Análisis
de El farmer de Andrés Rivera
La
relación entre el universo de la ficción y el de la política aparece en forma
persistente en la literatura nacional argentina. Las pasiones ideológicas, las
expectativas políticas y de cambio social, las guerras y los destierros
aportaron material a nuestra literatura desde sus comienzos hasta la
actualidad.
En
la novela El farmer, la voz y las cartas de Juan Manuel de Rosas hilvanan un
relato de exilio y vejez en primera persona. De esta manera, el texto puede
hacer una revisión crítica de ciertos acontecimientos de la historia argentina
del siglo x1x.
Se
trata del monólogo autobiográfico del gran estanciero, que fuera en otra época
el enemigo tan temido y del que solo queda un viejo farmer, un granjero
conservador en una Inglaterra convulsionada por las luchas sociales. En este
texto, el protagonista, después de estar en el poder por veinte años en la
Argentina, pasa revista a sus enemigos, a su historia familiar y a sus
rencores.
Esta
voz de Rosas, creada por Rivera, desnuda sus abusos de poder, las mentiras, la
corrupción, el clientelismo político, la violencia, la muerte, el fracaso de su
proyecto, y su derrota y caída.
El viaje y el exilio
Tanto
en los textos como en la historia personal de los miembros de la Generación del
37 estaba presente el tópico del viaje. Si bien, en un primer momento, se
trataba de un viaje de formación, en general hacia Europa, en el que el
protagonista forjaba su educación, su cultura personal y su historia, en un
segundo momento, el viaje respondía a la necesidad de exiliarse para escapar de
las persecuciones políticas, pero también este viaje funcionaba como un
aprendizaje.
En
la novela de Rivera, el relato de la vejez está signado por un viaje. En este
caso, se trata también de un exilio, el de un exgobernante, pero es un viaje al ocaso de una vida, una derrota que no tiene retorno y cuyo balance se vincula más con un ajuste
de cuentas con los personajes de su pasado y sus enemigos que
con un aprendizaje. Se trata, entonces, de un viaje que marca el
fin de un ciclo histórico y vital.
También
el lugar donde Rosas vive su destierro es un dato relevante ya que, en tanto
gobernador, defendió la soberanía como un factor
esencial para la construcción de la Nación, lo que lo llevó a resistir en
diversas oportunidades los avances de Inglaterra. Y de hecho, en la novela, el narrador problematiza sus complejas
relaciones con ese país.
Enemigos
políticos e intelectuales
El relato de Rivera sobre Rosas abre
con la evocación a Sarmiento, figura que persiste a lo largo de la novela. Esta
alusión tiene diferentes implicancias y una de las más importantes se vincula con
su condición de enemigos políticos e intelectuales. La presencia de los
enemigos en el monólogo del viejo exiliado es también una clara alusión al
poder perdido: Sarmiento, Urquiza, Lavalle, Camila O'Gorman, la rivalidad entre
unitarios y federales, las miserias de la clase ganadera y de los militares, y
el recuerdo de ciertos vínculos familiares (el territorio perdido de lo
íntimo), todo esto conforma el elenco del que se sirve el viejo dictador exiliado
para evocar su gloria y su posterior caída.
"Soy un campesino viejo",
dice el Rosas de Rivera, es decir, no es un gaucho. Esta mención no es casual
si se considera la base del pensamiento sarmientino. Para este intelectual, es muy
importante la figura del farmer estadounidense, porque supone una noción de
producción y laboriosidad, y una forma particular de relacionarse con la tierra
muy diferente a la del gaucho argentino, que, para Sarmiento, es sinónimo de
vagancia y de atraso social. No es ingenuo, entonces, que en el texto aparezca
esta distinción en el discurso que Rosas elabora en suelo inglés y que funciona
como una corroboración del pensamiento del sanjuanino. De esta manera, aunque
Rosas había sido el caudillo de los gauchos, no se reivindica como uno de
ellos, sino como el tipo de campesino que Sarmiento, su gran enemigo, considera
fundamental para su proyecto de Nación.
Una
novela de paradojas
La novela de Andrés Rivera propone una
serie de paradojas en relación con la historia política argentina del siglo
XIX. Rosas, quien provocó el exilio de toda la Generación del 37, se interroga acerca
del destierro. Quien fue acusado de liderar la barbarie elige comportarse como
un ser civilizado y hasta compite intelectualmente con Sarmiento, uno de sus
principales adversarios. El gobernador todopoderoso que supo aunar las
voluntades de los trabajadores del campo argentino es el detractor de la clase
trabajadora inglesa, en la que observa con escándalo sus reivindicaciones.
El hombre con más poder de la Argentina
decimonónica y al que más favores le debían las clases acomodadas vive un
exilio en la más absoluta soledad, ya que ni su inseparable hija Manuelita lo acompaña.
De esta manera, el "Restaurador de
las Leyes" termina sus días en una modesta granja inglesa, con la única
compañía de una perra, el mate, un brasero y la esperanza en la posteridad.
La
selección de textos críticos que aparece a continuación problematiza cuestiones fundamentales en
torno al nacimiento de la literatura argentina, como las características
generacionales, la oposición civilización-barbarie, el uso del lenguaje y el
rol de los intelectuales. Estos fragmentos constituyen un punto de partida
insoslayable para pensar la literatura argentina del siglo XIX.
Dice David Viñas en Literatura
argentina y realidad política (frag.), Buenos Aires, Jorge ÁLVAREZ, 1964.
Son
varias las coordenadas que se entrecruzan y superponen en el período rosista y
que inciden en la aparición de una literatura con perfiles propios. Son
conocidos: en primer lugar, la presencia, unidad y desarrollo de una
constelación de figuras de cronología, nivel social y aprendizaje homogéneos;
con una implicancia decisiva: se trata de la primera generación argentina que
se forma luego del proceso de 1810. En segundo lugar, su inserción en las
tensiones que provoca el momento rosista que los crispa, motiva y moviliza
alejándolos del país y otorgándoles distancia para verlo en perspectiva y
desearlo, interpretarlo, magnificándolo y descubriéndolo como condición sine
qua non hasta poetizado en una permanente oscilación entre carencia y regreso.
[ ... ] Son los términos espaciales y significativos los que operan: el
desierto rústico, amenazador y desnudo que acecha, provoca [...] vértigo a la
vez que urgencia por llenarlo. [ ... ) El otro término es el matadero con sus
dos connotaciones claves, lo pintoresco y lo pringoso. Es decir, el matadero es
la estancia impura.
Dice Ricardo Piglia en "Echeverría
y el lugar de la ficción (frag). La argentina en pedazos, Buenos Aires,
Ediciones de la Urraca, 1993.
El origen.
Se podría decir que la historia de la narrativa argentina empieza dos veces: en
El matadero y en la primera página del Facundo. [ ... ] De hecho los dos textos
narran lo mismo y nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena
de violencia contada dos veces. La anécdota con la que Sarmiento empieza el
Facundo y el relato de Echeverría son dos versiones (una triunfal, otra
paranoica) de una confrontación que ha sido narrada de distinto modo a lo largo
de nuestra literatura por lo menos hasta Borges. [ ... ]
El lenguaje y el cuerpo.
[ ... ] en el cuento de Echeverría todo está centrado en el cuerpo y el
lenguaje (marcado por la violencia) acompaña y representa los acontecimientos.
Por un lado un lenguaje "alto", engolado, casi ilegible: en la zona
del unitario el castellano parece una lengua extranjera y estamos siempre
tentados de traducirla. Y por otro lado una lengua "baja", popular,
llena de matices y de flexiones orales. La escisión de los mundos enfrentados
toca también al lenguaje. El registro de la lengua popular, que está manejado
por el narrador como una prueba más de la bajeza y la animalidad de los
"bárbaros", es un acontecimiento histórico y es lo que se ha
mantenido vivo en El matadero.
Dice Cristina Iglesia en Mártires o
libres: un dilema estético. Las víctimas de la cultura en El matadero de
Echeverría y en sus reescrituras (frag.) disponible en http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/4124
En
El matadero el pueblo es sordo, ciego y sobre todo dócil ante los mandamientos
de los federales. [ ... ) El momento es difícil porque el sistema impugnado por
los intelectuales por dictatorial y represivo se atribuye las marcas de lo
popular, las exhibe a cada paso. Artista y pueblo están brutamente distanciados
y el narrador elige el reproche engarzado en la ironía: no hay peor sordo que
el que no quiere oír, ni peor pueblo que el que no quiere escuchar la palabra
ilustrada y salvadora de los que se oponen a Rosas. La distancia irremediable
ratifica la inutilidad de quedarse y la conveniencia del destierro. El matadero
fue escrito con un pie en el estribo.
Justamente
porque problematiza una disyuntiva dramática para la palabra esclarecedora de
los ilustrados: a quién hablar si nadie quiere oír, a qué pueblo adorar si el que
buscamos adora a los tiranos y para quién
escribir si el pueblo no nos leerá. [ ... )
Dice José Pablo Feinmann en "La desmesura argentina", página 12, 9 de marzo de 2008.
La
desmesura de lo que Echeverría cuenta solo es comparable a la enormidad del
error que cometió el unitario. Pareciera que el joven elegante y culto no conocía
mucho sino casi nada la ciudad en que vivía, y eso que no era grande. Porque
desviar su cabalgadura para el lado del matadero es una desviación tan desviada
que más no podía serlo. Pero Echeverría -es él quien encarna, quien se refleja en el unitario distraído, que
de altanero que era no miraría hacia abajo y eso lo perdió- quería una historia
que buscara los extremos, y extremada debía ser la distracción del unitario. La
historia no empieza con el unitario, empieza con el lugar en que el unitario
perderá sus pasos y luego la vida: el matadero. Ahí no pueden ser más horribles
las cosas. La sangre corre y se mezcla con el barro. Los perros se quedan con
los bofes, se los disputan a tarascones. La brutalidad de los faenadores se
despliega generosa. Se sabe que Echeverría no escribió este cuento -admirable-
para publicarlo. Lo habrá escrito en su estancia, en un exilio interior,
digamos. Y después se lo llevó a Montevideo, y aquí se lo habrá leído a sus
amigos, los hombres del exilio unitario.
Pongamos: Alberdi, Juan María Gutiérrez, Florencia Varela.
Fuente:
LITERATURA 5 Activados; Ed. Puerto de Palos; Buenos Aires; 2013
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