ANÁLISIS DE LA COMPUERTA NÚMERO 12 Y BIOGRAFÍA DE BALDOMERO LILLO
[1867-1923]
Chileno. Nació, se crió y trabajó en un pueblo minero del Sur. En 1898 tuvo un disgusto con uno de los capataces y se vio obligado a trasladarse a Santiago, donde su hermano Samuel le consiguió trabajo en la sección de publicaciones de la Universidad de Chile. Sus cuentos, que muestran una gran predilección por el tema de los mineros, se publicaron en dos tomos, Sub terra (1904) y Sub sole (1907). Como algunos de sus personajes, Lillo murió tísico. Una colección póstuma, El hallazgo y otros cuentos del mar (1956) atestigua mayor variedad temática. “La compuerta número 12” proviene de Sub terra.
ANÁLISIS DE LA COMPUERTA NÚMERO 12
Tal vez inspirados por Germinal de Zola, los cuentos de Sub terra están tan apegados a la realidad chilena que desmienten cualquier influencia libresca. A diferencia de las obras anteriores (excepción hecha de “El matadero”), el grupo social predomina sobre el individuo. Se recalca el hecho de que como los protagonistas, hay muchos que viven encadenados a la mina sin esperanza de libertad. Como buen naturalista, Lillo alude a las generaciones de mineros que se han sacrificado y al hijo de minero que tiene que seguir siendo minero.
La fuerza de esta obra no reside en un desenlace inesperado. Al contrario, el desenlace no es más que el punto culminante de una serie de detalles sobre la vida trágica del minero. El mayor acierto artístico es el equilibrio muy fino con que se presentan los dos protagonistas. Ligados los dos por la angustia, Pablo y su padre comparten alternamente la compasión del lector. Su acercamiento físico —Pablo se aferra a los pies de su padre al principio y hacia el final del cuento— hace aún más desgarradora la separación. Aunque el autor nos prepara para ese momento cruel con las palabras del capataz sobre la muerte del hijo de José y con la vista del otro niño portero, el terror repentino de Pablo nos conmueve porque llegamos a identificarnos con el niño, quien hasta ese momento terrible no se había dado cuenta del propósito de su descenso a la mina.
Con la misma sutileza que emplea en la presentación de Pablo y de su padre, Lillo convierte su cuadro muy realista en una visión poética del infierno. Aunque la comparación de una mina con el infierno no es nada extraordinaria, Lillo la lleva a cabo con mucha mesura. Jamás menciona ni el infierno ni el diablo; prefiere dejar al lector el placer de crear la imagen con unas cuantas insinuaciones. Insiste mucho en la oscuridad de la mina: “lóbregas paredes”, “lóbrega excavación”, “las luces de las lámparas prontas a extinguirse”, “negras sombras”, “negro túnel”, “oscuridad profunda” y “rojizas luces”. El capataz se convierte en una figura grotesca por su traje negro y su tamaño diminuto: “hombrecillo”. La alusión al sacrificio de Isaac sugiere el pensamiento de que Pablo se está sacrificando al diablo.
La prosa de Lillo, lenta a la manera chilena, no revela grandes vuelos artísticos. Los pocos símiles y metáforas que hay casi siempre se refieren en términos corrientes a animales: “revolviéndose como un reptil”, “un miedo cerval”, “aquella carcoma humana”. No obstante, este relato tiene un valor duradero que depende no sólo de su cualidad de cuento naturalista o de protesta social, sino también de la sinceridad de las emociones de los protagonistas y de la feliz ejecución del tema.
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BIBLIOTECA LA COMPUERTA NÚMERO 12 de BALDOMERO LILLO (1)
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