El modernismo:
de la gran renovación poética a la expresión de alambique (1900-1920)
Características principales del modernismo
• Reacción contra el subjetivismo
exagerado de la estética romántica
• Combinación innovadora de
elementos parnasianos y simbolistas
• Literatura aristocrática:
visión estetizante /decadente de la realidad
• Renovación del lenguaje
poético: - Importancia del trabajo sobre la palabra. - Búsqueda de la
perfección formal y la musicalidad. - Predominio de imágenes sensoriales. - Uso
frecuente de la sinestesia como recurso poético. - Innovaciones métricas. -
Creación de espacios poéticos exóticos (palacios, jardines, cisnes, pavos
reales).
• Exaltación del espíritu
americanista.
La crítica ha tomado a 1888 (año en que Rubén Darío publica su
libro Azul…) como fecha de iniciación del modernismo; y a 1896 (año de
publicación de Prosas profanas) como la fecha de su consolidación. En
las “Palabras
liminares” de este último libro, en un diálogo imaginario con el poeta
norteamericano Walt Whitman, Darío proporciona una suerte de clave de
filiación estética del movimiento desde su lugar de enunciación de escritor
hispanomericano: “Abuelo, es preciso decirlo: mi esposa es de mi tierra; mi
querida, de París”.
En la línea de esa filiación, el modernismo se constituyó como
una amalgama innovadora de espíritu americanista y distintas corrientes
poéticas, con énfasis en el parnasianismo de Théophile Gautier
(“cincelar” la palabra) y el simbolismo de Verlaine (“crear música” con
las palabras), poetas franceses que durante la segunda mitad del siglo XIX
habían propuesto una renovación estética profunda anclada en lo formal, que
rompe con las convenciones poéticas del momento.
El modernismo llenó el
paisaje literario de versos musicales, sinestesias, imágenes impresionistas,
gemas coloridas, jardines, palacios, princesas, cisnes y pavos reales (también
de una poesía más interior, profunda y reflexiva como la última etapa de Darío
o de Lugones).
A comienzos de la década
de 1920, desprovisto ya el movimiento de su dimensión poética innovadora y
practicado por epígonos, sus imágenes emblemáticas se habían transformado en
piruetas verbales de alambique, decorativas y superficiales. En ese contexto,
el título del soneto “Tuércele el cuello al cisne” del
mexicano González Martínez (contemporáneo de Darío y de Lugones), se convirtió
en una suerte de propuesta compartida por los poetas hispanoamericanos que
marcaron la transición hacia una nueva estética.
En la Argentina, el posmodernismo/neorromanticismo
de Alfonsina Storni (“Oh, muerte, yo te amo, pero te adoro, vida…”); la
poesía despojada de Carriego y el sencillismo de Baldomero Fernández
Moreno (“Setenta balcones hay en esta casa / setenta balcones y ninguna flor”)
se insertan en esta corriente de renovación.
El
modernismo en la Argentina
En los años del
pasaje del siglo XIX al XX, la Argentina se había integrado en la división
internacional del trabajo como exportadora de materias primas. El gran aluvión
inmigratorio del ochenta había cambiado –no sin conflictos– la fisonomía tanto
del país interior como del portuario, y Buenos Aires se había convertido en
una ciudad atractiva, cosmopolita, bullanguera, llena de posibilidades en los
distintos sectores de la actividad productiva, también la intelectual. En esas
circunstancias llega Rubén Darío a Buenos Aires, ya como líder indiscutido del
movimiento modernista, en continua expansión por toda Hispanoamérica a través
de la obra pionera de José Martí, de Julián del Casal, Manuel Guitiérrez
Nájera, José Asunción Silva, Amado Nervo y el propio Darío.
Es la primera
vez que un movimiento literario en habla hispana surge de América y va hacia
España donde triunfa como nueva estética: es la primera vez que los americanos
conducen. En Buenos Aires, Leopoldo Lugones conoce a Darío cuya obra
admira, lo mismo que Leopoldo Díaz, poeta que adopta la nueva estética en su
fase más aristocratizante, la de los mundos exóticos y sensoriales de Prosas
profanas. En otro orden de cosas, la literatura modernista coincide en la
Argentina con las luchas finales por la obtención del voto universal, secreto y
obligatorio para todos los ciudadanos varones, y con el primer gobierno del
radical Hipólito Yrigoyen, elegido presidente en 1916 como resultado de la
aplicación de esta Ley
Breve
reseña de la producción canónica del modernismo
La estética modernista produjo en la
Argentina renovaciones de envergadura en la escritura poética (Lugones,
fundamentalmente); en la narrativa las innovaciones fueron menos
significativas en función de las características mismas del género: el
desarrollo de la trama y de los personajes plantean al escritor otras urgencias
frente a las cuales el trabajo formal de la palabra queda necesariamente acotado
a ciertos modos discursivos. Además de la perspectiva estética aristocrática y
distanciada característica del movimiento, los escritores modernistas de la
nueva narrativa del paisaje – Güiraldes, Dávalos, el Larreta de Zogoibi–
incorporaron en sus obras la prosa impresionista, construida sobre imágenes
sensoriales combinadas.
La poesía modernista
Leopoldo Lugones
es uno de los poetas mayores de la literatura argentina; la irradiación de su
obra sobre las generaciones posteriores ha sido enorme, ya sea por devoción filial
o por rechazo parricida. Borges, por ejemplo, ha mantenido con
Lugones y su obra una relación literaria conflictiva y entrañable que
–transcurridos más de veinte años de la muerte del poeta– lo lleva a decir en
la dedicatoria/ prólogo de El Hacedor: “Si no me engaño, usted no me
malquería, Lugones…” Lugones es un poeta revolucionario, innovador,
iconoclasta, experimentador con el lenguaje hasta los límites de la ruptura,
anticonvencional. De su admiración por Darío surge una temprana adhesión al
modernismo y a sus propuestas de refinamiento verbal, pinturas lujosas y
distanciadas con visión estetizante de la realidad. En esa línea de alarde
técnico destinada más a sorprender que a conmover, escribe Las montañas del
oro (1897) y Crepúsculos de jardín (1905), y su obra más arriesgada
y singular Lunario sentimental (1909).
Se trata, en este último caso, de una obra criticada, admirada e
imitada en toda América, en la que Lugones entremezcla versos líricos, poesía
narrativa, prosa, notaciones musicales, diálogos teatrales, para poetizar sobre
la luna con escritura irreverente, piruetas lingüísticas e imágenes inusitadas
(“En la sombra infinita/ donde su luz se extingue, / la luna echará un pringue/
vivaz, de carpa frita;”). En los libros posteriores –Odas seculares (1910), El libro fiel (1912), El libro
de los paisajes (1917)– Lugones atenúa la pirotecnia verbal y
las rupturas formales de las primeras etapas del modernismo, para integrarse
en una visión lírica que valoriza la pertenencia a la tradición argentina y
americana (dice, por ejemplo, en Oda
a los ganados y las mieses: “A través de la pampa, un río, turbio/ de
fertilidad, rueda silenciosa/ su agua, que tiene por modesta fuente/ la urna de
tierra de la tribu autóctona”).
Los sucesivos cambios político-ideológicos que Lugones va
produciendo a lo largo de su vida, se registran en las variaciones y tensiones
de su escritura: la voz personal y reflexiva por debajo de las imágenes
modernistas en Las horas doradas (1922)
y en Poemas solariegos (1927); la veta popular entroncada con la
tradición hispánica en Romancero (1924),
acentuada como veta nacionalista en Romances
del Río Seco (“Y en la historia se halla escrito/ y a mi favor
ello aboga, / que cuatrocientos capiangos / tuvo Facundo Quiroga”), publicado
cuatro años después.
La narrativa modernista
Aunque sin la dimensión estética de su poesía, Lugones produjo
también obras narrativas (La guerra
gaucha, 1905; Las fuerzas extrañas, 1906; Cuentos fatales,
1924). En los dos primeros libros –con temática histórica nacional uno, con
enfoque pseudocientífico el otro– abundan las descripciones con imágenes
visuales características de la prosa impresionista de los modernistas.
A Lugones le interesaron también el ocultismo, la teosofía
y el espiritualismo, así como los fenómenos ligados a lo
sobrenatural, la magia y la superstición. Cuentos
fatales se mueve en este último espacio de escritura. En el
mismo año que La guerra gaucha
y casi como su oxímoron, Enrique Larreta publicó La gloria de don Ramiro, cuyo argumento se desarrolla en la
España de Felipe II. Se trata de una novela singular construida sobre la base
de descripciones impresionistas del paisaje y la utilización de un vocabulario
castizo, preciosista, elegante y minucioso, que apunta a reproducir la lengua
literaria de la Península.
Varios años
después, Larreta publica Zogoibi (1927), novela
que lo entronca con otras producciones de la narrativa del paisaje rural,
ligadas a la literatura regional: El
inglés de los güesos de Benito Lynch y Don Segundo Sombra de Ricardo
Güiraldes (la pampa húmeda, lo mismo que Zogoibi); El viento
blanco de Juan Carlos Dávalos (el noroeste); y también los cuentos de Horacio Quiroga (la selva
misionera), estos con abordaje naturalista. Güiraldes publica en 1926 Don Segundo Sombra, considerada
por la crítica como la novela de la pampa moderna, con el gaucho transformado
en peón de estancia.
Se trata de un viaje iniciático, formador, de un muchacho (Fabio) que acompaña
al nuevo gaucho/peón (Don Segundo) en tareas rurales a través de la provincia
de Buenos Aires, en localidades cercanas a San Antonio de Areco, donde
Güiraldes tenía su estancia.
Las descripciones del paisaje pampeano están trabajadas con
recursos modernistas: impresionismo plástico, imágenes sensoriales combinadas,
búsqueda de equilibrio y elegancia formal (“El barro de las orillas y las
barrancas habíanse vuelto de color violeta. Las toscas costeras exhalaban como
un resplandor de metal. Las aguas del río hiciéronse frías a mis ojos y los
reflejos de las cosas en la superficie serenada tenían más color que las cosas
mismas. El cielo se alejaba. Mudábanse los tintes áureos de las nubes en
rojos, los rojos en pardos”).
El escritor salteño Juan
Carlos Dávalos publicó El viento blanco en 1922, un libro de cuentos
de filiación modernista y temática regional. En el cuento del mismo nombre se
narra la travesía de un patrón y sus peones para entregar una tropilla de toros
del otro lado de la cordillera antes de la nevada que, sin embargo, los
sorprende. Sin abandonar el registro culto, el lenguaje del cuento incorpora
algunos modismos norteños (“le demos”, “se volvamos”) y vocablos regionales (acullico,
iros); sobre estos últimos, Dávalos, con conciencia lingüística de extrañamiento,
llama la atención del lector con la tipografía distintiva (bastardilla). El
relato abunda en descripciones del paisaje con imágenes sensoriales que
resultan funcionales a la trama, en tanto constituyentes de un clima narrativo
entre melancólico y premonitoriamente amenazador (“Era en el cañadón de
Huaitiquina, profundo tajo entre cerros de arenisca roja que destacaban al alto
cielo sus ásperos crestones de escoria grisácea”; “Y vieron […] que la inmensa
sábana blanca se revolvía ondulante, proyectando al espacio raudos jirones de
nieve pulverizada que corrían por las laderas, en la penumbra, como legiones de
fantasmas enloquecidos”).
Como en el resto de los movimientos, tampoco en el caso de la
narrativa modernista las divisiones son tajantes: las obras literarias –a veces
las de un mismo autor, tal el caso de Güiraldes, animador activo de las
vanguardias– coexisten en el espacio cultural con viejas y nuevas estéticas,
con las que conforman un entramado complejo.
Fuente:
Pagliai, Lucila : Literatura
argentina : 1830-1930 . - 1a ed. - Bernal : Universidad Virtual de Quilmes,
2014.
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