DANTE Y LA DIVINA COMEDIA
El informe para este fascículo de CEAL, Capítulo
Universal- La Historia de la Literatura Mundial Nº 8 /101, ha sido preparado y escrito por el profesor
Sergio T. F. Giusti. La redacción final estuvo a cargo del departamento
"Capítulo Universal" del Centro Editor de América Latina. El
profesor Jaime Rest realizó la supervisión técnica. Buenos Aires, 1970.
LA "DIVINA COMEDIA"
Esta
titánica demostración del ingenio, la fe y el arte humanos es un poema en
tercetos encadenados compuesto de tres cánticos: Infierno,
Purgatorio y Paraíso. Su proyecto se remonta a los años siguientes
a la muerte de Beatriz (1290), y los primeros dos cánticos fueron escritos
entre 1307 o 1308 y el año de la muerte de Enrique VII de Luxemburgo (1313),
aproximadamente. La totalidad de la obra, incluyendo varias correcciones y
retoques de lo ya hecho, fue acabada poco antes de la muerte del poeta (1321).
Dos
veces designa Dante a su obra con el nombre de Comedia (Inf., XVI, 128 y
XXI, 2). En otro pasaje la llama "sagrado poema" (Par., XXIII,
62), y poco más adelante (Par., XXV, 1) "poema sacro".
Boccaccio la llamó "divina", pero, recién una edición veneciana de
1555, para afirmar a la vez su carácter sacro y su perfección artística,
llevaba el título de Divina Comedia, que nunca más fue abandonado,
especialmente después de la edición de la Academia de la Crusca, de 1595.
En
la epístola dirigida a Cangrande della Scala, el poeta declara haberla llamado comedia,
porque tiene, al igual que la acción dramática homónima, un comienzo
turbio y agitado (Infierno) y un final sereno y tranquilo (Paraíso),
y porque la lengua empleada en ella es el vulgar y no el latín, más apto
para la tragedia.
La acción imaginaria
En
la noche que va del jueves al viernes santo —7-8 de abril de 1300, año del Jubileo convocado por Bonifacio
VIII—, Dante imagina hallarse en una selva oscura y horrorosa sin saber cómo ha
llegado allí, pues perdió el derecho camino en un estado de inconsciente
somnolencia. Hacia el amanecer del viernes, alcanza el pie de un alto cerro,
cuya cima iluminan los rayos del sol. Pero, cuando emprende la marcha
ascendente, tres fieras —una pantera, un león y una loba— le cierran el camino.
Ya retrocede desesperanzado, cuando de pronto se le aparece la sombra del
poeta latino Virgilio: su autor preferido, el exaltador de Roma y del Imperio (Eneida)
y compositor de la Égloga IV, en la que el Medioevo vislumbró una
inconsciente profecía de la venida de Cristo (v. Purg. XXII, 67).
Virgilio
ha sido enviado por Beatriz, quien, en un acto de amor, ha descendido del
Paraíso hasta el Limbo —morada ultraterrena de los paganos virtuosos— para
encomendarle la protección y guía del extraviado Dante. Este, para salvarse,
deberá recorrer, observando y meditando, el triple reino de la condenación
eterna, de la temporánea expiación y de la eterna bienaventuranza. En efecto,
el poeta realiza el místico viaje entre el anochecer del viernes 8 de abril y
el del siguiente viernes 14. A través de todo el Infierno y hasta el último
trecho del Purgatorio lo guía Virgilio. Más allá no puede seguir el virtuoso, por
pagano y cantor de Eneas, por lo cual le sucede la propia Beatriz.
Aparece
ésta de improviso sobre un carro que forma parte de un cortejo alegórico,
rodeada por un coro de ángeles que derraman flores alrededor. Severa en el
primer encuentro, reprocha al poeta por los pecados en que incurrió después de
su muerte, y lo obliga a confesarlos entre lágrimas. Luego, un ángel lo
purifica sumergiéndolo en los ríos Leteo, que otorga el olvido del mal, y
Eunoé, que dispone hacia el bien.
Ya
purificado, Dante vuela con Beatriz de Cielo en Cielo. Cuando alcanzan la
Corte Celestial, ella vuelve a ocupar su sitio entre los más cercanos al
Señor, y es el anciano San Bernardo quien sigue acompañando al poeta y que,
por mediación de la Virgen, obtiene para él la gracia de contemplar y
comprender a Dios uno y trino.