Análisis de la Odisea de Homero: algunas contradicciones
La Odisea se presenta como un canto épico entre
tantos extraídos del amplio repertorio
de la guerra troyana. El relato
sobre el fin de
Agamenón con el cual Zeus inicia la discusión entre los dioses, que decidirán autorizar
la repatriación de Odiseo, resume sucesos que eran narrados en un poema del
ciclo épico, los Retornos (Nostoi), que abarcaba también las aventuras de Menelao
y de otros combatientes de la guerra troyana.
Pero este poema, que en sólo cinco libros relataba el retorno de muchos héroes,
no podía compararse, por la riqueza del material y la complejidad de su estructura,
con nuestra Odisea, que en veinticuatro libros narra los hechos de un solo héroe.
Desde el primer verso ("Cuéntame del hombre rico en astucias...") la poesía
de la Odisea se revela como esencialmente diferente de la observada en la Ilíada. El tema ya no es una acción con muchos
personajes, sino la historia de un personaje que pasa por muchas aventuras. El hombre
situado de esta manera directa en el centro de
variados sucesos deberá surgir con una personalidad más nítida que la de los personajes de la llíada,
que eran guerreros puros.
Muchas referencias a la guerra pasada nos aseguran que este Odiseo es el mismo
que hemos conocido en Troya. Pero sólo aquí se nos aparece con esas cualidades
-astucia y tenacidad - que conservará en toda la literatura posthomérica. Es por esto
por lo que el guerrero de la Ilíada ha sido
identificado con personajes poéticos muy diversos. Ante todo, ha asumido el papel,
propio del folklore de varios países, del héroe al que se cree muerto, después de una larga
ausencia, pero que vuelve a su casa disfrazado, es reconocido por el hijo y finalmente
se venga de los pretendientes de su mujer.
El tema del retorno aparece liberado de los esquemas menos verosímiles del folklore
y desarrollado en el marco de una comunidad -Ítaca-, descrita de una manera muy
nítida y realista. En los cuatro primeros libros -la "Telemaquia", que
son de origen relativamente tardío y en los que Odiseo todavía no aparece- se establecen
firmemente los vínculos con el ciclo troyano, especialmente con las figuras de Néstor
y Menelao.
La sociedad pacífica que aquí se expone de manera completa, con todos sus encuadres
actividades económicas, animales domésticos, etc., también está gobernada
por un rey y una asamblea popular. Pero,
ese momento es inestable, porque el rey está lejos y quizás ha muerto, la asamblea casi no se reúne y no tiene muchos poderes. Mientras, un grupo bastante fuerte de
privilegiados quiere que uno de los suyos despose a Penélope
y suceda a Odiseo.
A ellos se opone solamente la resistencia
de Penélope y de Telémaco,
quien se hace adulto y revela una insospechada da energía.
El retorno y la venganza de Odiseo se relatan de una manera circunstanciada y realista.
Odiseo demuestra paciencia -virtud insólita
en un héroe épico- en su frecuentación del campo enemigo, en las alianzas realizadas
con los modestos personajes que le han permanecido
fieles y en la elaboración de planes de acción.
En esta tendencia realista, el poeta supera, aunque no del todo, el esquematismo
del relato popular, mediante la linealidad de la trama y la contraposición neta
del bien y el mal. En el folklore, los enemigos del que vuelve de la guerra son
usurpadores y la justeza de su castigo está fuera de discusión.
Homero nos presenta un grupo de aristócratas bastante
pacientes -también ellos- que no sustituyen al señor ausente en sus funciones, sino
que se limitan a darse buena vida en su casa; actitud que no es muy grave, porque
la casa del señor es un lugar de representación semipúblico y abierto a los jefes
menores de la comunidad. Por lo demás, piden solamente que se nombre un sucesor
a Odiseo respetando todas las formalidades. Penélope y Telémaco, aunque molestos
por la insistencia y la poca urbanidad de
los pretendientes, logran con éxito impedir toda usurpación irreparable.
Todo esto se explica en largas escenas de diálogos y asambleas,
en los cuales cada
uno expone sus razones y de las que resulta que Odiseo,
cuando reaparezca, podrá hacerse restituir sin dificultad, por el pueblo, los bienes
consumidos ( XXIII
356-357) y además, los pretendientes estarán
también dispuestos a entregarle amplias indemnizaciones (XXII 54-59) .
Odiseo es juicioso y civilizado. No está
movido por un odio ciego y llega a pensar
que alguno de los pretendientes merece el perdón; por ejemplo, cuando les pide para ponerlos a prueba (XVII
360-368) o cuando
alaba a uno de ellos,
el cortés Anfinomos,
y le advierte que no esté con
los otros en el momento de la venganza ( XVIII 143- 156) . Pero más tarde los mata a todos. La
conclusión es la de la fábula, que no prevé la reflexión ni la evaluación de las culpas individuales. Pero después de la matanza,
el poeta recuerda que en un mundo
real los asesinados dejan a su vez vengadores, tanto que en el libro XXII Odiseo, reducido a la defensiva, toma precauciones
que quizás no bastarían si, finalmente,
en el último libro, Atenea no resolviese
todo con una intervención milagrosa.
Este último canto contiene también un resumen del poema que en dos puntos importantes
contradice el curso real de los acontecimientos, es decir, contiene referencias
a versiones no incorporadas a la Odisea.
En el Hades, el alma de uno de los pretendientes,
Anfimedonte, relata lo sucedido a Agamenón. Durante la ausencia de Odiseo -le dice
entre otras cosas ( XXIV 128-50 )-, Penélope prometió casarse nuevamente cuando
hubiese terminado de tejer el sudario de Laertes; pero de noche deshacía el
trabajo realizado durante el día, y durante
tres años engañó de este modo a los pretendientes. Estos descubrieron por fin la treta y la obligaron a terminar la tela, pero
justamente en ese momento volvió Odiseo.
Se trata de otro motivo folklórico; una persona sobre la cual pesa una amenaza
que se concretará al terminar cierto trabajo,
deshace de noche lo que hace de día: finalmente se la descubre, pero en el momento
supremo llega la salvación inesperada. En la Odisea, no se produce esta coincidencia
maravillosa. Se cuenta la historia de la
tela otras dos veces; la cuentan Antínoo
II. 87- 110) y la misma Penélope (XIX, 1:37-1.56: en ambos casos
el descubrimiento del engaño se produce un poco antes de la llegada de Odiseo,
y extrañamente los pretendiente no han obligado a Penélope a mantener su promesa.
El poeta no quiso renunciar a este motivo, pero prefirió no utilizarlo en la trama.
Aufimedonte relata también ( XXIV-167-s.)
que Penélope es incitada por Odiseo a
proponer la prueba
del arco que
provoca
la matanza. Homero, en cambio, había dicho
claramente que el proyecto
fue concebido exclusivamente por Penélope (XIX 570- 581). La contradicción
sería de poca
importancia si no pusiese en tela de juicio un momento fundamental de todo el poema: el del reconocimiento
de Odiseo y
Penélope. En nuestro poema, éste
se produce al final, en el libro XXIII. Para Anfimedonte evidentemente
se ha producido antes de la prueba
del
arco: el poeta que compuso su narración tenía en
mente otra versión,
en la cual se
anticipaba el reconocimiento
y los
dos esposos actuaban de común
acuerdo. Algunos
pasajes del poema revelan, en realidad, que Homero
conocía esta versión pero quiso retardar el reconocimiento hasta lo último.
Ya en el libro XVIII Atenea inspira a Penélope la idea de presentarse con todo
su encanto ante los pretendientes y de halagarlos mostrándose dispuesta a casarse
nuevamente, a fin de "ser honrada ante el esposo y el hijo más de lo que lo
había sido antes" (v. 161 ag.). Cuando
ella halaga a los pretendientes, Odiseo la oye y en realidad, experimenta gran alegría.
Sin embargo, no puede conocer las verdaderas intenciones de Penélope y no tendría
por qué alegrarse. En esta escena, se supone
que el reconocimiento ya se ha producido y que la aparición de Penélope fue concertada
entre ambos.
En el libro siguiente, el desconocido Odiseo, que debe ser lavado por una criada,
pide a Penélope que lo haga una mujer vieja y fiel: la elección no puede
recaer sino sobre Euriclea, la única criada
que puede reconocerlo y que lo reconocerá con certeza porque lleva sobre la pierna
una cicatriz inconfundible. Aquí Odiseo parece decidido a darse a conocer; sin
embargo, durante el lavado de los pies vuelve la cabeza hacia la sombra, aunque
inútilmente, para que no se lo reconozca ( XIX 389-391) . Esta escena, contradictoria
por lo demás, difícilmente puede haber sido compuesta para un personaje modesto
como Euriclea. También aquí, la intención de dejar a Odiseo en el incógnito hasta
el final se superpone a una trama que llevaba al reconocimiento precoz.
Cuando luego Penélope anuncia al marido desconocido que propondrá a los pretendientes la prueba del arco para decidir con
quien volverá a casarse (IX 570-581), Odiseo debería
pensar que ella quiere realmente
ceder,
pero la estimula a realizar el plan y tiene buenos motivos para hacerlo,
pero no tendría mucho de
qué alegrarse al ver que justamente entonces Penélope
ha renunciado a la esperanza de volver a verlo y abandona la resistencia. Todo sería más simple si los dos actuasen de común
acuerdo, como cree recordar Anfimedonte en el último libro; pero al retardar el
reconocimiento, el único pretexto para introducir la iniciativa de Penélope, la
decisión de volver a casarse, es justamente lo que más debería disgustar a Odiseo.
También aquí se obtiene un resultado poético
con un pequeño renunciamiento al rigor lógico.
A través de estos indicios podemos sorprender a Homero en su trabajo de elección
y combinación de materiales preexistentes. Más que censurar las incongruencias,
sólo reconocibles en un examen muy atento, conviene admirar la sustancial unidad
poética de la Odisea. La originalidad de Homero aparece sobre todo en estas partes
que hemos examinado, en el retorno y la venganza, unidas al ambiente real del palacio de Ítaca, pero también
en las peregrinaciones de los libros V-XIII pues, aunque fabulosas, son vividas
y observadas con el mismo espíritu crítico.
La fusión de materiales tan heterogéneos
se obtiene, ante todo, gracias al valioso instrumento de la lengua y de la técnica
épica, capaz de refundir y asimilar en la familiar atmósfera heroica hasta lo inaudito
y fantástico. Epítetos y fórmulas que se
aplicaban antes al ambiente limitado de la guerra de Troya valen ahora, con pocas
modificaciones, para un mundo encantado que se extiende hasta la ultratumba. Los gigantes, los magos y los hados, que hablan
el lenguaje de Aquiles y de Héctor, parecen
remotos, pero no totalmente extraños a la realidad y a la historia.
Además, al exponer diversos sucesos que se desarrollan en todos los niveles
de la vida humana, desde las cortes principescas hasta los antros de los monstruos
y las chozas de los porquerizos y pastores, el poeta no sólo refleja una realidad
más diferenciada de aquella encerrada en la lejana llanura de Troya, sino que también
multiplica las referencias a la vida cotidiana que tiene ante sus ojos. Las famosas
comparaciones, que en la Ilíada suministran algunos atisbos sobre la existencia cotidiana, en la Odisea
son mucho más raras, como si el nuevo poeta
sintiese en menor grado la necesidad de introducir estas pausas descriptivas en
un relato que no ignora los espectáculos
de la naturaleza y las fatigas de los seres humildes.
Odiseo
Si la fama de Odiseo y su anterior actividad de combatiente en Troya garantizan
la existencia casi histórica del protagonista,
sus viajes por mar, que parecen una
pura evasión hacia la fantasía, sirven para desvincular al personaje de los presupuestos
rígidos y arcaicos de la tradición iliádica y para enriquecerlo humanamente, introduciéndolo
en una esfera ideal pero existente, que tiene sus bases
tanto en el folklore como en la civilización
contemporánea. El resultado es un Odiseo movido por estímulos interiores más complejos
que los que guiaban a los héroes de la Ilíada.
La curiosidad, la astucia, la audacia, la prudencia que se perfeccionan frente
a hechos nuevos, imprevisibles y más inquietantes que la aparición directa del enemigo
en armas en el campo
de batalla, han sido
atribuidas con razón a las actitudes de los
griegos que, desde el siglo VIII a.C. en adelante, partieron de la madre patria
hacia todas direcciones para buscar posibilidades
comerciales y sobre todo, nuevas sedes para fundar colonias. Pero ya en su patria,
mirando a su alrededor y meditando sobre sí mismos, los griegos debían desarrollar
la curiosidad, el gusto o el temor por lo nuevo, y pensar métodos para afrontar
situaciones insólitas y sorprendentes. Las relaciones sociales se complicaban, mientras
que los horizontes geográficos se ampliaban. Para moverse con un mínimo de seguridad
era menester poseer una naturaleza "versátil" y "paciente".
No se está seguro de encontrar en el prójimo la imagen de sí mismo. Frente al
desconocido, y también frente al pariente y al amigo, es necesario primero indagar
con cautela y no descubrirse de inmediato. La audacia y la astucia controladas
por la prudencia nacen de un sentido fundamental de inseguridad. No se está seguro
ni de sí mismo. Telémaco sabe que es el infeliz hijo de un desventurado. Quisiera
alcanzar la felicidad familiar, y en este deseo llega a poner en duda su nacimiento,
como en un intento de liberarse de su condición; a Atenea que, bajo el aspecto
de Mentes, le pregunta si es realmente el hijo de Odisea,
responde (Od. 1 214-218):
También yo, ¡oh huésped!, te responderé con sinceridad.
M i madre dice que lo soy, pero yo no lo sé. Nadie puede conocer su linaje por
sí mismo.
¡Ojalá fuese hijo feliz
de un hombre que envejeciese rodeado de sus riquezas!
Odiseo emplea tanta sagacidad, diplomacia y humildad simulada en ocultar su
identidad que cuesta reconocer en él a uno de los impulsivos héroes de la Ilíada. El arte
de la ficción se convierte en un refinado juego humorístico en el encuentro con Eumeo (Libro XIV ) . Odiseo,
falso mendigo, anuncia vagamente al porquero que quizá podrá darle noticias de su
patrón, es decir, de sí mismo.
Numeo responde inmediatamente que no acepta estas noticias, pues ya han pasado
por Ítaca muchos embusteros. Odisea insiste
y acicatea la curiosidad del porquero con algunas alusiones a la venganza próxima,
pero el otro lo invita a cambiar de tema . Odiseo improvisa uno de sus relatos falsos
y agrega hábilmente las noticias no solicitadas sobre sí mismo, noticias también
falsas.
Numeo se siente
conmovido por el relato, pero rechaza su última
parte. La riña continúa hasta que Odiseo, con otro relato bélico del
cual es protagonista
él mismo, logra astutamente hacerse dar una
capa. Pero Eumeo le advierte que deberá restituirla al día siguiente.
Esta actitud compleja, hecha de circunspección y de cautela unida a la osadía,
en la defensa de los propios intereses, es una virtud del hombre que vive en la
edad incierta del pasaje de la democracia primitiva al Estado político aristocrático.
En sus nuevas formas de solidaridad, este Estado garantiza más autonomía y libertad
a los individuos, al menos a los que tienen éxito, pero al mismo tiempo los aísla y
los enfrenta. Si antes, en las condiciones
del medioevo helénico, cada uno se hallaba incorporado por nacimiento a un sistema
relativamente simple y estable de relaciones gentilicias, en el cual cada grupo
actuaba frente al exterior como una unidad compacta, ahora, antes que la aristocracia
se organice sólidamente en clase dominante , el individuo debe tratar por sí mismo
de construir o mantener su sistema de relaciones.
La poesía épica está a punto de convertirse en un medio anacrónico de entretenimiento. En todo caso, sus relatos parecen demasiado unidos a un pasado que es un puro y vago
recuerdo. La Odisea, con su aparente evasión
al mundo de la fábula y su efectiva
adecuación al espíritu contemporáneo, roza
ya las posibilidades extremas de una épica moderna.
Con el surgimiento del individuo dedicado
a desarrollar su iniciativa en una época de
rápido progreso, el mismo oficio de poeta debe renovarse. La poesía épica era elaborada por la corporación de los aedas para un público
estable, y se la trasmitía en medio de una sociedad que se transformaba con lentitud.
Con Homero y con la forma del gran poema, ha llegado a una síntesis grandiosa,
pero también a su punto final. Ahora el poeta se convierte en un creador autónomo,
su mundo es efímero y su público mutable. Se inspira en lo ocasional para fijar
algunas imágenes del presente que fluye
FUENTE: Los hombres de la Historia Nº 12, Fausto Codimo, Ceal, Buenos
Aires, 1968.
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