespearianos, erigidos por momentos en modelos de comportamiento
humano. Pero fray Lorenzo también hace las veces de guardián del orden al apresurarse
a casar a los dos jóvenes, legitimando así su unión. Romeo y Julieta se atreven
a desafiar el orden social, pero no el orden divino. Shakespeare respetó así la
tradición novelesca y de paso las convenciones de la época. No hay en sus obras
lugar para el amor libre. Y sin embargo, es tal la fuerza de esta
pasión, tan pronta su realización, que el espectador o el lector tienen la viva
impresión de que éste lo fuera.
¿Se ha pensado alguna vez en las monstruosas consecuencias que tiene
en la historia la rebuscada idea de fray Lorenzo de provocar con un filtro la
catalepsia en Julieta, así esté motivado por la solidaridad con los jóvenes y
se le abone su respeto por la idea del amor? Deliberadamente este cura,
procurando llevar hasta sus últimas consecuencias la tarea que ha emprendido,
proporciona el más inmenso dolor a la familia Capuleto. Y, sin
quererlo, se convierte en el agente de la desgracia. Como siempre en las obras
de Shakespeare encontramos, pues, una gran ironía trágica. El hombre que planea paso
por paso la felicidad de sus aconsejados, planea también, sin saberlo, las
circunstancias de su muerte.
Pero esa misma ironía ya aparece, de tanto en tanto, en alusiones
inocentes que después resultan trágicas. Terminado el baile, por ejemplo, dice
Julieta a la nodriza: "¡Si es
casado, mi tumba se me figura mi lecho nupcial!" Ante las
lamentaciones de la misma por la muerte de Teobaldo, pregunta la muchacha: "¿Se ha dado muerte Romeo?"
Y luego expresa el infinito dolor que esto le causaría. Pero tal vez la muestra más
dramática de esta ironía trágica está encerrada en las palabras de
lady Capuleto, disgustada por la negativa de Julieta a casarse con Paris: "¡Ojalá se desposara con la tumba esta
necia!"
En esta obra el humor no corre solamente por cuenta de la
nodriza. Las escenas picarescas protagonizadas por los criados permiten la
intromisión de lo prosaico en medio de lo elevado, la mezcla tan común y bien realizada en las
obras de Shakespeare. En ellas el
espectador se relaja y sonríe. Y el entorno de la acción se configura, se llena
de verosimilitud, de realismo.
La noche es el ámbito por excelencia del
amor-pasión, y es natural entonces que buena parte de esta obra transcurra en su
dominio. Espacio propicio para la fantasía y el sueño es también el marco
ideal para los placeres eróticos. La obra en que Shakespeare explota de forma
más poética el tema de la noche como desencadenadora de pasiones es Sueño de una noche de verano; los personajes se ven
allí envueltos en un entramado de acciones que alienta los deseos y hace
posible lo imposible; los amantes cambian el objeto de su amor, los dioses
sufren de celos por causa de los humanos, y Titania, la reina de las Hadas se
rebaja al grotesco amor de una bestia. La noche, pues, propicia el
encantamiento que trastoca los afectos de los personajes. Surgiendo el día todo
retorna a la normalidad.
Amor y muerte se realizan en Romeo y Julieta en un ambiente nocturno: el encuentro en el
huerto frente al balcón que hace decir a Julieta, una vez se ha despedido
Romeo: "¡Oh bendita, bendita noche!
Cuánto temo, por ser ahora de noche, que todo esto no sea sino un sueño,
demasiado encantador y dulce para que tenga realidad!"; la cita de
los enamorados antes de que Romeo parta para Mantua; y la escena en el
cementerio en que se lleva a cabo el trágico desenlace.
Amor y sexualidad van juntos en Romeo y Julieta. Ya veíamos las
observaciones picarescas y un tanto obscenas de la nodriza; encontramos también
las bromas subidas de tono de Mercucio en la escena primera del acto segundo, y
es evidente que hay deseo en las palabras de los amantes. Sin éste no podríamos
concebir el amor de Romeo y Julieta, comprender su ímpetu, el furor de su
impulso. Es el deseo el que convierte en prohibido este amor, que no se resigna
a no consumarse, y es el deseo el que apresura la boda para poder llegar cuanto
antes a la posesión. Los jóvenes planean presentar a sus padres su acto como
algo irreversible.
Pero el enamoramiento va más allá del deseo. Y quizá la mejor prueba
de ello es el proceso de idealización mutuo que refleja su lenguaje. Obnubilados
por el amor cada uno contempla del otro sólo lo que es bello, de modo que
aspiran a la unión de una manera trascendente. El solo deseo no es capaz de
precipitar a un hombre en la muerte voluntaria; Romeo y Julieta experimentan a
través del amor la más
profunda sensación de vida, de modo que ya no pueden concebir ésta sin aquél.
El amor de Romeo y Julieta es en realidad
un símbolo en un mundo gobernado por el odio. La primera víctima de
éste será Mercucio,
figura deliciosa, llena de gracia e ingenio. Mercucio pasa por la obra fugazmente, pero
su corta intervención es suficiente para despertar en el público una enorme simpatía. Shakespeare
sabía que tenía que crear ese efecto para que su muerte, seguida por la de Teobaldo, resultara impactante
para el espectador, que comprende de inmediato que la rivalidad entre Capuletos y Mónteseos
es mucho más que un juego de pendencias. Las palabras de Mercucio están llenas de humor y
de imaginación, y en su parlamento sobre la reina Mab reconocemos la voz de Shakespeare poeta, su
fascinación por la imaginería del folclor nacional. Quizá ningún otro joven ilustra mejor en la obra el desenfado propio de la juventud, su ignorancia de la
muerte. Por eso esta resulta tan sorpresiva, aun para el mismo personaje en cuyas palabras finales, tan acordes
con su temperamento, adivinamos la desesperación, la sorpresa y la rabia.
La muerte de Romeo y Julieta equivale a
un reordenamiento social, es la forma en que las dos familias expían su
culpa y superan sus odios. Los dos jóvenes inmolados se convierten en la penosa
conciencia de Verona que necesitó de tan estruendosos sucesos para reaccionar.
Pero también es cierto que si esta historia quería ser una metáfora
sobre el amor verdadero, cuya corriente, según Lisandro en Sueño de una noche de
verano, "jamás se ha deslizado exenta de borrascas", no tenía más
alternativa que la de la muerte como desenlace. Otra cosa equivaldría a negar
la verdadera esencia del amor, que según Shakespeare es efímero, "breve
como un corto sueño". Superados los obstáculos, al joven matrimonio no le
quedaría más alternativa que la armónica convivencia en la domesticidad, y un
futuro de padres tan poco emocionante como el de los padres mismos de Romeo y
Julieta.
Es posible que el amor, como opina Ortega y Gasset, sea una
"operación más amplia y profunda, más seriamente humana pero menos
violenta" que el enamoramiento. Pero es la pasión, con toda su angustia,
su alucinación, su sobresalto, lo que cautiva la imaginación del público. Si a la pasión se
le suma la muerte, tendremos la tragedia por excelencia. La muerte
consagra el amor como mito y a los amantes como símbolo de la vida intensa que los seres humanos quieren vivir.
Es verdad que el azar, esa fuerza ciega que ya empieza a vislumbrarse
como regidora de los destinos humanos en las obras de Shakespeare, es aquí definitivo.
Pero también es cierto que Romeo y Julieta escogieron la muerte con la misma pasión con que habían escogido el
amor. En su santuario, al lado de Tristán e Isolda, de Dante y Beatriz, de Petrarca y Laura, inmortalizados
en su eterna entrega, duermen el más hermoso de los sueños que la humanidad se
atreve a soñar.
Fuente:
Piedad Bonnett Vélez en William Shakespeare y su obra, Ed. Norma,
Colombia, 1994
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