Doble o doppelganger
El doppelganger está siempre detrás de su propietario, y se mueve con
tanta rapidez que, por muy deprisa que uno se vuelva, siempre queda fuera de
nuestra vista. No hay ninguna razón concreta para que sea tan tímido, ya que
siempre imita nuestros movimientos exactamente, se hace eco de nuestra voz y
adopta nuestras expresiones faciales. Los investigadores especulan que si uno
pudiera verse y oírse tan perfectamente imitado, se moriría de vergüenza, y los
dobles normales no pretenden avergonzar a sus propietarios.
La función del doble es
hacer compañía. El doble está siempre dispuesto a escuchar con atención, a
responder preguntas infundiendo las respuestas en nuestra propia mente, y a
guiar nuestras acciones mediante una especie de ósmosis física. Por
ejemplo, a veces se mueve con suficiente rapidez para impedirnos dar un paso
peligroso entre el tráfico de las calles.
Los perros y los gatos
tienen la capacidad de ver a los dobles. Cuando un gato mira de repente detrás
de nosotros, con los ojos muy abiertos, es que han visto al doble. Si un perro nos
persigue ladrando, es que lo ha trastornado el ver al doble imitando todos
nuestros movimientos. Muchas personas ancianas son conscientes de sus dobles y
se las puede oír conversar con ellos.
El único peligro de los dobles es que uno de ellos se vuelva malicioso y decida actuar por cuenta propia. A veces esto no tiene graves consecuencias, ya que el doble se limita a hacerse visible durante un breve periodo y hace que los amigos juren que nos han visto en lugares donde no estábamos. Pero un doppelganger malévolo puede cometer crímenes de los que luego acusarán a su dueño; o, aún peor, adoptar una personalidad totalmente diferente de la de éste. En estos casos, uno no tiene un solo momento de calma. El doble le empuja constantemente a hacer, pensar y decir cosas contrarias a su carácter, pone palabras en su boca, afecta a su audición y le involucra a uno en actividades peligrosas. Una persona con un doble descontrolado es digna de compasión
Fuente:
Inged y Page: Enciclopedia de las cosas que nunca existieron; Anaya, Madrid, 2005
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