El surgimiento de la literatura fantástica moderna es una típica consecuencia de los
conflictos que afronta el pensamiento europeo desde la instauración del Romanticismo. En
la Edad Media prevaleció una cosmovisión sobrenaturalista que hizo posible, en literatura,
la proliferación de cuentos maravillosos en los que se admitía de manera espontánea y
normal la existencia de otro mundo, del cual procedían todos los hechos insólitos o
extraordinarios que se introducían en la vida humana de este mundo y la perturbaban. En
tal contexto histórico se consideraban usuales la presencia de las hadas, los milagros de
los santos, la acción de Satanás o de sus prosélitos, las magias y taumaturgias de toda
índole, tal como lo confirman innumerables relatos considerados absolutamente verídicos
y, por supuesto, verosímiles (según se desprende especialmente de multitud de leyendas
religiosas). Con el transcurso del tiempo se produjo una radical transformación ideológica
que circunscribió los alcances de la realidad al mundo de la vida cotidiana, al plano del
acaecer secular. Estimulada por el avance de las ciencias y del empirismo filosófico, esta
nueva visión estructuró un sistema en el que la posibilidad de lo mágico, lo extraño, o lo
siniestro […] pareció quedar excluida. La óptica empirista, racionalista y experimental de la
mentalidad moderna alcanzó su plenitud con el afianzamiento de la ilustración filosófica.
Pero en este mismo período, cuyo apogeo puede situarse en el siglo XVIII, con la irrupción
prerromántica comenzó una renovación del interés por el elemento sobrenatural, acaso
favorecida por hondas convicciones que habían permanecido reprimidas en las zonas más
penumbrosas del inconsciente. El intento de restaurar los maravilloso se había vuelto
imposible por la solidez del secularismo imperante, pero como alternativa emergió un tipo
de concepción en que los hechos insólitos o extraordinarios son manejados literariamente
con la suficiente vaguedad como para resultar compatibles con nuestra imagen de la vida
cotidiana e inclusive, según opina Tzvetan Todorov, se presentan como pertenecientes a
una zona indeterminada en la que no es posible establecer si tienen origen en una
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objetividad sobrenatural o en una subjetividad morbosa. Este fenómeno parece formar
parte de un complejo proceso que ha tendido a trasladar la noción de realidad hacia un
plano psicológico más bien que sociológico y del cual forman parte hechos literarios (como
el avance de lo fantástico o el empleo del monólogo interior) y hechos más generales
(como el afianzamiento del psicoanálisis). Por supuesto, la denominada literatura
fantástica se ha desarrollado principalmente en el campo de la narrativa y, con especial
vitalidad, en el ámbito del cuento que permite un tratamiento más escurridizo y alusivo de
las situaciones imaginarias. La variedad de especies que admite esta producción es
múltiple: el horror, lo sobrenatural, lo monstruoso, lo indeterminado, la especulación
metafísica, la conciencia de la culpa o el pecado e innumerables experiencias humanas de
índole fronteriza y penumbrosa han logrado canalizarse en el área fantástica. Algunas
variedades de este tipo han logrado emanciparse, como sucede con la ciencia ficción.
También la novela detectivesca parece emparentada en su origen con la producción
fantástica, pues suele presentar un enigma indescifrable para la inteligencia común que
requiere las dotes casi sobrehumanas de un investigador excepcional para resolverlo.
© Jaime Rest, Conceptos de literatura moderna, Buenos Aires, CEAL, 1979.
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