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19 de agosto de 2017

EL FORMALISMO RUSO: LA LITERATURA COMO SISTEMA POR Beatriz Sarlo

LA LITERATURA COMO SISTEMA

En 1921 Román Jakobson afirmaba: "El objeto del estudio literario no es la literatura en su totalidad, sino su literaturidad [literatúrnost], es decir, aquello que hace de un escrito una obra literaria". El problema de los es­tudios literarios, definido en esta pro­posición, quedó circunscripto, para los formalistas rusos, a un enfoque particular de la obra que deslindara y precisara sus relaciones internas. Frente a los diversos tipos de discur­so el formalismo señala su tarea; identificar las diferencias entre el len­guaje poético (literario) y los otros lenguajes posibles. La consecuencia lógica de esta actitud fue postular la necesidad de descubrir las leyes in­manentes del discurso literario, a tra­vés de la práctica concreta de la crí­tica.
A la definición de la literatura como fenómeno verbal deben atribuirse los mayores aciertos del formalismo, y también sus limitaciones. Los for­malistas se propusieron abordar los planos en que la literatura es un fe­nómeno peculiar y descubrir los me­canismos que convierten en literario un discurso. También modificaron la actitud, tradicional hasta entonces, frente a la creación; como afirma Erlich: "Para Jakobson, el problema crí­tico inmediato es no la interacción entre el sujeto que percibe y el obje­to percibido, sino la relación entre el «signo» y el «referente»; no la actitud del lector hacia la realidad, sino la actitud del poeta hacia el lenguaje". Desde este punto de vista, el forma­lismo inaugura una epistemología del hecho literario que podría definirse como una nueva fenomenología de la literatura, en la medida que altera la visión de la crítica del siglo XIX de las relaciones entre el escritor, el len­guaje y la obra. En un principio po­dría pensarse que esta posición deshistoriza el objeto, pero ya se irá viendo cuáles son los matices que, a lo largo de la actividad crítica, de los formalistas, agregan connotaciones importantes a una primera afirmación al respecto.
El concepto de "literaturidad", o me­jor de "literariedad", es decisivo en esta nueva consideración del objeto. Lo que interesa de la literatura y, específicamente, de la obra, son los elementos —y sus posibles leyes— peculiares que diferencian a la litera­tura como sistema de los otros siste­mas de comunicación; que hacen que el estudio de la literatura, en conse­cuencia, deba ser abordado desde su particularidad y no desde los rasgos que tiene en común con otros códigos.
De la práctica crítica de los forma­listas se inducen ciertos conceptos fundamentales que es necesario con­siderar en detalle. En primer lugar el de la obra como sistema: "la obra literaria constituye un sistema y otro tanto ocurre con la literatura", afir­ma, en 1927, Tiniánov ("Sobre la evo­lución literaria"). Los elementos que configuran ese sistema no tienen una entidad que permita aislarlos fuera de una hipótesis de trabajo. Sistema es, evidentemente, una categoría de totalidad que incluya y supera cada uno de sus elementos. Al respecto la posición de Tiniánov es la más explí­cita: cada uno de los elementos de la obra (cada uno de sus niveles) entra en relación con otros elementos del sistema; estas relaciones múltiples im­plican, en todos los casos, una relación con el sistema en su totalidad. La función del elemento, continúa Tiniá­nov, reside en esta posibilidad cons­tructiva de establecer relaciones, que no son arbitrarias sino intencionales, dado que determinan las cualidades y características del sistema (obra) que fundan.


Sorprende la convergencia de estos planteos formalistas con la teoría lin­güística de Ferdinand de Saussure. Ciertamente, en 1928, Jakobson y Ti­niánov hacen referencia a la escuela saussuriana de Ginebra en "Problemas de los estudios literarios y lingüís­ticos".

La noción de sistema supone la reso­lución de un problema que, básico para la lingüística, lo fue también pa­ra la crítica: el de la sincronía [for­ma] y la diacronía [historia]. En un principio el sistema tiende a ser defi­nido como lo absolutamente sincró­nico. Sin embargo, Jakobson y Tiniánov afirman: "La ciencia sincrónica ha reelaborado la noción de aglome­ración mecánica de los fenómenos, que reemplazó por la noción de siste­ma, de estructura. La historia del sistema es a su vez un sistema. El sincronismo puro se presenta ahora como una ilusión: cada sistema sin­crónico contiene su pasado y su por­venir como elementos estructurales inseparables del sistema [...] La opo­sición de sincronía y diacronía había contrapuesto la noción de sistema a la evolución. Esta oposición pierde su importancia de base puesto que ahora reconocemos que cada sistema se nos presenta necesariamente como una evolución y que, por otra parte, la evolución tiene inevitablemente carác­ter sistemático".
Se advierte fácilmente la importancia de las conclusiones elaboradas por Tiniánov y Jakobson en 1928, que no sólo apuntan a una superación de la contradicción aparente entre sincronía y diacronía, fundada en el sistema, es decir en una primera abstracción o formalización a partir de la realidad empírica de la obra, sino que incor­poran la historia al sistema, lo cual actualiza la necesidad de descubrir la legitimidad del sistema mismo. Y, como es lógico, la legitimidad del sis­tema reside en sus leyes internas (in­manentes) que permiten definir "cada sustitución efectiva de sistemas litera­rios o lingüísticos".

El análisis de esas leyes estructurales conduce a caracte­rizar las posibles variantes de un mo­delo, es decir, las estructuras que son teóricamente posibles en un momento dado de la historia literaria. No es exagerado afirmar que la no­ción de sistema constituye un avance considerable dentro de la historia de la crítica. Implica, en primer lugar, superar la consideración crudamente empírica de la literatura; en segundo lugar, supone proponer a la crítica un primer nivel de abstracción para el análisis de la obra; en tercer lugar, deja abierto el camino para una ge­neralización posible: el modelo y sus variables estructurales.
Caracterizar a la obra como sistema procura esbozar la solución de un problema tradicional de teoría litera­ria: el de forma y contenido. Los for­malistas rechazan la dicotomía. En 1928, aparentemente un año de defini­ciones importantes para su teoría, Víctor Zhirmunski afirma: "En lite­ratura, los elementos así llamados del contenido no tienen una existencia independiente y no están exentos de las reglas generales de la estructura estética". Pero, ya en 1923, Tiniánov precisaba con claridad que la analo­gía tradicional entre forma y conte­nido con imágenes tales como la copa y el líquido que ésta contiene, había caducado. La obra es, según Tiniánov, una «forma dinámica» articulada se­gún el principio de construcción. A este principio podría oponérsele la noción de «material»; sin embargo, en literatura, los materiales (los conte­nidos a comunicar, según una termi­nología tradicional) no superan el límite de la forma, puesto que al incorporarse al sistema de la obra pertenecen al nivel de lo conformado.
Tiniánov aclara que es improcedente confundir los materiales con los ele­mentos "exteriores a la construc­ción". Dentro del sistema de la obra los diferentes niveles jerárquicos (fo­nético, sintáctico, semántico) que fue­ron sucesivamente abordados por los formalistas, conforman una totalidad constructiva y funcional, y no una su­ma de elementos de diferente natu­raleza y procedencia. Sin embargo, debe señalarse que los formalistas, como bien dice Erlich, acentuaron dos aspectos del sistema: el medio y los modos de expresión, llegando por mo­mentos a contradecir la organicidad estructural que teóricamente conve­nían en establecer, tal como se advier­te en la siguiente proposición de Tomachevski: el lenguaje poético es "uno de los sistemas lingüísticos don­de la función comunicativa es relegada y donde las estructuras verbales ad­quieren un valor autónomo".
Muchos de los trabajos de la primera época, en los que se enfatiza el análisis del nivel fónico, sobre todo en poesía, desvirtúan en la práctica la considera­ción de la obra como sistema total y coherente. Es probable que la reac­ción de los formalistas ante una crí­tica en lo fundamental culturalista e historicista, provocara ciertas exage­raciones de método en el abordaje de la obra y sus partes. Pero el planteo, en su conjunto, es importante ya que abrie un camino para definir las diferencias entre la literatura y lo que no lo es. Tal defi­nición, según la teoría de los forma­listas, no debe depender nunca de los contenidos; ni siquiera puede afirmar­se que resida en los contenidos. Si una noticia periodística difiere de un cuento no es por la historia que am­bos relatan sino por la organización del relato.

Jakobson, en 1933, afirma que "la función de la poesía es señalar que el signo no es idéntico a su referente" (Qué es poesía, citado por V. Erlich). Si entendemos por signo la palabra dentro del sistema de la obra y por referente una parte de la realidad ex­terior a la obra misma, se descubre fácilmente la importancia de la afir­mación. Frente a una teoría de la literatura y el arte que, en el siglo XIX, planteaban mecánicamente la necesidad de la relación significativa y la equivalencia directa entre litera­tura y realidad, el formalismo ruso propone un nuevo estatuto de la lite­ratura, que será el que retome poste­riormente la crítica estructuralista, en el cual se da más importancia al me­canismo de la significación, a la for­ma en que se significa, que a la adecuación de los significados con los posibles referentes reales. En la pri­mera década de este siglo, Saussure exigía para la lingüística idéntica con­sideración del signo y sus constitu­yentes, el significante y el significado. Este punto de vista es común, dentro de estas concepciones, a la teoría de la literatura y a la lingüística.