La relación entre cultura e
identidad en
El
etnógrafo,
de Jorge Luis Borges
Cuando se habla de
identidad, se asume que esta hace referencia a un sujeto que es
fijo, que posee un conjunto de rasgos específicos (la
procedencia territorial, el color de la piel, la religión, la profesión) y con
un sistema de valores que pertenece a la cultura de procedencia. Se suele
creer que la identidad es aquello que se mantiene, siempre igual, con elementos
que se repiten y que parecen
permanentes. Sin embargo, Fred Murdock muestra que la identidad se va modificando
en el encuentro con el Otro, cuya mirada tiene un efecto sobre
ella. Esto sucede porque la identidad es una posición, no una
esencia. El sujeto cartesiano entra en crisis desde el mismo momento de su
concepción, por lo que su identidad será un constructo determinado por los
contextos culturales en los que se verá inmerso. La construcción de
la identidad no es un trabajo solitario e individual. Una exposición física y
espiritual a una serie de situaciones que están más allá de experiencias anteriores,
convierte a la persona en un sujeto distinto de lo
que era y le permite
conformar con otros una unidad colectiva. De aquí que el mismo Borges
aclare que "en toda historia los protagonistas son miles,
visibles e invisibles, vivos y muertos".
Fred Murdock, personaje de El
etnógrafo, es un estudiante de antropología que decide pasar
más de dos años en una reserva indígena al oeste de los Estados Unidos
intentando obtener datos para su tesis universitaria. Al comienzo de su
viaje, estaba "en esa edad en que el hombre no sabe aún quién
es". Para integrarse al
nuevo mundo circundante le ha sido aconsejado "el estudio de las
lenguas indígenas" con
lo que espera lograr ser identificado como uno más entre ellos, aceptado en esa
nueva comunidad, identificado en ese nuevo colectivo. Así, durante su
permanencia con la tribu, el aprendizaje
de otra cultura opera modificaciones en él que demuestran no sólo su
progresiva integración sino su transformación:
"Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba."
"Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba."
Murdock adopta, entonces, un conjunto de valores y
símbolos de la nueva cultura a partir de un aprendizaje consciente,
mediado siempre por la lengua, que, como sostiene Ticio Escobar, es uno de
los componentes capaces de contribuir a delinear la subjetividad útil para
reconocer articulaciones de la identidad colectiva. Por esto, Murdock "tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar
la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba". Y,
progresivamente, la objetividad de Fred como científico se
desvanece.
Como ya se ha dicho, la identidad no permanece estable, es una
estructura dinámica, en continua evolución. En el protagonista, la
identidad viene determinada por
la barbarie, no por la civilización, tomando en cuenta la visión binaria
adoptada por Sarmiento. Murdok es un joven cuya identidad entra en crisis en
contacto con verdades más elementales, vinculadas a la tierra, a la
esencialidad del hombre en la búsqueda de sí mismo, no en los silogismos de la
razón sino en el cautiverio del ensueño, del mundo onírico en donde moran los
arquetipos. Son las experiencias vividas en el contacto con estas verdades
lo valioso del aprendizaje y aún renunciando a la permanencia en el colectivo
que le ha servido de superficie para la manifestación de esa identidad, en su
regreso al mundo civilizado las ideas que lo movilizaron inicialmente han
perdido todo valor.
BIBLIOGRAFÍA
·
BORGES, Jorge Luis: El Etnógrafo,
·
ESCOBAR,
Ticio: “La identidad en tiempos globales”, en El arte fuera de sí,
Asunción: Museo del Barro, pp. 61-87.
gracias!
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