Análisis de Casa
tomada de Julio Cortázar (II)
Dentro
de la paz y la rutina diaria de un hermano y una hermana solterones, que viven
juntos en la vieja casa de la familia, entra una presencia extraña que viene a
cambiar por completo sus vidas: la sensación de algo o alguien que ocupa
paulatinamente la casa, hasta que los dos hermanos se ven obligados a
abandonarla. Este episodio aparentemente tan simple está lleno de
complicaciones, de recovecos que se deben examinar.
Hay
una insinuación de extrañeza desde las primeras líneas: la casa se establece
como el personaje central de la historia. Es el eje alrededor del cual giran
las vidas de los hermanos, cuya ocupación principal es el aseo, el orden de la
casa familiar, que casi llega a tener un alma: “A veces llegamos a creer que
era ella la que no nos dejó casarnos”, dice el narrador que, por otra parte,
está perfectamente feliz con esa tiranía habitacional.
Él y su hermana
viven plácidamente, en un “simple y silencioso matrimonio de hermanos”, una unión
de dos seres solitarios, cuya paz es interrumpida por la aparición de lo
insólito: al oír un ruido que viene del otro lado de la casa, el narrador
cierra inmediatamente la puerta de comunicación: “Han tomado la parte del
fondo”.
El lector se
pregunta quién. ¿Quién o qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Ellos, los personajes, no se
preguntan nada. No tratan de investigar, de protestar, de impedir la invasión:
simplemente saben, y aceptan con fatalismo y resignación. Y eso que saben se
mantiene latente durante todo el cuento, sin presentarse nunca a la vista.
Sentimos que no hay posibilidad de rechazar esa ocupación desconocida que, por
extraño que pueda parecer, no modifica en gran cosa la vida de los dos
hermanos. Aparte de la añoranza de algunos objetos familiares que han sido
dejados del otro lado, sus hábitos no cambian mucho: las labores domésticas se
simplifican, la lectura del hombre es sustituida por una colección de
estampillas.
La insistencia en
la cotidianidad de los hechos, la calma con que se toma la situación, realzan
la impresión de extrañeza. Lo prosaico de la vida de los personajes, su
uniformidad, es tan grande que acaba por parecer extraño. La hermana llena los
días tejiendo, atiborrando los cajones de objetos que nunca serán usados por
nadie: el narrador descubre “el cajón de
abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lilas.
Estaban con naftalina, apiñadas como en una mercería; no tuve el valor de
preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas”.
El narrador, por su
parte, no tiene ocupaciones fuera de la casa; emplea su tiempo en la limpieza,
en las labores domésticas y en la lectura. Estos dos solterones ordenados, casi
maniáticos, viven con toda discreción una vida en tono menor, una especie de
sinfonía de grises, en que la invasión de la casa viene a dar la nota
discordante, pero sin lograr cambiar el
ritmo de la vida.
Cuando la ocupación llega a ser total los dos
personajes huyen; salen corriendo, sin echar
una mirada hacia atrás, y abandonan la casa en manos del invasor (¿o
invasores?), del que cabe preguntarse si
existe siquiera.
La solución no está dada en el texto, que conserva hasta el
final la incertidumbre, la ambigüedad de lo desconocido.
En este cuento hay tres cosas que llaman la
atención: el contraste entre lo definido y lo indefinido, el tratamiento del
espacio y la falta de resistencia a la invasión.
La descripción de
la casa, de las ocupaciones domésticas, de la rutina diaria, es sumamente
precisa: se citan siempre horas exactas para las tareas cotidianas, la hora
precisa en que ocurren las invasiones, y todo ello contrasta fuertemente con la
imprecisión en cuanto a las invasiones mismas, con el hecho de que nunca se
muestra la ocupación de la casa, sino que se dice solamente que va siendo
ocupada cada vez más, dejando cada vez menos espacio a sus ocupantes.
Y esto nos lleva al
problema del espacio. Todo el cuento transcurre dentro de un espacio cerrado,
rígidamente circunscrito por los muros de la casa. Las salidas semanales del
narrador a las librerías y a comprar estambre para su hermana no añaden otro
espacio al mundo del relato. En las calles el personaje no vive, sino que va a
buscar las provisiones necesarias para su vida real, la que transcurre dentro
de la casa; el mundo exterior es totalmente ajeno a la vida de los personajes.
Y el mundo interior, el espacio de la casa, se va reduciendo progresivamente,
al ritmo de la invasión, hasta que la falta de espacio vital empuja a los
personajes a su única salida real al mundo exterior.
En cuanto a la
falta de resistencia, es uno de los problemas más interesantes que plantea este
texto. Un hombre y una mujer de edad madura, que parecen seres sensatos y
bastante equilibrados a pesar de sus pequeñas excentricidades, se rinden
inmediatamente, sin chistar, a la evidencia de una invasión invisible; no hay
un solo intento de análisis o de racionalización, lo cual hace pensar que, en
su origen al menos, podría tratarse de un sueño. Esto recuerda, en efecto, esa
situación típica de ciertas pesadillas, en que sentimos que algo nos persigue y
corremos despavoridos, sin que se nos ocurra detenernos a mirar hacia atrás. El
soñador huye sin resistir, sin investigar qué es lo que lo hostiga y lo aterra,
con la seguridad, incuestionable, de que es lo único que puede hacer.
Además de la falta
de resistencia, el tratamiento del tiempo y de ciertos detalles también hace
pensar en los sueños. Se da, como ya hemos dicho, la hora precisa en que se
realizan todas las tareas cotidianas, la hora en que los hermanos se levantan y
aquella en que van a la cama, pero no hay un solo indicio que permita saber
cuánto tiempo transcurre desde el comienzo hasta el final del cuento, ni si
pasan días, semanas o meses entre la primera y la segunda invasión. La
abundancia de detalles triviales sobre las bufandas o los suéteres tejidos por
la hermana se contrapone con la falta absoluta de información sobre ese
acontecimiento crucial que es la ocupación de la casa. Esto ocurre
constantemente en las experiencias oníricas: aparece Fulano, cuya presencia en
tal lugar o en determinada situación sería completamente absurda en la vida
real, y el soñador ni tiene ni pide la explicación; puede ver, en cambio, hasta
los más mínimos detalles del atuendo de su personaje, el color de su camisa o
si ha cambiado de peinado, etcétera.
No quiero decir con
esto que el ambiente de “Casa tomada” sea onírico, sino que creo que el
procedimiento narrativo que utiliza Cortázar está muy directamente relacionado
con la forma de algunos sueños. La mezcla “irracional” de precisión e
imprecisión, la falta absoluta de lo que sería una reacción normal en la vida
consciente, la ausencia de protesta o de resistencia por parte de dos personas
que con toda seguridad jamás permitirían que el tendero les cobrara cinco
centavos más por una botella de leche, me parecen reflejos, conscientes o no,
de una experiencia onírica.
Existe la tentación
de dar a este texto una interpretación alegórica, de hablar de la enajenación
del mundo moderno, de la invasión del hombre latinoamericano por el sistema
opresor, y sin duda serían lecturas legítimas. Pero, en cuanto a los textos de
Cortázar en general, me parece que vale lo que dice Todorov a propósito de
Kafka:
Ciertamente se pueden proponer varias interpretaciones
alegóricas del texto, pero éste no ofrece ninguna indicación explícita que
pudiera confirmar una u otra.
[...] sus relatos se deben leer ante todo como relatos,
en el nivel literal.
Fuente:
FLORA BOTTON BURLÁ, LOS JUEGOS FANTÁSTICOS, FACULTAD
DE FILOSOFÍA y LETRAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO, 2003.
Para otro análisis de casa tomada pulsar aquí:
http://elblogdemara5.blogspot.com/2009/04/analisis-de-casa-tomada-de-julio.html
Para actividades didácticas y guía de lectura pulsar
aquí:
http://elblogdemara5.blogspot.com/search?q=casa+tomada
Si necesita descargar
el cuento pulsar aquí:
Biblioteca Casa tomada de Julio Cortázar (1)
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