LA LITERATURA COMO SISTEMA
En 1921 Román Jakobson afirmaba: "El objeto del
estudio literario no es la literatura en su totalidad, sino su literaturidad [literatúrnost],
es decir, aquello que hace de un escrito una obra literaria". El
problema de los estudios literarios, definido en esta proposición, quedó
circunscripto, para los formalistas rusos, a un enfoque particular de la obra
que deslindara y precisara sus relaciones internas. Frente a los diversos tipos
de discurso el formalismo señala su tarea; identificar las diferencias entre
el lenguaje poético (literario) y los otros lenguajes posibles. La
consecuencia lógica de esta actitud fue postular la necesidad de descubrir las
leyes inmanentes del discurso literario, a través de la práctica concreta de
la crítica.
A la definición de la literatura como fenómeno
verbal deben atribuirse los mayores aciertos del formalismo, y también sus
limitaciones. Los formalistas se propusieron abordar los planos en que la
literatura es un fenómeno peculiar y descubrir los mecanismos que convierten
en literario un discurso. También modificaron la actitud, tradicional hasta
entonces, frente a la creación; como afirma Erlich: "Para Jakobson, el problema crítico inmediato es no la
interacción entre el sujeto que percibe y el objeto percibido, sino la
relación entre el «signo» y el «referente»; no la actitud del lector hacia la
realidad, sino la actitud del poeta hacia el lenguaje". Desde este
punto de vista, el formalismo inaugura una epistemología del hecho literario
que podría definirse como una nueva fenomenología de la literatura, en la medida que altera la visión de la
crítica del siglo XIX de las relaciones entre el escritor, el lenguaje y la
obra. En un principio podría pensarse que esta posición deshistoriza el
objeto, pero ya se irá viendo cuáles son los matices que, a lo largo de la
actividad crítica, de los formalistas, agregan connotaciones importantes a una
primera afirmación al respecto.
El concepto de "literaturidad", o mejor
de "literariedad", es decisivo en esta nueva consideración del
objeto. Lo que interesa de la literatura y, específicamente, de la obra, son
los elementos —y sus posibles leyes— peculiares que diferencian a la literatura
como sistema de los otros sistemas de comunicación; que hacen que el estudio
de la literatura, en consecuencia, deba ser abordado desde su particularidad y
no desde los rasgos que tiene en común con otros códigos.
De la práctica crítica de los formalistas se
inducen ciertos conceptos fundamentales que es necesario considerar en detalle.
En primer lugar el de la obra como sistema: "la obra literaria constituye
un sistema y otro tanto ocurre con la literatura", afirma, en 1927,
Tiniánov ("Sobre la evolución literaria"). Los elementos que
configuran ese sistema no tienen una entidad que permita aislarlos fuera de una
hipótesis de trabajo. Sistema es, evidentemente, una categoría de totalidad que
incluya y supera cada uno de sus elementos. Al respecto la posición de Tiniánov
es la más explícita: cada uno de los elementos de la obra (cada uno de sus
niveles) entra en relación con otros elementos del sistema; estas relaciones
múltiples implican, en todos los casos, una relación con el sistema en su
totalidad. La función del elemento, continúa Tiniánov, reside en esta
posibilidad constructiva de establecer relaciones, que no son arbitrarias sino
intencionales, dado que determinan las cualidades y características del sistema
(obra) que fundan.
Sorprende la convergencia de estos planteos
formalistas con la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure. Ciertamente,
en 1928, Jakobson y Tiniánov hacen referencia a la escuela saussuriana de
Ginebra en "Problemas de
los estudios literarios y lingüísticos".
La noción de sistema supone la resolución de un
problema que, básico para la lingüística, lo fue también para la crítica: el
de la sincronía [forma] y la diacronía [historia]. En un principio el sistema
tiende a ser definido como lo absolutamente sincrónico. Sin embargo, Jakobson
y Tiniánov afirman: "La ciencia
sincrónica ha reelaborado la noción de aglomeración mecánica de los fenómenos,
que reemplazó por la noción de sistema, de estructura. La historia del sistema
es a su vez un sistema. El sincronismo puro se presenta ahora como una ilusión:
cada sistema sincrónico contiene su pasado y su porvenir como elementos
estructurales inseparables del sistema [...] La oposición de sincronía y
diacronía había contrapuesto la noción de sistema a la evolución. Esta
oposición pierde su importancia de base puesto que ahora reconocemos que cada
sistema se nos presenta necesariamente como una evolución y que, por otra
parte, la evolución tiene inevitablemente carácter sistemático".
Se advierte fácilmente la importancia de las
conclusiones elaboradas por Tiniánov y Jakobson en 1928, que no sólo apuntan a
una superación de la contradicción aparente entre sincronía y diacronía,
fundada en el sistema, es decir en una primera abstracción o formalización a
partir de la realidad empírica de la obra, sino que incorporan la historia al
sistema, lo cual actualiza la necesidad de descubrir la legitimidad del sistema
mismo. Y, como es lógico, la legitimidad del sistema reside en sus leyes
internas (inmanentes) que permiten definir "cada sustitución efectiva de
sistemas literarios o lingüísticos".
El análisis de esas leyes estructurales conduce a
caracterizar las posibles variantes de un modelo, es decir, las estructuras
que son teóricamente
posibles en un momento dado de la historia literaria. No es exagerado afirmar
que la noción de sistema constituye un avance considerable dentro de la
historia de la crítica. Implica, en primer lugar, superar la consideración
crudamente empírica de la literatura; en segundo lugar, supone proponer a la
crítica un primer nivel de abstracción para el análisis de la obra; en tercer
lugar, deja abierto el camino para una generalización posible: el modelo y sus
variables estructurales.
Caracterizar a la obra como sistema procura esbozar
la solución de un problema tradicional de teoría literaria: el de forma y
contenido. Los formalistas rechazan la dicotomía. En 1928, aparentemente un
año de definiciones importantes para su teoría, Víctor Zhirmunski afirma: "En literatura, los elementos así
llamados del contenido no tienen una existencia independiente y no están
exentos de las reglas generales de la estructura estética". Pero, ya
en 1923, Tiniánov precisaba con claridad que la analogía tradicional entre
forma y contenido con imágenes tales como la copa y el líquido que ésta
contiene, había caducado. La obra es, según Tiniánov, una «forma dinámica»
articulada según el principio de construcción. A este principio podría
oponérsele la noción de «material»; sin embargo, en literatura, los materiales
(los contenidos a comunicar, según una terminología tradicional) no superan
el límite de la forma, puesto que al incorporarse al sistema de la obra
pertenecen al nivel de lo conformado.
Tiniánov aclara que es improcedente confundir los
materiales con los elementos "exteriores a la construcción". Dentro
del sistema de la obra los diferentes niveles jerárquicos (fonético,
sintáctico, semántico) que fueron sucesivamente abordados por los formalistas,
conforman una totalidad constructiva y funcional, y no una suma de elementos
de diferente naturaleza y procedencia. Sin embargo, debe señalarse que los
formalistas, como bien dice Erlich, acentuaron dos aspectos del sistema: el
medio y los modos de expresión, llegando por momentos a contradecir la
organicidad estructural que teóricamente convenían en establecer, tal como se
advierte en la siguiente proposición de Tomachevski: el lenguaje poético es
"uno de los sistemas lingüísticos donde la función comunicativa es
relegada y donde las estructuras verbales adquieren un valor autónomo".
Muchos de los trabajos de la primera época, en los
que se enfatiza el análisis del nivel fónico, sobre todo en poesía, desvirtúan
en la práctica la consideración de la obra como sistema total y coherente. Es
probable que la reacción de los formalistas ante una crítica en lo
fundamental culturalista e historicista, provocara ciertas exageraciones de
método en el abordaje de la obra y sus partes. Pero el planteo, en su conjunto,
es importante ya que abrie un camino para definir las diferencias entre la
literatura y lo que no lo es. Tal definición, según la teoría de los formalistas,
no debe depender nunca de los contenidos;
ni siquiera puede afirmarse que resida en los contenidos. Si una noticia
periodística difiere de un cuento no es por la historia que ambos relatan sino
por la organización del relato.
Jakobson, en 1933, afirma que "la función de la
poesía es señalar que el signo no es idéntico a su referente" (Qué es
poesía, citado por V. Erlich). Si entendemos por signo la palabra dentro
del sistema de la obra y por referente una parte de la realidad exterior a la
obra misma, se descubre fácilmente la importancia de la afirmación. Frente a
una teoría de la literatura y el arte que, en el siglo XIX, planteaban
mecánicamente la necesidad de la relación significativa y la equivalencia
directa entre literatura y realidad, el formalismo ruso propone un nuevo
estatuto de la literatura, que será el que retome posteriormente la crítica
estructuralista, en el cual se da más importancia al mecanismo de la
significación, a la forma en que se significa, que a la adecuación de los
significados con los posibles referentes reales. En la primera década de este
siglo, Saussure exigía para la lingüística idéntica consideración del signo y
sus constituyentes, el significante y el significado. Este punto de vista es
común, dentro de estas concepciones, a la teoría de la literatura y a la
lingüística.