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11 de julio de 2022

Análisis de El farmer de Andrés Rivera

 

Análisis de El farmer de Andrés Rivera

 

La relación entre el universo de la ficción y el de la política aparece en forma persistente en la literatura nacional argentina. Las pasiones ideológicas, las expectativas políticas y de cambio social, las guerras y los destierros aportaron material a nuestra literatura desde sus comienzos hasta la actualidad.

En la novela El farmer, la voz y las cartas de Juan Manuel de Rosas hilvanan un relato de exilio y vejez en primera persona. De esta manera, el texto puede hacer una revisión crítica de ciertos acontecimientos de la historia argentina del siglo x1x.

Se trata del monólogo autobiográfico del gran estanciero, que fuera en otra época el enemigo tan temido y del que solo queda un viejo farmer, un granjero conservador en una Inglaterra convulsionada por las luchas sociales. En este texto, el protagonista, después de estar en el poder por veinte años en la Argentina, pasa revista a sus enemigos, a su historia familiar y a sus rencores.

Esta voz de Rosas, creada por Rivera, desnuda sus abusos de poder, las mentiras, la corrupción, el clientelismo político, la violencia, la muerte, el fracaso de su proyecto, y su derrota y caída.

 

El viaje y el exilio

Tanto en los textos como en la historia personal de los miembros de la Generación del 37 estaba presente el tópico del viaje. Si bien, en un primer momento, se trataba de un viaje de formación, en general hacia Europa, en el que el protagonista forjaba su educación, su cultura personal y su historia, en un segundo momento, el viaje respondía a la necesidad de exiliarse para escapar de las persecuciones políticas, pero también este viaje funcionaba como un aprendizaje.

En la novela de Rivera, el relato de la vejez está signado por un viaje. En este caso, se trata también de un exilio, el de un exgobernante, pero es un viaje al ocaso de una vida, una derrota que no tiene retorno y cuyo balance se vincula más con un ajuste de cuentas con los personajes de su pasado y sus enemigos que con un aprendizaje. Se trata, entonces, de un viaje que marca el fin de un ciclo histórico y vital.

También el lugar donde Rosas vive su destierro es un dato relevante ya que, en tanto gobernador, defendió la soberanía como un factor esencial para la construcción de la Nación, lo que lo llevó a resistir en diversas oportunidades los avances de Inglaterra. Y de hecho, en la novela, el narrador problematiza sus complejas relaciones con ese  país.

 

Enemigos políticos e intelectuales

El relato de Rivera sobre Rosas abre con la evocación a Sarmiento, figura que persiste a lo largo de la novela. Esta alusión tiene diferentes implicancias y una de las más importantes se vincula con su condición de enemigos políticos e intelectuales. La presencia de los enemigos en el monólogo del viejo exiliado es también una clara alusión al poder perdido: Sarmiento, Urquiza, Lavalle, Camila O'Gorman, la rivalidad entre unitarios y federales, las miserias de la clase ganadera y de los militares, y el recuerdo de ciertos vínculos familiares (el territorio perdido de lo íntimo), todo esto conforma el elenco del que se sirve el viejo dictador exiliado para evocar su gloria y su posterior caída.

"Soy un campesino viejo", dice el Rosas de Rivera, es decir, no es un gaucho. Esta mención no es casual si se considera la base del pensamiento sarmientino. Para este intelectual, es muy importante la figura del farmer estadounidense, porque supone una noción de producción y laboriosidad, y una forma particular de relacionarse con la tierra muy diferente a la del gaucho argentino, que, para Sarmiento, es sinónimo de vagancia y de atraso social. No es ingenuo, entonces, que en el texto aparezca esta distinción en el discurso que Rosas elabora en suelo inglés y que funciona como una corroboración del pensamiento del sanjuanino. De esta manera, aunque Rosas había sido el caudillo de los gauchos, no se reivindica como uno de ellos, sino como el tipo de campesino que Sarmiento, su gran enemigo, considera fundamental para su proyecto de Nación.

Una novela de paradojas

La novela de Andrés Rivera propone una serie de paradojas en relación con la historia política argentina del siglo XIX. Rosas, quien provocó el exilio de toda la Generación del 37, se interroga acerca del destierro. Quien fue acusado de liderar la barbarie elige comportarse como un ser civilizado y hasta compite intelectualmente con Sarmiento, uno de sus principales adversarios. El gobernador todopoderoso que supo aunar las voluntades de los trabajadores del campo argentino es el detractor de la clase trabajadora inglesa, en la que observa con escándalo sus reivindicaciones.

El hombre con más poder de la Argentina decimonónica y al que más favores le debían las clases acomodadas vive un exilio en la más absoluta soledad, ya que ni su inseparable hija Manuelita lo acompaña.

De esta manera, el "Restaurador de las Leyes" termina sus días en una modesta granja inglesa, con la única compañía de una perra, el mate, un brasero y la esperanza en la posteridad.

La selección de textos críticos que aparece a continuación problematiza cuestiones fundamentales en torno al nacimiento de la literatura argentina, como las características generacionales, la oposición civilización-barbarie, el uso del lenguaje y el rol de los intelectuales. Estos fragmentos constituyen un punto de partida insoslayable para pensar la literatura argentina del siglo XIX.

Dice David Viñas en Literatura argentina y realidad política (frag.), Buenos Aires, Jorge ÁLVAREZ, 1964.

Son varias las coordenadas que se entrecruzan y superponen en el período rosista y que inciden en la aparición de una literatura con perfiles propios. Son conocidos: en primer lugar, la presencia, unidad y desarrollo de una constelación de figuras de cronología, nivel social y aprendizaje homogéneos; con una implicancia decisiva: se trata de la primera generación argentina que se forma luego del proceso de 1810. En segundo lugar, su inserción en las tensiones que provoca el momento rosista que los crispa, motiva y moviliza alejándolos del país y otorgándoles distancia para verlo en perspectiva y desearlo, interpretarlo, magnificándolo y descubriéndolo como condición sine qua non hasta poetizado en una permanente oscilación entre carencia y regreso. [ ... ] Son los términos espaciales y significativos los que operan: el desierto rústico, amenazador y desnudo que acecha, provoca [...] vértigo a la vez que urgencia por llenarlo. [ ... ) El otro término es el matadero con sus dos connotaciones claves, lo pintoresco y lo pringoso. Es decir, el matadero es la estancia impura.

Dice Ricardo Piglia en "Echeverría y el lugar de la ficción (frag). La argentina en pedazos, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1993.

El origen. Se podría decir que la historia de la narrativa argentina empieza dos veces: en El matadero y en la primera página del Facundo. [ ... ] De hecho los dos textos narran lo mismo y nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena de violencia contada dos veces. La anécdota con la que Sarmiento empieza el Facundo y el relato de Echeverría son dos versiones (una triunfal, otra paranoica) de una confrontación que ha sido narrada de distinto modo a lo largo de nuestra literatura por lo menos hasta Borges. [ ... ]

El lenguaje y el cuerpo. [ ... ] en el cuento de Echeverría todo está centrado en el cuerpo y el lenguaje (marcado por la violencia) acompaña y representa los acontecimientos. Por un lado un lenguaje "alto", engolado, casi ilegible: en la zona del unitario el castellano parece una lengua extranjera y estamos siempre tentados de traducirla. Y por otro lado una lengua "baja", popular, llena de matices y de flexiones orales. La escisión de los mundos enfrentados toca también al lenguaje. El registro de la lengua popular, que está manejado por el narrador como una prueba más de la bajeza y la animalidad de los "bárbaros", es un acontecimiento histórico y es lo que se ha mantenido vivo en El matadero.

Dice Cristina Iglesia en Mártires o libres: un dilema estético. Las víctimas de la cultura en El matadero de Echeverría y en sus reescrituras (frag.) disponible en http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/4124

En El matadero el pueblo es sordo, ciego y sobre todo dócil ante los mandamientos de los federales. [ ... ) El momento es difícil porque el sistema impugnado por los intelectuales por dictatorial y represivo se atribuye las marcas de lo popular, las exhibe a cada paso. Artista y pueblo están brutamente distanciados y el narrador elige el reproche engarzado en la ironía: no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor pueblo que el que no quiere escuchar la palabra ilustrada y salvadora de los que se oponen a Rosas. La distancia irremediable ratifica la inutilidad de quedarse y la conveniencia del destierro. El matadero fue escrito con un pie en el estribo.

Justamente porque problematiza una disyuntiva dramática para la palabra esclarecedora de los ilustrados: a quién hablar si nadie quiere oír, a qué pueblo adorar si el que buscamos  adora a los tiranos y para quién escribir si el pueblo no nos leerá. [ ... )

Dice José Pablo Feinmann en  "La desmesura argentina",  página 12, 9 de marzo de 2008.

La desmesura de lo que Echeverría cuenta solo es comparable a la enormidad del error que cometió el unitario. Pareciera que el joven elegante y culto no conocía mucho sino casi nada la ciudad en que vivía, y eso que no era grande. Porque desviar su cabalgadura para el lado del matadero es una desviación tan desviada que más no podía serlo. Pero Echeverría -es él quien encarna,  quien se refleja en el unitario distraído, que de altanero que era no miraría hacia abajo y eso lo perdió- quería una historia que buscara los extremos, y extremada debía ser la distracción del unitario. La historia no empieza con el unitario, empieza con el lugar en que el unitario perderá sus pasos y luego la vida: el matadero. Ahí no pueden ser más horribles las cosas. La sangre corre y se mezcla con el barro. Los perros se quedan con los bofes, se los disputan a tarascones. La brutalidad de los faenadores se despliega generosa. Se sabe que Echeverría no escribió este cuento -admirable- para publicarlo. Lo habrá escrito en su estancia, en un exilio interior, digamos. Y después se lo llevó a Montevideo, y aquí se lo habrá leído a sus amigos,  los hombres del exilio unitario. Pongamos: Alberdi, Juan María Gutiérrez, Florencia Varela.

 

Fuente: LITERATURA 5 Activados; Ed. Puerto de Palos; Buenos Aires; 2013


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