[1911-1947]
Ecuatoriano. Nació en Guayaquil y perteneció al grupo literario de esa ciudad que incluía a José de la Cuadra, Alfredo Pareja Díez-Canseco, Aguilera Malta y Gil Gilbert. Autodidacto. Erudito en antigüedades clásicas. Periodista. Planeó varias novelas, pero sólo logró publicar Las cruces sobre el agua (1946). Un cuento suelto, “La última erranza” (1947) salió en la colección “Lunes” de México. “¡Era la mamá!” se publicó en 1930 en la famosa antología de Gallegos Lara, Aguilera Malta y Gil Gilbert Los que se van.
En 1930, la publicación de Los que se van produjo en el Ecuador un escándalo literario que después tuvo repercusiones continentales. Los autores de este tomo de cuentos eran tres jóvenes: Demetrio Aguilera Malta, que a la sazón tenía veintiún años; Joaquín Gallegos Lara, diecinueve, y Enrique Gil Gilbert, dieciocho.
Los que se van refleja el espíritu proletario que imperaba entre los intelectuales del mundo entre 1929 y 1939. Con este libro, ya no hay temas prohibidos para la literatura. Los personajes son los cholos más pobres cuya vida peligra constantemente no sólo por los abusos de la sociedad, sino también por la violencia de su apetito sexual. Las transcripciones fonéticas de su dialecto son las más atrevidas que existen en la literatura hispanoamericana. No obstante los elementos crudos de estas obras, los tres ecuatorianos hacen gala de una maestría técnica que les ha ganado un nicho seguro en la cuentística hispanoamericana.
De los tres autores de Los que se van, Gallegos Lara es el más proletario. Aunque a primera vista parece descuidar el arte en favor de la protesta social, “¡Era la mamá!” impresiona precisamente por la forma artística con que el autor reviste su tema tan cruel. Dividido en tres escenas, el cuento luce una gran unidad.
Además de la trama y del tono violento, el autor refuerza discretamente la estructura del cuento con detalles que ligan las tres escenas. Casi al final de la primera escena, el negro recuerda que su persecución se debe al “capitán borracho y belicoso”. Después de la muerte del negro, la escena cambia al interior de la casa donde al capitán “ya se le había pasado la borrachera que lo hizo disputar con el negro”. Al no entrar en más detalles, el autor demuestra que lo que más le preocupa es la sociedad que permite el asesinato cruel de un hombre por un motivo insignificante. La despedida de los rurales en la última escena trae recuerdos de la primera cuando Petita se horroriza irónicamente ante la víctima de su hermano. El lector comparte la sorpresa de las dos mujeres ante el descubrimiento de la identidad del cadáver, aunque en la segunda escena hay una leve insinuación del desenlace cuando la señora dice que llegará su hijo al día siguiente.
La violencia del cuento depende tanto de los hechos como del estilo. Abunda el diálogo muy rápido; casi todas las oraciones son de pocas palabras —en la primera escena, hay veinte oraciones de seis palabras o menos—; y los sonidos del cuento constituyen un fondo musical muy apropiado para el tema: “pasos de soldados... casco del caballo... el viento... los balazos... sonaba el río... gritaban unos patillos... las patadas... rugía... crujía la puerta... la vieja roncaba”. En contraste con los sonidos, escasean los colores. Sólo hay unas cuantas alusiones a lo negro. Por eso, sobresale tanto el penúltimo párrafo: “La vieja no dijo nada. Su cara negra..., arrugada como el tronco leñoso de un níspero... se hizo ceniza, ceniza.” El silencio después de tanto ruido; el cambio de color después de tanta oscuridad; y la prolongación de la oración por el símil muy acertado después de tantas oraciones breves —todo contribuye a dar bastante peso a este momento de ternura con la intención de contrarrestar los efectos de todo lo anterior. Teniendo en cuenta la importancia de la mamá —recuérdese el título del cuento— la alusión a la hermana en el párrafo que sigue, con su insistencia en los sonidos y la oscuridad, debilita el fin del cuento.
FUENTE: MENTON SEYMOUR
EL CUENTO HISPANOAMERICANO